El tema “YPF” y el marco externo

 Eduardo Luis Curia
 Diario BAE

La reciente decisión del Gobierno nacional de establecer el control estatal de YPF, suscita una serie de consideraciones. Las que abordaremos aquí partiendo de nuestra postura de apoyo básico a la medida. Se trata de consideraciones de índole más general, siendo que no es nuestra intención penetrar en mayores detalles del negocio petrolero en sí.

Una primera cuestión atañe a los fundamentos claves, en lo sustantivo, de la decisión aludida. Los que, de alguna manera, fueron explicitados en textos que acompañaron al proyecto de expropiación presentado por el Poder Ejecutivo y en alocuciones de las autoridades ante el Senado de la Nación.

Primordialmente, gravita un tópico crucial asociado a la concepción de la política de precios del área de combustibles, proyectada ésta en el seno de una visión estratégica de crecimiento general y de desarrollo industrial en particular. Cuando en el curso de los ’90 algunos fuimos esbozando pioneramente una opción alternativa al modelo vigente en aquella época, siendo el marco estelar un claro reordenamiento macroeconómico, también se abrió paso en un plano adyacente y más específico la sujeción de YPF al control estatal en lo principal. El colega Eduardo Conesa escribió bastante al respecto. Retomamos el tema al poco de andar el modelo competitivo productivo que signó la primera parte larga de la década pasada.

El punto relevante en danza los sintetizamos en un paper del 2008 (El Modelo de Crecimiento Acelerado y la Dimensión Laboral: “Exaltación”, y… ¿Después, qué?). Decíamos: “[…] parece suscitarse un marcada tensión entre el enfoque –básicamente correcto– de separar los precios domésticos de los externos –alejándose de los estándares de rentabilidad mundiales– y la presencia de una empresa de tanta prevalencia e influencia en el mercado como YPF, en manos privadas, ello atendiendo a las exigencias de la dinámica de la explotación y sobre todo de la exploración petrolera. O, por lo menos, debería asegurarse una gravitación notoriamente más fuerte por parte del Estado en el direccionamiento de la empresa”. Creemos que el párrafo es claro.

Como se alega en los textos oficiales, el crecimiento general y el desarrollo industrial, como el transporte ligado a la cadena de comercialización, dependen fuertemente de los combustibles, con lo que la competitividad de la producción descansa bastante en el costo de la energía, y, por ende, en el precio doméstico del petróleo (y del gas).

El citado Conesa, en su trabajo de 2004 intitulado “Los Elementos Faltantes del Modelo” (páginas 32 y siguientes), apuntó nuevamente al eje del asunto. De cara al esfuerzo productivo nacional, señalaba: “El precio internacional no puede ser referencia válida puesto que es un precio de monopolio”. Cuando escribía Conesa, el precio mundial fijado por el monopolio de la OPEP era de u$s50 el barril de petróleo, mientras que el costo de producción del barril, por ejemplo de Arabia Saudí, era de un dólar. En realidad, aducía el economista, el país debería fijar el precio del crudo tendiendo a identificarlo con el costo de producción intrafrontera. Con una visión ponderada de distintos factores a computar, sumando una ganancia razonable, Conesa remataba su análisis de aquel entonces en un precio propio del barril mucho menor al establecido por la OPEP. Claro: una YPF que ya era a plenitud –a partir de 1999– del dominio de Repsol, muy difícilmente podía, o querría, desprenderse de la “lógica de los mercados internacionales”, asumiendo, en su lugar, la lógica apegada a las exigencias del crecimiento nacional.

En realidad, se fue dando algo así como un “sincretismo” de lógicas. Las autoridades, vía algunas regulaciones y retenciones, buscaron indirectamente acercarse a la segunda lógica; pero, la titular de YPF persistió en la otra lógica, adoptando procedimientos dañinos: caída de la exploración y explotación, pérdida de gravitación en el mercado, problemas con las inversiones, generosa remisión de utilidades al exterior mientras bajaban las reservas, mezclas “oportunistas” de productos colocados localmente y de los exportados, etcétera. Tratar de marcar la cancha “por fuera” se topó con fuertes límites. A la postre, predominó una mala influencia que repercutió negativamente en el propio sector, siendo uno de sus registros el deterioro del balance comercial externo sectorial.

Se tendió a operar en el país con precios internos más bajos, aunque se dieron algunos ajustes, pero, lo que se vio amenazada es la sustentabilidad misma del esquema. La diferenciación de precios no puede estar reñida de las consideraciones de sustentabilidad. La posibilidad que se abre ahora, es la de reconciliar ambos aspectos, actuando también el Estado “desde dentro” de la empresa.

Claro que la tarea “recién empieza”; tanto el debilitamiento del autoabastecimiento como su recuperación, son procesos. Los desafíos de operación y de inversión son muy significativos, y seguramente habrá que articular fórmulas asociativas con agentes privados y mixtos; entonces, aquí, habrá que precisar las condiciones del asunto. Algunos campos lucen esperanzadores, pero, a la par, si se piensa por ejemplo en el shale gas y el tight oil, su aprovechamiento requeriría fuertes inversiones, en medio de ponderables costos productivos y riesgos. Lo que no deja de ser un reto para el enfoque diferenciador de precios.

El “cuco” de la “malvinización”. Naturalmente, con motivo de la decisión argentina, emerge una fricción, que incluye al gobierno español. Por cierto, nuestro derecho expropiatorio es indiscutible. Claro que en el núcleo se suscitan duras tensiones en cuanto a multitud de aspectos ligados a la indemnización. Probablemente, una medida así, años atrás, con una mayor disponibilidad de reservas del Banco Central, era más fácil de procesar.

Puntualmente, el gobierno español fijó una represalia, y busca incoar otras. Encara asimismo acciones para lograr la impugnación de la decisión argentina en distintos foros. Recientemente, el ministro Lorenzino pudo, hábilmente, bloquear en los EE.UU., en el seno del FMI, alguna de esas acciones.

Es aquí cuando conviene formular una reflexión, insertando la cuestión de YPF en un marco mundial más amplio. Computando, de paso, la agitación del “cuco” de la “malvinización” que propalan algunos círculos domésticos interesados. Refiriéndose al estadio de virtual aislamiento que atravesó el país inmediatamente después de su derrota en la guerra por las Malvinas, buscando asimilar en las dos instancias un mismo tipo de situación. Una situación que, si fuera real, dañaría nuestros flujos financieros, inversores y comerciales.

En un marco así, el tópico Repsol YPF no operaría como un elemento desconectado. Recuérdese que la Argentina, que también integra el influyente G-20, mantiene algunas (otras) cuestiones disputadas a nivel internacional, expresadas promiscuamente: la deuda de arrastre con el Club de París, residuos de la reestructuración de la deuda, los casos de CIADI con los EE.UU., los controles varios aplicados en el sector externo, y el tema del “monitoreo de forma” por parte del FMI, más el asunto vinculado con el INDEC. El riesgo es que estas cuestiones tendieran a entrecruzarse, con una sinergia que facilitara el semblanteo del país por gran parte de la comunidad internacional como un outlier (“caso idiosincrático”) en materia de procedimientos. Sería un estadio incómodo, al que se apunta con la tesis de la malvinización. No se olvide, de paso, la reunión de la cumbre del G-20 en junio próximo.

Sin duda, esa sinergia debe evitarse, pensado, asimismo, en que ella no sea oportunidad para la postura del gobierno español. Se citó ya un primer “bloqueo” logrado por el ministro de Economía. También es verdad que jugó allí un compromiso “subyacente” de nuestro lado con el FMI de mostrar avances en la mejora de las estadísticas nacionales; ese compromiso, hace a la cuestión. Véase otro punto: el de las trabas externas. Quizás, entrando las liquidaciones de la cosecha gruesa, sin una gran merma en valor, más algún aporte proveniente de la medida tomada con YPF, estaríamos en condiciones –por lo menos en lo inmediato– en materia de divisas, para suavizar en parte el rigor de aquellas. En su caso, esto también podría servir de prenda de distensión en el frente externo. En fin: estamos en un juego denso, de posibilidades de maniobras múltiples; lo crucial es que el cuco de la malvinización que agitan algunos, no quede más que en eso: un cuco.