Estados Unidos y el control de Medio Oriente: Un regreso que no es tal

>Por David Garcia
  Desde la Redacción de APAS

El 31 de diciembre los soldados estadounidenses deberán abandonar Irak, poniendo fin a una invasión de nueve años. Washington conservará en Bagdad su mayor embajada en el mundo.

La semana pasada -acompañado por el Primer Ministro iraquí Nuri al Maliki- Barack Obama anunció la retirada de las tropas estadounidenses del país mesopotámico.

“Tras casi nueve años, la guerra de Irak acaba este mes y deja un país árabe democrático y con un fuerte crecimiento económico. La historia juzgará la decisión de invadir Irak”, sostuvo Obama.

En términos cuantitativos la medida implica el retiro de 4 mil soldados, a los que deben agregarse 2000 empleados del Departamento de Defensa. Esos efectivos se encontraban desplegados en cuatro bases militares enclavadas en territorio iraquí.

Durante su discurso, el Presidente estadounidense aseguró también que “el futuro de Irak quedará en manos de su pueblo”, ya que considera que –como fruto de la guerra y posterior ocupación- Irak ha alcanzado el status de país “estable y soberano”.

Sin embargo un análisis más profundo del estado del país derrumba como un castillo de naipes el optimista análisis del mandatario estadounidense.

En efecto, Estados Unidos abandona un país cuyo único sostén económico depende de las exportaciones de petróleo y en el que –según estadísticas de Naciones Unidas- el desempleo alcanza al 15 por ciento de la población.

A esa realidad se agrega el faltante de energía eléctrica y agua potable a lo largo y ancho del país. Un informe de Unicef advirtió que tan sólo el 40 por ciento de los niños iraquíes tienen acceso al agua potable.

Con respecto a las formas democráticas recientemente adoptadas debe señalarse que, si bien en Irak se instauró un sistema basado en elecciones libres, el gobierno actual resultante de comicios se sitúa entre los más corruptos del mundo.

La llegada de un orden democrático tampoco ha calmado la violencia: el histórico enfrentamiento entre sunnitas y chiítas es moneda corriente en la actualidad, mientras que los atentados continúan a la orden del día: 187 personas murieron en noviembre, según datos oficiales.

En las condiciones descriptas cabe preguntarse si realmente Irak puede ser considerado un país estable; hacen dudar de las declaraciones de Obama acerca de que “el futuro de Irak quedará en manos de su pueblo” y que se deja un país “soberano”

La retirada de las tropas estadounidenses no implica un corte de cordón definitivo. Al respecto el Primer Ministro iraquí ha manifestado que “Cualquiera que observe la naturaleza de la relación entre los dos países dirá que el vínculo no llegará a su fin con la partida de los soldados estadounidenses”,

En la misma sintonía, el Presidente estadounidense se encargó de asegurar que la Casa Blanca conservará en Bagdad una “fuerte presencia diplomática”.

¿Cómo traducir en hechos las declaraciones de los Mandatarios? Muy sencillo: Washington mantendrá unas 16 mil personas en Irak, operando lo que será su embajada más grande del mundo.

En esas condiciones es claro que la ocupación no ha terminado sino que sólo ha entrado en una nueva fase económica y diplomática.

A esos fines, la embajada estadounidense albergará a muchos “contratistas”, encargados de continuar con el suculento negocio de reconstrucción del país a los que se suman una gran cantidad de mercenarios, cuya función consistirá en el adiestramiento militar de las fuerzas de seguridad iraquíes.

De todas formas los militares estadounidenses no abandonarán por comleto la región. El Secretario de Defensa Leon Panetta ya ha señalado que el Pentágono mantendrá unos 40 mil soldados en la región del Golfo Pérsico. Además, la Casa Blanca anunció al Congreso la intención de vender a Irak 18 aviones de combate F-16.

Mercenarios, contratistas, la embajada más grande del mundo y aviones de combate. Todo parece indicar que el futuro de Irak lejos está de quedar en manos de su pueblo.

En marzo de 2003, George W. Bush, con el apoyo de Tony Blair (Gran Bretaña), José María Aznar (España) y José Durão Barroso (Portugal), pasó por encima de la ONU para embarcarse en lo que fue la mayor invasión del imperio a un país soberano, después de Vietnam.

Si en un primer momento la excusa de la invasión fue que el gobierno de Saddam Hussein tenía armas químicas y de destrucción masiva, coartada que con el correr de los días se desmoronó, rápidamente debieron reformular su estrategia: la misión del imperio y sus aliados consistió en llevar a Irak la “democracia” cuya llegada es la que hoy celebra Barack Obama.

El saldo que arrojó estos casi nueve años de ocupación militar estadounidense en territorio iraquí es catastrófico. Más de 100 mil civiles y 20 mil soldados iraquíes perdieron la vida. Nada importante para la Casa Blanca cuyo interés principal siempre fue el control de los negocios del país y la obtención de bases estratégicas en la región del Golfo Pérsico.

Barack Obama es un mandatario con suerte esperanzado en que será la historia quien juzgue la decisión estadounidense de invadir Irak.
Saddam Hussein; Osama Bin Laden y Muammar Kadafi, no fueron tan afortunados: el imperio se encargó de ajusticiar a cada uno de ellos.