Diálogo con Joseph Stiglitz sobre la experiencia argentina

“Con la guía del FMI, los resultados fueron desastrosos”

El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz reivindica el camino elegido por Argentina tras la caída de la convertibilidad y el default, “aun contra lo que mucha gente considera buenas prácticas económicas”.


>Por Tomás Lukin y Javier Lewkowicz
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Joseph Stiglitz es un militante en contra de las recetas de ajuste fiscal, que proponen una “devaluación interna”, vía baja de salarios y del sometimiento de los deudores hacia los acreedores. Años atrás, la Argentina padeció esos males como ningún otro país, situación que pudo dejar atrás a partir de la aplicación de un conjunto de políticas económicas de signo opuesto, como la recomposición de la competitividad a partir de una fuerte devaluación, compensada con expansión del gasto público y política de ingresos al estilo keynesiano, y una fuerte reestructuración de la deuda externa que repartió los costos del default. Por eso Stiglitz se volvió un defensor del modelo argentino. “En los ’90, fue el FMI el que guió a la Argentina a aplicar las políticas de austeridad, con resultados desastrosos. En la Zona Euro no aprendieron la lección. Ahora de nuevo, Europa debería prestar atención al crecimiento argentino, que muestra que hay vida después del default”, explicó en un reportaje exclusivo a Página/12.
A primera hora de la mañana y justo antes de partir hacia Chile, el Premio Nobel 2001, mientras saboreaba un abundante desayuno americano al aire libre con pan, huevos poché, tocino y frutas, abordó en profundidad la crisis del euro, las salidas posibles para las economías más débiles, la incapacidad de los gobiernos de Alemania y Francia y las nuevas administraciones de corte “tecnócrata” que surgieron en Italia y Grecia. Stiglitz recordó el reportaje que en agosto este diario le realizó en la ciudad alemana de Lindau, donde se desarrolló la conferencia mundial de Premios Nobel de Economía. Admitió que, en relación con aquella charla, su percepción respecto de la crisis europea se volvió más negativa. “Europa y el euro van camino al suicidio”, sintetizó. Recomendó que Grecia abandonara la moneda común.
También subrayó la relativa relevancia del contexto internacional favorable para explicar el desempeño económico argentino, se refirió a la inflación y al giro de utilidades de las multinacionales. Esta semana Stiglitz se reunió con la presidenta, Cristina Fernández. “Tanto Néstor, cuando tuve la oportunidad de conocerlo, como Cristina me parecieron dos personas muy interesantes. Aunque ella es más pasional”, contó.
–Usted menciona que “Argentina esta vez lo está haciendo mejor”. ¿Qué explicación le encuentra al buen desempeño de la economía nacional y de otros países emergentes?
–En la Argentina, el fin del régimen de la convertibilidad y el default generaron un alto costo y un intenso período de caída. Luego la economía comenzó a crecer muy rápido, incluso en ausencia de lo que mucha gente considera las “mejores” prácticas económicas. Creo que Argentina, Brasil y China desplegaron muy buenas políticas macroeconómicas, al aplicar estímulos keynesianos bien diseñados, para apuntalar la economía, diversificarla y mejorar la situación en el mercado de trabajo. A la vez, las regulaciones bancarias en muchos países en desarrollo son de mejor calidad que las de Estados Unidos y Europa. En algunos casos, eso se debió a que los países ya habían atravesado grandes crisis.
–¿Qué papel juega el contexto internacional favorable?
–Ustedes se beneficiaron del continuo crecimiento económico de China. En ese sentido, se puede decir que tuvieron suerte.
–Se refiere al llamado “viento de cola”.
–Sí, pero para explicar el resultado final sin duda se necesita más que eso. Argentina mantuvo el flujo de crédito, devaluó su moneda e impulsó la inversión en salud y educación. También fue importante que Brasil creciera. Un factor fundamental, por supuesto, fue la reestructuración de la deuda, que de hecho puede servir como guía en otros procesos similares que requieren ser abordados ahora en Europa. Las políticas aplicadas, en conjunto, le permitieron comenzar a mejorar la elevada desigualdad de ingresos.
–El superávit en cuenta corriente se reduce a medida que la economía crece. Un factor que genera una importante merma de divisas es la remisión de utilidades y dividendos de las empresas multinacionales. ¿Qué podría hacer Argentina para afrontar esa tensión?
–Los beneficios de algunas empresas se deben a rentas tipo monopólicas, a raíz de la falta de competencia. Para atacar eso, lo que se hace es introducir competencia, de forma que la magnitud de esas rentas baje. Abrir los mercados puede generar fuertes retornos sociales. Probablemente algunos de los problemas se solucionarían con más competencia. Depende mucho del sector.
–¿En qué medida los tratados bilaterales de inversión que firmó Argentina reducen el margen de acción para regular a las multinacionales?
–Muchas acciones que se pueden tomar en términos de regulación pueden terminar en demandas, argumentando que se introdujeron cambios en los términos del contrato. Hay que tratar de salir de esos acuerdos y además pelear en las cortes. La política económica no debe ser dictada por esos convenios.

La crisis europea

–¿Por qué la crisis se instaló en Europa y no se visualiza una salida?
–Creo que el problema fundamental es que la concepción general de la Unión Europea fue errada. El tratado de Maastricht estableció que los países mantuvieran déficit bajos y reducida proporción de deuda en relación con el PBI. Los líderes de la UE pensaban que eso sería suficiente para hacer funcionar el euro. Sin embargo, España e Irlanda tenían superávit antes de la crisis y una buena proporción de deuda en relación con el PBI, y aun así están en problemas. Uno podría pensar que, en función de los acontecimientos, la UE se ha dado cuenta de que esas reglas no eran suficientes, pero no han aprendido.
–¿A qué se refiere?
–Ahora proponen lo que llaman una “unión fiscal”, que en realidad es sólo la imposición de mayor austeridad. Reclamar austeridad ahora es una forma de asegurarse que las economías colapsen. Creo que el esquema que Alemania está imponiendo al resto de Europa va a conducir a la misma experiencia que Argentina tuvo con el FMI, con austeridad, PBI cayendo, magros ingresos fiscales y, por eso, la supuesta necesidad de reducir más el déficit. Eso genera una caída en espiral, que conduce a más desempleo, pobreza y profundiza las desigualdades. El déficit fiscal no fue el origen de la crisis, sino que fue la crisis la que generó el déficit fiscal.
–¿Qué rol juega el Banco Central Europeo?
–El BCE hace las cosas todavía más complicadas, porque tiene el mandato de enfocarse sólo en la inflación, cuando en cambio el crecimiento, el desempleo y la estabilidad financiera importan mucho ahora. Además, el BCE no es democrático. Puede decidir políticas que no están en línea con lo que los ciudadanos quieren. Básicamente representa los intereses de los bancos, no regula el sistema financiero en forma adecuada y hay una actitud de estímulo a los CDS (Credit Default Swaps), que son instrumentos muy dañinos. Esto también es muestra de que los bancos centrales no son independientes, sino que son políticos.
–¿Cómo explica que Alemania y Francia estén empujando a los europeos hacia ese abismo?
–Creo que ellos quieren hacer las cosas bien, pero tienen ideas económicas erradas.
–¿Están errados o en realidad representan intereses de determinados sectores?
–Creo que ambas cosas. Por ejemplo, es claro que están poniendo los intereses de los bancos por encima de la gente. Eso es claro para el caso del BCE, pero no creo que lo sea para Nicolas Sarkozy o Angela Merkel –presidente de Francia y canciller de Alemania, respectivamente–. Creo que ellos están convencidos. Pueden estar protegiendo a los bancos, pero lo hacen porque creen que, si los bancos caen, la economía caerá. Por eso digo que tienen una mirada errada, aunque no creo que estén poniendo los intereses de los griegos o los españoles en el tope de la agenda. Eso es otro problema, la falta de solidaridad. Ellos dicen que no son una “unión de transferencias de dinero”. De hecho, lo son, pero la transferencia de dinero va desde Grecia a Alemania.
–¿La unión monetaria es un problema en sí mismo?
–Sí, es un problema. No hay suficiente similitud entre los países para que funcione. Con la unión monetaria ellos se quedaron sin un mecanismo de ajuste, como es la modificación de los tipos de cambio. Es como haber impuesto un patrón oro en esa parte del mundo. Si tuvieran un banco central con un mandato más amplio que contemple, además de la inflación, el crecimiento y el desempleo, y además con una cooperación fiscal real y asistencia a través de las fronteras, entonces sería concebible que funcione la unión monetaria, aunque aun así sería difícil. En el actual esquema, puede funcionar, pero con un enorme sufrimiento de mucha gente.
–¿Qué análisis hace de la aparición de gobiernos tecnocráticos como el de Mario Monti en Italia o el de Lucas Papademus en Grecia?
–El principal problema es haber creado un marco económico a partir del cual la democracia quedó su-bordinada a los mercados financieros. Es algo que Merkel sabe muy bien. La gente vota, pero se siente chantajeada. Se debería reformular el marco económico, para que las consecuencias de no seguir a los mercados no sean tan severas.
–En agosto usted dijo que el euro no tenía que desaparecer. ¿Cuál es su postura ahora?
–En aquel momento era más optimista. Pensaba que los líderes se iban a dar cuenta de que el costo de disolver el euro era muy alto. Pero desde ese momento, la confrontación con el mercado empeoró y la incapacidad de los gobiernos europeos se volvió evidente. En lugar de aprender de sus errores, los están repitiendo. Creo que realmente quieren sobrevivir, pero demostraron falta de entendimiento de economía básica, lo que me hace tener más dudas.
–¿Es posible tener un euro a dos velocidades, como algunos economistas proponen?
–Un euro a dos velocidades es una de las formas de ruptura del euro. Eso puede ser posible, la solución puede ser la creación de dos monedas con más solidaridad entre ellas. La moneda única contribuyó al problema. No era inevitable el estallido, pero pasó. Cuando se reconoce que los mercados tienen cuotas de irracionalidad, quizá se prefiera mantener más autonomía monetaria.
–Usted dice que la restructuración de deuda es buena para las finanzas públicas europeas y pone el ejemplo de Argentina. Pero nuestro país también devaluó. ¿Cree que Grecia necesita adoptar esa medida?
–Esa es la pregunta fundamental. Grecia va a tener que reestructurar su deuda, algo que todos aceptan ahora, a diferencia de hace un año. Si se hubieran hecho las cosas bien hace dos años, la reestructuración se podría haber evitado. En cambio, impusieron austeridad. Ahora la pregunta es, dada la reestructuración, ¿será suficiente para recomponer el crecimiento económico? Creo que para Grecia hoy la respuesta es no. A menos que tengan algún tipo de ayuda externa, incluso después de la reestructuración estarán bajo un régimen de austeridad. Por eso el PIB va a caer más. No tienen competitividad y hay dos maneras de lograrla. Una es a través de una devaluación interna, pero si los salarios caen, reducen todavía más la demanda y vuelven más débil la economía. En cambio, si Grecia sale del euro y devalúa, la transición será difícil y compleja, pero una vez que el proceso haya acabado, el hecho de que Grecia limite con la Unión Europea será un impulso a la recuperación. Nuevos bancos se instalarían y habría más comercio.

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Los nuevos keynesianos



Fue asesor del ex presidente Clinton y economista jefe del Banco Mundial, donde comprobó personalmente los efectos devastadores de los ajustes neoliberales, antes de recibir el Nobel por sus teorías sobre la ineficiencia de los mercados. En los últimos años se convirtió en uno de los críticos más importantes de las políticas impulsadas por los organismos financieros internacionales.

>Por Tomás Lukin y Javier Lewkowicz
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Joseph Stiglitz en el momento de recibir el Premio Nobel de Economía, en 2001.
Esta semana, Joseph Stiglitz se reunió con la Presidenta, Cristina Fernández. “Tanto Néstor Kirchner, cuando tuve la oportunidad de conocerlo, como Cristina, me parecieron dos personas muy interesantes. Aunque ella es más pasional”, contó. Stiglitz es un economista que se enrola en la corriente de los “nuevos keynesianos”. Desde el punto de vista teórico, se distingue de las fracciones más ortodoxas al subrayar los problemas derivados de las graves imperfecciones de los mercados y la mala regulación estatal. Por eso remarca que “la teoría económica tradicional fracasó”. Adopta una postura keynesiana clásica para pedir por políticas de estímulo fiscal contracíclicas, a contrapelo de las recomendaciones de corte monetarista que abundan en Europa. Eso lo define en términos políticos como un fuerte crítico de los actuales planes de recuperación. Sin embargo, su adhesión más general a los fundamentos del pensamiento dominante se pone de manifiesto al evaluar aspectos puntuales de la economía nacional. “Es inevitable que si una economía se acerca a la plena utilización de los recursos haya inflación. Hay que identificar cuellos de botella y tratar de solucionarlos”, indicó.
El camino profesional de Stiglitz no es errático ni contradictorio, pero sí presenta un gradual viraje hacia una línea de pensamiento heterodoxa. Se graduó en uno de los centros de producción más importantes del pensamiento dominante, y sus trabajos académicos hasta la década del ’80 se inscribieron en esa lógica, la escuela neoclásica. Experiencias laborales que él luego definió como reveladoras lo inspiraron a reformular ideas y llegar a producir los trabajos que tendrían mayor relevancia en términos teóricos. Publicó numerosos papers sobre los problemas derivados de las fallas de mercado, fundamentalmente el acceso desigual a la información. De esa forma, los nuevos keynesianos, corriente a la cual adscribió, justificaron por qué en el corto plazo los mercados no ajustan.
Stiglitz ingresó en 1993 en el Consejo de Asesores Económicos del presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton. En 1997 comenzó a trabajar para el Banco Mundial como economista jefe y fue vicepresidente senior de ese organismo durante casi tres años, hasta enero de 2000. “En el Banco Mundial comprobé de primera mano el efecto devastador que la globalización puede tener sobre los países en desarrollo, especialmente sobre los pobres en esos países”, indicó.
Se formó en el prestigioso Massachusetts Institute of Technology (MIT), donde obtuvo el título de economista en 1966. Posteriormente participó en proyectos de investigación para las universidades de Cambridge, Yale, Stanford, Duke, Oxford y Princeton. En 1979 obtuvo la prestigiosa medalla John Bates Clark, de la American Economic Association. Actualmente lidera el Brooks World Poverty Institute, entidad dedicada a la investigación económica relacionada con pobreza e inequidad, perteneciente a la Universidad de Manchester. Es profesor de la Universidad de Columbia.
En términos teóricos, la mayor parte de la producción de Stiglitz es acerca de la llamada Economía de la información, aplicada al sector público, sistema financiero y política monetaria. “Se trata de las imperfecciones de mercado: por qué los mercados no operan a la perfección, en la forma en que suponen los modelos simplistas que presumen competencia e información perfecta. La economía de la información estudia en particular las asimetrías, como las diferencias en la información entre trabajador y empleador, prestamista y prestatario, asegurador y asegurado”, explicó el propio Stiglitz en su libro más vendido, El malestar en la globalización. Su aporte con la Economía de la Información le permitió recibir el Premio Nobel en 2001, junto a George Akerlof y Michael Spence.

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