Los griegos piden a la Unión Europea que deje de salvarles

Alexei Bogdanovski,
RIA Novosti (Atenas)

Aunque a costa del cisma dentro de los dos partidos políticos más importantes del país, el parlamento griego aprobó el plan de ajuste pactado con la Unión Europea.
Ahora en Grecia reina una tranquilidad que parece más bien un letargo. Los cristaleros en Atenas tienen mucho trabajo estos días arreglando los escaparates de decenas de tiendas saqueadas e incendiadas. En las fachadas de muchos edificios se lee una inscripción: “¡Dejad de salvarnos!”.
Grecia volvió a cumplir con los requisitos de sus acreedores aceptando nuevas medidas de ahorro a cambio de un nuevo paquete financiero y una importante quita de la deuda en manos de los inversores privados. Pero esta vez la Unión Europea no empezará a dar dinero de forma automática sino que intentará dar largas hasta que los griegos acaben de adoptar las medidas impopulares.
Los europeos están jugando con fuego: el 20 de marzo vence una deuda griega de 14.500 millones de euros y antes de que llegue ese momento hace falta concluir el acuerdo de la restructuración de la deuda helena. Técnicamente es una tarea dificilísima para llevarla a cabo en tan poco tiempo, pero si llega a producirse la suspensión de pagos en Grecia, toda Europa sufrirá un impacto negativo. Si los griegos están cansados del dictado europeo, los europeos lo están en la misma medida ya que el problema griego cada vez requiere más dinero mientras la situación no va a mejor.
Mientras, los manifestantes de Atenas volvieron a sus puestos de trabajo aunque en sus pensamientos siguen estando en las barricadas.

“Se los comerían. Metafóricamente”
“La gente estaba tan furiosa que si hubiese llegado a irrumpir en la sede del parlamento, se habría comido vivos a los diputados”, comenta Yannis, de 30 años, que participó en la reciente manifestación masiva convocada por el centro de coordinación de sindicatos del país (PAME, por sus siglas en griego). Al darse cuenta de que su interlocutor es extranjero, hace una pausa y añade sin sonreir: “Hablando metafóricamente”.
Pregunto a Yannis por los detalles del plan de ajuste, ¿rechaza todas las medidas aprobadas? Todo lo contrario. No tiene nada en contra de la reducción de gastos militares y reconoce que se puede gastar menos en los medicamentos. Califica de admisible la reducción de pensiones a cambio del apoyo de los fondos de pensiones en quiebra. Pero no quiere soportar la rebaja del salario mínimo hasta 580 euros: “Este es el sueldo de hace veinte años, ahora los precios son tres veces más altos”. Al mismo tiempo reconoce que en teoría la reducción del salario contribuiría a emplear a los jóvenes, la mitad de los cuales están desempleados.
Yannis tampoco defiende las ideas de los comunistas de que Grecia debe “liberarse” de la Unión Europea y el euro: Europa dio a su generación no solo prosperidad sino también una gran parte de su identidad. Los jóvenes nacidos después de 1980, a diferencia de sus padres, se consideran tan europeos como griegos.
Entonces, ¿por qué Yannis protesta contra el nuevo paquete de rescate de la UE que contempla una ayuda financiera de 130.000 millones de euros y una condonación de al menos la mitad de la deuda griega? “Quieren solucionar los problemas de los negocios a costa de los trabajadores, mientras la experiencia demostró ya que estas medidas no valen para nada. Después de todo, no están salvando a los griegos, sino a la banca y al capital”, insiste Yannis.

Filotimo menoscabado
A pesar de que Atenas acepta desesperadamente todas las exigencias, la presión no cesa. Europa sigue castigando a Grecia manteniéndola en vilo: hoy parece que tiene piedad y la deja entrar, pero mañana cambia de opinión.
Mientras tanto, los griegos se sienten engañados: habiendo aceptado todas las condiciones de sus acreedores, se siguen castigando ellos mismos para aplazar la casi inevitable quiebra. La situación recuerda una antigua parábola sobre el criado al que su amo propuso elegir entre tres castigos por haber comprado en el mercado un pescado estropeado: comerse el pescado, recibir diez latigazos o pagar una multa. El criado se comió la mitad del pescado pero luego, al no poder más, optó por el látigo. Sin embargo, tras recibir la mitad de los latigazos prefirió pagar la multa. Algo semejante le pasa a Grecia, que pronto preferirá la quiebra como la solución más razonable.
No es el descenso de la calidad de vida ni los problemas sociales lo que hace a los griegos enfadarse tanto. Está afectado un aspecto de la psicología nacional llamado en griego 'filotimo' que abarca varios conceptos como la ambición, el amor a la justicia y el deseo de trabajar honestamente y recibir a cambio una justa recompensa.
A los griegos los constantes reproches de Europa les parecen injustos: su 'filotimo' ha sido menoscabado. Y desde ese momento ninguna cantidad de euros es capaz de impedir que el griego dé la espalda al ofensor con desdén.

Juntos en un mismo barco que hace aguas
¿Querrá Europa renunciar a Grecia? Es poco probable, y no solo porque Grecia es la cuna de la civilización y cultura europeas. La Unión Europea fue pensada como un proyecto a largo plazo, una especie del nuevo Imperio Romano en su versión democrática que, en vez de conquistar, une a los pueblos en torno a los sus valores como civilización y el rechazo de la guerra.
Si ahora resulta que los intereses opuestos de las naciones, sean mayores o menores, prevalecen sobre el principio de solidaridad, el proyecto se verá amenazado con Grecia o sin ella. Además, los argumentos puramente económicos evidencian que Atenas y sus socios están juntos en un mismo barco que está haciendo aguas.
Es fácil buscar al culpable para tirarlo por la borda pero lo que urge es achicar el agua. Si la UE y Grecia llegan a comprenderlo y a ver su interés común en salvar la moneda única europea, el consenso será posible a pesar la desconfianza mutua.