Rosas visto por un diplomático francés


ESTUDIO PRELIMINAR
de Alvaro Yunque



La obra de Alfredo de Brossard, secretario del Conde Alejandro Colona Walewski, enviado en misión especial por Francia ante la Confederación Argentina, se titula: "Consideraciones históricas y políticas sobre las Repúblicas del Plata en sus relaciones con Francia e Inglaterra". Es una obra importante. Original por sus observaciones y por su contribución para el mejor conocimiento de una época y de un personaje argentinos que no pierden interés, dada la riqueza dramática de la una y la complejidad psicológica del otro. El arte literario mucho tiene aún que explotar a ambos en su "pequeña historia". La obra del joven diplomático francés, llegado a Buenos Aires en 1847, se publicó en París, a fines del año 1850. Y aún no ha sido traducida a nuestro idioma. La EDITORIAL AMERICANA, salva ahora tan imperdonable negligencia. Constituyen las "Consideraciones históricas y políticas" de Brossard, estos cinco libros:

1.- Dominación española en el Río de la Plata (1508-1810)
2.- Independencia y Constitución (1810-1829)
3.- Americanismo y civilización (1829-1840)
4.- Intervenciones franco-inglesas (1840-1848)
5.- El General Rosas.

Este último es el más interesante, por ser el fruto de la sagaz penetración y la observación vivaz de su autor en quien se admira la capacidad para abarcar tan extenso y complicado paisaje histórico en el brevísimo tiempo que le tocó vivir en el Río de la Plata (llegó el 10 de mayo y partió el 2 de julio de 1847). Empero, necesario ha sido traducir también los dos libros que preceden a las impresiones de Brossard sobre Rosas. En ellos se introduce al lector en el ambiente mental que el diplomático francés se había hecho de la historia y las costumbres del Plata, como de su juicio sobre los más importantes actores de aquella y de su visión sobre los intereses de estas repúblicas – Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina – relacionados con los de la Francia industrial y burguesa, colonizadora y comercial de mediados del siglo XIX.

Necesariamente, Brozzard habla y juzga como francés. Antes que nada, ve en estas regiones tan ricas de producción prima y sin más industrias que las artesanas, un estupendo mercado para desabarrotar los puertos franceses, y descongestionar el horizonte político de su país, amenazado por la inquietud de un proletariado numeroso y hambriento, a quien las máquinas ya comenzaban a quitar trabajo. No olvidemos que estamos en 1847, a un año, pues, de la revolución del 48, triunfante primero y sangrientamente reprimida después; y que esta revolución del 48 es trascendental en la historia de la evolución humana, porque en ella Europa vio exponer el primer programa de reivindicación obrera.

En los dos primeros libros, los que van desde el descubrimiento de Solís hasta 1829, Brossard reproduce lo que ha leído. No tienen, pues, la importancia que poseen los tres siguientes, sobretodo el último, - como ya lo dijimos -, visión directa y documental del gobernante porteño.

Hallamos en estos libros páginas tan interesantes como las dedicadas a los retratos de Rivera, Oribe, Rosas, el doctor Francia del Paraguay, y sus paralelos. Recalca también Brossard la admiración que Rosas siente por el doctor Francia y como éste es su maestro hasta cierto punto. La política de aislamiento en la que Rosas se empecinó – aún centro de loas, como ejemplo de "nacionalismo", por historiadores de visión limitada – y que terminó por llevarle al fracaso, tiene su modelo en el Paraguay del doctor Francia. Brossard insiste en que uno y otro país, el colonial y mediterráneo Paraguay, y la Argentina, abierta al océano y ya influenciada por Europa -¡que Rivadavia y sus "legistas hablantines" no en vano habían vivido! – eran muy diversos para poder ser gobernados de igual manera. El doctor Francia pudo imponer el aislamiento al Paraguay y transmitírselo como sistema de gobierno a los gobernantes que le sucedieron: los López; su discípulo, Rosas, en cambio, jamás consiguió aislar totalmente, no sólo a la Argentina, ni aún al litoral; tampoco a la provincia de Buenos Aires. En cuanto al proteccionismo aduanero que le valió el apoyo de los hacendados y latifundistas bonaerenses, de quienes era él la más acabada expresión y el más celoso guardián de los intereses comunes, Brossard lo juzga: "El sistema financiero de Rosas no es otro que el de la bancarrota organizada".

Un año más, y la predicción se cumpliría. El librecambismo de Moreno, o sea Mayo, llegaría con las huestes de los hombres del litoral brasileño – uruguayo – argentino que necesitaban la libertad de los ríos interiores que el "colonial" Rosas les negaba, encastillado, a lo godo, en su idea del puerto único. Los discípulos de Echeverría, los jóvenes conspiradores de la Asociación de Mayo, maduros ya, se aproximaban, y las plumas de Alberdi y Sarmiento ennegrecían papel para terminar con el hombre que había intentado – para beneficio de su clase, los ganaderos y saladeristas – detener la evolución del país. Brossard, hombre que demuestra profundas preocupaciones económicas y que ve la parte interna de la política, no se engaña con respecto al sistema que mantiene a Rosas y sus estancieros en el poder. A pesar de los triunfos de sus armas, el diplomático francés comprende su inestabilidad: Rosas es un reaccionario. De frente al porvenir, pretende detenerlo. Esto es ir contra la naturaleza. Las fuerzas vitales de la nación, fatalmente, rebasarán el dique, por más que éste se halle representado por ese hombre de una voluntad, una energía y una astucia verdaderamente extraordinarias. Y este es otro punto en el cual podemos apreciar las vistas del secretario de la Misión Francesa. Muchos historiadores de Rosas – enemigos o partidarios – se han entretenido en pintar, con vivos colores, al hombre fuerte que en él había: déspota cruel para sus adversarios, patriota celoso para sus adictos. Brossard nos hace ver, sobretodo, en qué reside el secreto de los triunfos de Rosas: en su astucia. No es un "guerrero" este general sin batallas; no es un caudillo como Quiroga, bravo hasta lo inverosímil; pero es un político. De tener al agudo Machiavelo como historiador, ¡qué catecismo de florentina sutilidad diplomático-política pudo dejarnos el autor de "El Príncipe" con ejemplos sacados de este "gaucho" de las pampas que no lo leyó nunca! ("¡Bah, cosa de gringo!" – como él diría). En la vieja sangre europea de este criollo rubio, dilúyanse, ¡vaya a saber qué experiencias vividas en cortes medioevales o renacentistas!

Prueba de ello, el "romance" que Don Juan Manuel hace vivir a su pobre hija Manuelita, instrumento de su voluntariosa astucia, con lord Howden, el representante de Inglaterra que, al par de Walewski, integraba la 3ª. de las misiones anglo-francesas ante el señor feudal de Palermo.

Lord Howden, hombre maduro, divorciado de su esposa y por este fracaso tal vez predispuesto al amor, llega a Buenos Aires y se relaciona con Manuelita, entonces de veintiocho años. La vivacidad, el encanto, quizás lo exótico de esta criolla, cordial y esbelta, seducen al ingenuo cortesano inglés, harto de tanta rigidez protocolar. La galantea. Y como es sentimental, este John Hobar Casadoc, lord Howden, barón de Irlanda, par del Reino Unido, caballero de varias Ordenes y coronel de los ejércitos de Su Majestad Británica, tiende un puente de amor que, pasando sobre sus títulos y tradiciones, une su corazón de hombre maduro y desilusionado, con el tierno, limpio corazón – él lo supone – de aquella joven, hija queridísima de un gobernador de gauchos. Algo así como una reina de salvajes. Pero en aquel corazón limpio y tierno impera un hombre. Y un hombre terrible. Rosas manipula con él y de él se vale para jugar con el diplomático de Gran Bretaña. Las cartas de Manuelita en respuesta a las corteses epístolas del lord, es Rosas quien las contesta. Ella solo copia. Se hacen paseos, cabalgatas a Santos Lugares, a la Boca, a la Blanqueada (Belgrano); Manuelita habla con el lord, lo entera, a su modo, - mejor al modo de Rosas – de quienes son los "unitarios" y de sus criminales proyectos. Lord Howden escucha y cree. Ya no es el enviado de una nación bloqueadora, es el aliado del "Tatita" de aquella joven que se apoya en él contra los enemigos de su padre. Y como Lord Howden es caballeresco, propone a Manuelita casarse con ella…

La misión Waleski-Howden ya ha fracasado. El enviado francés ha partido de Buenos Aires. En este fracaso ha tenido su buena parte de culpa el inoportuno amor del representante inglés, fríamente dirigido por las blancas manos del gaucho de los Cerrillos, que si aquí aprendió a domar potros, nació sabiendo domar hombres, y no sólo "a lo gaucho", sino también "a lo indio pampa", con sus suaves modos diplomáticos y arrumacos políticos.

Lord Howden se puso en conflicto con el conde Waleski y levantó el bloqueo de la escuadra inglesa. Rosas, una vez más, había triunfado. Entonces se dedicó a que la joven se alejase del hombre maduro que la cortejaba. Y Manuelita, siempre fría y dócil, instrumento impasible, siempre sin vibración humana, así lo hizo…

La discreción era necesaria por cuanto Brossard, discreto, - según cabe a un historiador que también es diplomático, - nada dice del romance al hablar del fracaso de la misión.

Aunque ésta es la primera traducción que a nuestro idioma se hace en libro de las páginas en que Brossard habla de Rosas, antes, algunas de ellas, fueron vertidas fragmentariamente: A la aparición del libro en París, el diario "El Comercio del Plata" – ya dirigido por Valentín Alsina, por el asesinato de Florencio Varela – publica desde la ciudad sitiada – Montevideo – una serie de artículos. En unos lo comenta; en otros se ciñe a traducir algún capítulo, a ponerle notas, a entrar con él en polémica. Desde el 26 de febrero hasta el 17 de mayo de 1851, el "Comercio del Plata" se ocupa del libro de Brossard. Prueba esto que no escapó a los intelectuales contemporáneos la importancia de la obra.


1942

ROSAS
Visto por un diplomático francés
Autor: Alfredo de Brossard
Traducción de Alvaro Yunque y Pablo T. Palant

Preliminar de Alvaro Yunque

***

EL DIPLOMATICO (1847): 


A su llegada monsieur Walewski hizo a Rosas una visita de cortesía y después mantuvo con él una larga conferencia. Habiéndome tocado asistir a estas diversas entrevistas, aprovecho la oportunidad para describir al jefe del gobierno argentino tal como se presentó ante nosotros.   
El general Rosas es un hombre de talla mediana, bastante grueso y dotado, según todas las apariencias, de un gran vigor muscular. Los rasgos de su fisonomía son proporcionados; tiene la tez blanca y los cabellos rubios; en nada se asemeja al tipo español. Al verlo, diríase más bien un gentilhombre normando. Hay en su expresión una extraña mezcla de astucia y de fuerza; de ordinario mantiene su gesto apacible y hasta suave, pero por momentos la contracción de los labios le da una singular expresión de dureza reflexiva. 

Se expresa con mucha facilidad y como un hombre perfectamente dueño de su pensamiento y de su palabra. Su estilo hablado es muy desigual; tan pronto se sirve de términos escogidos y hasta elegantes, como cae en la trivialidad. Es posible que entre por algo la afectación en esta manera de expresarse. Sus pláticas no son nunca categóricas, sino por el contrario, difusas y complicadas a fuerza de digresiones y frases incidentales. Pero esta prolijidad, es, sin duda, premeditada y calculada para desconcertar al interlocutor. En efecto, se hace muy difícil seguir al general Rosas en todos los rodeos de su conversación. 

Sería imposible reproducir en todos sus aspectos esta conferencia que se prolongó por espacio de cinco horas. Rosas se mostró en ella, por momentos, como un perfecto hombre de estado y, según el caso, como un particular afable, y también infatigable dialéctico y orador vehemente y apasionado. Representó, a medida de las exigencias y con una rara perfección, la cólera, la franqueza y la bonhomía. Es comprensible que, visto cara a cara, pueda seducir o engañar…

 Dotado de una voluntad reflexiva y persistente, don Juan Manuel es un gobernante esencialmente absoluto; y aunque la fuerza —vale decir el principio de las gentes que carecen de principios — constituya la base de su gobierno; y a pesar de que en su política consulte sobre todo las necesidades de su posición personal, lo cierto es que gusta de pasar por hombre de razonamientos y de convicciones. Muestra gran horror por las sociedades secretas, las logias, como las llama.  Se indigna de que puedan suponer en él la menor afinidad con los revolucionarios enemigos del orden social y, como hombre de Estado, finge en sus máximas una gran austeridad que no guarda en su vida privada. «Yo sé muy bien, dice en sus conversaciones, que el ejemplo debe venir desde arriba». 

Ha justificado hasta cierto punto sus pretensiones restableciendo el orden material en el país y en la administración; trabaja asiduamente de quince a diez y seis horas diarias en el despacho de los asuntos públicos y no deja pasar nada sin un riguroso examen. De tal manera, como él mismo lo repite, todo el peso y la responsabilidad del gobierno recae sobre él. Asi puede decirse que los principales resultados de su gobierno en el interior, han sido: 1.°) la seguridad pública; 2.°) una pasable justicia; 3.°) orden (aparente al menos) en las finanzas. 

Pero el par de estos resultados honorables, hay otros que lo son mucho menos y que provienen de la situación del general Rosas y de la naturaleza de su educación y de su carácter.  

Llegado al gobierno por medio de la astucia, el general Rosas ha visto violentamente atacada su administración y sólo ha podido mantenerse por la fuerza. Imperioso y vengativo por educación y por temperamento, se entregó al despotismo y ha hecho menosprecio de la libertad, después de haberla invocado tanto, como esos hombres descriptos por Tácito, que proclaman la libertad para derribar el poder y una vez en el mando la emprenden contra ella. De ahí esos favores exorbitantes que otorga a ciertos perdularios, atados a su destino por sus crímenes y sus vicios, individuos siempre listos para jugarse por él y cuya vida y bienestar es un insulto a la moral, y a la miseria públicas. De ahí, por fin, el sistema de opresión legal que hace pesar sobre todos sus enemigos y, hay que decirlo, sobre la parte más educada y esclarecida de la nación. 

Hombre de campo. Rosas ha sido en efecto el jefe de la reacción del hombre del campo contra la influencia predominante de la ciudad. Imbuido de prejuicios de orgullo castellano, detesta en masa a los extranjeros, cuyos brazos y cuyos capitales podrían enriquecer el país, y apenas si les acuerda una mezquina hospitalidad. Agricultor por nacimiento, por educación y por tendencias, poco le importa de la industria. Esta predilección le ha inspirado algunas buenas medidas, porque predica con el ejemplo de sus propiedades que están perfectamente administradas y cultivadas. Ha fomentado el cultivo de cereales y lo ha mejorado cargando con un pesado derecho de importación a los trigos que Buenos Aires hacía traer hasta entonces de la América del Norte.

Educado en las máximas exclusivas del derecho colonial español, no comprende ni admite el comercio sino rodeado de tarifas prohibitivas y de rigores aduaneros. De ahí la estancación en el comercio y en la industria y el absoluto abandono de los objetos de utilidad material. Resultado de imagen para juan manuel de rosas agricultor

En contraposición a esto, el general Rosas se preocupa mucho por los medios que pueden servir a un gobierno para influir sobre el espíritu de los pueblos y acuerda gran importancia a la instrucción pública porque la instrucción pública y la religión son medios de influencia política. 

Por ese mismo motivo interviene activamente en la prensa periódica; paga diarios en Francia, Inglaterra, Portugal, Brasil y Estados Unidos y él mismo dirige sus periódicos de Buenos Aires: La Gaceta Mercantil, El Archivo Americano y el British Packet. Los artículos de estos periódicos son escritos, dictados, y por lo menos corregidos, por el mismo general Rosas y cada uno se hace con vistas a la política de Europa o América, siempre con un objetivo bien preciso, y destinado a producir un efecto determinado. 

La Gaceta Mercantil, destinada especialmente al interior de la Confederación, repite diariamente la misma polémica: «Las comunicaciones son tan difíciles —dice Rosas — que de treinta números, pueden perderse veintinueve. Es necesario que el número treinta enseñe a los lectores lo que no le han enseñado los veintinueve perdidos». 

El Archivo Americano, revista redactada en tres idiomas (español, inglés y francés) por don Pedro de Ángelis, está destinada a Europa en general. El British Packet, diario escrito en inglés, como su nombre lo indica, sirve de órgano al gobierno argentino para dirigirse al comercio británico. 

Si don Juan Manuel comprende muy bien la acción de la prensa, conoce asimismo muy bien el poder de la disciplina militar y se ocupa con especial cuidado del ejército, que constituye uno de sus principales sostenes. Por él arruina sus propias finanzas y se mantiene en amenaza contra los países vecinos. 

Rosas se siente animado por pensamientos de ambición, tiene el instinto de las grandes empresas y es demasiado sagaz y avisado para no comprender que todo gobierno, por absoluto que sea, necesita algún apoyo de la opinión pública. Su aversión por los extranjeros, su desprecio por la industria y el comercio, su predilección por la agricultura, son sentimientos de que participa toda la facción que lo apoya y sobre los cuales ha sabido fundar su crédito y su popularidad. Ha ido más lejos; se ha exhibido como campeón de la independencia americana, amenazada, según él y sus parciales, por las costumbres e ideas europeas y por la ambición de los gobiernos del viejo mundo. Y este pensamiento, expresado con ardor, ha realzado singularmente su reputación, no solamente ante sus partidarios, sino ante los pueblos de más allá del Atlántico y de los Estados Unidos. Por eso sus admiradores lo saludan con el nombre de Gran Americano. 


El general Rosas alimenta otra ambición muy a propósitos para halagar el orgullo de su pueblo; la reconstrucción del antiguo Virreinato de Buenos Aires, que supone la reunión en un solo haz, de todas las provincias argentinas, el sometimiento del Paraguay recalcitrante y recobro de la influencia, siquiera indirecta, sobre la Banda Oriental, como antes del tratado de 1828. Esto es, evidentemente, su programa. 


Alfred de Brossard 


Traducción:  José Luis Busaniche [Rosas visto por sus contemporáneos" págs. 84 a 87 Hispamerica 1985