Artículos publicados en diferentes periódicos en diciembre de 2001

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.26 Córdoba dic. 2011

(Página 12 - 23/12/2001)
La disolución de la Argentina y sus remedios 

Beatriz Sarlo

El poder ha vuelto adonde estaba en el siglo XIX, antes de la organización nacional. Los gobernadores, los senadores que representan a las provincias y, por supuesto, también los diputados (que representarían a la ciudadanía sin divisiones provinciales) deciden la forma que tendrá nuestro futuro más inmediato. A cualquiera le queda claro que son los gobernadores quienes tienen la voz cantante y es por eso que el poder del estado nacional está repartido, desigualmente, entre los estados provinciales. La Argentina ha destruido aquella construcción nacionalestatal que le costó esfuerzo, sangre y guerras. Lo que vendrá puede ser, entonces, un país dividido entre las potencias locales que lo integran (ésta es la peor hipótesis) o una nación que decide, por segunda vez en su historia, organizarse como estado. La decadencia final o un largo y difícil camino de reconstrucción republicana, que sostenga una democracia igualitaria.
En este cuadro de estallido del poder central en poderes locales, el peronismo será el protagonista decisivo. No sólo porque ganó las últimas elecciones, sino porque obtuvo, desde antes, la mayor parte de los poderes locales. El peronismo exportará sus conflictos o sus acuerdos a toda la nación. La Argentina, una vez más, depende de este partido. Así son sencillamente las cosas: de lo que haga el peronismo, del acuerdo a que lleguen sus señores provinciales, dependerá el curso de la política. Y, se sabe, en la sala donde se sientan los grandes electores justicialistas, hay de todo: oligarcas reaccionarios, populistas conservadores, proteccionistas, liberales moderados.
En paralelo, sin duda, las fuerzas sociales reclaman ser escuchadas. Que se las escuche será una verdadera novedad porque, en los últimos diez años, tanto Menem como De la Rúa fueron ejecutores de un régimen político que tuvo en cuenta exclusivamente los intereses del capitalismo financiero más concentrado y, en los márgenes, de un grupo formado por los muy poderosos del capitalismo local.
La Argentina necesita cambiar de régimen político. Y digo esto en un sentido fuerte: es necesario que las instituciones dejen de ser una red de transmisión de órdenes de ese sector  capitalista completamente minoritario, que no ha vacilado en castigar a la sociedad con los  sacrificios más crueles, presentados como la única salida posible.
Las puebladas que dieron por tierra el gobierno caricaturesco de De la Rúa no son una base para pensar este cambio de régimen. Ellas estuvieron animadas por un fuerte sentimiento antipolítico, que tiene todos los motivos bien a la vista. Ese sentimiento es un síntoma, no un remedio. Los que estuvimos en las manifestaciones, vimos allí una fotografía de la sociedad: la cultura de calle de los barras bravas y la cultura de manifestación de las capas medias, la furia de los marginales y la moderación de los jóvenes que iban con sus botellas de agua mineral o sus bicicletas. Todos se sintieron estafados y victimizados. Todos rugían contra los políticos.
Y, sin embargo, lo que la Argentina necesita, además de dar comida ya mismo a millones de personas, es una larga y trabajosa construcción de un nuevo escenario político. O, más que un escenario, un nuevo tipo de relación entre política y economía, entre gobierno y capitalismo: una relación de la mayor autonomía. Escribo esto y no dejo de percibir que la tarea es gigantesca y que los protagonistas hasta hoy sólo han discutido mínimas porciones de poder. Sin embargo, la cuestión se plantea en términos nítidos: cambio de régimen o decadencia nacional que, además, comporta sufrimientos que incluso hoy no imaginamos.

(Página 12 - 21/12/2001)
El modelo había fracasado... 
Por Ricardo Sidicaro

«El modelo había fracasado antes de que la Alianza ganara. De hecho, la Alianza ganó por eso y fracasó porque mantuvo el modelo de Carlos Menem, que era el proyecto económico social de un sector económicamente concentrado y del capital financiero internacional. Y es un proyecto que no puede asegurar la integración social, ni la relación política pacífica, ni la educación, ni el trabajo ni la salud de la población. Quien administrase ese modelo estaba condenado a fracasar políticamente. La pregunta es por qué asumieron ese modelo. La respuesta tentativa es: porque la Alianza no tuvo detrás la suficiente fuerza social y voluntad política como para modificar las relaciones de fuerza con el capital financiero internacional y los sectores socioeconómicos predominantes. Para colocarse frente a esos intereses, De la Rúa hubiese necesitado un aparato estatal eficiente y capaz de aplicar políticas innovadoras y que corrigieran las desigualdades sociales y las tendencias a la concentración económica.
La política se construye siempre sobre la ilusión de cambio y en ese sentido la situación de la sociedad argentina en 1999 reclamaba un cambio y lo encontró en la Alianza. Quizá no se equivocó. Probablemente las decisiones políticas en el interior de la sociedad entre la UCR y el Frepaso desilusionaron, pero no era un imperativo que esto fracasara. Y el 14 de octubre la gran mayoría de la sociedad votó contra el neoliberalismo. En todo caso, éste no es el fracaso de De la Rúa, sino que es el fracaso del modelo y del neoliberalismo».

(La Voz del Interior - 21/12/2001)
¿Crisis final de un sistema? 
Torcuato S. Di Tella

Lo que está ocurriendo es, sin querer exagerar, una crisis terminal. No es que se terminó el Gobierno de Fernando de la Rúa, eso no tiene ninguna importancia. Tampoco es sólo que se acaba el modelo neoliberal asociado con el nombre de Domingo Cavallo y con la presidencia de Carlos Menem, lo que sí es importante, pero hay muchas cosas más que se terminan.
Se termina el Partido Radical, como les ocurrió a sus homónimos en Chile y en Francia, salvo que se transforme a fondo, para convertirse en una fuerza socialdemócrata bajo la inspiración de Raúl Alfonsín, o mejor dicho, en un componente minoritario de una futura fuerza de ese tipo, junto a sectores del justicialismo.
En cuanto a este último movimiento, no creo que se termine, aunque la lucha por asumir su conducción en estas circunstancias lo va a destrozar, y dividir en dos o tres pedazos.
Pero lo más importante de todo es que la actual conmoción nos va a obligar a darnos cuenta de que estamos al borde del abismo, y de que para alejarnos de ese precipicio se necesitan actitudes totalmente renovadas en todos nosotros.
Ya no se podrá decir «en la Argentina no puede pasar», «en la Argentina siempre fue así», o «no se puede cambiar nada en este país». Los militantes anónimos que han protagonizado las  escenas horrorosas que hemos visto estos días en televisión, incluso los que se llevaban comida o televisores a sus casas, los muertos, los heridos, los manifestantes, aún cuando ellos sean una minoría, han dado un empujón a nuestras maneras cómodas y tradicionales de ver las cosas.
Ahora hay que prepararse para cosas nuevas, totalmente nuevas. Y como parte, pero sólo parte, de esas cosas nuevas, se va a tener que lanzar un programa económico y cultural nuevo, basado en nuevas e insólitas alianzas, y no simplemente en la alternativa «radicales o peronistas», que convierta de nuevo a la Argentina no sólo en granero sino en taller del mundo, algo que nos haga sentir más hombres y menos gusanos.

(La Voz del Interior - 21/12/2001)
Humillados y ofendidos 
César Tcach

Humillados y ofendidos –empleando la célebre expresión de Dostoievski– los vastos sectores populares que protagonizaron la protesta social pusieron punto final a la larga era de Domingo Felipe Cavallo.
Hacía poco más de 25 años que la movilización de la sociedad civil no provocaba la renuncia de un ministro de Economía: en 1975 Celestino Rodrigo, ministro de economía de Isabel Perón fue echado del gabinete (junto con López Rega) tras haber dispuesto una devaluación del peso en un 100 por ciento (de 15 a 30 pesos el dólar) y un aumento de los combustibles en idéntica proporción.
Pero a diferencia de entonces, no fue el resultado de un paro de la CGT ni de la movilización de una juventud radicalizada. Fue más bien, el fruto de la presión ejercida por una multitud de actores fragmentados en sus demandas y en su organización: desocupados y subocupados, jubilados y minusválidos, asalariados estatales y sectores medios pauperizados.
Protagonistas de una revuelta social elemental –cuyas imágenes evocan los motines por el pan en la Europa de los siglos XVII y XVIII– su acción se ofrece desnuda, desprovista de ropajes ideológicos, sin himnos políticos, sin graffitis, sin símbolos y con escasa presencia de consignas orales. Su potencial explosivo, fortalecido por su inorganicidad y autonomía con respecto a la clase política y los sindicatos, operó como caja de resonancia de todos los conflictos que atraviesan a la sociedad argentina y dibujó un novedoso jaque mate a la gestión presidencial .
Un triple fracaso
En rigor, la rebelión social devela un triple fracaso. En primer término, el de un modelo de acumulación de capital que hizo de los grandes bancos y empresas de servicios públicos privatizadas sus principales beneficiarios. Estos sectores no constituyen una clase social en sentido estricto, no son una burguesía –como la paulista en Brasil– provista de un proyecto de país, o al menos, de metas que superen el corto plazo.
Desde su perspectiva, Argentina, más que una Nación, es un territorio en el cual es posible obtener superganancias y gozar de escasos controles por parte de las autoridades estatales. Este aspecto se relaciona con el segundo fracaso, a saber, la frustración de la versión argentina de la mani pulite, reflejada en la reciente libertad y resurrección de (Carlos) Menem y (Víctor) Alderete. En contraste con el caso italiano, las iniciativas políticas y judiciales fueron impotentes y pusieron de manifiesto tanto la falta de voluntad política del ahora ex presidente Fernando de la Rúa como la debilidad del componente republicano del sistema político argentino.
El modo en que se realizaron las privatizaciones y la ineficacia de los organismos de control de las empresas privatizadas forman parte del mismo problema, cuya pieza clave fue la ampliación en 1990 del número de miembros de la Corte Suprema de Justicia. Cabe recordar que ese año, cuando el juez Garzón Funes hizo lugar al pedido de nulidad de la licitación de Aerolíneas Argentinas (por violar el artículo 6 de la ley de Reforma del Estado por la que el Estado debía conservar al menos el 51 por ciento de acciones), el entonces ministro (Roberto) Dromi apeló a la Corte y ésta suspendió la resolución del juez en menos de 24 horas.
El papel de la impunidad
Este hecho, como los actos de corrupción estatal de los años subsiguientes, contienen una arista oscura y poco explorada. Me refiero al papel pedagógico de la impunidad. Esta tiene un efecto sobre la sociedad porque mina la legitimidad del Estado para combatir el delito. Si los ciudadanos son reducidos a rehenes de los grupos económicos y estos son convertidos en actores inimputables, la fuerza moral de sanciones a quienes roban en un supermercado, se «cuelgan» de la luz o evaden en pequeñas proporciones al Fisco, se diluye.
En tercer término, la revuelta social muestra los límites de un modo de hacer política que prescinde de los actores sociales. Este modelo gerencial de hacer política, cuya edad de oro en el plano internacional fue la del reaganismo y el thatcherismo, rindió culto al saber y al poder de los tecnócratas. Aparentes poseedores de un saber neutral, tan científico como ajeno a los intereses sectoriales, operaron como los portadores de una lámpara de Aladino: aplicaron esquemas que definieron el destino de la sociedad al margen de ella. Su fórmula mágica era dual: mientras ellos arreglaban la economía, los partidos políticos deberían ocuparse de preparar sofisticadas campañas electorales que sirvan, en unos casos para difundir la bondad de sus recetas y en otros, para camuflarlas.
Romper ese círculo vicioso tiene como prerrequisito reconciliar a los partidos con la sociedad. Pero para ello es imperativo ampliar la participación de los actores sociales en los procesos de toma de decisiones . Sólo así podrá ser viable una acumulación de fuerza política que permita ampliar la autonomía de los partidos y del sistema de partidos con respecto al bloque de poder hegemonizado por el capital financiero.

(La Capital - Rosario 22/12/2001- tomado de El País - España)
¿Qué han hecho los argentinos de la Argentina? 
Carlos Fuentes

Digamos, el domingo 2 de diciembre. Voy volando sobre la pampa argentina. Me asombran, como la primera vez que las vi a los quince años de edad, la extensión de las fértiles llanuras, su riqueza productiva, capaz de alimentar a la Argentina y, como lo hizo al terminar la Segunda Guerra Mundial a Europa. Sus inmensos ríos, largos, profundos, navegables. Comparo esta prodigalidad de la naturaleza argentina con la mezquindad de la mexicana, nuestra abrupta orografía, nuestras selvas y nuestros desiertos, los escasos bolsillos de fertilidad agrícola, el agua que falta y el agua que se acaba, la erosión... Y me pregunto, ¿qué han hecho los argentinos de la Argentina? ¿Por qué teniéndolo todo, han acabado sin nada? Este domingo, el retiro masivo de cuentas bancarias ha obligado a cerrar los dispensadores automáticos y a limitar a mil dólares por mes los retiros de una moneda nacional equivalente a la norteamericana. ¿Cómo es posible que uno de los países más ricos del mundo esté al borde de la quiebra?
Vuelo al norte. La buena fe del gobierno colombiano de Andrés Pastrana es burlada por la mala fe de la diabólica unión de guerrilla y narcotráfico. Los rebeldes se mofan del gobierno, establecen su propia ley en la mitad del territorio, secuestran, asesinan, trafican y preparan, en las actuales condiciones mundiales, el más trágico de los desenlaces para Colombia y para Latinoamérica: la ocupación de un país declarado ingobernable por las fuerzas armadas de los EEUU de América, en nombre de su propia seguridad y del combate al crimen organizado. Y si no es así, las presiones lanzan al ganador de la siguiente elección presidencial, agotadas las providencias de la paz, a la guerra total, sin cuartel.
Lloramos por Colombia. Dan ganas de reír en Venezuela. Un personaje de opereta, reminiscente de todas las novelas del realismo mágico, se arropa en la figura de Bolívar para arrogarse crecientes poderes autoritarios. En el colmo de su teatralidad bufa, Hugo Chávez le escribe cariñosamente a un terrorista notorio, el «Ciudadano» Ilich Ramírez Sánchez, alias «Carlos», una carta de amor cuya cursilería resulta, a la vez, antológica y reveladora. Botón de muestra: «El Libertador Simón Bolívar, cuyas teorías y praxis informan la doctrina que fundamenta nuestra revolución, en esfíngica invocación a Dios dejó caer esta frase preludial de su desaparición física: ¿Cómo podré salir yo de este laberinto?». García Márquez convirtió la frase de Bolívar en una gran novela. Chávez la rebaja a la sátira barata. ¿Qué puede esperarse de un presidente que se atreve a decir «esfíngica invocación» y «frase preludial»? Que su cabeza es un basurero. Y que a Venezuela le esperan muy malos momentos.
México, comparativamente, sale bien librado. Pero sólo comparativamente. El bono democrático de Vicente Fox se agota rápidamente y si hasta hace poco nuestro presidente compensaba su mala prensa interna con buena prensa internacional, a un año de su toma de poder la evaluación externa se vuelve negativa. En perpetua campaña de relaciones públicas, a Fox le llegó el tiempo de sentarse a gobernar, depurar y controlar a su gabinete, nombrar a un chief of staff que le ordene las prioridades y le facilite las operaciones. No le bastará volver la cara acusatoria al pasado sólo porque no tiene rostro satisfactorio para el futuro.
Si a principio del año 2001 México era prioridad número uno de los EEUU (Bush dixit) hoy ni siquiera figura en la pantalla de radar de Washington. La guerra en Afganistán llena de satisfacción a la Casa Blanca: la operación contra el Talibán ha sido efectiva y rauda. Pero ahora estalla la paz. Por una parte, como en América Central en los ochenta, los EEUU son muy propensos a prometer el cielo mientras libran sus guerras y a dejar un olvidado infierno detrás, cuando siente que las ganan.
Afganistán no se reconstruirá solo. Necesitará ayuda internacional masiva. Requerirá extraordinaria inteligencia política para coordinar a las facciones victoriosas pero enconadamente rivales, se necesitará la presencia de Europa, de la ONU, de la comunidad internacional toda...
Nada indica que el gobierno de Washington esté pensando seriamente en estos problemas. Y es que si Bush, en contra de lo que prometió en campaña, no ha podido aislarse de la intervención norteamericana en el extranjero, sí mantiene alta la bandera del unilateralismo de su país. El terrorismo lo obligó a abandonar el aislacionismo, pero no el unilateralismo. «Dejarme solo», como los matadores.
Uno de los peores datos de este mal domingo que voy evocando es que cuatro de cada cinco norteamericanos aprueban las medidas anticonstitucionales emprendidas por el fiscal general, John Ashcroft, para combatir al terrorismo dentro de los EEUU mediante actos terroristas contra las libertades que serían la razón de ser de los propios EEUU. Tribunales militares secretos, abolición de jurados, procesos conducidos por oficiales de las fuerzas armadas, incomunicación del acusado con sus abogados, presunción de culpabilidad a priori, exclusión del derecho a apelar sentencias... Ashcroft está creando un régimen de delación: el que denuncia será compensado con fuertes primas en metálico. El macartismo enseña su diabólica cola, el racismo antimigratorio su cavernaria cabeza. El Procurador Ashcroft se justifica: «Yo mismo soy descendiente de inmigrantes». Valiente excusa: ¿Quién, en el continente americano, no es descendiente de inmigrantes? Incluso los aztecas y los navajos llegaron de otra parte.
El júbilo guerrero de los EEUU los impulsa desde ahora a la siguiente acción militar. Un crescendo de voces internas claman por la destrucción militar de Iraq y el régimen del siniestro Sadam Husein. Que siempre fue siniestro, como lo fue Bin Laden. Ambos, criaturas de la diplomacia norteamericana. Husein, para servir a Washington contra el Irán de los ayatolas. Bin Laden, para ayudar a los EEUU contra la ocupación soviética de Afganistán. Como el doctor Frankenstein, los EEUU crean a sus propios monstruos. En vano advertirá Europa contra una aventura en Iraq cuando los fuegos de Afganistán ni siquiera son ceniza. Los kurdos del norte se lanzarán contra Bagdad. Pero el aliado norteamericano, Turquía, lo quiere todo menos la vecindad del enemigo kurdo. El islam entero, de Argelia a Indonesia, le restará el apoyo que hoy pueda darle a Washington si la guerra se extiende de una acción antiterrorista a una guerra formal contra un Estado musulmán. Rusia, con claros intereses y magnificada presencia en la región, obrará maquiavélicamente (¿han visto la mirada de Putin?) contra los EEUU.
Mientras tanto, crecerá la llaga por donde sangra todo el problema del Oriente Medio: el conflicto entre Israel y Palestina y la jefatura de dos hombres igualmente dañinos, uno por su belicosidad ciega (Ariel Sharon), otro por su debilidad corrupta (Yaser Arafat). La violencia de uno alimenta la violencia del otro y se aleja, acaso con premeditación, la única manera de obtener la paz. Nuevos liderazgos, jóvenes, ilustrados y conscientes de que la justicia y la historia exigen un Estado de Israel y un estado Palestino viviendo lado a lado, con territorios definidos, recursos propios y respeto mutuo.
Y en el fondo de todo, el gran desafío irresuelto de una humanidad que tiene, como nunca en la historia, los medios para resolver la situación de hambre, enfermedad e ignorancia de tres mil millones de seres -la mitad del planeta- y se niega a tomar las medidas que, a corto y a largo plazo, desvanecerían los motivos de alarma, confrontación, terror y error que evoca este domingo. Quienes nos iremos más pronto que tarde de la vida, no dejamos atrás un mundo mejor al que conocimos de jóvenes. Dan ganas de dar gracias: ya no veremos lo peor. Dan ganas de dar pena: qué triste es ser joven en un mundo como éste. Pero qué desafiante, qué creativo, qué imaginativo también, ser joven, ser viejo y seguir siendo humano. (*)Escritor mexicano, de El País de Madrid

(Página 12 - 23/12/2001)
Requiem para el neoliberalismo 
Atilio A. Borón

El final sangriento y bochornoso del gobierno de Fernando de la Rúa tiene un significado que lo trasciende ampliamente. Su violento desalojo de la Casa Rosada simboliza con elocuencia el fin del ciclo marcado por la hegemonía del neoliberalismo en la vida pública argentina. Esta prolongada etapa se extendió por algo más de un cuarto de siglo, desde las postrimerías del gobierno de Isabel Perón hasta nuestros días. El principal ideólogo del proyecto que hiciera posible el ascenso del capital especulativo al puesto de comando de la economía fue el «superministro» de la dictadura militar, José A. Martínez de Hoz; su tenaz continuador a lo largo de casi dos décadas –y bajo tres distintos gobiernos– fue Domingo Cavallo.
La abrupta clausura de este ciclo deja un saldo inolvidable: estancamiento y recesión económicas apenas interrumpidas por breves períodos de artificial dinamismo; aumento fenomenal de la deuda pública; creciente vulnerabilidad externa; crecimiento exponencial de la pobreza, el desempleo y la desigualdad social; crisis de las economías regionales; destrucción del tejido social y auge sin par de la delincuencia y la inseguridad ciudadanas, todo ello asentado sobre una feroz ofensiva en contra del Estado democrático y el espacio público que dejaron a la sociedad a merced de los impulsos antropofágicos de los amos del mercado. Tal como se señaló en innumerables oportunidades, esta fórmula no sólo era incapaz de producir crecimiento económico y bienestar social sino que, además, corroía hasta sus cimientos los fundamentos mismos de la convivencia civilizada y la vida democrática. El gobierno nacional, fiel a su excluyente obsesión por «llevar tranquilidad a los mercados» no percibió que la sociedad estaba marcando cada vez con más fuerza los límites de esta política. Envió un primer mensaje en las elecciones del 14 de octubre, y fue desoída.
Varios paros nacionales corrieron la misma suerte, al igual que las reiteradas protestas de los piqueteros. La consulta popular del FRENAPO, donde casi tres millones de personas votaron por un programa económico alternativo, también fue ignorada. Pero los saqueos populares y la gigantesca movilización del jueves a la madrugada le dieron el golpe de gracia, poniendo fin a una época y abriendo las puertas a otra, de naturaleza incierta pero que, en cualquier caso, nunca habrá de ser igual a la precedente.
¿Será un ejercicio prematuro decretar las exequias del neoliberalismo? No parece, habida cuenta de los cambios muy significativos ocurridos en la escena política. No se trata tan sólo de constatar la dolorosa agonía del bipartidismo peronista-radical, responsable principal de la decadencia argentina; ni mucho menos del desprestigio incurable del Congreso nacional. No, los cambios ocurrieron de manera traumática en la conciencia social y de ellos se desprenden dos consecuencias de gran importancia.
En primer lugar, la sensación de que en el momento en que la sociedad civil se moviliza adquiere una irresistible «potencia constituyente» capaz de hacer saltar por los aires a cualquier gobierno con mucha más contundencia que el más rotundo resultado electoral. Segundo, la convicción de que se acabó la impunidad para los gobernantes. Si con el juicio a las juntas militares aquélla quedó clausurada para las fuerzas armadas, con el juicio sumario emergente de las movilizaciones populares la época en que los contratos electorales se rompían burlonamente y sin costo ante una ciudadanía desmovilizada y apática ha quedado en el pasado. Antes se podía prometer el salariazo y aplicar la receta del Consenso de Washington, u ofrecer un cambio de rumbo en relación a la política económica del menemismo para luego incurrir en el más obsceno «ultramenemismo». La defraudación post-electoral casi no tenía costos para el gobernante. Después de lo acontecido en estos días una nueva estafa como ésas puede originar un brote de indignación popular que no se detenga respetuoso antelas puertas de la Casa Rosada o las residencias de los ministros, sino que alimente el deseo de dar un castigo ejemplar a los responsables de la nueva frustración. Y si ése llegara a ser el caso no alcanzarían todos los batallones policiales para contener a una ciudadanía empujada por la desesperación a resolver por medio de la acción directa lo que las instituciones son incapaces de procesar. En síntesis, más vale que los sucesores del fracasado proyecto aliancista vayan poniendo las barbas en remojo si es que tienen la malhadada idea de convocar a algún talibán del mercado, de esos que abundan en el CEMA o en FIEL, a resolver la crisis económica de la Argentina. En tal caso, les convendría recordar la forma en que, bajo circunstancias similares, se produjo la «salida» del gobierno de Mussolini o Ceacescu.

(Página 12 - 21/12/2001)
Isabelito 
José Pablo Feinmann

No fue lo mismo. Pero tuvo muchas desdichadas coincidencias. Desde los tiempos de Isabelita Perón, jamás un «entorno» entornó tanto a un Presidente como el entorno de De la Rúa lo hizo con este desangelado Presidente a quien el humor popular bautizó Luis XXXIl, porque era el doble de boludo que Luis XVI. Difícil saber si lo era, pero jamás se lo vio ni inteligente ni dueño de sus actos. Digamos: de la iniciativa de los mismos.
Isabelita lo tuvo a Lastiri a López Rega, a Norma López Rega y a Pedro Eladio Vázquez. Todos los políticos decían que no se podía hablar con ella porque ella no escuchaba, sólo escuchaba a su entorno. Lo mismo Isabelito: sólo escuchó a su entorno.
Cuando se le decía «autista» se le decía algo cierto. Era «autista» porque no se abría hacia la opinión de los demás. Pero no era «autista» con los suyos. De la Rúa ha sido un patético ejemplo de ineptitud y de una extrema inseguridad que buscó su superación desde el marco íntimo del hogar. Con De la Rúa han renunciado De Santibañes, Nosiglia y el inefable «grupo familiar»: Antonito, Aíto y Doña Inés, la de los pesebres.
Sus «asesores de imagen» fueron quienes lo destruyeron. Pero lo hizo él mismo, ya que fue él quien se entregó a los asesores de imagen. Herederos de Juancito Duarte (que, al menos, se pegó un digno tiro en la cabeza) y de los Yoma, los «íntimos» de De la Rúa creyeron que el Poder era para ellos. Y que ellos iban a gobernar a través del «viejo». Así, en medio del primer ajuste feroz del «viejo», el joven asesor de imagen Antonito iniciaba su romance con la bailarina umbilical y exitosa cantante de aires exóticos llamada Shakira. A su vez, el otro asesor se embarcaba en un proyecto hipermillonario informático que llamó educar.com. Algo así. Luego todos viajan en comitivas espectaculares prolongando la estética rumbosa del menemismo. Muchos, claro, se les fueron apartando. Vieron que el señor gobernaba con la oreja puesta en un solo lugar: el entorno de sus íntimos. ¿Para qué seguir a su lado? Y así el «viejo» desarmó la Alianza. Algunos creyeron que era un genial Maquiavelo manipulando el destino de sus adversarios en el sentido de la aniquilación. No, el que se aniquilaba era él.
Su estilo oratorio monocorde, su mirada algo ausente, su uso inverosímil de la primera persona intentando exhibir autoridad, lo arrojaron a ese lugar del que no se retorna: el ridículo.
El día del estallido un periodista de TV anuncia: «Antonio De la Rúa está escribiendo el decreto de declaración del estado de sitio y la convocatoria a la unidad nacional ». Isabelito tuvo su Lopecito: se llamó Antonito. A quien llamaron Zulemito, porque le gustaban los romances, los viajes y los paraísos de Miami. Al otro, a Aíto, le gustaba trepar, usar el poder que había caído sobre su padre para llevarse el mundo por delante. Fueron herederos del Junior menemista, sin helicóptero ni final trágico. Ni para eso daban. Como tampoco dio Doña Inés para compararse con Zulema Yoma, suprema delirada, armalíos incansable, mujer incómoda a la que un brigadier con un miniejército tuvo que expulsar de la quinta de Olivos. No, Doña Inés hizo pesebres, más pesebres y se compró vestidos en Europa, para los cuales, para poder usarlos, se sometió a dietas que la hicieron padecer: pero fue por la imagen de la patria.
Con Isabelito y su gang termina otro triste Presidente «entornado». No hay militares en su final. No lo echaron golpistas sanguinarios sino un pueblo que salió a la calle, harto de los interminables dedos en el culo con que el Poder lo ametrallaba e injuriaba. Hay algo nuevo en la Argentina: entre los cacerolazos y la bronca feroz y justa de los más desangelados, los argentinos voltearon un orden de cosas que los hacía sentir mal, demasiado mal, peor que idiotas, francamente boludos. Así, anoche, en plena calle, un tipo sonríe, me mira y dice: «¿Era hora de que dejáramos de ser pelotudos, no?». Era hora. Y será hora también de otracosa: de que no volvamos a serlo. Porque ya mismo hay muchas nuevas bandas que se están preparando. Y no me refiero a la presidencial. Sino a que la banda presidencial .-en este país– es una banda que pasa de una «banda» a otra «banda». O sea, la vigilia debe seguir. Que nadie guarde su bronca. Ni sus cacerolas.

(Clarín - 28/12/2001)
América Latina: balance de una economía vulnerable 
José Antonio Ocampo

Aun sin el ataque terrorista del 11 de setiembre, el año 2001 pasaría a la historia como el fin de uno de los auges especulativos más notorios del devenir económico mundial.
Aprendimos, una vez más y en contra de la curiosa teoría que proclamó hace pocos años la muerte del ciclo económico, que las fluctuaciones económicas están en la esencia misma de nuestro sistema económico.
El ataque terrorista acentuó esta tendencia y transformó lo que ya era la desaceleración más fuerte en dos décadas en una abierta recesión mundial. Generó, además, nuevas incertidumbres. Intuimos, pero en el fondo desconocemos, las verdaderas implicaciones de largo plazo de este hecho.
Lo más positivo de la coyuntura económica mundial ha sido la respuesta rápida y contundente de las autoridades económicas norteamericanas. Siguiendo preceptos keynesianos, respondieron a la desaceleración de la demanda con una reducción drástica de las tasas de interés y expansión fiscal. Las autoridades europeas han sido más renuentes a una y otra medida.
El costo ha sido una desaceleración mucho más fuerte de lo previsto y una posible recesión. Las autoridades japonesas iniciaron, por su parte, un proceso de reestructuración cuyo impacto de corto plazo reconocen como adverso.
En América Latina y el Caribe, la magnitud y velocidad de la desaceleración sorprendió a la mayoría de los analistas. A diferencia de las dos crisis anteriores (1995 y 1998-1999), la actual es generalizada y el elemento decisivo es la fuerte caída en el crecimiento del volumen de exportaciones, del 12% en el 2000 al 2% en el 2001. A ello se agrega una reducción bastante generalizada de los precios de materias primas. La caída drástica de los flujos de turismo, que afecta con fuerza a los países de la cuenca del Caribe, fue un efecto inmediato de los ataques terroristas que aún perdura, aunque se ha atenuado recientemente.
Los flujos privados de capital han jugado un papel mucho menos importante como mecanismo de transmisión de la crisis hacia América latina. Desde la crisis asiática, sin embargo, dichos flujos han sido erráticos y las condiciones de financiamiento (plazos y costos), desfavorables. Los efectos positivos de la reciente disminución en las tasas internacionales de interés se sentirán eventualmente, pero hasta ahora han sido contrarrestados por la escasa disponibilidad de financiamiento y por el aumento en los márgenes de riesgo.
Golpe a la Argentina
En cualquier caso, el giro brusco de la cuenta de capitales golpeó fuertemente a Argentina, aunque el contagio correspondiente fue mucho más restringido que en episodios anteriores, ya que se concentró en los países del Mercosur y tendió a desaparecer en los últimos meses del año. El elemento adicional más importante fue la disminución de la inversión extranjera directa, aunque los montos correspondientes siguen siendo elevados.
La vulnerabilidad de nuestras economías ha quedado nuevamente demostrada. La secuencia de un lento crecimiento en el 2001 (0.5%) y en el 2002 (1.1%) es la peor para dos años consecutivos desde fines de los ochenta.
Sin embargo, se ha evitado en casi todos los países que la coyuntura adversa se traduzca en una crisis financiera o de balanza de pagos. Este es el elemento más positivo y refleja la mayor credibilidad de las autoridades macroeconómicas.
Por su parte, algunos países han hecho un uso moderado del amortiguador fiscal. La mayoría de aquellos que cuentan con regímenes cambiarios flexibles mejoraron su competitividad en esta materia y, en varios casos, hicieron uso del margen con que cuentan sus bancos centrales para reducir las tasas nacionales de interés. No obstante, como reflejo del ambiente de incertidumbre, el crédito no se ha reactivado en forma notoria en ningún país.
La sucesión de crisis que han enfrentado la región y el mundo entero en los diez últimos años deja en evidencia la necesidad de adoptar una visión más amplia de la estabilidad macroeconómica que, aparte de los logros en materia de reducción de la inflación y el control fiscal, avance hacia la reducción de la fuerte volatilidad de los ritmos de crecimiento y recupere espacios para políticas macroeconómicas que atenúen, en vez de acentuar, los ciclos económicos.
También queda claro que es hora de atacar mucho más a fondo las debilidades de nuestros sistemas productivos y financieros, que se reflejan en déficit comerciales y necesidades de financiamiento elevadas y persistentes, aun en períodos de fuerte desaceleración económica.
Para ello se debe adoptar el tipo de políticas activas para economías abiertas orientadas a la competitividad sistémica que la CEPAL propone desde hace una década. Una integración regional sólida es parte esencial de esta propuesta y constituiría a largo plazo nuestro mejor meca nismo de defensa conjunta, pero para ello es necesario aproximar gradualmente los regímenes macroeconómicos de los distintos países.

(Clarín - 22/12/2001)
Democracias de América Latina: débiles y con deudas sociales 
Pablo Biffi

Las instituciones democráticas no pueden dar respuesta a los reclamos populares.
Los presidentes pierden poder y legitimidad rápidamente.
Y muchos de ellos caen sin atenuantes.
La crisis de las últimas horas que conmueve a los argentinos agrega un ejemplo más a un historial latinoamericano que torna inevitable la conclusión de que la región aún tiene un largo camino por delante para que maduren sus estructuras democráticas.
En el lapso de los pocos años que median desde que el retorno democrático cerró a comienzos de la década de los 80 la larga noche de las dictaduras, en diversos países se sucedieron golpes institucionales, destituciones y ofensiva de los mercados que evidenciaron la debilidad de las instituciones representativas republicanas.
Una Justicia ineficiente y permeable a los abusos del poder y una economía que en lugar de cumplir con las promesas de prosperidad se ha contraído incrementando los niveles de marginalidad se combinó con los efectos de la reducción del poder del Estado y la corrupción política.
Hay un elemento hoy común en la mayoría de estas democracias nacientes: la ruptura del discurso político con los hechos. La implicancia ha sido que el mensaje electoral fue escindido del programa que en la práctica acabaron por implementar los gobiernos y un rechazo creciente a la aceptación de la dirigencia política como el legítimo intermediario y árbitro entre los individuos y el poder.
La irrupción de la oleada neoliberal en la región agregó además la incertidumbre sobre el empleo y la necesidad de ajustes para conformar a los mercados mundiales, de cualquier modo renuentes a renovar sus inversiones.
América Latina es un muestrario acabado, en los últimos 15 años, de la fragilidad de las instituciones. Sólo en Ecuador, la voracidad del sistema y las protestas sociales se tragaron a dos presidentes elegidospor el voto popular desde 1997 hasta hoy y dejaron al actual, Gustavo Noboa, al borde del precipicio. Abdalá Bucaram fue echado sólo 7 meses después de haber asumido —en agosto de 1996— por «incapacidad mental para gobernar», pero en el fondo subyacía el descontento popular por las promesas incumplidas, la política ultraliberal y la corrupción de un populista que hizo del «show» un estilo de gobierno.
La Venezuela de Hugo Chávez es la parábola precisa de la debilidad de los sistemas democráticos regionales. Al igual que Bucaram, surgió como un «out sider» de la política y con un altísimo nivel de apoyo popular.
El precio del petróleo por las nubes llenó las arcas del Estado de divisas, pero la ausencia de un plan económico sólido, la incapacidad para atender las urgentes demandas sociales y su permanente política de confrontación dejaron a Chávez en plena crisis: revueltas populares —similares a las que durante el «Caracazo» de febrero de 1989 jaquearon a Carlos Andrés Pérez—, paros de trabajadores y empresarios en las últimas semanas presagian tiempos difíciles para el líder de la llamada «Revolución Bolivariana».
En 1993, la debilidad de la democracia, un ajuste en el precio del combustible y una denuncia por corrupción había terminado con Pérez, hasta entonces uno de los líderes indiscutidos de la región, desde comienzos de los años 70.
Una incontenible revuelta popular entre julio y noviembre de 2000 acabó en Perú con los sueños imperiales de Alberto Fujimori, tras 10 años de ejercer el poder con mano de hierro, de avasallar los derechos e instituciones y de montar una maquinaria de corrupción y de crímenes sin igual en las últimas dos décadas en la región.
Su huida al Japón le abrió paso a una transición encabezada por Valentín Paniagua que llamó a nuevas elecciones libres y democráticas y a la asunción, en julio pasado, de Alejandro Toledo, quien había encabezado las protestas populares y representaba el anhelo de millones de peruanos de ser tenidos en cuenta. Pero otra vez, la paciencia de los sectores históricamente postergados comenzó a agotarse, antes de que el presidente pudiera acomodarse en el Palacio de Pizarro. En sólo 6 meses, la popularidad de Toledo se derrumbó y ya comienzan a crecer las voces que exigen cambios al «modelo» liberal en marcha que plantea el ajuste del ajuste.
Paraguay, con sus endémicas crisis políticas, y Colombia —la democracia «más antigua de Sudamérica», pero con la guerra interna más antigua de la región— completan el cuadro de sistemas democráticos que no logran hacer pie, atados a decisiones ajenas y cada vez más explosivos.