La derecha no necesita invitación

Está ahí, agazapada, apunta y apela a todos los recursos. Tiene a sus escribientes orgánicos, como el editorialista del Grupo Clarín, Eduardo van der Kooy, e intentará utilizar a quienes se confundieron pese a que nunca debieron haberlo hecho; ese es el caso, quiero creer que involuntario, confuso, para decirlo una vez más, del jefe de la CGT, Hugo Moyano.

El líder camionero (Moyano) tuvo palabras de desprecio –“chicos bien”, dijo en forma irónica– para la juventud militante que se reincorporó a la política a partir del modelo creíble que instaló Néstor Kirchner en 2003; a la vez que el operador de Héctor Magnetto (van der Kooy), quien supo ser un joven destacado, pero por el dictador Jorge Rafael Videla, en su columna del domingo último escribió “el copamiento K de puestos clave en la Legislatura”, para referirse a la configuración política que allí quedó registrada, tras las elecciones del 23 de octubre, un acto de soberanía popular por si hacía falta aclararlo. Y la palabra “copamiento” no es casual, es la misma que con una frecuencia espeluznante utilizaban aquellos que lo premiaron.

Porque ocultan o porque enuncian, las palabras pueden convertirse en arma peligrosa, construyen sentido y hasta desatan furias contenidas; y no será la primera vez que, desde formulaciones de derecha, más allá de las intenciones de quienes las pronuncian, ellas, las palabras, son usadas para estigmatizar a la juventud: “El delito de ser joven”, recuerdo que denunciaban algunas pintadas callejeras durante la dictadura militar, la que se ensañó en forma especial, con asesinatos, torturas y desapariciones forzadas, contra trabajadores y muchachada casi por partes iguales. Los editorialistas de turno saben de qué se trata y usan ese lenguaje en forma deliberada, al fin de cuentas lo aprendieron y aprehendieron tan bien que por ello fueron galardonados. Moyano, en cambio, simplemente debería tener más cuidado.

Es esperable, y deseable, que negociadores de la Rosada y de la CGT, en ambas partes los hay y de los buenos, se sienten a dialogar para que los sindicatos organizados no dejen de estar en el lugar que tienen que estar, como uno de los sujetos centrales del proyecto de transformaciones que encabeza la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, a partir de un eje político y cultural claro y preciso, el peronismo en sus distintos matices e instancias, siendo que a ninguna de ellas se la puede calificar de “cáscara vacía”, a menos que se admita la miopía intelectual como acto de virtud; la misma que entre las huestes gremiales levanta erupciones cuando por fuera del movimiento obrero se dice que liderazgos como los de Moyano sólo son consecuencias de la falta de democracia sindical. Dos apreciaciones erróneas que en nada aportan a la sociedad de los argentinos.

Lo afirmado en cuanto a la necesidad de negociar con madurez no impide que algunos puntos y diferencias deban ser enunciados; las palabras claras son principio para toda negociación.

Así se equivoca Facundo Moyano de la Juventud Sindical, cuando en su Twitter el domingo pasado dice que el sindicato que conduce el “Momo” Venegas no es responsable del trabajo informal que aún castiga a los trabajadores rurales; Venegas y sus socios de la patronal sojera y la oligarquía reformada son los principales hacedores de esa y otras tantas tropelías contra los obreros.

Así aciertan el vicegobernador de Buenos Aires, Gabriel Mariotto, y las nuevas generaciones incorporadas a la política bonaerense activa, entre ella los militantes y dirigentes de La Cámpora, cuando frenan, el lunes de la semana pasada y en forma contundente, la escalada de ciertas bandas policiales ostensiblemente protegidas desde “la seguridad” provincial, que a título “de prueba” se atrevieron a golpear a mansalva a un grupo de jóvenes que querían estar presentes en el acto de asunción de autoridades. La reacción de Mariotto fue la justa y ajustada a Derecho: condena e investigación de los hechos y expulsión de una policía poco confiable de las dependencias del Senado; una decisión histórica a la que antes de ayer se sumó la Cámara de Diputados.

Vuelvo a traer a cuento algo que escribí la semana pasada, sobre lo meritorio que resulta tanto debate sobre nuestra Historia. Pero ya que estamos, dice la expresión popular, por qué no aprendemos (y aprehendemos) algo de ella. Entonces, las organizaciones sindicales y sus dirigentes que se reconozcan parte del modelo que encarna en la conducción de Cristina, podrán discutir y plantar reivindicaciones justas para la clase obrera ante el poder político; actitud necesaria, por otra parte, para profundizar al propio modelo, sin tener que incurrir por ello en el despropósito de cuestionarle poder y representatividad a quien legítimamente cuenta con esos atributos, y no porque lo digamos quienes concientemente acompañamos a la presidenta, sino porque así lo proclamaron las urnas de octubre.

El peronismo triunfante entre el ’46 y el golpe de Estado del ’55, e incluso el de marzo del ’73, pese a las convulsiones de aquella etapa, y todas las experiencias transformadoras en sentido popular y democrático que se intentaron durante el siglo XX y en lo que va del presente, deberían ser ejemplos suficientes para entender de una vez por todas aquello en lo que sus líderes tanto insistieron: no es cuestión entonces desempolvar el peronómetro, como lo hizo Moyano en Huracán y en forma más cuidadosa Julio Piumato el lunes a la noche por TV, al justificar el paro que a esas horas anunciaban los judiciales, sino reparar en que el principio de unidad es estrategia para la causa de las grandes mayorías; desde la unidad los proyectos transformadores se consolidan y avanzan, sin ella las oligarquías recuperan posiciones y, lo que es peor, provocan retrocesos de las cuales siempre resulta difícil recuperarse.

Para finalizar, permítanme volver a los hechos en la Legislatura, el día de la asunción de Daniel Scioli para su segundo mandato, y a los posteriores, con el acuartelamiento de la Guardia de Infantería bonaerense; una operación idéntica a las sistematizadas por las academias de inteligencia, sobre todos las estadounidenses, que vienen trabajando sobre el tema con fina atención, impulsando espíritus supuestamente sindicales entre los institutos armados; todo un capítulo en los manuales para la guerra de baja intensidad.

Esas operaciones siempre requieren, al menos, dos vectores: un estado de descomposición facciosa en el cuerpo armado que desobedece o se revela, y una cuota de apoyo político e institucional, en lo posible oculta pero sensible. Aquel lunes, en La Plata, elementos de la Policía Bonaerense –otra vez la Bonaerense– quisieron mostrar sus garras, advertir. Por suerte, la respuesta fue contundente: que queden fuera del recinto donde se expresan los representantes del pueblo, y que los órganos competentes de la propia policía y la justicia investiguen; hasta las últimas consecuencias.

(*) Publicodo por el director de APAS el miércoles 21 de diciembre de 2011 en el diario Tiempo Argentino.