El rol del Estado en la operación, control y planificación del ferrocarril
Juan Manuel Valdes y Lautaro López Garro
Diario BAE
Los problemas actuales
de la economía internacional incluyen, entre otros, la deuda impagable en
varios países de la
Unión Europea y el estancamiento en las economías avanzadas
del Atlántico Norte. Pero éstos son sólo algunas de las manifestaciones de una crisis
profunda de la globalización del orden mundial contemporáneo. Es necesario, por
lo tanto, observar la cuestión y los desafíos que le plantea a la Argentina.
Recordemos, en primer lugar, que la
globalización constituye un sistema de redes en las cuales se organizan el
comercio, las inversiones de las corporaciones transnacionales, las corrientes
financieras, el movimiento de personas y la circulación de información que
vincula a las diversas civilizaciones. Las redes de la globalización abarcan
actividades que trasponen las fronteras nacionales. Su peso relativo en el
conjunto de la economía mundial ha crecido desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial. En la esfera virtual de las corrientes financieras y de la
información, la dimensión global es dominante y contribuye a generar la imagen
de que se habita en una aldea global sin fronteras.
La globalización y el desarrollo económico de
los países guardan estrechas relaciones. Esas relaciones dependen de las
circunstancias propias de cada país en virtud de su tamaño, dotación de
recursos naturales, nivel de desarrollo y fortaleza de su densidad nacional.
Desde la perspectiva de los propios intereses, las respuestas eficientes de
cada uno a los desafíos y oportunidades de la globalización no son las mismas.
La influencia de la globalización en el
desarrollo de cada país depende de las vías por las cuales el mismo se vincula
a las redes de la globalización. Por ejemplo, en el comercio internacional, a
través del estilo de vinculación con la división internacional del trabajo. El
desarrollo requiere que las exportaciones e importaciones guarden un balance
entre sus contenidos de tecnología y valor agregado para permitir que la
estructura productiva interna pueda asimilar y difundir los avances del
conocimiento y la tecnología. En relación con las inversiones de filiales de
empresas transnacionales, es preciso que su presencia no debilite las
capacidades endógenas de desarrollo tecnológico. A su vez, el financiamiento
internacional debe ser consistente con la capacidad de pagos externos y el
equilibrio de los pagos internacionales. El resultado, desde la perspectiva de
cada país, radica en el estilo de inserción en el orden global o, dicho de otro
modo, en la calidad de las respuestas a los desafíos y oportunidades de la
globalización.
Cada país tiene que encontrar las respuestas
adecuadas a la globalización y su estilo de inserción en el orden mundial, que
le permitan transformar la economía y la sociedad sobre la base de la
acumulación de capital, conocimientos, tecnología, capacidad de gestión y
organización de recursos, educación y capacidades de la fuerza de trabajo.
La globalización es el espacio del ejercicio
del poder dentro del cual las potencias dominantes establecen, en cada período
histórico, las reglas del juego que articulan el sistema global. Uno de los
principales mecanismos de la dominación radica en la construcción de teorías y
visiones que son presentadas como criterios de validez universal, pero que, en
realidad, son funcionales a los intereses de los países centrales. De allí la
visión del fundamentalismo globalizador promovida por las antiguas potencias
industriales del Atlántico Norte.
Según la misma, la globalización es el
resultado del impacto de las nuevas tecnologías y, por lo tanto, de fuerzas
ingobernables e incorregibles por la acción pública o de organizaciones de la
sociedad civil. De este modo, la realidad inhibe las decisiones políticas que
pretenden interferir en el funcionamiento natural de los mercados.
En el pasado, el pensamiento céntrico, como
decía Raúl Prebisch, imponía los intereses del “centro” hegemónico del
Atlántico Norte sobre el resto del mundo, es decir, la “periferia”. Esa hegemonía
se fundaba en el predominio sobre el conocimiento científico, la tecnología y
las industrias de frontera. Gravitaban también elementos culturales. Según la
célebre tesis de Max Weber sobre la influencia del cristianismo protestante en
el desarrollo capitalista, la “salvación”, por la vía del éxito económico en
este mundo, era un atributo propio de las sociedades y economías más avanzadas
de Occidente de fe protestante. El atraso relativo de la “periferia” tendría
también, entonces, profundas raíces culturales.
El surgimiento de China y de otras
civilizaciones de Oriente demolió la visión fundamentalista porque ha
demostrado la capacidad de los estados de países, con suficiente densidad
nacional, de erradicar la subordinación y poner en marcha la organización y la
integración de la creatividad y de los recursos propios. Demostró también que
el proceso es indelegable en factores exógenos, los cuales, librados a su
propia dinámica, sólo pueden desarticular un espacio nacional y estructurarlo
en torno de centros de decisión extranacionales y, por lo tanto, frustrar los
procesos de acumulación, es decir, el desarrollo. La emergencia de China y de
otras civilizaciones de Oriente demostró también que el desarrollo de economías
de mercado es también posible en distintas culturas.
La interpretación fundamentalista de la
globalización es funcional a los intereses de los países y de los actores
económicos que ejercen posiciones dominantes en el orden global. En realidad,
la aparente ingobernabilidad de las fuerzas operantes en el seno de la
globalización no obedece a fenómenos supuestamente indominables sino a la
desregulación de los mercados, que es una expresión transitoria del
comportamiento del sistema mundial. Al mismo tiempo, ninguna civilización tiene
el monopolio del sendero del desarrollo.
En resumen, los problemas actuales de deuda en
varios países de la
Unión Europea , el estancamiento en las principales economías
del Atlántico Norte y sus repercusiones en la economía mundial, tienen, como
trasfondo, la crisis del fundamentalismo globalizador. Esa crisis compromete,
principalmente, a las economías avanzadas del Atlántico Norte, en las cuales
prevalece el Estado neoliberal, subordinado a los intereses de los mercados
financieros, que ha renunciado a las políticas públicas defensoras del conjunto
de la sociedad.
En los países emergentes del resto del mundo,
incluyendo China y la
Argentina , el Estado no se somete a las fuerzas desreguladas
del mercado mundial. Es decir, se comporta como Estado nacional, no neoliberal.
Pretende administrar la globalización para aprovechar sus oportunidades, por
ejemplo, la ampliación de los mercados o el acceso a inversiones y tecnologías
y evitar sus peligros, por ejemplo, controlando los movimientos especulativos
de capitales.
Las críticas que recibe actualmente la Argentina en algunos
foros internacionales son, principalmente, consecuencia de la reaparición del
Estado nacional, que afecta a intereses concretos y, sobre todo, al paradigma
del fundamentalismo globalizador. Cuanto más sólida sea la sustentabilidad
macroeconómica del sistema y las acciones se conviertan en políticas de Estado,
mayor será la capacidad del país de construir su propio camino en el mundo
global.
En el viejo centro hegemónico del antiguo
orden mundial está por verse cuándo y cómo la prolongación de la crisis provoca
un cambio de paradigma y, en el orden mundial, la construcción de una
gobernanza viable fundada en la administración de la globalización que atienda
a la diversidad de las situaciones nacionales y la resolución de los problemas
que afectan a la humanidad.