Discurso de Eva Perón en el Cabildo Abierto del Justicialismo del 22 de agosto de 1951, donde la Confederación General del Trabajo propone su candidatura como vicepresidenta de la Nación

Excelentísimo señor presidente, mis queridos descamisados de la patria: 

Es para mí una gran emoción encontrarme otra vez con los descamisados, como el 17 de octubre y como en todas las fechas en que el pueblo estuvo presente. Hoy, mi general, en este Cabildo Abierto del Justicialismo, el pueblo, como en 1810, preguntó que quería saber de qué se trata. Aquí, ya sabe de qué se trata y quiere que el general Perón siga dirigiendo los destinos de la patria. 

(La multitud grita: "Con Evita, con Evita, con Evita.") 

Es el pueblo, son las mujeres, los niños, los ancianos, los trabajadores que están presentes porque han tomado el porvenir en sus manos y saben que la justicia y la libertad las impondrá únicamente teniendo al general Perón dirigiendo a la Nación. Ellos saben bien que antes del general Perón vivían en la esclavitud y por sobre todas las cosas habían perdido la esperanza de un futuro mejor. 

(La multitud grita: "Evita con Perón, Evita con Perón.") 

Que fue el general Perón quien dignificó social, moral y espiritualmente. Y saben que la oligarquía, que los mediocres, que los vendepatria, todavía no están derrotados. Desde sus guaridas asquerosas atenían contra el pueblo y contra la libertad. 

(La multitud grita: "Leña, leña, leña.") 

Por eso, porque yo siempre tuve en el general Perón mi maestro y mi amigo y porque él siempre me dio el ejemplo de su lealtad acrisolada y la fe en los trabajadores, es que todos estos años de mi vida he dedicado las noches y los días a atender a los humildes de la patria sin importarme ni los días ni las noches ni los sacrificios y mientras ellos, los entreguistas, los mediocres y los cobardes, de noche tramaban la intriga y la infamia del día siguiente, yo una humilde mujer, no pensaba en nada ni en nadie sino en los dolores que tenía que mitigar y consolar, en nombre de vos, mi general, porque sé el cariño entrañable que sentís por los descamisados y porque yo llevo en el corazón una deuda de gratitud con los descamisados que el 17 de octubre de 1945, me entregaron la vida, la luz, el alma y el corazón al entregarme al general Perón. Yo no soy más que una mujer del pueblo argentino. Yo no soy más que una descamisada de la patria. Pero descamisada de corazón, porque siempre he querido confundirme con los trabajadores, con los ancianos, con los niños, con los que sufren, trabajando codo a codo, corazón a corazón con ellos, para lograr que lo quieran más a Perón y para ser un puente de paz entre el general Perón y los descamisados de la patria. 

No me interesó jamás la injuria ni la calumnia, cuando se desataron sus lenguas desatadas contra una débil mujer argentina. Al contrario, me alegré íntimamente, porque yo servía de escudo, mi general, para que los ataques en lugar de ir a vos fueran a mí. 

Yo siempre haré lo que diga el pueblo. 

Pero, yo les digo, compañeros, trabajadores, que así como hace cinco años dije que prefería ser Evita antes que la esposa del presidente, si esa Evita servía para aliviar algún dolor en mi patria, hoy digo que prefiero ser Evita, porque siendo Evita yo sé que ustedes siempre me llevarán muy dentro de su corazón. 

Sobre mis débiles espaldas de mujer argentina, ustedes me han pegado una enorme responsabilidad. Yo no sé cómo pagar el cariño que el pueblo me tiene. Lo pago con amor, queriéndolo a Perón y queriéndolos a ustedes, que es querer a la patria misma. 

Yo no he hecho nada. Todo es Perón. Perón es la patria. Perón es todo y todos nosotros estamos a distancias siderales del líder de la nacionalidad. 

Yo, mi general, con la plenipotencia espiritual que me dan los descamisados de la patria, os proclamo, antes que el pueblo vote el once de noviembre, presidente de todos los argentinos. La patria está salvada porque está en manos del general Perón.

 Y a ustedes, descamisados de mi patria y a todos los que me escuchan, los estrecho muy, pero muy fuerte, junto a mi corazón. […] 

(José Espejo dice: “Señora, el pueblo le pide que acepte su puesto." […] 

"Señora, es la única que puede y debe ocupar ese puesto...") 

Yo les pido, a la Confederación General del Trabajo y a ustedes, por el cariño que nos une, por el amor que nos profesamos mutuamente, que para una decisión tan trascendental en la vida de esta humilde mujer, me den por lo menos cuatro días para pensar mi decisión. 

(La multitud grita: "No, no, no. . . Paro, paro, paro general. . .") […] 

Compañeros, compañeros. . . compañeros, compañeros 

Yo no renuncio a mi puesto de lucha, renuncio a los honores. . . Yo me guardo, como Alejandro, la esperanza, que es la gloria de servirlos a ustedes y al general Perón. 

(Aplausos, gritos: "No, no, no.") 

Compañeros, compañeros, yo les pido a los compañeros de la Confederación General del Trabajo, a los descamisados aquí presentes que me escuchan, que ante esta decisión, es que yo tenía tomada otra posición …y yo voy a hacer al final lo que diga el pueblo, que... 

(Grandes aclamaciones, gritos: "Que sí, que sí.") 

Compañeros, ¿ustedes creen que si el puesto de vicepresidenta fuera una carga y si yo fuera una solución no habría ya contestado que sí? Es que estando el general Perón en el gobierno, el puesto de vicepresidenta no es más que un honor y yo aspiro solamente al honor de estar en el corazón de mi patria. Mañana, mañana...cuando... 

("No, no, paro, paro general. . .") […] 

Compañeros, compañeros… se lanzó por el mundo el que Evita era una mujer egoísta y ambiciosa, ustedes saben que no es así. Pero ustedes también saben que todo lo que hice no lo hice nunca para tener una posición política en mi país…y yo no quiero que mañana, un trabajador de mi patria se quede sin argumentos, cuando los resentidos, los mediocres, que no me comprendieron ni me comprenden, creyendo que todo lo que hago lo hago por intereses mezquinos. 

Compañeros, por el cariño que nos une, yo les pido, por favor, no me hagan hacer lo que no quiero hacer… […] 

Compañeros, yo les pido a ustedes, como amiga, como compañera, que se desconcentren, que… 

(La multitud grita: "No, no, no...") 

Compañeros, compañeros, el general me dice que yo solo tengo una cosa que decirles a ustedes, que si yo, mañana. . . 

(La multitud: "No, no, no...") 

Compañeros, yo les pido una sola cosa ¿cuándo Evita los ha defraudado? 

¿Cuándo Evita no ha hecho lo que ustedes desean? Yo les pido una sola cosa, esperen a mañana... 

(La multitud: “No, no, no…”)

¿Pero no se dan cuenta de que este momento es para una mujer como para cualquier ciudadano, muy trascendental, y que por lo menos se necesitan unas horas de tiempo...? 

(La multitud responde: "Que sí, que sí.") 

Les aseguro, les aseguro, que esto (no) me toma de sorpresa, que ya hace mucho tiempo que yo sabía que mi nombre andaba de boca en labio, y por Perón, porque no había ningún hombre que pudiera acercarse a distancias siderales de él, y por ustedes, porque así ustedes podían ver a los hombres con vocación de caudillo y el general, con mi nombre, momentáneamente, se podía amparar de las disensiones partidarias, pero jamás, en mi corazón de humilde mujer argentina, pensé que podía aceptar este puesto, no, porque… 

(La multitud: "Acepte, acepte, Evita, Evita…”) 

Compañeros, compañeros… compañeros, a las nueve y media de la noche… 

(La multitud: "No, no, no....") 

Compañeros, lo menos que puedo pedirles, es que, en cadena por todo el país, yo pueda anunciarles mi decisión. 

(La multitud seguía gritando "No", en el palco todos hablaban, se oye a la misma Evita decir "No aceptan".) 

[…] José Espejo: Compañeros, la compañera Evita nos pide dos horas de espera. . . 

(La multitud: "No, no, no. . .") 

José Espejo: Nosotros nos quedamos aquí. Aquí esperamos su decisión. No nos movemos hasta que nos dé la respuesta favorable a la decisión del pueblo. […]