Zapata ha muerto. Una imagen, mil palabras

Por Jorge Montero
para El furgón 
publicado el 11 de abril de 2019




Extiende la yerta mano/ y su vista se dilata
¡Recorre el campo suriano/ el espectro de Zapata!

                                                                                          Corrido del Espectro, anónimo.

MURIÓ EMILIANO ZAPATA: EL ZAPATISMO HA MUERTO”. Titula a ocho columnas en primera plana “EXCELSIOR – El periódico de la vida nacional”, en su edición del 11 de abril de 1919. El caudillo había sido emboscado el día anterior en el poblado de San Juan de Chinameca.

El subtitulado no deja nada librado a la imaginación: “El sanguinario cabecilla cayó en un ardid hábilmente preparado por el General Don Pablo González. Fuerzas del Gobierno le hicieron creer que se habían pronunciado y cuando lo tuvieron a tiro, lo obligaron a combatir, pereciendo en la lucha el famoso Atila”. Compartiendo la portada, el presidente Venustiano Carranza recibe a un grupo de excursionistas estadounidenses en el Palacio Nacional.

El telegrama que recibimos de nuestro Corresponsal -cita el editor- dice textualmente: ‘Cuautla, Morelos, 10 de abril, (Depositado a las 10 p.m. Recibido en México a las 10.30 p.m.)— EXCELSIOR — Las tropas al mando del coronel Jesús Guajardo, que se decía que se habían sublevado en contra del gobierno, llegaron hoy con el cadáver de Emiliano Zapata. Este es un éxito completo para las tropas del general Pablo González’.”

“Poco después recibimos otro mensaje, también de nuestro Corresponsal, en estos términos: ‘Cuautla, Morelos, abril 10 de 1919 (Depositado a las 10.10 p.m. Recibido a las 10.35 p.m.) — Por un movimiento deliberadamente premeditado, las tropas del cincuenta regimiento hicieron creer que se habían sublevado en contra del gobierno, logrando acercarse hasta el campamento de los rebeldes y matar a Emiliano Zapata, trayendo su cadáver a esta plaza. Las bandas militares recorren las calles de la ciudad tocando diana, celebrando este triunfo de las tropas del general don Pablo González”.

Un día después, el sábado 12 de abril, el “EXCELSIOR” enaltece la traición: “COMO EL CORONEL GUAJARDO PUDO LLEGAR HASTA EMILIANO ZAPATA Y DARLE MUERTE”. El editorial explicita como inmediatamente se buscó la versión oficial de los hechos, y se logró gracias a los buenos oficios del jefe de Estado Mayor Presidencial, quien ‘bondadosamente’ se sirvió proporcionar copia del mensaje, que envió al señor presidente el general Pablo González: : “Con la más alta satisfacción tengo el honor de comunicar a usted que en estos momentos (9:30 pm) acaba de llegar a esta ciudad el coronel Guajardo con sus fuerzas, trayendo el cadáver de Emiliano Zapata que por tantos años fue el jefe de la Revolución del Sur y la bandera de la irreductible rebeldía de esta región”. Aprovechando el general para solicitar el merecido ascenso de Guajardo.

La noticia detalla que “el cadáver de Zapata ha sido perfectamente identificado” y se procedió a inyectarlo para tomarle fotos al día siguiente “y para que pudiera ser visto por cuantos lo deseen o pudieran dudar de que es un hecho efectivo que sucumbió el famoso jefe de la rebelión suriana”.

La fotografía con la que la portada del “EXCELSIOR” se solaza, es la de un Zapata ensangrentado exhibido en Cuautla, rodeado por campesinos, cuyo autor fue José Mora, agregado a las tropas federales.

La de México fue una revolución fotografiada -y filmada- en directo. Centenares de objetivos siguieron, minuto a minuto, el día a día de un conflicto bélico repleto de héroes y villanos. Todavía hoy, muchas de las instantáneas tomadas en aquél entonces continúan siendo iconos colectivos.

Todo revolucionario que se preciara debía tener sus propios fotógrafos de cabecera, hasta el punto de que algunos de los protagonistas de aquél sangriento drama llegaron a confundir, en determinados momentos, ficción y realidad.

En el séquito de Pancho Villa figuraban periodistas e intelectuales. Los medios de comunicación le fascinaban de tal modo que rara vez rechazaba una entrevista. Según el crítico de cine Valdemar Ayala Gándara, en 1913 el “Centauro del Norte” organizó una subasta en la que ofreció a las compañías cinematográficas norteamericanas la posibilidad de filmar sus batallas.

La Mutual Film Corporation, compañía que produjo algunas de las más importantes comedias de Charles Chaplin, compró los derechos a cambio del 20% de los beneficios de distribución, abonándole un anticipo de 25.000 dólares, que Pancho Villa invirtió en adquirir armamento. Las escenas que se grabaron del conflicto mexicano fueron distribuidas por todo el mundo. Tal fue el éxito obtenido que la productora decidió hacer una película mezclando escenas reales y de ficción. Se tituló “The life of General Villa”.

Aun cuando en principio iba a ser dirigida por Griffith, el rodaje de “El nacimiento de una nación” le apartó del proyecto, siendo realizada finalmente por el director y guionista estadounidense Christy Cabanne. El propio Villa era el protagonista del film, salvo en las escenas de juventud, que fueron interpretadas por Raoul Walsh.
Fusilamientos durante la Revolución Mexicana

No se sabe si fue con fines publicitarios, pero lo cierto es que se difundió la noticia de que Villa aceptaba combatir únicamente durante el día para que los cámaras dispusieran de luz suficiente, o que, si tenían que repetir alguna escena, los villistas no dudaban en embutirse los trajes de los cadáveres enemigos para recrear la secuencia. Lo cierto es que la desaliñada manera de vestir del “Centauro del Norte” no gustaba a los productores estadounidenses, que terminaron engalanándole con un pulcro uniforme.

Numerosos fotógrafos siguieron las andanzas de Pancho Villa en el norte, o el andar de las tropas zapatistas por el sur mexicano. Entre esta pléyade merece citarse a Sara Castrejón, la primera fotógrafa de la Revolución, a Agustín Víctor Casasola y a Hugo Brehme.

Coronela Amparo Salgado
A pesar de que según el censo de 1910 existían 14 mujeres fotógrafas en México, de ninguna de ellas se tiene imágenes o documentos que lo sustenten, excepto de la guerrerense Sara Castrejón, quien captó desde 1908 hasta mediados de los 50, el paisaje, la vida política, y el desarrollo de la Revolución Mexicana y su congelamiento, desde Teloloapan, Guerrero. Alcanza con apreciar la imagen del contingente de soldados federales, conocidos como Los Fronterizos, originarios de Durango, llegados a Guerrero por órdenes del presidente Madero para sofocar la rebelión de Jesús Salgado, en ese estado del sur. O el retrato de la coronela Amparo Salgado, tomada en 1911, con sus cananas y su rifle, como fiel ejemplo de la participación de las mujeres durante la Revolución Mexicana.

Aun tratándose de un fotógrafo menor, Casasola tuvo la habilidad de crear una de las primeras agencias de fotografía del mundo, la “Agencia Fotográfica Mexicana”. Hasta 483 fotógrafos llegaron a colaborar con su dependencia.

Casasola llegó a atribuirse la autoría de imágenes capturadas por otros autores, incluidas las de su hermano Miguel. Se tiene constancia de que borraba en los negativos los nombres de los titulares de las fotografías, sustituyéndolos por el suyo. A pesar de este comportamiento poco ético, lo cierto es que su agencia suministró material gráfico a periódicos de todo el mundo y que tuvo la acertada visión de constituir en 1900 el denominado “archivo Casasola”, que terminaría convirtiéndose en su auténtica obsesión, y que llegó a acumular casi medio millón de fotografías.

Inolvidable resulta su fotografía de diciembre de 1914 que reunió a Villa y Zapata en torno al sillón presidencial, símbolo máximo del poder, que mandara a construir Porfirio Díaz. La leyenda cuenta que, apenas los rebeldes se acercaron al salón presidencial, Pancho Villa le ofreció el lugar de privilegio a Zapata, quien desistió de la oferta: “-No. Quienes allí se sientan, se vuelven malas personas”, y cedió el lugar a Villa. La imagen fue inmortalizada por Agustín Víctor Casasola, en un rapto de talento.
Villa, sentado en el sillón presidencial junto a Emiliano Zapata

Marinos invasores preparando los cañones contra Veracruz. Foto de Hugo Brehme
A Hugo Brehme, de origen alemán, se le considera el mejor hacedor de imágenes de este periodo histórico. Llegado a México en 1905, en 1908 se instaló en Veracruz y en 1910 abrió un estudio en ciudad de México. En 1911 se incorporó a la agencia de Casasola. Fotografió la Decena Trágica de 1913, la estancia de Zapata en Morelos o la intervención de Estados Unidos en Veracruz. Ve un orden social trastocado, ve la sucesión de acontecimientos, la violencia extrema, sin embargo, nunca retrata la sangre. Logra imágenes estéticas, así se trate de los destrozos de la Quinta Colorada durante la ‘Decena Trágica’; o las imágenes de marinos estadounidenses desembarcando durante la invasión al puerto de Veracruz.

En este último período destaca una imagen de enorme violencia implícita en la que se observa la desolación imperante en los alrededores de la Fortaleza de San Juan de Ulúa, los buques estadounidenses fondeando aguas nacionales y, en primer plano, una bandera estadounidense izada en tierras mexicanas. De esta afrenta sobresale también una fotografía del Monumento a Washington destruido. En la cartulina pegada a ese monumento, se lee: “Mueran los puercos y cobardes y ladrones y yanquis y maricas y patones gringos. ¡Viva México!, ¡Viva Hidalgo!”. Un talentoso que logró dibujar los contornos de la efervescente revolución mexicana con apenas algunos fogonazos de su cámara.

Las adelitas o soldaderas
En la historia de la revolución mexicana, los fotógrafos prestaron especial atención a las soldaderas, sacrificadas mujeres que, con los pies descalzos, caminaban al costado de los orgullosos combatientes que se desplazaban a caballo, protegiéndose del sol con sombreros de ala ancha. A ellas les correspondió transportar los bultos y las armas, conseguir alimentos, cocinarlos, cuidar de los heridos y, en muchos casos, soportar la violencia que ejercían sobre ellas sus hombres.

El propio Pancho Villa siempre trató con crueldad y desprecio a las mujeres. Aunque en 1946 el Congreso mexicano reconoció a Soledad Seáñez Holguíz como su legítima esposa, se sabe que contrajo matrimonio al menos setenta y cinco veces. Si bien se les reservaban principalmente las tareas de retaguardia e intendencia, muchas de estas mujeres se batieron en el frente, alcanzando gran notoriedad. Es el caso de la Cucaracha, María Pistolas, Petra Herrera, la Coronela, Margarita Neri, Rosa Bobadilla o la Tigresa.
La Adelita

 Otras fueron inmortalizadas por los fotógrafos, como Adela Valverde Pérez conocida como “La Adelita”, retratada por Gerónimo Hernández Otra. Cuidó en 1914 del soldado herido Antonio del Río Armenta, quien se lo agradeció componiendo el famoso corrido que lleva su nombre:

En lo alto de una abrupta serranía
acampado se encontraba un regimiento
y una moza que valiente lo seguía
locamente enamorada del sargento.
Popular entre la tropa era Adelita,
la mujer que el sargento idolatraba
que además de ser valiente era bonita
que hasta el mismo coronel la respetaba.
Y se oía que decía
aquel que tanto la quería
Si Adelita se fuera con otro
la seguiría por tierra y por mar,
si por mar en un buque de guerra
si por tierra en un tren militar.
Si Adelita quisiera ser mi esposa,
y si Adelita ya fuera mi mujer,
le compraría un vestido de seda
para llevarla a bailar al cuartel.
Y después que terminó la cruel batalla
y la tropa regresó a su campamento
por la vez de una mujer que sollozaba
la plegaria

El cadáver de Zapata, por José Mora
La cámara, no podía ser de otra manera, también estaba presente cuando asesinaban a los protagonistas de la revolución. Decenas de miles de campesinos y ciudadanos anónimos que perdieron la vida en ella. También los presidentes cayendo bajo las balas como Francisco Madero y su vice Pino Suárez en 1913, fotografiados por Manuel Ramos. Y los caudillos de la revolución.

Todavía se conserva la película del funeral y entierro de Zapata en Cuautla, Morelos. Durante el acto fúnebre el fotógrafo José Mora aprovechó para realizar la magnífica instantánea del cadáver de Zapata, rodeado de sus seguidores.

El 20 de julio de 1923, Pancho Villa viajaba en automóvil hacia su finca de El Canutillo. En la ciudad de Hidalgo del Parral, en el Estado de Chihuahua, unos asesinos lo acribillaron a balazos. La orden la dio el entonces presidente Álvaro Obregón. Casasola dejó constancia del suceso, tomando una instantánea del crimen con los cadáveres todavía en el vehículo en el que habían sido ultimados.

Unos años después de su muerte unos desconocidos profanaron la tumba de Villa seccionándole la cabeza. Unas fuentes atribuyen el acto a unos soldados borrachos mandatados por Obregón; para otras, fueron unos gringos que, en el lugar del vandálico acto, dejaron el siguiente letrero: “Nos llevamos la cabeza del bandido”. Se dice que el magnate de la prensa norteamericana William Randolph Hearst pago 5.000 dólares por tan funesto trofeo.

Cien años después, siguen cayendo velos de mentira y de hipocresía sobre “el Caudillo del Sur”. Como anuncia el corrido de “Zapata vivo”:

Está en la vida de lucha
que nos dio el gran general.
(Y está más viva que nunca
su consigna popular:)
la que nos une de siempre,
la tierra con libertad.

Fuente: elfurgon.com.ar