Marcelo Diamand, ¿el último empresario nacional?
Entrevista
por Hugo Chumbita.
Revista
Unidos N° 20, abril de 1989
Marcelo Diamand, a quien no le gusta ser llamado burgués nacional, es un economista que ha tentado tenazmente una teoría del crónico desequilibrio estructural argentino, y es a la vez dirigente de la Unión Industrial, lo cual podría sugerir que los empresarios son "menos liberales que antes." Respondiendo un interrogatorio acerca de la historia de nuestros endiablados problemas económicos, no rehusa puntualizar sus soluciones para salir de la trampa del liberalismo, aunque también del simplismo populista.
–
Para ubicarlo ante quienes no lo conocen, ¿podríamos decir que usted es un
gremialista empresario,
un burgués nacional de los que todavía quedan...?
–
Lo de burgués tiene una connotación que no me gusta...
–
Sin embargo, constituir una burguesía nacional ha sido una idea positiva en
ciertos momentos de
nuestra vida política. ¿Podríamos decir mejor, entonces, que es un empresario
industrialista?
–
Soy ingeniero y empresario. Fundé mi propia empresa electrónica, orientada a la
integración nacional
y a la tecnología nacional, que empezó siendo muy chiquita y se convirtió en
una empresa
mediana tirando a grande. Durante mi vida empresaria me enfrenté con distintos obstáculos
que provenían del contexto económico, para los que no encontraba suficientes explicaciones.
La defensa de mis intereses y los del sector me llevó a incursionar en la
dirigencia empresaria.
Hace 25 años que soy directivo de la
Cámara de Industrias Electrónicas, que presidí siete
años, hasta hace un año. También fui miembro de la Junta Directiva de
la Confederación Industrial
Argentina. Actualmente estoy en la
Junta de la Unión Industrial Argentina, donde también
presido la Comisión
de Análisis Económico. Por otra parte, desde la crisis de 1962–63, empalmando
con algunos conocimientos de ciencias sociales que tenía, me puse a investigar
los temas
macroeconómicos, lo cual por el tiempo que le dedico se convirtió al fin en mi
profesión.
De
ahí que un poco en chiste, suelo definirme como un ex ingeniero.
–
Es decir se convirtió en economista.
–
Sí, me "gradué" de economista siendo profesor de economía en diversas
universidades, y
además,
por supuesto, escribí bastante...
(Quienes
nos acercábamos a estos temas en los años '60 tenemos bien presente un pequeño
texto revelador,
"El FMI y los países subdesarrollados", editado en 1963, y
posteriormente un libro fundamental,
"Doctrinas económicas, desarrollo e independencia", de 1973, a los que hay que agregar
numerosos trabajos publicados en libros, revistas y diarios, algunos de los más
recientes editados
por el Centro de Estudios de la Realidad Económica que Diamand encabeza).– Quizá
el provenir de otra disciplina, con su experiencia empresaria, explica que
usted fuera un
heterodoxo en el pensamiento económico, y no "comprara" los clásicos
esquemas liberales...
–
Exacto, no compré nada hecho ya que considero que el problema principal que
tenemos es precisamente
una crisis del paradigma económico. Tenemos un conjunto de ideas, recetas de análisis
importados de los grandes países industriales, que muchas veces ya no tienen
relevancia en
sus propios lugares de origen. Mucho menos la tienen hoy acá y en otros países
como Argentina,
donde nunca tuvieron validez. Tratándose de algo tan complejo como la economía, quienes
estudian los problemas entrando por la variante de esquemas preestablecidos,
adquieren una
especie de condicionamiento mental, de modo que ven los problemas a través de
lentes teóricos
que deforman la percepción de la realidad. Esta es la ventaja de los
"outsiders". Los que se
dedican al análisis económico viniendo de afuera de la profesión aún no tienen
cristalizados sus prejuicios.
Por ello, tienen una mayor resistencia a las teorías disponibles en el mercado, inadecuadas
para nuestra realidad. La inercia intelectual a la que me refiero no es del
todo inocente.
Sin adherir a ninguna teoría conspirativa de la historia, es indudable que
ciertos sectores y
países adoptan más fácilmente las ideas que convergen con sus intereses o
racionalizan su poder.
Eso sucede en todas las ramas del saber pero sobre todo en la economía, que
analiza la distribución
de riquezas entre sectores, clases, países, y que inspira medidas de política
económica nacionales
e internacionales que influyen sobre esa distribución. Sería ingenuo pretender
que la elección
de los esquemas sea totalmente imparcial.
–
Usted es uno de los analistas que más ha hecho por elaborar las bases de una
teoría económica
adecuada para interpretar nuestros problemas, desde el punto de vista de la
industria nacional.
Lo que no es casual, ya que usted vivió de adentro el proceso de
industrialización.
–
Yo me inicié en 1951, cuando el desafío era tratar de sacar un producto frente
a gravísimos
problemas
de abastecimiento de materias primas y componentes esenciales. En aquel medio adverso
no había otro remedio que aplicar inventiva, desarrollar tecnología propia en
un nivel bastante
primitivo. Con el tiempo los problemas fueron cambiando, aparecieron otras
dificultades como
la iliquidez, el corte de créditos bancarios, grandes devaluaciones, falta de
demanda. No hubo
un solo año en que tuviera tranquilidad para dedicarme plenamente a lo que
debiera ser propio
del empresario: cómo aumentar la eficiencia o mejorar mi posición en el
mercado. En todo caso
esas preocupaciones siempre se mezclaban con las preocupaciones por otros
grandes problemas
que atravesaba el país y que creaban graves dificultades a la empresa.
–
Esa fecha de 1951 es un momento importante para ver qué es lo que ocurre con el
modelo de industrialización
que hoy está en crisis, pues ya empezaba a aparecer un techo a la expansión del mercado
interno que tuvo lugar en la posguerra.
–
El país se enfrentaba ya claramente con la limitación que iba a gravitar tanto
en años posteriores,
el estrangulamiento por falta de divisas. La industrialización sustitutiva
argentina se hizo
al amparo de la protección, a la cual los liberales culpan por lo que
consideran como ineficiencia
natural. Pero en realidad la protección marca una etapa natural y lógica que
atraviesan los
países exportadores de productos primarios cuando se industrializan. El error
no reside en esa protección
indispensable, sino en su asimetría: a la industria se la protege en el mercado
interno, pero
no se le dan incentivos para exportar, pues para la exportación rige un tipo de
cambio que corresponde
a la paridad del sector agropecuario. La industria no puede exportar con ese tipo
de cambio,
y es el sector agrario el que provee de divisas al país. Cuando hay expansión y
la industria
crece, como utiliza insumos y bienes de capital importados, las divisas
provistas por el agro
no alcanzan y se produce un crónico retraso en la provisión de divisas. Así el
proceso de sustitución de importaciones llega a un límite. Frente a ella,
gobiernos de distinta orientación reaccionan
de manera diferente. En 1951 regían restricciones cuantitativas a la
importación, el gobierno
otorgaba cupos de divisas, que no eran suficientes. Yo fabricaba radios
portátiles, pero no
había válvulas, entonces nuestra producción estaba limitada por la cantidad de
válvulas importadas
que podíamos conseguir; después las conseguíamos pero no había baterías, y el ingenio
era obtenerlas, a tal punto que yo monté un taller de reparación de baterías
dañadas. La gran
desventaja de este tipo de racionamiento son las deformaciones que crea el desabastecimiento
y las interrupciones de la producción. Pero por lo menos tiene una ventaja: cuando
se daba esta situación se entendía que faltaban divisas. El gobierno buscaba
intercambios, tratados
bilaterales como los del peronismo, etc. Finalmente esta actitud tendría que
haber desembocado
en una política exportadora más racional, que simetrizara los incentivos para
el mercado
interno con el apoyo a la exportación, tal como pasó en el caso de Brasil. Pero
en la Argentina
las cosas evolucionaron en forma distinta. Lo que sobrevino básicamente fue un cambio
de actitud frente a la restricción. Los gobiernos, alegando una presunta
insuficiencia del ahorro
interno para financiar el desarrollo, recurrieron a los créditos del exterior.
Es así que oímos en
forma repetitiva que al país le faltaban capitales, lo que no era cierto.
–
Lo que faltaban eran las divisas.
–
Claro. La necesidad de los capitales extranjeros reside en que entran en forma
de divisas y sirven
como remedio contra la restricción interna. Pero para que el remedio sea
permanente y no un
mero paliativo momentáneo, el endeudamiento tendría que generar capacidad de
repago en divisas,
dirigiéndose a rubros sustitutivos que ahorren divisas o rubros exportadores
que proveen divisas.
Esto ocurrió a veces, pero en la mayoría de los casos los capitales se
aplicaron a cubrir sólo
el problema momentáneo, sin remediar el estrangulamiento de fondo.
–
Y apareció la bola de nieve de la deuda externa.
–
Al acumularse la deuda, que hay que pagar en divisas, se toman nuevas deudas
para pagar las viejas,
y así, a partir de 1952, al principio muy lentamente y luego cada vez más
aceleradamente, hay
un proceso de endeudamiento acumulativo, interrumpido cada tanto por violentas
crisis de balanzas
de pago, caracterizadas por una huida masiva de capitales y un colapso de toda
la estructura
de endeudamiento. El país de repente se encuentra con el déficit originario del
sector externo,
más los intereses que hay que pagar por la deuda, más la fuga de capitales.
Cuando los gobiernos
de orientación económica liberal se enfrentan al problema, lo que hacen es
someter al país
a una recesión. Una herramienta sencilla, mezcla de fuerte devaluación con una
política restrictiva
de crédito, cuyo resultado es una caída global de actividades, que no hace sino
adecuar el
volumen de producción a la escasez de divisas.
–
Aquí es donde usted dice que la economía argentina vive en las últimas décadas
un proceso de stop
and go, de avances y retrocesos.
–
Exacto. Como no se ha diagnosticado en forma clara el problema, las políticas
se tornan perversas
y agravan los ciclos de stop and go. Se ha diagnosticado la problemática en
términos de ineficiencia
industrial, se ha dicho que esto se cura abriendo la economía a mayor
competencia externa,
con lo cual se ha actuado exactamente al revés, porque de esa forma se consumen
más divisas
innecesariamente. Las aperturas deliberadas de la economía han agravado el
problema, deshaciendo
de noche lo que tejíamos de día, como Penélope.
– Retomando lo que usted decía antes, ese diagnóstico equivocado no es inocente, hay intereses externos que presionan para que abramos la economía.
– Retomando lo que usted decía antes, ese diagnóstico equivocado no es inocente, hay intereses externos que presionan para que abramos la economía.
–
Pero no se trata sólo de que haya buenos y malos. Porque uno podría decir que
los liberales no querían
la industrialización y los sectores populares querían el crecimiento del
mercado interno y la
independencia nacional. Pero aunque los gobiernos populares percibieron mejor
la esencia del problema,
no asumieron la gravedad de las restricciones y la complejidad del cuadro, y no aplicaron
políticas para eliminar estas restricciones; las ignoraron, desembocando en
políticas inconducentes,
a veces en una especie de caos económico. Porque no basta querer desarrollar el mercado
interno, hay que conseguir las divisas para subsanar las restricciones que lo
traban.
–
Faltó tal vez la percepción de la necesidad de una inserción adecuada en el
mercado mundial, incluso
para poder crecer hacia dentro. Pero además está el problema de la inflación,
este flagelo
que desbarajusta todo.
–
Su origen es el mismo. Cuando el país se encuentra en una de estas crisis de
balanza de pagos, aparecen
fuertes problemas inflacionarios, alrededor de lo cual se construye otro gran
mito derivado
de la incomprensión de los fenómenos básicos. A fines de los años '40 nos
rasgábamos las
vestiduras porque la inflación era del 20 o 25% por año. Con el tiempo llegó a
cifras cercanas a
la hiperinflación. El diagnóstico aceptado por la sociedad es el exceso de
emisión monetaria o el déficit
fiscal que la motiva. Pero en realidad la emisión actuó como motor
inflacionario muy pocas
veces, en 1951, 1958, 1964, y paremos de contar. Unicamente en esos períodos
hubo un exceso
de demanda que tiraba de los precios hacia arriba. En los demás casos la
inflación era de otro
tipo. La más frecuente y decisiva fue la que yo llamo inflación cambiaria, que
se origina en los
problemas de sector externo y se desata a través de las devaluaciones que modifican
el tipo de cambio.
–
Explíquelo, por favor (creo que Diamand está dilucidando un punto clave entre
los misterios de
la economía argentina, e imagino que el lector agradecerá aclarar los términos
de su exposición).
–
Ya dije que la devaluación es un instrumento de ajuste de balanza de pagos cuyo
efecto es trasladar
ingresos, de los asalariados y de determinados sectores productivos ligados al
mercado interno,
hacia el sector exportador tradicional y el de intermediación financiera. Los
grupos perjudicados
que de un día para el otro se encuentran con una caída de sus ingresos,
presionan para
recuperarlos, y a medida que lo logran el efecto de la devaluación desaparece.
Entonces el gobierno
vuelve a devaluar para adelantar el tipo de cambio y estamos ya en la típica
inflación cambiaria
argentina, que nace de grandes devaluaciones y se alimenta con la puja de los
sectores perdedores
que tratan de no quedarse atrás en la distribución de ingresos.
–
Pero en este momento no hay grandes devaluaciones.
–
No importa. El origen sigue siendo el origen externo, más específicamente el
peso de la deuda externa.
Como siempre, el gobierno trata de restituir el equilibrio externo adelantando
el tipo de cambio
a los precios internos. La variante es que en vez de las maxi–devaluaciones del
pasado, hoy
se practican continuas mini–devaluaciones, pero el mecanismo básico es el
mismo.
–
Muy bien, pero antes de entrar al tema actual yo insistiría en tomar en cuenta
los intereses en juego
que empujaron este proceso de nuestra economía. Porque ya en 1951 aparecía la
reacción de
los sectores agropecuarios que intentaban recuperar posiciones para quedarse
con todo el valor en los precios internacionales de nuestros productos. Y
también en esos años aparecen los capitales
extranjeros que quieren entrar en nuestro mercado, cuando las inversiones norteamericanas
se expanden en todo el mundo. Hay una presión de fuerzas que hacen que en 1955
o 1958 se adopte determinada visión de política económica.
–
Correcto, pero ojo, que esas visiones no inventan los problemas, a veces los
sectores populares parecen
creer que todo iba bien y entonces vinieron los liberales e inventaron los
problemas. Los liberales
vienen con sus recetas en respuesta a problemas que existen, a los cuales lleva
la incoherencia
del manejo del crecimiento económico dentro de lo que yo llamo el desequilibrio
de estructura
productiva, donde la industria trabaja a precios superiores a los
internacionales y no exporta.
Frente a esa problemática resurgen los defensores del statu quo anterior,
diciendo que esto
pasa porque no deberíamos habernos industrializado sino que teníamos que basar
el desarrollo
en el agro.
–
Siempre me llamó la atención el caso de Prebisch, que vuelve en 1955 al país
luego de haber hecho
en la CEPAL un
análisis estupendo del problema centro–periferia y de la industrialización en
América Latina, y hace un diagnóstico de que hay que liberalizar el comercio
exterior, coincidiendo
con el esquema clásico agroexportador.
–
Bueno, hay que leer bien lo de Prebisch. Yo creo que se bandeó para el lado del
diagnóstico liberal,
pero no tanto como se dijo. Si uno relee su plan advierte una correcta
apreciación de la situación
de restricción y de que había que canalizar recursos para subsanarla, pero con
excesivo apego
a los instrumentos liberales para lograrlo; cae en el esquema liberal de
devaluaciones globales
y de traslación de ingresos, que probablemente en cierta cuantía eran
inevitables. Como una
reacción contra el manejo anterior que desconocía las restricciones, tal vez
exagera. Lo más importante
es que en aquel momento no incorpora los esquemas de cambios múltiples que aparecen
después en sus trabajos, como El falso dilema entre la inflación y el
desarrollo.
–
También me parece que lo que ocurre en el caso del frondizismo, o del
frigerismo, es que convierte
la atracción de inversiones norteamericanas en una panacea, forzando el
análisis porque
hay grandes intereses que empujan por ahí.
–
Yo he criticado mucho al desarrollismo por su falta de cierre conceptual. Su
diagnóstico básico era
de que al país le faltan capitales, los que había que traer de afuera. No
distinguía entre ahorro y
divisas, con el resultado de que no distinguía tampoco entre inversiones para
el mercado interno e
inversiones para la exportación. En particular no se ocupó de exportaciones
industriales, que ni siquiera
figuraban en su léxico. Por ello atacó simultáneamente prioridades como la
extracción de petróleo,
que sí era conducente a aliviar el sector externo, junto a la creación de
fábricas de automotores,
que tenían que computarse como un sector que creaba nuevas necesidades de
divisas para
importar insumos y requerían en todo caso una contrapartida de respaldo
adicional en el sector
externo.
–
Yo acotaría que tampoco era inocente la confusión. La industria automotriz
incrementaba un mercado
para la producción petrolera, y ambas eran inversiones que interesaban a los norteamericanos.
–
Por supuesto, todo proceso económico se ve influido por los intereses
concretos. Pero creo que lo
más importante fue la confusión que llevó al exceso de endeudamiento y a las
inversiones indiscriminadas,
sin especificarse lo que era prioritario y lo que no lo era. En particular no
se distinguieron
las inversiones externas que creaban automáticamente su repago de divisas de
las que no lo creaban. Sin embargo, sin perjuicio de mis críticas, el
desarrollismo tuvo un gran mérito.
Hay que reconocer que en este período se hizo mucho. El país pasó de la
industria de productos
finales a la industrialización en etapas intermedias y básicas.
–
Veamos ahora cómo evoluciona el país posteriormente.
–
Perón terminó sus primeros gobiernos con unos 500 millones de dólares de
endeudamiento.
Cuando
Frondizi hace un convenio con el FMI debemos 1.000, y cuando es derrocado, la
deuda llega
a 3.500 millones. Estábamos ya en el orden de los 7.000 cuando sube Martínez de
Hoz, y hoy
cerca de 60.000, con el agravante de la crisis de pagos internacional que
elimina la financiación
externa. De cada uno de los ciclos anteriores, después de una recesión de
turno, el país
salía gracias a un endeudamiento mayor. Pero hoy, salvo la capitalización
obligada de los intereses
impagos, el aumento del endeudamiento se acabó porque los acreedores no nos
fían más.
Estamos
ante el viejo problema pero esta vez sin visos de salida. Frente a él se
observan dos actitudes.
Para los liberales la deuda es un dato, una restricción. Por lo tanto
consideran que hay que
mantener condiciones recesivas, salarios bajos y que no podemos crecer. En
cambio los sectores
populares dicen: tenemos que crecer y desarrollarnos, no nos fijemos en la
deuda, es una restricción
ficticia, basta con no pagarla y todo se soluciona. Otra vez estamos ante una
actitud simplista.
Porque es cierto que la deuda hay que negociarla y ponerse duro con los pagos y priorizar
el crecimiento. Pero hay que poder negociar, hay que ofrecer algo, y este algo
no puede ser
otra cosa que dar la seguridad que alguna vez pagaremos, aunque sea una parte
de la deuda. Lo más
importante para el éxito de una negociación es lograr convencer a los
acreedores de que los términos
que se establezcan serán cumplidos y que esta vez se está hablando en serio. El
primer paso
para ello es diseñar una política económica que permita generar suficientes
divisas para sostener
el crecimiento, y al mismo tiempo, pagar lo que se negocie. Hay que ir a
negociar con un esquema
muy coherente y muy creíble, hecho por nosotros, que refleje nuestro punto de
vista.
Tenemos
que obtener plazos, pero no para seguir endeudándonos acumulativamente, sino
para reconstruir
la economía y la capacidad de pagos externos. Incluso tenemos que pedirles a
los acreedores
su colaboración, condicionando nuestros pagos a que nos faciliten el acceso a
sus mercados,
y sobre todo que tomen en cuenta las características de nuestra estructura
productiva y no
nos exijan cumplimiento de recetas aperturistas que por ser recesivas no son
adecuadas para nuestra
realidad. Si existe algo que no hay que admitir son esos condicionamientos
aperturistas.
–
Es que, como siempre, quieren aprovechar nuestras dificultades para imponernos
sus intereses.
–
Ni siquiera. El planteo de ellos es incoherente incluso visto desde su propia
óptica, ya que la
apertura
es incompatible con que logremos mayor capacidad de pago en divisas. En esto
ellos
también
tienen una gran confusión. Nosotros no ayudamos a despejarla porque tampoco planteamos
bien la cuestión, oscilando entre someternos a la deuda y desentendernos de
ella, siempre
dentro de esquemas pendulares falsos.
–
El gobierno actual pareció en determinado momento intentar una salida como la
que usted
propone,
cuando fue Lavagna como Secretario de Industria y Comercio Exterior.
–
Sí, Lavagna responde a una posición semejante a la mía, de buscar una solución
estructural
propia.
Para historiar las respuestas del gobierno actual, el primer equipo de Alfonsín
respondía a la
caracterización de restarle importancia a la deuda, como si no existiera la
restricción externa. El segundo
equipo entró con una serie de ideas estructuralistas elaboradas por Sorrouille
cuando era secretario
de Planeamiento, que postulaban el llamado ajuste positivo, por vía de la
expansión, y no el ajuste negativo por vía de la recesión. Pero esto quedó en
las intenciones. En la práctica, bajo
la presión de los acreedores y del contexto ideológico, el equipo terminó
sometiéndose a la restricción
externa.
–
Recuerdo que al lanzarse el Plan Austral, en un reportaje a Frenkel le
preguntamos cómo iban
a impulsar el crecimiento y nos dijo que, bueno, había muchos capitales en el
exterior que tenían
que volver al país, o sea que al parecer todo estaba cifrado en crear
condiciones para la inversión.
–
Es que hubo un vuelco, un reflujo de ideas liberales respecto al automatismo
del mercado. Lo más
exitoso que hizo el equipo económico fue el Plan Austral, mezcla de ideas
liberales, estructuralistas
y populistas. Veamos la secuencia. Frente al pedido de ajuste que hacían los acreedores,
se atribuyó todo el problema a la inflación, y se intentó pararla mediante una
política de
ingresos. La inflación fue diagnosticada correctamente como inflación de
costos, inercial, que venía
de un largo proceso. Entonces se congelaron los precios y salarios para enfriar
la economía y
se la dejó evolucionar en un ambiente no muy recesivo, pero tampoco expansivo.
No hubo un plan
de crecimiento, no se hizo nada contra las causas que originaron la inflación.
Salvo designarlo
secretario a Lavagna. Pero su equipo se convirtió en una isla, que no era capaz
de modificar
la tendencia de base del resto del equipo. De sustitución de importaciones ni
se habló.
Se
decretó que estaba terminada, con lo que se reeditó el eficientismo tipo
Martínez de Hoz. En cuanto
a los nuevos regímenes de exportaciones industriales, se hizo algo de lo que
planteó Lavagna
pero muy trabado por los obstáculos que ponía Hacienda y el Banco Central. Es
así que el
Plan Austral, para tener éxito tenía que producir reformas estructurales que
eliminaran el estrangulamiento
externo. Pero se quedó en parar lo que ha sido sólo su epifenómeno, que fue la inflación
inercial. Al no eliminar los focos de desequilibrio externo, ni bien se
expandió la economía
un poquito, el superávit que teníamos para pagar los intereses desapareció y
volvió a aflorar
el problema de la deuda. Los acreedores volvieron a presionar. Para reforzar el
sector externo,
el equipo comenzó a devaluar otra vez, volvió a restringir la cantidad de
dinero y elevó las
tasas de interés. De este modo entramos de nuevo en la política de ajuste
recesivo liberal, que además
sigue siendo inflacionario. En suma, tomando lo peor de la tradición populista,
se ha ignorado
el tema de las restricciones básicas, y al ponerse estas de manifiesto se ha
respondido con
recetas liberales.
–
¿El intento de Lavagna de expandir exportaciones quedó bloqueado, o es que no
encontró respuestas
en los industriales?
–
Lavagna no disponía de recursos suficientes que le eran retaceados por
Hacienda, lo cual llevó a
racionar la promoción. En lugar de una promoción global irrestricta, tuvo que
limitarse a un procedimiento
selectivo, que dio apoyo sólo a quienes lograran calificarse mediante un
trámite especial.
Pero ni el gobierno hoy, ni la
Secretaría de Industria tienen la capacidad operativa suficiente
para procesar estos pedidos, ni tampoco existe hoy, después del alejamiento de Lavagna,
una voluntad política para seguir con el procedimiento. De ninguna manera puede decirse
que no hayan respondido los empresarios. No hubo una decisión a nivel máximo
del gobierno
que impulsara un despegue de las exportaciones. Lavagna señaló aún antes de
renunciar su
discrepancia con la tendencia que se le dio al Plan Austral.
–
Quizá nadie creyó demasiado en lo que él iba a hacer en esa Secretaría.
–
No hubo integración de sus ideas con las del equipo económico.– Porque, sin
embargo, la promoción de las exportaciones industriales está en el discurso oficial
como salida a la crisis de la industrialización.
–
Sí, y para ser justos hay que decir que, en gran medida gracias a la iniciativa
de Lavagna, se
han
logrado importantes progresos. Las exportaciones industriales crecieron
fuertemente en relación
a los pocos recursos invertidos en la promoción. Esto demuestra que cuando hay
voluntad política
con poco se puede hacer mucho y que en este caso los empresarios responden.
Además, hubo
un cambio en el clima ideológico. Hoy ya nadie habla en contra de la
exportación industrial.
Incluso
algunos defensores fanatizados del mercado interno que hasta hace poco lo
postulan como objetivo
único, comienzan a entender que las exportaciones industriales no son una
alternativa a este
mercado interno, sino una condición para desarrollarlo.
–
En conclusión, ¿cuál es el diagnóstico que usted hace hoy?
–
Hay que percibir que no estamos en un modelo clásico en el cual la limitación
la ejerce la capacidad
productiva y crecer requiere invertir. Tenemos una capacidad productiva en gran medida
ociosa, e invertir indiscriminadamente por sí solo no sirve si no se eliminan
las restricciones
que traban la producción. Tampoco estamos en una economía keynesiana en la que falta
espontáneamente la demanda y donde basta crearla reactivando para salir de la
crisis. Aquí son
las autoridades económicas las que restringen la demanda deliberadamente en respuesta
a ciertas
restricciones. O sea que el nuestro es un modelo con restricciones, la
principal proviene del sector
externo y de la insuficiencia de divisas, y a su vez se desdobla en dos. La
primera restricción
es la comercial consiste en la incapacidad estructural de las exportaciones
para pagar por
las importaciones. La segunda restricción aparece a raíz de la inseguridad para
los capitales, el temor
a la pérdida del valor de los ahorros en el país y consiste en la fuga y en el
no retorno de los capitales.
Las altas tasas de interés que se usan por un lado para bajar la producción al
nivel de las divisas
disponibles, por el otro lado sirven para crear incentivos suficientemente
altos para que los capitales
no se vayan. Se recurre así a métodos tremendamente costosos en términos
económicos para
adecuarse a la restricción externa. La tercera restricción es la puja por los
ingresos de la cual ya
he hablado, en la cual entra también el gobierno elevando tarifas, persiguiendo
metas de equilibrio
presupuestario que en las condiciones recesivas presentes y sin modificaciones
de fondo
del sistema tributario son poco realistas. Y la cuarta restricción es que hemos
caído en un tremendo
deterioro del aparato estatal. No tenemos Estado, si por tal se entiende
capacidad para concebir
e implementar políticas. Tenemos cascarones vacíos de reparticiones, sin la
operatividad que
resulta imprescindible para cualquier solución que encaremos.
–
¿Cuáles son las que usted propone?
–
Actuar sobre la primera restricción y conseguir divisas, promoviendo
enérgicamente las
exportaciones
industriales y regionales y la sustitución de importaciones. También promover
las
exportaciones
agropecuarias, pero sin recurrir a los métodos devaluatorios que transfieren masivamente
ingresos, sino utilizando incentivos marginales –o sea, a los aumentos de la producción–
más selectivos. En cuanto a la acción para enfrentar la segunda restricción,
bajar las tasas
de interés internas. Esto requiere a su vez que se le devuelva la confianza a
los inversores, para
lo cual sirve la reactivación, pero por sí sola no basta. También hay que
postular como un objetivo
básico de política económica atenuar la percepción de riesgo que tienen los
dueños de los capitales
líquidos, ya que esa percepción hoy nos impide efectuar la rebaja de intereses
y nos obliga
a mantenerlos en su altísimo nivel actual. Por otra parte debemos aumentar la
oferta genuina
de divisas en el mercado financiero, como podría ser por ejemplo por vía de la
promoción de
turismo. Finalmente, también hay que restringir la demanda superflua de divisas
en este mercado financiero, por ejemplo planteándose como un objetivo
importante combatir el contrabando,
etc.
En
cuanto a la tercera restricción, la puja se detendrá únicamente si hay un plan
de crecimiento realista,
serio, con el consenso que pueda permitir una concertación en la cual estén
explicitadas las
restricciones, la distribución de los esfuerzos entre los diversos sectores
para combatirlas. Y finalmente,
nada de eso será posible sin un Estado fuerte, ágil y creativo. Tenemos un
Estado hipertrofiado,
inútil en muchos aspectos, lo que no se puede remediar reduciéndolo
globalmente.
Hay
que eliminar funciones superfluas, pero necesitamos una administración jerarquizada, motivada,
capaz de elaborar y ejecutar planes.
–
¿En cuanto a las empresas estatales ¿cómo ve usted las propuestas privatistas?
–
Dejarle poder de decisión al Estado en áreas cruciales y sacarle funciones
productivas es correcto
como tendencia, siempre que se proceda caso por caso, sin preconceptos
ideológicos, y que
se reconozca el rol del Estado en funciones clave, tales como lo es utilizar el
poder de compra estatal
para orientar y estimular la producción nacional de bienes de capital, por ejemplo
en las comunicaciones
y transportes, etc. Eso hay que preservarlo. Pero parece que los privatistas a ultranza
apuntan a sacarle también al Estado este rol promotor.
–
¿No cree usted que la venta de las empresas justamente implica resignar el poder
de compra?
–
Es algo que hay que discutir y no se discute, cómo se puede privatizar
preservando ese rol.
–
Estamos llegando al 89 y el debate se orienta a esa encrucijada, para la cual
los radicales postulan
un programa mucho más definido con Angeloz. Frente a ello ¿cómo aparece la propuesta
peronista?
–
Bueno, no aparece mucho aún. Ha habido algunos documentos que tuvieron estado
público,
pero
no salen de enunciados globales.
–
¿Usted cree que el peronismo puede dar una salida a la crisis económica?
–
Sí, a condición de que defina un camino hacia los objetivos vigentes de
desarrollo, pleno empleo,
tecnología nacional e independencia que plantea, evaluando con seriedad las
dificultades y
presentado un partido con capacidad de actuar con solvencia técnica para
resolverlas.
–
Pienso que se requiere una dirigencia política y también una dirigencia
económica capaz, y que
además pueden entenderse para sacar al país de la crisis. Pero la dirigencia
empresaria aparece
siempre muy pegada al proyecto liberal...
–
Menos que antes. Menos que antes... (repite Diamand, pensativo, a lo mejor
meditando en su propio
papel en la dirigencia de la Unión Industrial ). Yo creo que una propuesta
seria y moderada puede
encontrar mucha adhesión. Una propuesta movilizadora, que no sean sólo
palabras...
–
Pero tampoco puede ser una propuesta tibia, que reproduzca la hibridez del
alfonsinismo.
–
Hoy el nivel de complejidad del país es mucho mayor que hace unos años. No
basta planear
metas,
hay que saber implementarlas, tener el "software" de acción
gubernamental. No podemos plantearnos
un país aislado del mundo; hay que hacer un balance entre el ideal de una
política progresista, manteniendo la meta de la autonomía nacional,
compatibilizándola con una respuesta adecuada
a las restricciones internas y externas. Es una tarea que falta, y en la medida
en que ustedes,
por lo que veo, hacen una revista seria que enfoca los problemas nacionales con profundidad,
están contribuyendo ya a esa tarea.
–
Usted cree, en definitiva, que se puede.
–
Si no lo creyera no estaría en estas lides. Creo que el problema argentino es
cultural e ideológico.
Una sociedad que tiene condiciones objetivas favorables para desarrollarse,
pero que parece
un equipo de fútbol entrenado para meter goles en el propio arco. Ubicar las
principales dificultades
en el terreno cultural parece un diagnóstico optimista. Esto es lo que yo creía
antes.
Ahora
veo que vencer obstáculos culturales es bastante difícil, tal vez más difícil
que superar los otros.
El mensaje central es que los problemas son muy serios y no van a desaparecer
por sí solos.
Nadie
nos va a regalar nada, y las cosas no se arreglarán solas por ningún
automatismo del mercado.
O lo arreglamos nosotros con inteligencia y con mente abierta, o no tenemos
futuro como
país. Como no puedo admitir esta última alternativa no me queda otra que
confiar que lo primero
es posible.
Por Marcelo Zlotogwiazda
par Pagina 12
La política de tipo de cambio alto para la industria que este gobierno define como una cuestión de Estado tuvo como uno de sus principales teóricos a Marcelo Diamand, un ingeniero, empresario y brillante intelectual que falleció el miércoles pasado tras una larga enfermedad. Sus ideas en el ámbito económico constituyen un clásico en la materia y mantienen la vigencia necesaria para ser aplicadas a la actualidad.
Los ejes fundamentales del pensamiento de Diamand están expuestos en un famoso ensayo que publicó en 1972 en la revista Desarrollo Económico bajo el título “La estructura productiva desequilibrada de la Argentina y el tipo de cambio”. El desequilibrio aludía a la existencia de dos sectores con realidades muy diferentes: el agropecuario, que goza de ventajas naturales y una productividad particularmente alta, y un sector industrial con una productividad mucho menor. En base a esa premisa, Diamand sostenía la necesidad de adoptar tipos de cambios diferenciales, con un dólar más alto para la industria que la proteja razonablemente e incentive su desarrollo exportador.
Su vocación industrialista la ejerció en el plano intelectual y también como empresario y dirigente sectorial. Fue fundador de la firma de artículos electrónicos Tonomac y miembro de varias cámaras patronales y de la Unión Industrial Argentina. En este último ámbito, fue uno de los primeros que a mediados de los años ’90 criticó con dureza el atraso cambiario de la convertibilidad.
Si bien ahora hay una única cotización para el dólar, en la práctica rigen tipos de cambios diferenciales como los que propiciaba Diamand. La industria goza de la cotización plena e incluso de reintegros a la exportación que elevan adicionalmente la factura, mientras que al agro y a las actividades primarias en general se les aplican retenciones que achican el tipo de cambio neto que reciben.
Si bien la premisa de la “estructura productiva desequilibrada” con dos sectores de distinta productividad es un concepto de absoluta vigencia, y por ende la recomendación elemental respecto del tipo de cambio no perdió actualidad, es interesante notar que el presente plantea problemas muy diferentes a los de hace treinta años. Lo que le preocupaba a Diamand era que la baja productividad industrial y su requerimiento de divisas no alcanzaba a ser abastecida por las exportaciones agropecuarias, lo que generaba recurrentes cuellos de botella en el sector externo y fuertes presiones devaluatorias. En aquel entonces escribió: “Tenemos un sector industrial consumidor de divisas que no contribuye a producirlas y la provisión de estas divisas está a cargo del sector agropecuario de crecimiento mucho más lento”.
Ahora sigue siendo cierto que el sector industrial es deficitario, pero ha habido una formidable transformación en la realidad de las actividades primarias, y en particular del agro. A diferencia de entonces, la fuerte demanda internacional de materias primas, su elevado nivel de precios y los sostenidos incrementos de la productividad local conforman una situación en la cual las divisas no escasean sino sobran, por lo que la presión no es hacia la devaluación sino hacia un dólar más bajo.
De todas maneras, en este nuevo contexto el pensamiento de Diamand sigue siendo perfectamente aplicable. No cabe duda de que se pronunciaría a favor de evitar la revaluación del peso porque, como escribió entonces, “si el tipo de cambio se fija en base al sector más productivo se convierte en determinante de la falta de exportaciones industriales e inicia la cadena de acontecimientos que culmina con las crisis y con el estancamiento argentino”.
Fuente: pagina12.com.ar
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Marcelo Diamand, el industrialista que defendía el tipo de cambio alto
Por Marcelo Zlotogwiazda
par Pagina 12
Nota publicada el 23 de junio de 2007 a pocos días dela muerte del empresario y economista
La política de tipo de cambio alto para la industria que este gobierno define como una cuestión de Estado tuvo como uno de sus principales teóricos a Marcelo Diamand, un ingeniero, empresario y brillante intelectual que falleció el miércoles pasado tras una larga enfermedad. Sus ideas en el ámbito económico constituyen un clásico en la materia y mantienen la vigencia necesaria para ser aplicadas a la actualidad.
Los ejes fundamentales del pensamiento de Diamand están expuestos en un famoso ensayo que publicó en 1972 en la revista Desarrollo Económico bajo el título “La estructura productiva desequilibrada de la Argentina y el tipo de cambio”. El desequilibrio aludía a la existencia de dos sectores con realidades muy diferentes: el agropecuario, que goza de ventajas naturales y una productividad particularmente alta, y un sector industrial con una productividad mucho menor. En base a esa premisa, Diamand sostenía la necesidad de adoptar tipos de cambios diferenciales, con un dólar más alto para la industria que la proteja razonablemente e incentive su desarrollo exportador.
Su vocación industrialista la ejerció en el plano intelectual y también como empresario y dirigente sectorial. Fue fundador de la firma de artículos electrónicos Tonomac y miembro de varias cámaras patronales y de la Unión Industrial Argentina. En este último ámbito, fue uno de los primeros que a mediados de los años ’90 criticó con dureza el atraso cambiario de la convertibilidad.
Si bien ahora hay una única cotización para el dólar, en la práctica rigen tipos de cambios diferenciales como los que propiciaba Diamand. La industria goza de la cotización plena e incluso de reintegros a la exportación que elevan adicionalmente la factura, mientras que al agro y a las actividades primarias en general se les aplican retenciones que achican el tipo de cambio neto que reciben.
Si bien la premisa de la “estructura productiva desequilibrada” con dos sectores de distinta productividad es un concepto de absoluta vigencia, y por ende la recomendación elemental respecto del tipo de cambio no perdió actualidad, es interesante notar que el presente plantea problemas muy diferentes a los de hace treinta años. Lo que le preocupaba a Diamand era que la baja productividad industrial y su requerimiento de divisas no alcanzaba a ser abastecida por las exportaciones agropecuarias, lo que generaba recurrentes cuellos de botella en el sector externo y fuertes presiones devaluatorias. En aquel entonces escribió: “Tenemos un sector industrial consumidor de divisas que no contribuye a producirlas y la provisión de estas divisas está a cargo del sector agropecuario de crecimiento mucho más lento”.
Ahora sigue siendo cierto que el sector industrial es deficitario, pero ha habido una formidable transformación en la realidad de las actividades primarias, y en particular del agro. A diferencia de entonces, la fuerte demanda internacional de materias primas, su elevado nivel de precios y los sostenidos incrementos de la productividad local conforman una situación en la cual las divisas no escasean sino sobran, por lo que la presión no es hacia la devaluación sino hacia un dólar más bajo.
De todas maneras, en este nuevo contexto el pensamiento de Diamand sigue siendo perfectamente aplicable. No cabe duda de que se pronunciaría a favor de evitar la revaluación del peso porque, como escribió entonces, “si el tipo de cambio se fija en base al sector más productivo se convierte en determinante de la falta de exportaciones industriales e inicia la cadena de acontecimientos que culmina con las crisis y con el estancamiento argentino”.
Fuente: pagina12.com.ar
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