¿Es Manning un héroe o un traidor?


Juan Gelman
Pagina12
Es notorio que el soldado Bradley Manning, el abastecedor de Wikileaks de la mayoría de los 250.000 cables reservados o secretos del Departamento de Estado que Assange dio a conocer, aceptó en la primera audiencia del tribunal militar que lo juzga la responsabilidad en diez de los 22 cargos que se le imputan. Aunque son menores, ya le acarrean en conjunto una sentencia de hasta veinte años de prisión. Entre los que se declaró inocente figura el más grave: el de ayudar al enemigo (www.salon.com, 1-3-13). Se pena con prisión perpetua.
Manning explicó en su testimonio que lo había hecho para revelar “el coste de la guerra” en Irak, donde fue analista de Inteligencia, y “abrir un debate sobre la política exterior” de EE.UU.. Declaró que había ofrecido la información a The New York Times, a The Wa-shington Post y a Politico sin solicitar remuneración económica alguna y que, no habiendo obtenido respuesta de esos medios, se la entregó a Wikileaks como último recurso. Naturalmente, esas publicaciones negaron ese hecho, aunque posteriormente aceptaron publicar cables seleccionados vía Wikileaks.

¿Fue sincera la decisión de Manning? Antes había dicho confidencialmente lo mismo a un amigo sobre su desilusión cuando descubrió que los ocupantes detenían “no a insurgentes sino a opositores del gobierno de Maliki. Denunció el hecho ante sus superiores y lo ignoraron. Revisó los documentos que asentaban actos de alta criminalidad y violencia y no pudo ya en conciencia contribuir a su ocultamiento. Fue, en realidad, un acto de conciencia, de buena conciencia y heroísmo”, declaró el columnista Glenn Greenwald, quien cubrió exhaustivamente el caso para el diario británico The Guardian (www.democracynow.org, 5-3-13).
Manning fue encarcelado en mayo del 2010 en condiciones tan duras que el relator especial sobre tortura de las Naciones Unidas Juan Méndez, al cabo de una investigación de 14 meses, concluyó que había sido sometido a tratos crueles, inhumanos y degradantes prohibidos por la Convención de la ONU sobre el tema (www.guardian.co.uk, 12-3-12). Méndez dirigió una carta al gobierno de EE.UU. en la que señaló que el largo período de aislamiento aplicado a Manning entrañaba, a su juicio, una coerción “presuntamente destinada a persuadirlo de que involucrara a otros” (//rogerhollander.word press.com, 12-3-12). Es decir, a Assange.
No fue el único intento: un agente del gobierno visitó a Manning varias veces pretendiendo ser periodista y sacerdote para asegurarle el secreto de lo que conversaran. Según el agente, el prisionero le explicaba que había infiltrado la información porque deseaba que el mundo supiera lo que él había sabido: “Quiero que la gente vea la verdad... sea quien sea... porque sin información, el público no puede tomar decisiones con conocimiento de causa”. Cuando le preguntó a Manning por qué no había vendido los documentos a un gobierno extranjero, éste respondió que la información debía hacerse pública para provocar “una discusión mundial, debates y reformas” (www.guardian.co.uk, 2-3-13). No entregó la información a Al Qaida, no quiso hacerse rico, quería otra cosa, aun conociendo que podía terminar en la cárcel de por vida.
Es curioso. Cuando estalló la cuestión de Wikileaks, los funcionarios estadounidenses afirmaban que la filtración podía poner en peligro vidas humanas. En cambio, Robert Gates, entonces jefe del Pentágono, no le dio la importancia que los fiscales hoy le atribuyen para condenar a Manning. Consideró que las reacciones eran excesivas. “El hecho es –dijo– que los gobiernos tratan con EE.UU. por su propio interés, no porque les gustemos, no porque confíen en nosotros y no porque supongan que podemos guardar secretos. Muchos gobiernos, algunos gobiernos, tratan con nosotros porque nos temen, algunos porque nos respetan y la mayoría porque nos necesita. Como ya se ha dicho, somos todavía esencialmente la nación indispensable. ¿Es embarazoso (lo de Wikileaks)? Sí. ¿Es desa-gradable? Sí. ¿Consecuencias para la política exterior de EE.UU.? A mi juicio, definitivamente modestas” (//thecaucus.blog.nytimes.com, 30-11-10).
Los cargos contra Manning también parecen excesivos. Ni los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward, que destaparon en The Washington Post las trapisondas de Richard Nixon en el llamado caso Watergate causando su renuncia como presidente de EE.UU., ni Daniel Ellsberg, que filtró The New York Times y otros periódicos los “Papeles del Pentágono” sobre la guerra en Vietnam, fueron procesados. Y se trató de historias de innegable magnitud.
Se conoce que Osama bin Laden estaba muy interesado en libros de Bob Woodward como Las guerras secretas de la CIA 1981-1987 (Sudamericana, Buenos Aires, 1988) o Bush en guerra (Península, Barcelona, 2003) que traen mucha información de nivel mucho más delicado y secreto que todo lo filtrado por Manning. Woodward y los altos funcionarios de la Casa Blanca que le proporcionaban esa información nunca fueron acusados de ayudar al enemigo. Tal vez se distrajeron.