Las Américas y aquel ABC de Perón

Por José Steinsleger 
para La Jornada (México)
publicado el 1 y el 8 de abril de 2015

Parte I

¿Qué esperar de la séptima Cumbre de las mal llamadas Amé­ricas (Pa­na­­má, 10-11 abril), un aquelarre inventado por el Consenso de Washington y la anacrónica OEA en el decenio de 1990? ¿Un choque entre gobiernos serviles o renuentes a Estados Unidos, o el hipócrita consenso que al imperio le facilite ofrecer, bilateralmente, zanahorias para Cuba y garrotes para Venezuela?


A 10 años del entierro del ALCA (cuarta Cumbre de Mar del Plata), parecería que el panamericanismo en versión new age trata de recuperarse de sus crónicas derivas. Es lo que se trasluce de la creciente partición entre el mare nostrum caribeño y mesoamericano, y algunos gobiernos del sur que andan juntos para marchar separados, fortaleciendo desconfianzas, miedos, desunión.

Con la aparición de Hugo Chávez, la revolución bolivariana y la vigorosa irrupción de los movimientos populares en América Latina, muchas cosas empezaron a cambiar. Estos procesos conllevan, en efecto, sentimientos comunes con otros: la Patria Grande de Bolívar, la América nuestra de Martí.

Pero en el cono sur sus lecturas no admiten fáciles analogías. V. gr.: las maniobras de Inglaterra para que Brasil expandiera su vasto territorio, Chile se convirtiera en un British garden, Argentina levantara un enclave neocolonial similar al de Hong Kong y, en medio, un algodón entre dos cristales: Uruguay. Mientras Paraguay, por resistirse a la geopolítica del Foreign Office, fue literalmente reducido a cenizas por sus vecinos.

Para no ir lejos, aterricemos en la segunda etapa del panamericanismo, luego de que en la Conferencia de Yalta Washington y Moscú se repartieron el mundo de posguerra (1945). El capitalismo, entonces, descubre nuevos enemigos: los pueblos que luchan contra el colonialismo, intentando su liberación por vía armada.

En América Latina, donde con excepción de Puerto Rico no había lucha anticolonial, Estados Unidos concluye que la penetración ideológica del comunismo era una forma de agresión extracontinental. Cosa curiosa, pues bien sabía Washington que los partidos comunistas de la época no tenían permiso para pensar.

El de 1953 fue un año de inflexión: muerte de Stalin, empate militar en la guerra de Corea, clímax del macartismo en Estados Unidos, carrusel de ensayos nucleares bajo tierra, en Irán la CIA derroca al gobierno nacionalista de Mossadegh, en España Washington decide apoyar a Franco, y en Indochina Ho Chi Minh lanza una profecía: Los imperialistas norteamericanos incitan a Francia a intensificar su guerra de reconquista en Vietnam. Lo que quieren es debilitar a los franceses para ocupar su lugar.

Tal era el clima de la época, con los intelectuales de París decodificando qué quiso decir Samuel Beckett en Esperando a Godot: Nada ocurre, nadie viene, nadie va, es terrible. Angustias de la gente intoxicada de cultura. Porque en sentido contrario, en julio de aquel año, un joven médico se despedía en Buenos Aires de padres, hermanos y amigos, exclamando ¡Aquí va un soldado de América!, desde un tren que la locomotora de la historia ponía en marcha. Y días después, en rara sincronía, otro joven inquieto encabezaba el ataque al cuartel Moncada, rompiendo en dos la historia de Cuba y América Latina.

Sin saber qué hacer con el ecléctico Juan D. Perón, Moscú y Washington lo calificaron de nazifascista. Cargo que los historiadores demoliberales de izquierda o derecha sostendrán, velada o científicamente (el funcionalismo positivista mata), hasta nuestros días. Y guay de quien se atreva a dudar de que Perón giraba órdenes a Hitler y la Gestapo desde Argentina.

En tanto, la flamante OEA (1948) retomaba el espíritu monroísta de la vieja Unión Panamericana (1891) y Henry Cabot Lodge (embajador del presidente Dwight Eisenhower en la ONU) se ilusionaba con atar “…los lazos que existen entre nosotros y todos nuestros vecinos de la Unión Panamericana”. Pero sólo le creyeron los que asistían a la proyección del filme estelar del año, Cantando bajo la lluvia, dando pasitos de baile o silbando como el inolvidable y macartista Gene Kelly.

El 11 de noviembre de 1953, sin dejarse intimidar frente a la dicha panamericanista, Perón pronunció una conferencia secreta en la Escuela Nacional de Guerra, cuyos ejes temáticos trascendieron recién en 1967. Tras analizar la situación mundial, continental y local, el führer de los argentinos proponía las líneas y los cursos de acción que Fidel y Chávez retomarían después: la nueva estrategia en la lucha por la liberación nacional de nuestra América.

En la ocasión, Perón habló de un mundo superpoblado y superindustrializado que “…presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido… un panorama en que las luchas serán eminentemente económicas…”


Añadió: Este proceso planteará, en forma cada vez más acuciante, dos problemas vitales para la humanidad: alimentos y materias primas. Y para ello, Perón planteó la alianza política y económica con Chile y Brasil. El pacto ABC, que analizaremos en la siguiente entrega.



***

Parte II 


Según el historiador uruguayo Carlos Machado, cuando en febrero de 1946 Perón ganó los comicios presidenciales, con 53 por ciento de los votos, escribió a su amigo Luis Alberto Herrera, líder popular de los blancos de Uruguay (Partido Nacional) : Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los Estados Unidos de Sudamérica.


Propuesta que más de medio siglo después retomaría Hugo Chávez con la Alianza Bolivariana para los Pue­blos de Nuestra América (Alba). Sin embargo, a diferencia del jefe de la revolución bolivariana, Perón tuvo que remar en soledad: contra las potencias hegemonistas que se habían repartido el mundo de posguerra, y contra los poderes internos que se alineaban con el panamericanismo impuesto por Washington (OEA, 1948), o abrían el paraguas si llovía en Moscú.



El senador peronista Diego Luis Molinari recorrió el continente llevando las propuestas unificadoras de Perón: un mercado común, una banca común, una sola moneda común, y una ciudadanía común para todos los americanos. Y como no hay historias sin guiños, entre los beneficiados del proyecto continentalista de Perón figuraba un combativo dirigente estudiantil de 22 años, que con el tiempo daría que hablar: Fidel.


Los fundamentos doctrinarios y geopolíticos de la Argentina peronista empezaron con propuestas de unión económica y política a Chile y Brasil (proyecto ABC, 1953). De puño y letra, Perón planteó:



1. Avanzar por el camino de la persuasión popular que permita superar mentalidades localistas de profundo arraigo, e influir en los pueblos más que en los gobiernos, pues éstos se cambian como se cambian de camisa… En cambio, en los pueblos está lo permanente.

2. Un curso de acción de esta naturaleza entraña mayores dificultades, e implica lentitud. La unión no puede ser impuesta por la fuerza. Debe lograrse por la acción política…sin sueños fantásticos de hegemonías, de mando y de dirección.

3. El proyecto de unión debe distinguir entre unión y unidad. La unión se realiza entre unidades nacionales… Y la unión entre naciones exige que se trate de naciones libres, justas, soberanas.

4. Argentina sola no tiene unidad económica; Brasil solo, tampoco; Chile igual. Pero estos tres países, unidos, cuentan con la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque estos son países de reserva del mundo.

5. Tenemos un gran peligro por delante. La historia de la humanidad muestra que las grandes potencias, cuando necesitan bienes que no poseen o que se les agotaron, van en su busca y los consiguen por las buenas o por las malas.

6. La obstinación en levantar fronteras ideológicas no hace sino demorar el proceso, y aumentar el costo de la construcción de la sociedad mundial… Los países han de unirse progresivamente con base en la vecindad geográfica, y sin imperialismos locales y pequeños.


La concepción estratégica del ABC despertó las furias de los demócratas sin adjetivos. En Uruguay, la prensa hablaba de imperialismo justicialista. En Brasil, el canciller Joao Neves de Fontoura (enemigo de Getulio Vargas) dijo que su país estaba contra los pactos regionales, y que éstos significaban la destrucción del panamericanismo. Y en Chile, Perón fue acusado de buscar la anexión, a lo que el presidente argentino respondió: “Estoy dispuesto a que Chile se anexe a la Argentina. Lo principal es la unidad… Que me digan si hay razones para mantener desunidos a Chile y Argentina”.

Con el suicidio de Vargas (1954) y el derrocamiento de Perón (1955), el proyecto ABC pasó a la historia. A partir de allí, entre la Alalc/Aladi (1960/80), y el ingreso de México al tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá (1994), los pueblos de nuestra América padecieron, exponencialmente, la magia del mercado: crecimiento económico sin desarrollo social. Y, por sobre todo, los estragos de la desunión.


Décadas después, con la revolución bolivariana, el espíritu del ABC tomó cuerpo en un contexto mundial radicalmente distinto al de su época. Alianzas económicas, mecanismos de integración, cooperación y entendimiento político, que irrumpirían con el Mercosur (1991), Alba (2004), Petrocaribe (2005), Unasur (2008), Celac (2010).


El logro mayor de este proceso tuvo lugar en la cuarta cumbre de las mal llamadas Américas (2005), cuando el viejo proyecto de libre comercio (o ALCA, cuya primera manifestación data de 1885) fue radicalmente cuestionado por los presidentes Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Luiz Inacio Lula da Silva.



En 1889 y 1890, el ALCA estuvo cerca de concretarse. Pero no sucedió por la oposición del gobierno argentino, que a través de su delegado, Roque Sáenz Peña, manifestó: Tratar de asegurar el comercio libre entre mercados carentes de intercambio sería un lujo utópico y un ejemplo de esterilidad.


Palabras que José Martí celebró, advirtiendo que, en tal caso, “…tendría que declararse por segunda vez la independencia de la América Latina, esta vez para salvarla de Estados Unidos”.

Fuente parte I                    Fuente parte II

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Disertación de Juan D. Perón sobre el tratado de Argentina, Brasil y Chile (ABC) en la Escuela Nacional de Guerra

Señores:

He aceptado con gran placer esta ocasión para disertar sobre las ideas fundamentales que han inspirado una nueva política internacional en la República Argentina.

Es indudable que, por el cúmulo de tareas que yo tengo, no podré presentar a ustedes una exposición académica sobre este tema, pero sí podré mantener una conversación en la que lo más fundamental y lo más decisivo de nuestras concepciones será expuesto con sencillez y con claridad.

Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones, y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes.

Es indudable que la evolución histórica de la humanidad va afirmando este concepto cada día con mayores visos de realidad. Eso es todo cuanto podemos decir en lo que se refiere a la natural y fatal evolución de la humanidad. Si ese problema lo transportamos a nuestra América surge inmediatamente una apreciación impuesta por nuestras propias circunstancias y nuestra propia situación.

Es indudable que el mundo, superpoblado y súper industrializado, presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido, por lo menos en una escala tan extraordinaria. Todos los problemas que hoy se ventilan en el mundo son, en su mayoría, producto de esta superpoblación y superindustrialización, sean problemas de carácter material o sean problemas de carácter espiritual, Es tal la influencia de la técnica y de esa superproducción, que la humanidad, en todos sus problemas económicos, políticos y sociológicos, se encuentra profundamente influida por esas circunstancias.

Si ése es el futuro de la humanidad, es indudable que estos problemas irán progresando y produciendo nuevos y más difíciles problemas emergentes de las circunstancias enunciadas.

Resulta también indiscutible que la lucha fundamental en un mundo superpoblado es por una cosa siempre primordial para la humanidad: la comida. Ese es el peor y el más difícil problema a resolver.

El segundo problema que plantea la industrialización es la materia prima; valdría decir que en este mundo que lucha por la comida y por la materia prima, el problema fundamental del futuro es un problema de base y fundamento económicos, y la lucha de futuro será cada vez más económica, en razón de una mayor superpoblación y de una mayor superindustrialización. En consecuencia, analizando nuestros problemas, podríamos decir que el futuro del mundo, el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean: reservas de alimentos y reservas de materias primas.

Eso es una cosa tan evidente, tan natural y simple, que no necesitaríamos hacer uso ni de la estadística y menos aún de la dialéctica para convencer a nadie.

Y ahora, viendo el problema práctica y objetivamente, pensamos cuáles son las zonas del mundo donde todavía existen las mayores reservas de estos dos elementos fundamentales de la vida humana: el alimento y la materia prima.

Es indudable que nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de explotación extractiva, está la mayor reserva de materia prima y alimentos del mundo. Esto nos indicaría que el porvenir es nuestro y que en la futura lucha nosotros marchamos con una extraordinaria ventaja frente a las demás zonas del mundo, que han agotado sus posibilidades de producción alimenticia y de provisión de materias primas, o que son ineptas para la producción de estos dos elementos fundamentales de la vida.

Si esto, señores, crea realmente el problema de la lucha, es indudable que en esa lucha llevamos nosotros una ventaja inicial, y que en el aseguramiento de un futuro promisorio tenemos halagüeñas esperanzas de disfrutarlo en mayor medida que otros países del mundo.

Pero precisamente en estas circunstancias radica nuestro mayor peligro, porque es indudable que la humanidad ha demostrado a lo largo de la historia de todos los tiempos que cuando se ha carecido de alimentos o de elementos indispensables para la vida, como serían las materias primas y otros, se ha dispuesto de ellos quitándolos por las buenas o por las malas, vale decir, con habilidosas combinaciones o mediante la fuerza. Lo que quiere decir, en buen romance, que nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados y superindustrializados, que no disponen de alimentos ni de materia prima, pero que tienen un extraordinario poder, jueguen ese poder para despojarnos de los elementos de que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades. Ahí está el problema planteado en sus bases más fundamentales, pero también las más objetivas y realistas,

Si subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista, como han sido miles y miles de territorios desde los fenicios hasta nuestros días. No sería una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de manera que ni siquiera llamaría mucho la atención.

Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una defensa futura en común.

Si esas circunstancias no son suficientes, o ese hecho no es un factor que gravite decisivamente para nuestra unión, no creo que exista ninguna otra circunstancia importante para que la realicemos.

Si cuanto he dicho no fuese real, o no fuese cierto, la unión de esta zona del mundo no tendría razón de ser, como no fuera una cuestión más o menos abstracta e idealista.

Señores: es indudable que desde el primer momento nosotros pensamos en esto; analizamos las circunstancias y observamos que, desde 1810 hasta nuestros días, nunca han faltado distintos intentos para agrupar esta zona del Continente en una unión de distintos tipos.

Los primeros surgieron en Chile, ya en los días iniciales de las revoluciones emancipadoras de la Argentina, de Chile, del Perú. Todos ellos fracasaron por distintas circunstancias. Es indudable que, de realizarse aquello en ese tiempo, hubiese sido una cosa extraordinaria. Desgraciadamente, no todos entendieron el problema, y cuando Chile propuso eso aquí a Buenos Aires, en los primeros días de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno fue el que se opuso a toda unión con Chile. Es decir que estaba en el gobierno mismo, y en la gente más prominente del gobierno, la idea de hacer fracasar esa unión. Eso fracasó por culpa de la Junta de Buenos Aires.

Hubo después varios que fracasaron también por diversas circunstancias. Pasó después el problema a ser propugnado desde el Perú, y la acción de San Martín también fracasó. Después fue Bolívar quien se hizo cargo de la lucha por una unidad continental, y sabemos también cómo fracasó.

Se realizaron después el primero, el segundo y el tercer Congreso de México con la misma finalidad. Y debemos confesar que todo eso fracasó, mucho por culpa nuestra. Nosotros fuimos los que siempre más o menos nos mantuvimos un poco alejados, con un criterio un tanto aislacionista y egoísta.

Llegamos a nuestros tiempos.

Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el Continente.

Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados; pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un poco antes al año 2000, y llegar en un poco mejores condiciones que aquella que nos podrá deparar el destino mientras nosotros seamos yunque que aguantamos los golpes y no seamos alguna vez martillo; que también demos algún golpe por nuestra cuenta.

Es por esa razón que ya en 1946, al hacer las primeras apreciaciones de carácter estratégico y político internacional, comenzamos a pensar en ese grave problema de nuestro tiempo. Quizá, en la política internacional que nos interesa, es el más grave y el más trascendente; más trascendente quizá que lo que pueda ocurrir en la guerra mundial, que lo que pueda ocurrir en Europa, o que lo que pueda ocurrir en el Asia o en el Extremo Oriente; porque éste es un problema nuestro, y los otros son problemas del mundo en el cual vivimos, pero que están suficientemente alejados de nosotros.


Creo también que en la solución de este grave y trascendente problema cuentan los pueblos más que los hombres y que los gobiernos.


Es por eso que, cuando hicimos las primeras apreciaciones, analizamos si esto podría realizarse a través de las cancillerías actuantes como en el siglo XVIII, en una buena comida, con lucidos discursos, pero que terminan al terminar la comida, inoperantes e intrascendentes, como han sido todas las acciones de las cancillerías de esta parte del mundo desde hace casi un siglo hasta nuestros días; o si habría que actuar más efectivamente, influyendo no a los gobiernos, Que. aquí se cambian como se cambian las camisas, sino influyendo a los pueblos, que son los permanentes, Porque los hombres Pasan Y los gobiernos se suceden, pero los pueblos quedan.


Hemos observado, Por otra Parte, que el éxito, quizá el único éxito extraordinario del comunismo, consiste en que ellos no trabajan con los gobiernos, sino con los Pueblos, Porque ellos están encaminados a una obra permanente y no a una obra circunstancial.


Y si en el orden internacional quiere realizarse algo trascendente, hay que darle carácter permanente, Porque mientras sea circunstancial, en el orden de la Política internacional no tendría ninguna importancia. Por esa razón, y aprovechando las naturales inclinaciones de nuestra doctrina Propia, comenzamos a trabajar sobre los pueblos, sin excitación, sin apresuramientos y, sobre todo, tratando de cuidar minuciosamente, de desvirtuar toda posibilidad de que nos acusen de intervención en los asuntos internos de otro estado


En 1946, cuando yo me hice cargo del gobierno, la Política internacional Argentina no tenía ninguna definición No encontramos allí ningún plan de acción, como no existía tampoco en los ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares Pudieran basar sus Planes de operaciones.


Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regía sus decisiones o designios.


Vale decir que nosotros habíamos vívido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a lo largo de los tiempos, con una dirección uniforme y congruente. Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países. Nosotros no teníamos iniciativa.


No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizá ex�plicable, pues los pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes; pero tienen que tener algún objetivo.


Yo no digo que nos vamos a poner nosotros a establecer objetivos extracontinentales para imponer nuestra voluntad a los rusos, a los ingleses o a los norteamericanos; no, porque eso sería torpe.


Vale decir que en esto, como se ha dicho y sostenido tantas veces, hay que tener la política de la fuerza que se posee o la fuerza que se necesite para sustentar una política.

Nosotros no podemos tener lo segundo y, en consecuencia, tenemos que reducirnos a aceptar lo primero, pero dentro de esa situación podemos tener nuestras ideas y luchar por ellas para que las cancillerías, que juegan al estilo del siglo XVIII, no nos estén dominando con sus sueños fantásticos de hegemonías, de mando y de dirección.

Para ser país monitor como sucede con todos los monitores ha de ser necesario ponerse adelante para que los demás lo sigan. El problema es llegar cuanto antes a ganar la posición o la colocación, y los demás van a seguir aunque no quieran. De manera que la hegemonía no se discute; la hegemonía se conquista o no se conquista. Por eso nuestra lucha no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía de nadie, como lo he dicho muchas veces, sino simple y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra el país, y en tercer término, al resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones.

Por eso, bien claramente entendido, como lo he hecho en toda circunstancia, para nosotros: primero la República Argentina, luego el Continente y después el mundo. En esa posición nos han encontrado y nos encontrarán siempre, porque atendemos que la defensa propia está en nuestras manos; que la defensa, diremos relativa, está en la Zona continental que defendemos y en que vivimos y que la absoluta es un sueño que todavía no alcanzado ningún hombre ni nación alguna de la tierra. Vivimos solamente en una seguridad relativa pensando, señores, en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del Continente.

Habíamos pensado que la lucha del futuro será Económica; la historia nos demuestra que ningún un país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tiene en sí una completa, diremos unidad económica.

Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas, a base de una unidad económica. Y yo analizo que si nosotros soñamos con la grandeza que tenemos la obligación de soñar para nuestro país, debemos analizar primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a primer plano en todas las luchas del futuro.

La República Argentina sola, no tiene unida económica; Brasil solo, no tiene tampoco unida económica; Chile solo, tampoco tiene unid económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. Estos son países reservas mundo.

Los otros están quizá a no muchos años de la terminación de todos sus recursos energéticos y de materia prima; nosotros poseemos todas las reservas de las cuales todavía no hemos explotado nada.

Esa explotación que han hecho de nosotros, manteniéndonos para consumir lo elaborado por ellos, ahora en el futuro puede dárseles vuelta, porque en la humanidad y en el mundo hay una justicia que está por sobre todas las demás justicias, y que algún día llega. Y esa justicia se aproxima para nosotros; solamente debemos tener la prudencia y la sabiduría suficientes para prepararnos a que no nos birlen de nuevo la justicia, en el momento mismo en que estamos por percibirla y por disfrutarla.

Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina.

Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, sino en pequeñas unidades.

Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos. Tampoco olvidé de trabajar a los gobiernos, y durante los seis años del primer gobierno, mientras trabajábamos activamente en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir esta acción, conversé con los que iban a ser presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio Vargas y el General Ibáñez.

Getulio Vargas estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea, y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno. lbáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder lo mismo.

Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieran prometido esto, para dar el hecho por cumplido, porque bien sabía que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran, sino lo que pudieran. Sabía bien que un gran sector de esos pueblos se iba a oponer tenazmente a una realización de este tipo, por cuestiones de intereses personales y negocios, más que por ninguna otra causa. ¡Cómo no se van a oponer los ganaderos chilenos a que nosotros exportemos sin medida ganado argentino a Chile! ¡Y cómo no se van a oponer a que solucionemos todos los problemas fronterizos para la internación de ganado, los acopiadores chilenos, cuando una vaca o un novillo, a un metro de la frontera chilena hacia el lado argentino, vale diez mil pesos chilenos, y a un metro hacia Chile de la frontera argentina, vale veinte mil pesos chilenos! Ese que gana los diez mil pesos no va a estar de acuerdo nunca con una unidad de este tipo.

Cito este caso grosero para que los señores intuyan toda la gama inmensa de intereses de todo orden que se desgranan en cada una de las cosas que come el pobre "roto" chileno y que producimos nosotros, o que consumimos nosotros y producen ellos.

Ese mismo fenómeno sucede con el Brasil.

Por esa razón nunca me hice demasiadas ilusiones sobre las posibilidades de ello; por eso seguimos trabajando por estas uniones, porque ellas deberán venir por los pueblos.

Nosotros tenemos muy triste experiencia de las uniones que han venido por los gobiernos; por lo menos, ninguna en ciento cincuenta años ha podido cristalizar en alguna realidad.

Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen.

Señores: sé también que el Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: es Itamaraty, que allí constituye una institución supergubernamental. Itamaraty ha soñado, desde la época de su Emperador hasta nuestros días, con una política que se ha prolongado a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en el Brasil.

Ella los había llevado a establecer un arco entre Chile y el Brasil; esa política debe ser vencida con el tiempo y por un buen proceder de parte nuestra.

Debe desmontarse todo el sistema de Itamaraty y deben desaparecer esas excrecencias imperiales que constituyen, más que ninguna otra razón, los principales obstáculos para que el Brasil entre a un diremos, unión verdadera con la Argentina.

Nosotros con ellos no tenemos ningún problema como no sea ese sueño de la hegemonía, en el que estamos prontos a decirles: Son ustedes mas grandes, más lindos y mejores que nosotros; no tenemos ningún inconveniente.

Nosotros renunciamos a todo eso, de manera que ése tampoco va a ser un inconveniente. Pero es indudable que nosotros creíamos superado en cierta manera ese problema.

Yo he de contarles a los señores un hecho que pondrá perfectamente en evidencia cómo procedemos nosotros y por qué tenemos la firmé convicción de que al final vamos a ganar nosotros porque procedemos bien. Porque los que proceden mal son los que sucumben víctimas de su propio mal procedimiento; por eso, no emplearemos e ningún caso ni los subterfugios, ni las insidias, ni las combinaciones raras, que emplean algunas cancillerías.

Cuando Vargas subió al gobierno me prometió a mí que nos reuniríamos en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con lbáñez después; el mismo tratado.

Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado. Más aún, dijimos: "Vamos a suprimir las fronteras, si es preciso". Yo "agarraba" cualquier Cosa, porque estaba dentro de la orientación que yo seguía y de lo que yo creía que era necesario y conveniente.

Yo sabía que acá yo lo realizaba, porque cuando yo le dijera a mi Pueblo que quería hacer eso, yo sabía que mi Pueblo querría lo que yo quería en el orden de la política internacional, porque ya aquí existe una conciencia político internacional en el Pueblo y existe una organización. Además, la gente sabe que, en fin, tantos errores no cometemos, de manera que tiene también un poco de fe en lo que hacemos.

Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación. Es difícil eso en política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola. Son puntos de vista; son distintas maneras de pensar.

El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir, nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a los del gobierno.

Claro que él creyó que esto en seis meses le iba a dar la solución; pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo imponerse frente a su Parlamento y frente a sus propios ministros a realizar una tarea que Acaba ponerse los pantalones y jugarse una tan decisiva frente a la política internacional mundial, a su pueblo, a su Parlamento y a los reses que había que vencer.

Naturalmente, yo esperé. En ese ínterin es elegido presidente el General Ibáñez; la situación él no era mejor que la situación de Vargas, pero cierta manera llegaba plebiscitado en todo lo que puede ser plebiscitado en Chile, con elecciones y sui géneris, porque allá se inscriben los que quieren, y los que no quieren, no; Es una cosa muy distinta a la nuestra. Pero él llega al gobierno naturalmente. Tan pronto llega al gobierno, yo, informe con lo que habíamos conversado, lo tanteé. Me dice: de acuerdo, lo hacemos". ¡Muy bien! El General fue más decidido, porque los generales solemos ser más decididos que los políticos. pero antes de hacerlo, como yo tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le e llegar por intermedio de su propio embajador, quien llamé y le dije: vea, usted tendrá que ir a con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su Presidente. Hace dos años nosotros nos metimos realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo pido autorización a él para que me libere de ese compromiso de hacerlo primero con el Brasil y me Permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque creo que estos tres países son los que deben realizar la unión".

El embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su Presidente, que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso, sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en Chile. Naturalmente, ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la autorización, pero no la representación.

Fui a Chile, llegué allí y le dije al General Ibáñez: Tengo aquí con todo listo y traigo la autorización del Presidente Vargas, porque yo estaba comprometido a hacer esto primero con él y con el Brasil; de manera que todo sale perfectamente bien como lo hemos planeado, y quizás al hacerse esto se facilite la acción a Vargas y se vaya arreglando así mejor el asunto".

Llegamos, hicimos allá con el Ministro de Relaciones Exteriores todas esas cosas de las cancillerías, discutimos un poco poca cosa y llegamos al acuerdo, no tan amplio como nosotros queríamos, porque la gente tiene miedo en algunas cosas y, es claro, salió un poco retaceado, pero salió. No fue tampoco un parto de los montes, pero costó bastante convencer, persuadir, etcétera.

Y al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro, donde el Ministro de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago: "que estaba en contra de los pactos regionales, que ésa era la destrucción de la unanimidad panamericana". Imagínense la cara que tendría yo al día siguiente cuando fui y me presenté al Presidente Ibáñez. Al darle los buenos días, me preguntó: "¿Qué me dice de los amigos brasileños'

Naturalmente que la prensa carioca sobrepasó los límites a que había llegado el propio Ministro de Relaciones Exteriores, señor Neves da Fontoura. Claro, yo me callé; no tenía más remedio. Firmé el tratado y me vine aquí.

Cuando llegué me encontré con Gerardo Rocha, viejo periodista de gran talento, director de "0 Mundo" en Río, muy amigo del Presidente Vargas, quien me dijo: "Me manda el Presidente Vargas para que le explique lo que ha pasado en el Brasil. Dice que la situación de él es muy difícil; que políticamente no puede dominar; que tiene sequías en el Norte, heladas en el Sur; y a los políticos los tiene levantados; que el comunismo está muy peligroso; que no ha podido hacer nada; en fin, que lo disculpe, que él no piensa así y que si el Ministro ha hecho eso, que él tampoco puede mandar al Ministro".

Yo me he explicado perfectamente bien todo esto; no lo justificaba, pero me lo explicaba por lo menos. Naturalmente, señores, que planteada la situación en estas circunstancias, de una manera tan plañidera y lamentable, no tuve más remedio que decirle que siguiera tranquilo, que yo no me meto en las cosas de él y que hiciera lo que pudiese, pero que siguiera trabajando por esto.

Bien, señores. Yo quería contarles esto, que probablemente no lo conoce nadie más que los ministros y yo; claro está que son todos documentos para la Historia, porque yo no quiero pasar a la Historia como un cretino que ha podido realizar esta unión y no la ha realizado. Por lo menos quiero que la gente piense en el futuro que si aquí ha habido cretinos, no he sido yo solo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos en el "baile del cretinismo".

Pero lo que yo no quería es dejar de afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, que toda la política Argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión, para que, cuando llegue el momento en que seamos juzgados por nuestros hombres frente a los peligros que esta disociación producirá en el futuro, por lo menos tengamos el justificativo de nuestra propia impotencia para realizarla.

Sin embargo, yo no soy pesimista; yo creo que nuestra orientación, nuestra perseverancia, va todos los días ganando terreno dentro de esta idea, y estoy casi convencido de que un día lo hemos de realizar todo bien y acabadamente, y que tenemos que trabajar incansablemente por realizarlo, Ya se acabaron las épocas del mundo en que los conflictos eran entre dos países. Ahora los conflictos se han agrandado de tal manera y han adquirido tal naturaleza que hay que prepararse para los Grandes conflictos" y no para los "pequeños conflictos".

Esta unión, señores, está en plena elaboración; es todo cuanto yo podría decirles a ustedes como definitivo.

Estamos trabajándola, y el éxito, señores, ha de producirse; por lo menos, nosotros hemos preparado el éxito, lo estamos realizando, y no tengan la menor duda de que el día que se produzca yo he de saber explotarlo con todas las conveniencias necesarias para nuestro país, porque, de acuerdo con el aforismo napoleónico, el que prepara un éxito y lo conquista, difícilmente no sabe sacarle las ventajas cuando lo ha obtenido.

En esto, señores, estoy absolutamente persuadido de que vamos por buen camino. La contestación del Brasil, buscando desviar su arco de Santiago a Lima, es solamente una contestación ofuscada y desesperada de una Cancillería que no interpreta el momento y que está persistiendo sobre una línea superada por el tiempo y por los acontecimientos; eso no puede tener efectividad.

La lucha por las zonas amazónicas y del Plata no tiene ningún valor ni ninguna importancia; son sueños un poco ecuatoriales y nada más. No puede haber en ese sentido ningún factor geopolítico ni de ninguna otra naturaleza que pueda enfrentar a estas dos zonas tan diversas en todos sus factores y en todas sus características.

Aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los demás problemas, y en estas circunstancias, quizá muy determinantes, de haber nosotros solucionado nuestros entredichos con Estados Unidos, tal vez esto favorezca en forma decisiva la posibilidad de una unión continental en esta zona del continente americano.

Señores: como ha respondido el Paraguay, aunque es un pequeño país; como irán respondiendo otros países del Continente, despacito, sin presiones y sin violencias de ninguna naturaleza, así se va configurando ya una suerte de unión.

Las uniones deben realizarse por el procedimiento que es común: primeramente hay que conectar algo; después las demás conexiones se van formando con el tiempo y con los acontecimientos.

Chile, aun a pesar de la lucha que deben sostener allí, ya está unido con la Argentina.

El Paraguay se halla en igual situación. Hay otros países que ya están inclinados a realizar lo mismo. si nosotros conseguimos ir adhiriendo lentamente a otros países, no va a tardar mucho en que el Brasil haga también lo mismo, y ése será el principio del Triunfo de nuestra política.

La unión continental a base de Argentina, Brasil y Chile está mucho más próxima de lo que creen muchos argentinos, muchos chilenos y muchos brasileños; en el Brasil hay un sector enorme que trabaja por esto.

Lo único que hay que vencer son intereses; pero cuando los intereses de los países entran a actuar, los de los hombres deben ser vencidos por aquéllos, ésa es nuestra mayor esperanza.

Hasta que esto se produzca, señores, no tenemos otro remedio que esperar y trabajar para que se realice; y ésa es nuestra acción y ésa es nuestra orientación.


Muchas gracias.