¿En qué consiste la originalidad de Martí?

Por  Gabriela Mistral*


Parece que la originalidad esencial de Martí sea un caso de vitalidad en general y luego de vitalidad tropical. Si la imitación se explica como una dependencia del ambiente, una cargazón de muchas atmósferas sobre un cuerpo que no las resiste y se deja manejar de ellas, la originalidad sería una vitalidad tan brava de un organismo intelectual que puede con ellas hasta el punto de desentenderse de su peso y de obrar como si su cuerpo fuese la única realidad. Martí es muy vital y su robustez la causa de su independencia. Mascó y comió del tuétano de buey de los clásicos; nadie puede decirle lo que a otros modernos que se quedase sin este alimento formador de la entraña: conoció griegos y romanos. Cumplió también su obligación con los clásicos próximos, es decir, con los españoles, y fue el buen lector que pasa por los 70 rodillos de la colección Rivadeneira sin saltarse ninguno, solo que pasa entero, sin ser molido y vuelto papilla por ellos. Guardó a España la verdadera lealtad que le debemos, la de la lengua, y ahora que los ojos españoles peninsulares pueden mirar a un antillano sin tener atravesada la pajuela de la independencia, desde Madrid le dirán leal a este insurrecto, porque conservó una fidelidad más difícil de cumplir que la de la política, y que es esta de la expresión. Tanto estimó a los padres de la lengua que a veces toma en cuenta hasta a los seguidores o tercerones de ella, me valga el vocablo.

Pero más detenido que en clásicos enteros y en semiclásicos se le ve en los escritores modernos de Francia y de Inglaterra, cosa muy natural en un hombre que tenía a su tiempo presente y que vivió registrándolo día a día. Esta dominación de los modernos sobre él, parece venirle de la simpatía de las ideas más que del apego de la forma como en el caso de Rubén. Gran sensato, Martí no tuvo la deplorable ocurrencia de tanto escritor nuestro de admirarle a Cicerón la letra y la ideología y de creer que Homero o Virgilio obligan al desconcentro de nuestra época y a una nostalgia llorona de Agamenón y de tal o cual César. Él tiene encargos que cumplir, buena como cualquiera otra, y se siente emparentado con las almas francesas e inglesas de su año por el parentesco que es tan fuerte de la contemporaneidad. Así, pues, nuestro Martí será un hombre literario de los de alimento completo, clásico y moderno, y de una formación literaria perfectamente regular: nada hay en él del escritor a dietas de una sola lengua y de un solo periodo literario. Contémosle la cultura entre sus varios decoros.

Ahora que sabemos que la originalidad de Martí ha sufrido la prueba de los magisterios posibles, vamos a averiguar en qué consiste esta originalidad de sintaxis.

ORIGINALIDAD DE SINTAXIS

Comencemos con el tono. Los escritores de estilo original no siempre son muy diferenciados de tono; pero los escritores más finos y los verdaderamente personales, son siempre escritores de un acento particular. En la literatura española, por ejemplo, Calderón tiene un estilo, pero Santa Teresa tiene un tono; en la francesa, Montaigne tiene mucho más dejo que Racine. Nuestro Martí aparece a primera vista con un cuerpo entero de estilo, pero lo más gustoso de sentirle y saborearle es el tono.

Acordémonos de que este hombre es un orador nato para estimarle suficientemente esta maravilla del tono natural.

Género odioso si los hay, la oratoria carga con una cadena de fatalidades. El orador comienza por ser el recitador que recita en un vasto espacio y para una masa. Lo primero lo fuerza a alzar la voz cuanto la voz da, vale decir, a gritar; la mucha carne escuchadora lo obliga a hacerle concesiones halagándole si no todos los gustos, los más de los gustos.

La voz tonante, de una parte, y de otra el apetito de dominar, le sacan los gestos violentos; los dos imperativos de voz y gesto le obligan a la expresión excesiva mejor que intensa, y a los conceptos extremos. Así se viene a formar la cadena que digo de fatalidades y una adulteración en grande. Yo no tengo amigos oradores y no he podido recibir confesión de ellos en este sentido; pero se me ocurre que el escritor honrado debe detestar sus discursos viendo claro en ellos esta fabricación del convencimiento, esta máquina montada con piezas de mentira de la que debe usar para convencer… de su verdad. Me parece la oratoria en los mejores, de un costado, una forma didáctica, de otro, una especie de desfogamiento de cierto lirismo incapaz de la estrofa, en buenas cuentas, una profesión de propaganda enseñadora y una volcadura cómoda del fuego. Los dos aspectos tuvo en Martí: él incitaba con ella y él se aliviaba la superabundancia del alma.

Anotemos en Martí el que siendo un orador tan entrañablemente original, y tan honesto dentro de su gremio de fraudulentos, no se aparta de las líneas obligadas del género. Si reparamos en un texto de retórica las condiciones de la arenga, vemos que él cumple con todas, en lo cual volvemos a sentirle su condición de clásico acatador si no de reglas, de una tradición. El secreto de Martí orador consiste tal vez en que manejando un género de virtudes falsas él lo sirve con virtudes verdaderas. Mientras el orador corriente simula la fogosidad y gesticula con llamitas pintadas, él está ardiendo de veras; mientras el arengador de todas partes sube la cuesta del periodo largo por una especie de hazaña de gimnasta, para hincar al final la pica de una buena conclusión, él trepa el periodo temblando; a cada proposición sube en temblor de pulsos y al terminar echa la exhalación genuina del que remató un repecho; mientas el orador embusterillo junta en frío las metáforas para echarlas después en chorro y encandilar el millón de ojos que le mira, a él le sale el borbotón de metáforas en cuanto el asunto lo calienta y lo funde, y así viene a ser el volcán de verdad que vomita brasa de veras y lava de cocer. Con todo lo cual él vuelve espectáculo natural un espectáculo que los demás aderezan, y realiza la rara hazaña de darse él en pasto a una operación destructora que nadie verifica así, por no hacerse pedazos.

DETALLES

Yo llegué tarde a su fiesta y una de mis pérdidas de este mundo será siempre la de no haber escuchado el habla de Martí. Amigos suyos me han hablado de su voz, pero una descripción aquí no reemplaza nada. De haber tenido don de voz, porque, si les creemos a los yoghis, y en esto yo les creo, el que posee dulce la víscera, tiene inseparablemente dulce la voz. Una voz que siendo viril se queda dulce es una pura maravilla. Me acuerdo siempre de Emerson en su elogio a la voz grata, y como él desconfío de los acentos pedregosos roncos: sus piedras llevan.

El ademán debe haberlo tenido como el de los efusivos que son a la vez finos, y que gesticulan con un ímpetu suave, valga la expresión, sin manotear mucho pero al mismo tiempo sin privarse de la buena subrayadura del gesto.

No le conocimos acento de mímica, pero lo demás nos ha quedado, a Dios gracia, en el cuerpo de los discursos para que le gocemos la anatomía. ¡Qué noble anatomía la del discurso tendido que nos va a mostrar sus miembros nobles entregársenos como el atleta en una mesa el que lo quiere medir y gozar!

El periodo copioso se nos había hecho bastante antipático en los seudo-cervantistas, a causa de su composición artificial, de su manufactura trabajosa.

La sintaxis viva es cosa funcional y que se ordena adentro. Puede salir abundosa y ágil como la sangre que es abundante y ligera en los buenos sanguíneos, pero ha de salirle al escritor así, en empellón espontáneo. Lo común es lo que sintaxis compleja se la acomode afuera, con relativos forzados; que se le construye voluntariamente por hacer alarde cervantino, y así salen esas masas de cemento armado, esos dinosaurios de yeso que agobian.

Confieso que solamente Martí no me fatiga el periodo, a fuerza de estar vivo desde la cabeza hasta los pies. Confieso que a los prosistas mediocres, incapaces de fundir los materiales de la proposición, como el buen volcán se funde los suyos, yo les pido la sintaxis primaria y breve al alcance de sus fuerzas y que no nos canse la atención. La frase corta, portátil, práctica, es un hallazgo muy útil de la lengua francesa, porque tiene lástima del aliento del lector y cortesía para el auditor. El continente verbal que es el gran acápite, pide titán para su construcción y las manos comunes son artesanas y no prometeicas.

Martí vivirá las edades formadoras, infancia y adolescencia, sumergido en su lengua hablada por las tres castas, abonándose con el español culto de los cultos y con el gustoso y pimentado del pueblo. Cuando salió al destierro, llevaba, sólida y segura como las entrañas que no nos dejan, una lengua completa y viva, chupada veinte años en la cubana.

Naturalmente, un verdadero vital no se contenta con el idioma que recibe, porque cualquier naturaleza creadora tiende a crear con todos sus órganos lo mismo que cualquier naturaleza rica rebasada los medios usados que le dan y echa de sí mismo los que le faltan.

Antes de Rubén Darío, él se había puesto a la invención de vocablos y Darío le reconocía este mayorazgo.

Martí crea sus derivados como lo hiciese un lingüista profesional, guardando todo respeto a la tradición en las terminaciones, e inventa siempre por necesidad verdadera, por ese ímpetu de expresivismo del que hemos hablado.

El vocabulario martiano no será nunca extravagante, pirotécnico ni snob, aunque será ciento por ciento novedoso hasta volverse inconfundible.

El verbo más que el mismo ardjetivo él lo hace a la medida de su necesidad. Verbos más activos que la familia entera de los verbos españoles él dice desjarretar, sajar, chupar, despeñar, pechar. Sus adjetivos parecen táctiles y yo pienso que nadie entre nosotros ha llevado más lejos la ceñidura del apelativo a la cosa.

Él dice tajadas, carneadas, fundida, atribulada, volcada, regada, y como dentro del adjetivo pictórico se queda el verbo activo, su epíteto no cansa, aunque lo administre mucho, por esta razón de que no está nunca inerte.


EL GRAN LEAL

José Martí cayó en su molde propio al caer en el Trópico; él no rezongó nunca contra la latitud, porque no se hablaba mal del guante que viene a la mano.

Antes y después de José Martí, ninguno se ha revolcado en la jugosidad y en las esencias capitosas de este suelo. Hay que llamar a este hombre entre otras cosas el gran leal. Lo será por muchos capítulos, pero principalmente por este de haber llevado a la expresión hablada y escrita el resuello entero, caliente y oloroso, de su atmósfera circundante y haber vaciado en ella la cornucopia de su riqueza geográfica.

Él no nos aparece frío, ni de esa frialdad que suele traer la fatiga y que es el desgano, en ningún documento; siempre lo asiste la llama o la brasa confortante, o un rescoldo bueno y cordial.

La abundancia del estilo de Martí, viene de varias causas, y es una especie de conjunción de vitalidades. Hervía de ideas al revés del escritor que ha de seguir una sola como hilito de agua en tierra pobre; el corazonazo caliente le echaba sobre la garganta el borbotón de la pasión constante; el vocabulario pasmoso le entregaba a manos llenas las expresiones ahorrándole esa búsqueda de la frase tan acusada en otros.

¡Cómo no había de ser abundante!

Él es un proveedor de conceptos, pero como le sobra savia, él puede ocuparse de regar sobre la ideología un chorro de galanura, un camino de metáforas que no se le acaba nunca. No olvidaremos tampoco que este hombre es sobre todo un poeta; que puesto en el mundo a una hora de necesidades angustiosas, él aceptará ser conductor de hombres, periodista y conferenciante, pero que si hubiese nacido en una Cuba adulta, sin urgencia de problemas, tal vez se hubiese quedado en hombre exclusivo de canto mayor y menor, de canto absoluto.

Al lado de la extraordinaria sintaxis de Martí está, pues, como el otro pilar de su magistralidad su metáfora. La tiene impensada y no extravagante; la tiene original y no estrambótica; la tiene virgínea y en tal abundancia que no se entiende de qué prado de ellas se procede en cada momento sin que la reincidencia lo haga nunca aceptar una sola manoseada y originaria.

La sabida frase del hombre que piensa en imágenes, conviene a Martí como a ninguno de nosotros. Hay que caer sobre algunas páginas del Asia, de esas en que la poesía se traduce en una pura reverberación de símiles, para encontrar algo semejante a la escritura de Martí. Pero la diferencia suya con el lirismo asiático está en que, mientras aquel significa a veces un atollamiento de flores, un relámpago de gemas, Martí conserva siempre bajo la floración del hueso del pensamiento.

Todo lo quiere para su gente Martí: libertad primero, holgura y cultura luego, felicidad finalmente. Y como el estilo, digan lo que digan, forma la aspa visible del molino escondido, y confiesa a cada paso la moral nuestra, aun cuando no hable nunca de moral, las liberalidades de Martí se traducen en su lengua no sé en qué flexibilidades felices, en qué desenvoltura de hombre sin remilgos, en qué felicidad de señor acostumbrado a darse y a dar, a tener y a ofrecer. Mírese un poco el estilo de los egoistones y de los recelosos y se podrá sentirles la reticencia.


EMBRIAGADO DE AMOR HUMANO

Unos pocos escritores hay con los cuales sobra la divulgación de su persona y de su vida; unos muchos hay que no pueden ser manejados por el comentarista, sino en bloque de escritura y de carácter. Martí anda con estos, y hasta al punto que no sabemos bien si su escritura es su vida puesta en renglones, o si su vida es el rebosamiento de su escritura. Aparte de que Martí pertenece a aquellos escritores que se hacen amar aun más que estimar, y de los cuales queremos saberlo todo, desde cómo rezaban hasta cómo ellos comían.

El fenómeno tan difícil de combatir sin aborrecer, apareció entre nosotros, en esta Cuba americana, en este santo de pelea que comentamos. Pónganle si quieren un microscopio acusador encima, aplíquenselo a arengas, a proclamas o  a cartas, y no les ha de saltar una mancha ni una pesa de odio.

Aunque la frase se tiña un poco de cursilería, digamos que Martí vivió embriagado de amor humano.

Es agradecimiento todo en mi amor de Martí, agradecimiento de escritor que es el Maestro americano más ostensible en mi obra, y también agradecimiento del guía de hombres terriblemente puro, que la América produjo en él, como un descargo enorme de los guías sucios que hemos padecido, que padecemos y que padeceremos todavía.

Yo me traigo a Nuestro José Martí para que me lave con su lejía blanca, de leche fuerte, las borroneaduras de nuestra gente, su impureza larga y persistente. Refugio me ha sido y me será, uno de esos refugios limpios y enjutos que suelen hallarse en una gruta cuando se anda por el bajío pantanoso de alimañas escurridizas, y en el que se entra para poder comer y dormirse después sin cuidado. Esa frente que a ustedes les es familiar me tranquiliza con su plano suave y me echa luces, y luz; esos ojos de dulzura pronta, donde se chupa sin tener que buscar; esa boca cuyo gesto yo me creo, por el bigote grueso que lo tapa; ese mentón delgado que desensualiza la cabeza por el segundo extremo, haciendo lo que la frente hace en lo alto, ese conjunto de nobleza benévola, me ha consolado muchas veces de tanto rostro desleal, brutal y feo.

Hemisferios de agradecimiento son, pues, para mí la literatura y la vida de José Martí, y con esta conversación empiezo a pagar deuda vieja empezada con ellos. Seguiré pagando lo mucho y variado que me queda. Él ya no está aquí, en este mostrador de la vida para recibirme el primer cumplimiento; pero está el grupo de los suyos que han tomado a su cargo el negocio moral, la institución cubana y americana que se llama José Martí, la cual está vigente de vigencia racional y está viva de una capitosa vitalidad.

*(Fragmentos de la conferencia La lengua de Martí, dictada en La Habana, por Gabriela Mistral, en 1931)