La necesidad del pensamiento complejo

 Daniel Gonzalez Almandoz
APAS

La aparición de La Cámpora y sus talleres abrió una gran cantidad de discusiones y opiniones. Sin embargo, pocas avanzaron en tomarlas en su totalidad teórica y política.


La presencia de “La Cámpora” en escuelas en distintos lugares del país desató, en las últimas semanas, una serie de verborrágicos enfrentamientos entre quienes despotrican contra la afrenta cometida a esa inmaculada institución, y los que se levantaron en un apoyo contundente a la acción.

En general ese cruce se tornó superficial, y fue encarnado en el peligro del adoctrinamiento camporista, por un lado, y la puesta en relevancia del individualismo vacío y vaciante que representa Mauricio Macri, como referencia máxima, por otro. 

Este escenario maniqueo condujo a que se ocultara la reflexión crítica, y por lo mismo, se eludió el tema de fondo. Y para esto es preciso hablar con todas las letras: lo que la batalla cultural puso en relevancia fue el tremendo peso de lo simbólico para la construcción/deconstrucción de un sistema de valores.

El campo de la cultura, en el sentido gramsciano de la idea, o de manera más concreta, la hegemonía cultural, es lo que permite consolidar un modo de materialidad, y un sistema de orden social determinado. 

Por ello, llevar la disputa al plano de las ideas es una inevitable acción que todo sujeto de cambio debe afrontar si busca la consolidación del proceso de transformación que propone. 

Es decir, la puesta en crisis de lo cultural que sostiene un determinado estado de las cosas sólo ocurre cuando aparecen proyectos en pugna que son distintos en su forma y en su fondo

No se trata aquí de defender el accionar de “La Cámpora”, en primer lugar porque esa organización, que reivindica y se reivindica como política, no precisa de defensas externas a su propia organicidad; y menos en términos de producciones de medios. Uno de los grandes logros del colectivo kirchnerista ha sido el demostrar la vigencia de la política como práctica escindida del complejo mediático.

En segundo lugar, tampoco se pretende defensa porque, aún cuando se coincida con el objetivo estratégico que se engloba en su propuesta, se puede entender que ese movimiento táctico puede ser erróneo, y en el escenario actual puede atentar contra el objetivo final.

Es decir, aún cuando se puede adherir a la recuperación de las riquísimas y diversas tradiciones emancipatorias populares que han atravesado a Argentina, puede provocar un retroceso en la disputa cultural el no entender que tanto éstas como los modos de provocar su resurgir en el imaginario colectivo deben tomar en cuenta su adaptación al actual momento histórico.

De lo que se trata aquí es de traer a superficie algunos silenciamientos, hipocresías e insuficiencias que coyunturalizan un debate que, de ese modo, termina siendo presentado en términos maniqueos.

En primer lugar, el horror que provoca la presencia de una agrupación política en colegios de enseñanza primaria y secundaria permite analizar un par de cosas. Por un lado, que la resistencia se vincula a la puesta en escena mediática de la situación. Por otro, que este malestar se relaciona con la posibilidad concreta de disputar poder de los sectores que avalan el cambio de época en Argentina. Y en tercer lugar, que se sigue apelando al ya viejo pero no por ello menos impactante concepto despolitizante del "no te metás" que la dictadura cívico-militar implantó en la sociedad a sangre y fuego.

Para decirlo de otro modo, La Cámpora no es ni la primera ni la única organización que recurre a los establecimientos de educación no terciaria para difundir su sistema de valores. Un caso de esto lo constituye, en el presente y con un recorrido extenso la fuerte y sostenida actividad que realizan, entre otras, organizaciones de vertientes maoístas o trostkistas.

Esto permite, por ejemplo, reconocer una fuerte impronta de esta izquierda en el sistema de centros de estudiantes secundarios, como lo puede mostrar la historia del Colegio Nacional de Buenos Aires. 

Entonces, la resistencia no es tanto una resistencia al ingreso de fuerzas políticas al sistema educativo, sino una valoración distinta de las organizaciones políticas que ingresan, y esto se relaciona de manera directa con la capacidad de construir poder en términos sociales de esa fuerza. Mientras la presencia de la izquierda, para los mismos detractores camporistas, adquiere tintes folklóricos que les da una fachada de amplitud democrática, y que a la larga se reduce en el cero-coma de los procesos electorales nacionales. La propuesta nacional popular provoca un quiebre que se traduce en una opción de poder válida. 

Otro de los términos y conceptos que han tomado protagonismo en este escenario es la idea de adoctrinamiento. El concepto, cargado de negatividad, da una idea cercana a la de una maligna red de lavado de cerebros.

¿Es posible hablar de una práctica de este tipo instrumentada en la forma de esporádicos talleres de discusión e, incluso, de bajada de línea? ¿Puede la circunstancial presentación de la fenomenal pero compleja historia colectiva encarnada por Juan Salvo competir y superar a todo un sistema simbólico de presencia diaria? En otras palabras, ¿es capaz El Eternauta de disputar sentido de manera contudente, inmediata y definitiva frente a las propuestas de los Discoverys Kids, Disney Chanell, Cartoon Network, Nickelodeon y otros dispositivos culturales? ¿No hay acaso también mediación docente y presencia de padres que median, reducen y neutralizan, si lo consideran necesario, el peso de esos talleres? 

Por último, resulta útil referirse a las insuficiencias teóricas presentes en algunos enfoques, y que se puede englobar en el peligro del pensamiento único

Esta categoría, como se sabe, remite a la imposición de un sistema de creencias y valores particulares como si fuese universal, y constituye la gran pretensión del neoliberalismo, supuesto punto de llegada de una historia en la cual las ideologías habían muerto.

Es por esto que es inaplicable al actual escenario sociopolítico nacional y regional. Conceptual y fácticamente, el pensamiento único es incompatible con la asunción del conflicto como modo de entender las relaciones políticas y la democracia

Como es fácil de entender al analizar las prácticas y políticas ejecutadas -además de ser una idea de permanente presencia mediática, usada como crítica-, el modo que asumió la política estatal desde 2003 no responde al consensualismo liberal, que pretende ocultar las diferencias con el fin de generar la imposición de las creencias de los sectores dominantes. Por el contrario, se piensa y ejecuta en torno a la confrontación. Es decir, se entiende a la estructura social no como un todos unívoco, sino como un nosotros y un ellos que se articulan de maneras diversas. 

Explicitarse, entonces, en un esquema de dicotomías en lugar de recurrir a la pretensión de unificación implica el reconocer que a unas ideas se le oponen otras, con las que se discute, debate y confronta; y, por lo mismo, remite a un pensamiento complejo. El mismo que, entre otros, reclamó Beatriz Sarlo años atrás.

dgonzalez@fcp.uncu.edu.ar