El islamismo moderado


>Por Chems Eddine Chitour
 

«Cuando realmente es personal y surge de los orígenes, la oración se encuentra en el límite del pensamiento filosófico, se convierte en filosofía en el instante en que se elimina cualquier relación interesada con la divinidad» (Karl Jaspers)
Desde hace algún tiempo, los medios de comunicación occidentales tratan de imponer de una forma resuelta el concepto de «islamista moderado». ¿Cuál es la realidad de este concepto? ¿Y por qué emerge ahora y no antes de la «Primavera Árabe» -otro concepto impuesto-? ¿Occidente abandonará, como parece el caso, a los demócratas, a los jóvenes y sus esperanzas, a cambio de la seguridad de los barbudos, más capaces de imponer un «orden» que permitirá a Occidente continuar succionando lo que queda de energía y materias primas, a mayor beneficio del capital que se horroriza frente a los desórdenes y las rupturas?
«La duda terminológica, escribe Joseph Confraveux, procede de una confusión ideológica que se desencadena cuando se trata del Islam y la política. ¿Ennahda, en Túnez, es el equivalente de la Democracia Cristiana en Italia? ¿El PJD marroquí es comparable al antiguo MRP (Movimiento Republicano Popular) francés? ¿Los Hermanos Musulmanes egipcios tienen un programa similar al de la CSU de Baviera?» (1).
En primer lugar, veamos qué es el islamismo. Es una corriente de pensamiento musulmán, esencialmente política, que apareció en el siglo XX. La utilización del término ha evolucionado mucho. Puede tratarse, por ejemplo, de la «elección consciente de la doctrina musulmana como guía de la acción política», una acepción que no rechazan algunos islamistas. O, según otros, una «ideología que manipula el Islam con el objetivo de llevar a cabo un proyecto político: transformar el sistema político y social de un Estado convirtiendo la Sharia, cuya interpretación unívoca se impone al conjunto de la sociedad, en la única fuente del derecho». Por lo tanto es un término polémico. Las nuevas corrientes plantean una interpretación política e ideológica del Islam que hay que diferenciar del Islam como confesión religiosa. Para la acepción actual del término, que lo mismo se podría denominar «islamismo radical», Bruno Etienne propone la siguiente definición: «Utilización política de asuntos musulmanes movilizados como una reacción a la «occidentalización», considerada agresiva desde el punto de vista de la identidad árabe-musulmana; reacción que se percibe como una protesta antimoderna» (2).
«En la base del islamismo actual hallamos corrientes de pensamiento del siglo XIX, como el fundamentalismo musulmán (en particular el wahabismo) y el reformismo musulmán. Esas corrientes nacieron a raíz de los cuestionamientos planteados por el enfrentamiento con la modernidad occidental y su dominación. Los historiadores también consideran que el islamismo nace, en gran medida, del «choque colonial». A principios de los años 60 Sayyid Qutb, teórico de los Hermanos Musulmanes, introdujo las ideas de la ruptura con respecto a la sociedad impía y la de la reconquista. A partir de finales de los años 60 se acumulan hechos históricos, ideológicos, económicos y sociales que pueden explicar el desarrollo del islamismo: la derrota de los países árabes frente a Israel en la Guerra de los Seis Días; la apertura económica desenfrenada que ha generado las desigualdades; los dirigentes de los principales países que perdieron la legitimidad histórica (debido a la descolonización); la Revolución Islámica en Irán en 1979; la guerra civil libanesa, más política que religiosa; el decenio negro en Argelia a partir de 1991…
¿Qué es un islamista moderado?  
¿El islamismo moderado es un sucedáneo del Islam que ha perdido la sustancia? ¿Es un Islam mundano, sin asperezas, como proclaman los intelectuales árabes instalados cómodamente en Oriente y asiduos de los platós para explicar con ese vocablo el Islam Ilustrado? ¿Es un Islam compatible con lo que esperan los políticos occidentales?
Una ministra francesa de origen árabe, Jeannette Bougrab, afirmaba el sábado 3 de diciembre que no existe el «islamismo moderado» y que las leyes basadas de la Sharia, la ley coránica, son «necesariamente restricciones de los derechos y las libertades». Era su respuesta ante los éxitos electorales de los islamistas en Marruecos, Túnez y Egipto. Bougrab, de origen argelino, declaraba: «No existe una Sharia light. Soy abogada y se pueden hacer todas las interpretaciones teológicas, literarias o fundamentales que se quieran, pero el derecho que se basa en la Sharia es necesariamente una restricción de las libertades, en particular de la libertad de conciencia (…) Respondo como ciudadana, como mujer francesa de origen árabe. Los presidentes de Túnez y Egipto, Ben Alí y Mubarak, agitaron el espantajo de los islamistas para conseguir el apoyo de los países occidentales, pero no hay que caer en el extremo opuesto. Nunca apoyaré a un partido islamista (…) Pienso en los que fueron detenidos y torturados en sus países por defender sus convicciones. A ellos, en cierto modo, les han robado la revolución» (3).
Ese Islam «compatible» podría ser quizá el del PJD marroquí. En efecto, leemos en el diario Le Point –que no explica qué entiende por islamismo moderado- que el nuevo Primer Ministro marroquí, Abdelilah Benkirane, es un islamista moderado que enseguida optó por colaborar con la monarquía, y esta estrategia ha permitido a su partido acceder al poder: «Abdelilah Benkirane, de 57 años, secretario general del Partido Justicia y Desarrollo (PJD), ha sido designado por el rey Mohamed VI para formar un nuevo gobierno, un nombramiento que corona una carrera de más de 35 años (…) Sus antiguos ‘camaradas’ le tildan de ‘agente del Makhzen’ (el palacio real), pero la elección de Abdelilah Benkirane será crucial para que el PJD participe, como lo hará, en la gestión del reino marroquí. A finales de los años 80 Benkirane formó parte de un grupo de 400 militantes que querían formar un partido islamista ‘moderado’ legal. Empezaron rompiendo con la ideología islamista revolucionaria, condenando enérgicamente cualquier recurso a la violencia y reconociendo, una vez más, el estatuto religioso de la monarquía» (4).
«Pero las autoridades negaron la autorización para formar un partido. En 1977 decidieron integrarse en un partido pequeño, el Movimiento Popular, Democrático y Constitucional (MPDC), fundado y dirigido por un próximo del palacio, el doctor Abdelkrim El Khatib. Ese mismo año el MPDC participó en las elecciones legislativas y obtuvo nueve diputados, entre ellos Abdelilah Benkirane, elegido por Sale, cerca de Rabat (…) A este hombre nombrado Primer Ministro por el rey Mohamed VI, a veces le describen como un político al que «le cuesta controlarse y medir sus palabras», según un dirigente del partido (…) Para él, en particular, «El laicismo de tipo francés es un concepto peligroso para Marruecos». Pero últimamente ha multiplicado las declaraciones «tranquilizadoras»: «Nunca impondremos la Sharia (la ley musulmana)», ha declarado especialmente (4) ¡Quien pueda, que entienda esta contradicción!
Mohamed Tahar Bensaada, en un artículo magistral, disecciona la repentina simpatía de los medios de comunicación, y en particular de Le Monde, que por otra parte es desde hace mucho tiempo un diario de referencia. Dice: «Si en Túnez el tono era a la vez paternalista y de advertencia, como lo ilustra la declaración de Sarkozy que alertaba contra cualquier ‘atentado a los derechos humanos’, al día siguiente de las elecciones marroquíes, el tono voluntariamente tranquilizador era más bien de felicitación (…) Los medios de comunicación y los intelectuales de ocasión han echado el resto (…) Todo el mundo ha celebrado esa señal de cambio que supuestamente garantizará las ‘reformas constitucionales’ de Mohamed VI. El editorial de Le Monde barre de un manotazo la abstención del 55% en estas elecciones (ciertamente menor que la de la última elección en 2007, ¡que fue del 63%!). ¿Pero Le Monde habría actuado igual si en esa abstención no se escondiera también (pero no solamente) un movimiento de desafección popular hacia la ‘democracia real’, conducido entre otros, por el Movimiento del 20 de Febrero y en el que se también se encuentran organizaciones de la sociedad civil, de la izquierda radical y del movimiento ‘Justicia y Caridad’»? (5).
«A la manera de le Monde, continúa, la mayoría de los medios de comunicación occidentales no pueden disimular sus sentimientos mitigados (…) ¡No pasa nada! Como buenos jugadores pretenden persuadirnos de las ventajas, aunque no olvidan señalar los inconvenientes (...) No podemos ignorarlos, pero eso no debe impedir que veamos ‘lo esencial’. En su intento de responder a los desafíos de la pobreza y la corrupción, el PJD no cae en el ‘radicalismo’ y el ‘populismo’ de los movimientos que desde hace algunos años atraviesan América Latina que están a la búsqueda del desarrollo autocentrado y de programas sociales alternativos que, como sabemos, pasan por un control draconiano de las actividades de las multinacionales occidentales. No, el PJD, como otros movimientos islamistas de la región, no ha caído en esas derivas, y eso es lo esencial. La legendaria ‘apertura’ de Marruecos no se pondrá en cuestión. ¡Uf! Suspiros de alivio en todas las redacciones chic parisinas. En efecto, el editorialista de Le Monde nos explica que ‘los islamistas han adaptado su discurso al aire de los tiempos en las sociedades que, como es el caso de Marruecos en particular, están abiertas generosamente al mundo exterior. Afirman su determinación de combatir la corrupción. Conceden la prioridad a lo ‘social’. No tienen una doctrina económica concreta –y a menudo son muy liberales en esta materia-» (5).
Mohamed Tahar Bensaada dice que han encontrado el eslabón perdido: «El liberalismo». Escribe: «Se ha lanzado el termino mágico, ‘¡liberales’! ¿Entonces es eso lo que explica que todos los medios de comunicación sean unánimes hablando de la victorias de los ‘islamistas moderados’? ¿Los términos ‘moderado’ y ‘liberal’ se convierten entonces en sinónimos en el nuevo diccionario de la ciencia política y no lo sabíamos? Pero realmente la impostura intelectual es más grave. En primer lugar da muestras de frivolidad al intentar confundir ‘moderación política’ y ‘liberalismo económico’ (…) Después, la ‘moderación’ y el ‘liberalismo’ se aclaman debido a razones que los editorialistas generalmente no divulgan y hay que buscar entre líneas. El ‘liberalismo’ que concede una relativa simpatía de los medios de comunicación y de los ‘intelectualócratas’ occidentales a los ‘islamistas’, significa que estos últimos muestran su buena voluntad y no caerán en el ‘proteccionismo’ y el ‘nacionalismo económico’ sinónimos de la intención de renegociar las relaciones de dependencia que mantienen sus países con los centros del capitalismo mundial (…) Seguramente el PJD podrá echar una mano a un palacio con mal de ‘legitimidad’ regalándole un aval nuevecito bajo el disfraz una renovada ‘legitimidad religiosa’ en la que la movilización del corpus teológico-político se supone que vendrá en auxilio de una institución tradicional en crisis» (5).
Con razón, y para ilustrar los compromisos de la prensa, Ivan Rioufol, cuyas simpatías por el Islam son legendarias, se ofende por este alineamiento con el discurso dominante que consiste en considerar que los islamistas moderados son los interlocutores. Escribe: «Los que afirman que no hay que satanizar el islamismo ni temer las reivindicaciones de identidad del Magreb son los mismos que denuncian un peligroso ‘populismo’ en las mismas aspiraciones de los pueblos europeos, y en particular de los franceses (…) Considero que el ‘islamismo moderado’ al que se adhiere en particular el partido tunecino Ennahada, el cual ha planteado hace poco la posibilidad de castigar a las madres solteras, reinstaurar el califato y apoyar la ‘reconquista de Jerusalén’ merece, también por parte de Alain Juppé y Dominique de Villepin, las reservas más elementales. En la historia no faltan ejemplos de cegueras colectivas. Ocurrió con los Jemeres Rojos (…) Este fin de semana un lector recordaba que al principio esos criminales tuvieron el apoyo de la intelectualidad francesa, y en particular de Le Monde. El 17 de abril de 1975, el periodista Patrice de Beer celebraba que Phnom Pen estuviera en manos de los comunistas (…) La apología del régimen de Pol Pot la hizo Jacques Decornoy en un artículo del 18 de julio de 1975. La alegría revolucionaria, al parecer, transforma la visión humana» (6).
Las atenciones de Occidente
En este ambiente nocivo, Occidente observa hacia que lado se inclina la balanza entre los que «hicieron la revolución» y los islamistas. Estos últimos: Ennahda (Túnez), PJD (Marruecos), los Hermanos Musulmanes (Egipto), e incluso el CNT de Libia, se han convertido en «moderados», el dogma occidental los ha rehabilitado después de haberlos satanizado. En definitiva, a Occidente le tiene sin cuidado el bienestar material de los musulmanes de esos países. Lo que interesa es salvar las apariencias para seguir cooperando con ellos, realpolitik obliga. A título de ejemplo, tras la rehabilitación de los islamistas, además de la «moderación», el Ministro francés de Asuntos Exteriores, Alain Juppé, se declara favorable a un diálogo con los partidos «que no crucen la línea roja», y considera que «no podemos partir del principio de que debemos estigmatizar a cualquier partido relacionado con el Islam».
Recuerdo que un político argelino definía al islamista moderado como un islamista «que todavía no ha subido al monte» [novato, N. de T.]. En realidad los islamistas moderados que disimulan bien su estrategia para conseguir el poder, no por puro altruismo, son partidarios del «tomemos las armas y partamos» y lo aplican de maravilla. Y cuando los jóvenes suben al monte, y algunos mueren, los políticos explotan políticamente sus «compromisos».
Esto recuerda la célebre frase de Sartre: «Cuando los ricos declaran la guerra, son los pobres quienes mueren». Ellos están dispuestos a cualquier compromiso, incluso a compromisos que están a años-luz de lo que significa el Islam, que en primer lugar es una evolución personal que no se debe imponer a los demás, «¡Oh infieles! Yo no adoro lo que vosotros adoráis… Vosotros tenéis vuestra religión, yo tengo la mía».
Occidente se mantiene decoroso con las elecciones y no quiere meter las narices –porque eso lo arregla- en los efluvios de las componendas electorales propias de todos los partidos que quieren emerger.
Eso va incluso más allá, por delegación, se podría decir, otros partidos islamistas en otros países, especialmente en Argelia, explotan ese negocio y sienten cómo les van creciendo las alas gracias a un lenguaje cada vez más moderado de cara al exterior.
Es una realidad que el Islam existía antes del islamismo. Era suave, ligero y moderado para conseguir los favores de Occidente. El guardián del presidio de Guantánamo, que se convirtió al Islam, dice que a pesar de los malos tratos que sufrían los islamistas se dio cuenta de que rezaban, eran pacientes, resistentes y no perdían nunca la esperanza. Porque tenían un truco que el guardián no tenía: la fe. Está todo dicho.

Notas:  
(1) Joseph Confraveux, «Qu’est-ce qu’un ‘islam modéré»? Médiapart, 26 de noviembre de 2011.
(2) Islamismo: adaptación de un artículo de Wikipédia
(5) Mohamed Tahar Bensaâda: Le Maghreb à l’heure des «islamistes modérés», 30 de noviembre de 2011.
(6) Ivan Rioufol: Les récurrents aveuglements de l’intelligentsia, 30 de noviembre de 2011
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