Acerca de la expansión industrial de estos años

 Eduardo Luis Curia
 BAE

El país atravesó durante toda la década pasada e inicios de la nueva, una notable expansión industrial. Partiendo de la fosa de 2002, situados en 2011, se acumula un crecimiento de más del 90%. Un desempeño que ejerce liderazgo a nivel continental. La noción de “reindustrialización” se confirmaría en los hechos.

Igualmente, siempre convienen las apreciaciones más amplias sobre los fenómenos, sentando “balances”. Lo cual echa luz sobre los factores salientes de los procesos, detectando implicancias estructurales e identificando aciertos y debilidades. Extrayendo, incluso, conclusiones de estrategia y de política.

En tiempos recientes han surgido análisis valiosos sobre la experiencia industrial sucedida. Pueden citarse, entre otras, las contribuciones de la CEPAL, las encaradas en AEDA y trabajos del Centro Cultural de la Cooperación. No nos detendremos en detalle en tales trabajos, pero sí, abordaremos algunas de las cuestiones asumidas en los mismos, dando nuestra opinión.

Esas cuestiones no son extrañas a los grandes “ejes temáticos” que cualifican tanto la historia como la perspectiva del desenvolvimiento económico del país, a modo de motivos “cuasi eternos”. Se conectan, por ejemplo, los tópicos de las transformaciones estructurales de la economía, de la dinámica interna y la externa del sector manufacturero, de la restricción externa o de divisas, y así sucesivamente.

Así, con respecto de la gran expansión industrial verificada, y de cara a un balance, cabe ponderar la magnitud de las transformaciones plasmadas y la sustentabilidad en materia de divisas de aquélla. En rigor, se trata de los temas marcados por M. Diamand décadas atrás acerca del despliegue industrial, sensibles a la percusión actual de los mismos a que da lugar la estrechez relativa de divisas que el país afronta desde hace un tiempo.

¿Hay “grises”? A modo de caracterización “paisajista”, parecería que en no pocos aportes del campo heterodoxo, se tiende a desvincular la gran expansión manufacturera –muy atada inicialmente a la poderosa arma del tipo de cambio competitivo– de las modificaciones estructurales. Como si se dijera: hubo cambios de políticas, pero no más. En ocasiones, da la sensación de que en los distintos planteos se asimilan los cambios estructurales al “soplar y hacer botellas” aludido por San Martín. Lo cual, conduce a pasar por alto –severo error– los mojones o insinuaciones de transformación que se perfilan. Por ende, las políticas que los alientan, en principio, deberían ser sostenidas, profundizadas y enriquecidas.

En el análisis, no se puede obviar la “hipoteca” asociada a los shocks negativos bastante específicos descargados sobre el sector manufacturero vía las estrategias de la segunda parte de los 70 y de las implementadas en los 90, sumando la “década perdida” de los 80. No se pifia mucho si se habla de “desindustrialización relativa”.

A la vera de este fenómeno, se plasmó un fuerte proceso de desarticulación industrial, con destrucción manifiesta de “eslabones productivos”. Con el paso del tiempo, la industria se fue recostando en sectores tales como el de alimentos y bebidas, automotriz y autopartes, productos químicos, productos siderúrgicos, y algún otro, los que han tendido a concentrar gran parte de la producción industrial.

Diversos análisis aluden a que este espectro general no se vio “conmovido” a las resultas de la reciente expansión industrial. No obstante, como un dato, o “muestra”, de interés, vale recordar que durante la primera parte de la década pasada, el rubro “productos metálicos, maquinaria y equipos” fue el que aumentó más enérgicamente su incidencia en el producto industrial global. Claro, dado el punto de arranque, el rubro sigue gravitando por debajo de otros sectores.

Adviértase, asimismo, que la trayectoria de desindustrialización motivó el recorte de la participación de la manufactura en el PIB global. Siendo a inicios de los 70 bastante superior al 20%, en tendencia, cae ininterrumpidamente hacia adelante. A comienzos de los 90 se situaba cerca del 20%; pero, en 2001 se desploma al 16%. Hoy, la participación alcanza al 18%, logrando incluso niveles más altos en el primer quinquenio de siglo. La industria empezó creciendo al 16% anual, y en el lapso 2003-07, el promedio anual superó el 11%. Luego, el promedio de expansión tendió a suavizarse. Lo que es evidente es que la Argentina no cayó en la dinámica de “reprimarización”, debiéndose resaltar, además, el fuerte contenido pro empleo del proceso (sin mengua de la productividad), en especial, hasta 2007.

Industria y divisas: “viejo, y perenne, tema”. Vale recalcar que la notable expansión industrial calzó con un gran avance de las exportaciones industriales en sus dos grandes conglomerados: MOI y MOA, resorte que contribuyó a tornarnos una economía más abierta. Las ventas MOI subieron anualmente en valores corrientes a un 17/18% en el lapso 2003-07 (luego, siguió el crecimiento, con algún altibajo), potenciando su gravitación en el total de las exportaciones.

El dato, claro, traduce alguna ambivalencia, porque el agregado industrial más ligado a las MOI muestra últimamente un alto déficit comercial específico (alrededor de u$s30.000 millones en 2011), circunstancia que refleja una presión no trivial en cuanto a divisas. Incluso, a partir de 2007 se está expuesto a un déficit comercial global de la industria (computando los rubros superavitarios) de cierto grosor.

De todas maneras, también en esto hay matices. El déficit comercial promedio anual ligado a las MOI en el tramo 2003-06 fue de la mitad –o de aun menos– del que fue verificándose luego (en algunos años de ese lapso, el múltiplo en danza fue aun mayor); y hubo superávit comercial industrial global o un mínimo déficit. Aquí podría influir que en el arranque de los años “2000” se operaba en base a la capacidad productiva instalada, relajando la recurrencia a distintos elementos y equipos importados. Con posterioridad, avivándose nítidamente la inversión, esa recurrencia se vigorizó. Lo que sí pareciera que existe es un umbral (2007), a partir del cual las presiones deficitarias se afianzan, involucrando hasta rubros de bienes finales.

En rigor, considerando en su integralidad una faceta sensible –el clásico tópico de Diamand de la autogeneración de divisas por parte de la manufactura–, habrían actuado en el período “zonas de comportamiento diferenciado”. Justamente, en un artículo de Iannuzzi y colaboradores sobre el comercio exterior de estos años, se hace una medición de la balanza comercial neteada de la mejora de los términos del intercambio. Ese cálculo explicita, por ejemplo, que en 2007, esa balanza se hallaba “casi en equilibrio”. Ante esta modalidad de conducta, se concluye con razón: “Ello no es poco si se tiene en cuenta que comprende el período de mayor crecimiento sostenido en un quinquenio en la historia argentina”. Somos más enfáticos: ¡colosal!

Precisando bien los datos […] y las perspectivas. Funcionó, entonces, un destacable proceso de sustitución de importaciones y de exportaciones, dotado de una palpable proyección transformadora, lógicamente, en sus albores. Si se enfocan las elasticidades de comercio exterior, véase el abismo existente entre la convertibilidad, haciendo simbiosis de los tramos de expansión con el déficit comercial industrial global, y la modalidad de conducta arriba citada. El haber revertido el “tirabuzón desarticulante” de los 90, es, por sí, un aporte transformador –“pionero”– relevante.

Es verdad que más tarde subió el apremio de divisas, irrumpiendo los actuales fuertes controles externos generales. Y la actividad se desaceleró algo. Igual, el planteo estructural superador no es otro que el intentar profundizar, crecimiento de por medio, el proceso sustitutivo-exportador, usando las enseñanzas instadas por el período, ratificando o corrigiendo según corresponda. Buscando asegurar la visual de escala, la eficiencia dinámica de la sustitución (su “costo límite”, según Diamand), la mayor simetría posible entre los cambios exportador y sustitutivo, y aspirando a mejorar en la “cadena de oferta” mundial (up grade). Calzando bien los estímulos de competitividad “precio” –incluida la evaluación del rol, no absoluto, pero sí clave, de tipo de cambio estrictamente competitivo– con los avances ligados a la llamada competitividad “no precio” (trabajando orgánicamente en el seno de las cadenas de valor) en virtud de la necesidad de sustituciones más complejas.