Cuando los yihadistas eran nuestros amigos

Por Denis Souchon

para Le monde diplomatique

publicado en la edición de febrero de 2016

La invasión de Afganistán por parte del Ejército Rojo en 1979 parecía abrir una nueva etapa de la Guerra Fría entre los dos bloques. El combate de los muyahidines afganos se presentaría como providencial para oponerse a las ambiciones hegemónicas atribuidas a la Unión Soviética.

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"Ces ’Afghans’? Des médecins et ingénieurs français", por Claude Corse, Le Figaro Magazine, 19 de diciembre de 1987.

Durante el periodo situado entre la sangrienta derrota de Estados Unidos en Indochina (abril-mayo de 1975) y los estallidos en cadena de los países europeos satélites de la Unión Soviética (especialmente en Polonia, donde se decretó el estado de excepción en diciembre de 1981), Estados Unidos y Europa Occidental creyeron –o hicieron creer– que Moscú había lanzado una gran ofensiva mundial. En África, Angola y Mozambique –que acababan de lograr la independencia– parecían tenderle la mano; en América Central, guerrilleros marxistas derrocaban una dictadura proestadounidense en Nicaragua; en Europa Occidental, un partido comunista prosoviético orientaba durante algunos meses la política de Portugal, miembro fundador de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La invasión de Afganistán por parte del Ejército Rojo, en diciembre de 1979, parecía marcar una huida hacia adelante de Moscú, abriendo una nueva etapa de la Guerra Fría entre los dos bloques. El combate de los muyahidines (“combatientes de la fe involucrados en la yihad”) afganos se presentaría como providencial para oponerse a las ambiciones hegemónicas atribuidas a la Unión Soviética. Y, a menudo, sería celebrado como una epopeya.

Poco importaba que casi todos estos combatientes considerados héroes fueran musulmanes tradicionalistas, incluso integristas. En esa época, la religión no era necesariamente percibida como un factor de regresión, a menos que se opusiera, tal y como sucedía en Irán en ese mismo momento, a los intereses estratégicos occidentales. Pero este no era el caso ni en la Polonia católica alimentada por el papa Juan Pablo II, ex obispo de Cracovia, ni, por supuesto, en Afganistán. Dado que la prioridad geopolítica era que este país se convirtiera para la Unión Soviética en lo que Vietnam había sido para Estados Unidos, un relato mediático casi único exaltaría a los muyahidines durante años, presentando su revuelta como una simpática chuanería (1) ligada a su fe. Describiría en particular el lugar y la vida de las mujeres afganas a través del prisma esencialista, ingenuo (y a veces mágico) de las tradiciones populares.

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"Afghanistan: à cheval contre les tanks russes!", por Cyril le Tourneur d’Ison, Le Figaro Magazine, 16 de enero 1988.

Volver treinta y cinco años más tarde sobre este discurso generalizado y sus imágenes estereotipadas, pletóricas en la prensa francesa –desde Le Figaro Magazine hasta Le Nouvel Observateur–, permite apreciar hasta qué punto casi todo lo que ayer suscitaba admiración cuando se trataba de popularizar el combate contra el “Imperio del Mal” (la Unión Soviética, según Ronald Reagan) se ha convertido en fuente de execración y de espanto. Entre 1980 y 1988 se celebraban las hazañas de los “combatientes de la fe” contra el Ejército Rojo. A partir de la década siguiente, sus primos ideológicos en Argelia (Grupo Islámico Armado, GIA), más tarde en Afganistán (talibanes) y recientemente en Oriente Próximo con Al Qaeda y con la Organización del Estado Islámico (OEI) han sido descritos con rasgos de “fanáticos”, de “locos de Dios”, de “bárbaros”.

Ciertamente, los muyahidines de los años 1980, que no perpetraban atentados en el extranjero, se distinguen en varios aspectos importantes de los militantes del GIA argelino o de los miembros de la OEI en Irak. Sin embargo, no es menos cierto que Afganistán sirvió a menudo de crisol y de incubadora para sus sucesores. El jordano Abu Musab al Zarqaui, considerado el “padre” de la OEI, llegó allí en momentos en los que el Ejército Rojo se retiraba y permaneció hasta 1993. Osama Ben Laden, fundador de Al Qaeda, fue enviado por los servicios secretos de Arabia Saudí a Peshawar, en Pakistán, con el fin de apoyar la lucha de los muyahidines. El argelino Mojtar Belmojtar, cuyo grupo –Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI)– acaba de reivindicar el ataque contra el hotel Splendid en Uagadugú –en Burkina Faso–, también partió a perseguir a los aliados afganos de la Unión Soviética a finales de los años 1980. A continuación volvió a Argelia durante la guerra civil y combatió con el GIA (los argelinos que siguieron su camino eran llamados “los afganos”) antes de unirse a Al Qaeda. Éstos, y muchos otros, fueron recibidos favorablemente por Occidente en la medida en que servían a sus objetivos estratégicos. Después se volvieron en su contra. Como consecuencia, la imagen que la prensa europea o estadounidense daba de sus motivaciones, de su extremismo religioso, de su ferocidad cambió completamente...

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"Le monde est fantastique. Leur âme se lit sur leur visage", fotorreportaje de Julio Donoso, texto de Guy Sorman con la colaboración de Pascal Bruckner, Le Figaro Magazine, 20 de septiembre de 1986.

1. Aliados estratégicos de Occidente

El 3 de febrero de 1980, unas semanas después de la intervención militar de la Unión Soviética en Afganistán, Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad del presidente estadounidense James Carter, viajó a Pakistán. Al dirigirse a los muyahidines refugiados del otro lado de la frontera, les prometía: “Esa tierra de allí es vuestra. Volveréis algún día porque ganaréis la batalla. Recuperaréis entonces vuestras casas y vuestras mezquitas. Vuestra causa es justa. Dios está de vuestro lado”. El discurso mediático francés sobre Afganistán favorecería el objetivo geopolítico estadounidense.

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"Ici Radio- Kaboul libre…", por Bernard-Henri Lévy, Le Nouvel Observateur, 12 de septiembre de 1981.

Deber de injerencia
“Es preciso pensar, es preciso reconocer que, al igual que todos los resistentes del mundo entero, los afganos sólo pueden triunfar si tienen armas, sólo podrán destruir tanques con ametralladoras, sólo podrán derribar helicópteros con misiles SAM-7; sólo podrán vencer al Ejército soviético si poseen otras armas (...) diferentes de las que logran arrebatarle al Ejército Rojo; en resumen, sólo si Occidente, también en este caso, acepta ayudarles. (...) Considero que nos encontramos en la actualidad en una situación que no es muy diferente de la de la época de la Guerra Civil española. (...) En España había un deber de intervención, un deber de injerencia. (...) Creo que hoy los afganos sólo tienen posibilidades de triunfar si aceptamos inmiscuirnos en sus asuntos internos”. (Bernard-Henri Lévy, telediario nocturno de TF1, 29 de diciembre de 1981)

Bernard-Henri Lévy apoyaría con el mismo fervor la intervención occidental en Afganistán, producto de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Como en la época de la Resistencia en Francia
“Para permitir que los afganos hablen a los afganos, al igual que los franceses hablaban a los franceses durante la ocupación en Francia, el Comité de Derechos Humanos ha decidido ayudar a la resistencia afgana a crear una radio en su territorio: Radio Kabul Libre.

Hace un año y medio, el 27 de diciembre de 1979 (...), una de las principales potencias del mundo acababa de invadir un país vecino, débil y sin defensa. (...) Los viejos fusiles salieron de los baúles; las pistolas, de debajo de los fardos de paja. Mal armada, la resistencia se levanta”. (Marek Halter, “Radio-Kaboul libre”, Le Monde, 30 de junio de 1981)

Aquí, Marek Halter aludía a un conocido verso del Canto de los Partisanos, himno de la Resistencia Francesa: “Sacad del pajar los fusiles, la metralla, las granadas”.

El combate de todas las víctimas del totalitarismo
“El combate de los afganos es el de todas las víctimas de los totalitarismos comunistas y fascistas”. (Jean Daniel, Le Nouvel Observateur, 16 de junio de 1980)

“Como en Berlín y en Budapest, el Ejército Rojo abrió fuego”
‘Allahu Akbar’ (‘Dios es el más grande’), ‘Fuera los shuravi [los rusos]’: musulmanes y no comunistas, los kabulíes no han olvidado. El viernes 22 de febrero querían manifestarse, alzando la bandera verde del islam, contra la presencia del Ejército soviético, considerada insoportable. Esa mañana, como antes en Berlín Este y en Budapest, el Ejército Rojo abrió fuego. (...) Entre Marx y Alá, el diálogo parece imposible”. (Jean-François Le Mounier, Le Point, 3 de marzo de 1980)

Deshacerse del ocupante soviético, fundar una sociedad de hombres libres
“Una mirada de un orgullo increíble, difícil de encontrar en otras partes del mundo y que muestra la medida exacta de la feroz voluntad de los afganos por deshacerse del ocupante soviético, incluso aunque sus medios puedan parecer irrisorios”. (Patrick Poivre d’Arvor, telediario de Antenne 2, 8 de julio de 1980)

“Lo que muere en Kabul, bajo la opresión soviética, es una sociedad de hombres nobles y libres”. (Patrice de Plunkett, Le Figaro Magazine, 13 de septiembre de 1980)

Como las Brigadas Internacionales: “los afganos de Francia”
En Le Monde (19 de diciembre de 1984), Danielle Tramard recordaba a algunos de los franceses que “trabajan con los resistentes afganos”. No existía ningún temor en esa época de que esos combatientes extranjeros volvieran a su país “radicalizados” por su experiencia en la guerra: “La amistad franco-afgana es esto: un amigo que ayuda a su amigo. (...) François, al igual que Isabelle, aprendió persa. Este verano, tras cruzar la frontera, caminó durante seis días, noche y día, a veces en el barro, a un ritmo bastante bueno”.

En Le Figaro Magazine (19 de diciembre de 1987), Claude Corse dedicó un reportaje a los médicos, a los agrónomos y a los ingenieros franceses que también ayudaron a los afganos. Con una referencia a la Resistencia francesa: “Barbas, turbantes e incluso una mirada feroz: estos típicos afganos son franceses. Entre ellos, un marino bretón especializado en vientos de la Polinesia que se hizo agrónomo montañés por gusto para un pueblo que vive ¡con el viento en contra! (...) Valioso recurso alimentario, este árbol de vida [un castaño] simboliza la esperanza de un pueblo de irredentistas unido contra el invasor comunista, como los pastores corsos de Castagniccia lo estuvieron contra los ejércitos de ocupación”.

2. Exotismo y bellos paisajes

Combatir el comunismo soviético no constituía un objetivo universalmente popular en Francia. Para que la causa de los afganos, patriótica pero también nacionalista, contara con más apoyo, los grandes medios de comunicación la asociaron a un deseo de aventura, a un paraíso perdido. Esto fue fácil, ya que el combate afgano tenía lugar en un entorno geográfico encantador, con lagos transparentes que cautivaban la mirada. El carácter pintoresco de los paisajes (y de las tradiciones) de Afganistán enviaba a toda una generación occidental, ya adulta en los años 1960, al país con el que habían soñado los trotamundos y que a veces habían atravesado para ir a Katmandú. El regreso a la naturaleza, a los verdaderos valores, a las “montañas crueles y bellas”. Afganistán como antítesis de la civilización moderna, materialista y mercantil.

“Es tan bello que se olvida la guerra”
“Comienza como una historia de amor. Casi todos fueron a Afganistán. Desde el primer viaje, la atracción es definitiva. Lo describen como ‘el lugar por excelencia donde uno está lejos: no hay ferrocarriles, no hay industria’. El espacio y la libertad: ‘El afgano no te mira ni te molesta’. Isabelle dice también: ‘Por momentos, es tan bello que se olvida la guerra’”. (Danielle Tramard, Le Monde, 19 de diciembre de 1984)

“Los más fértiles, la más colorida, los más impactantes”
“El Hindú Kush se extiende del noreste al sudoeste, dominando desde sus 5.000 metros los valles más fértiles, los frutos más bellos, la vestimenta más colorida, los mercados más impactantes, y atraviesa desiertos de arena dorada al norte y al sur”. (Robert Lecontre, Le Figaro Magazine, 12 de enero de 1980)

“Su barba negra, su nariz aguileña y su mirada penetrante”
“Impresionantes con su barba negra, su nariz aguileña y su mirada penetrante nos hacen pensar en aves rapaces. Son guerreros natos, indiferentes al esfuerzo, al frío, al cansancio. Son seres aparte, insensibles a la soledad, al hambre, a la muerte. Armados con viejos fusiles Enfield, modelo 1918, aciertan en el blanco a 800 metros. La historia ha demostrado que ningún ejército proveniente de otra parte, ni siquiera del interior, ha podido dominarlos. (...) Es esta acumulación de triunfos, esta hecatombe de enemigos, su orgullo, su dignidad los que aún hoy permiten que 17 millones de afganos crean que, pronto, escondidos en sus guaridas del ‘techo del mundo’, allí donde Kipling dio vida a su Hombre que pudo reinar, sus defensores seguirán triunfando”. (Jerôme Marchand [con Jean Noli], Le Point, 21 de enero de 1980)

“¿En qué se convirtió aquel jinete con turbante que atravesaba la nieve?”
“¿En qué se convirtieron aquellos jinetes pastunes que bebían té verde a pequeños tragos en una tetería con el fusil cerca; aquel pastor del Hindú Kush próximo a una fuente de agua; aquel jinete con turbante que atravesaba la nieve? (...) Las dunas gigantes que el viento esculpe como olas, las calles de Herat donde el aroma de las rosas que respira un anciano marea, donde las puertas con clavos, de un azul del paraíso, de las casas de los ricos intrigan, donde sorprende inopinadamente la pantorrilla cubierta de una mujer completamente escondida bajo el chador plisado y cuya mirada se filtra a través de la rejilla de un bordado... (Nicole Zand, Le Monde, 9 de diciembre de 1980)

“La tenacidad que engendran el frío sideral, las abrasadoras tormentas de arena”
“Acostumbrados a vivir en condiciones duras, los afganos tienen la tenacidad que engendran los paisajes austeros, el frío sideral, las abrasadoras tormentas de arena. (...) En el seno de nuestra pequeña comunidad reina una asombrosa armonía. Durante días y días, los muyahidines no se separan ni un palmo, y sin embargo, casi nunca hay roces entre ellos. (...) La camaradería de la revuelta altera las jerarquías tradicionales. (...) El que está deprimido se recupera rápidamente por el buen humor, el estado de ánimo y la calidez del grupo”. (Catherine Chattard, Le Monde, 20 de mayo de 1985)

3. Combatientes con fe

Entre franceses cada vez menos religiosos, a menudo moldeados por el liberalismo cultural, y afganos, tradicionalistas apoyados a la vez por Arabia Saudí e Irán, la afinidad no es algo natural. De ahí la importancia de presentar a los muyahidines como gente sencilla con fe, que defiende sus costumbres ancestrales, su solidaridad como pueblo. El enfrentamiento, a menudo mortal, entre clanes y tribus antisoviéticas se presenta como la lucha, simpática y desordenada, entre los pueblos galos y las legiones romanas.

Un islam “sin politización extrema como en Irán, ni excesos”
“No mezclemos los géneros. En Teherán, el integrismo corresponde a una enloquecida liberación del pueblo humilde de las ciudades tras veinte años de megalomanía, de despilfarro y de occidentalización escandalosa. En Afganistán sólo se trata de tradiciones y nada más que de tradiciones. No existe politización extrema como en Irán, ni excesos. El fervor existe desde siempre. (...) Los montañeses y combatientes de Dios tienen fe”. (Pierre Blanchet, Le Nouvel Observateur, 7 de enero de 1980)

“Creo que la revolución islámica de Jomeini beneficia muy poco a la causa afgana. Pero la resistencia afgana no tiene la radicalidad de los movimientos revolucionarios iraníes y las corrientes que presentan un carácter sectario son allí muy minoritarias”. (Jean-Christophe Victor, Les Nouvelles d’Afghanistan, diciembre de 1983)

Los “combatientes de la guerra santa”
“Los afganos tienen el pudor y el fatalismo producto de una confianza absoluta en la voluntad de Alá. Podría decirse que no existe ningún modo de vida más atrayente ni ninguna ocupación más elevada que la del combatiente de la guerra santa. Los acerca a la vida del Profeta”. (Catherine Chattard, Le Monde, 20 de mayo de 1985)

Indisciplinados, vanidosos, habladores, pero valientes
“Como ayer, el muyaidín sigue siendo ante todo un campesino aferrado a su tierra. Sabrá defenderla con tenacidad, pero a menudo perderá toda agresividad si ésta no se ve amenazada. (...) Los defectos propios del carácter afgano –indisciplina, tendencia a la verborragia, dificultad para guardar un secreto– no deben hacer olvidar las principales cualidades de estos hombres. Su coraje y su capacidad de sufrimiento son reales y saben demostrar, cuando es necesario, una notable audacia”. (Patrice Franceschi, Le Point, 27 de diciembre de 1982)

Su islam bien vale el comunismo al estilo soviético
“Existe la oposición, indirecta y pérfida, de aquellos que se preguntan si los resistentes son mejores que los ocupantes: si su islam no es ‘primitivo y bárbaro’; si, en definitiva, es necesario correr el riesgo de ‘morir por Kabul’. Es a esta renuncia a la que nos invitan de todas partes mientras que a los afganos los matan y piden ayuda. Frente a su petición de auxilio, es necesario proclamar a los cuatro vientos que la resistencia de los afganos contra los ocupantes soviéticos es justa como todas las guerras de liberación. (...) Más allá de que su islam bien valga el comunismo al estilo soviético y que el primero sea tan ‘globalmente positivo’ como el segundo, es escandaloso preguntarse sobre su civilización en momentos en que la defienden con el mayor heroísmo”. (Jean Daniel, Le Nouvel Observateur, 16 de junio de 1980)

Un periodista de Le Figaro Magazine abraza “de corazón” el Corán
“Antes de cualquier ataque, la oración: una oración rápida mediante la cual cada uno encomienda su alma a Alá. Los resistentes pasan luego bajo una bandera extendida en la que se coloca un pequeño Corán. Algunos lo besan, otros se inclinan en señal de fervor. Anayatollah insistió en que yo también cumpliera con el ritual. Lo hice de corazón. Efectivamente, este pueblo afgano mantiene su cohesión y obtiene la fuerza moral que le permite resistir a través del islam. La yihad (guerra santa) y el carácter islámico de esta resistencia pueden asustar, pero, salvo algunas excepciones, no son conocidos de forma fanática”. (Stan Boiffin-Vivier, Le Figaro Magazine, 5 de diciembre de 1987)

4. La espinosa cuestión de las mujeres

Coraje y resistencia, solidaridad comunitaria, exotismo y belleza no permiten que se eluda indefinidamente la cuestión, necesariamente espinosa –sobre todo para franceses cuya consciencia política fue transformada por las luchas feministas– del estatus de las mujeres afganas. Esta dificultad no se niega, más aún cuando los comunistas afganos prohibieron el matrimonio de niños y redujeron la importancia de la dote. Pero el obstáculo se sortea gracias a una advertencia contra una percepción demasiado occidental de la situación afgana. Se explica que algunos comportamientos y símbolos cambien de sentido al cambiar de país. Lo que en sí no es falso. Pero semejante relativismo cultural desaparecerá en cuanto el combatiente “que no se parece a nosotros” pase del estatus de aliado al de adversario.

El “eurocentrismo total” no ayuda a comprender la condición de las mujeres afganas
“La ‘opresión’ de la mujer es apenas un engranaje en este sistema. El eurocentrismo total no ayuda en absoluto a comprender el funcionamiento de esta sociedad, en la medida misma en que la ‘opresión’ suele pesar tanto sobre los hombres como sobre las mujeres, por ejemplo, en el caso del matrimonio concertado por los padres”. (Emmanuel Todd, Le Monde, 20 de junio de 1980)

A las mujeres las tratan, necesariamente, otras mujeres
“Una mujer afgana nunca se dejará examinar por un médico hombre. (...) Las afganas, envueltas en sus velos, siguen llegando a las tiendas equipadas con el material necesario porque son recibidas, escuchadas, tratadas por mujeres y llevan a sus hijos, a menudo con afecciones en los ojos, enfermedades de la piel o tuberculosis”. (Françoise Giroud, primera Secretaria de Estado para la condición femenina en Francia, Le Monde, 25 de enero de 1983)

El “ejército en las sombras de la resistencia afgana”
“Cuando menciono la existencia de combatientes armadas en otros países musulmanes, se quedan pensativas. No existe, por supuesto, ninguna mujer en las filas de los muyahidines. Pero hay mujeres que transportan explosivos bajo su chador o que sirven de contacto, llevando mensajes a la ciudad. (...) Las mujeres son el ejército en las sombras de la resistencia afgana”. (Catherine Chattard, Le Monde, 20 de mayo de 1985)

No impedirles vivir como quieren
“Una francesa, fotógrafa, está entre nosotros. No hay ninguna otra mujer. Sin embargo, fue aceptada, sin problemas, sin ningún tipo de velo, lo que jamás se habría admitido en las mismas circunstancias en Irán. Como si, aquí, el islam no fuera el medio exacerbado de una política, como en Irán, sino algo más fundamental y más simple. (...) ¿En nombre de qué progresismo se impediría a los afganos vivir como quieren?”. (Pierre Blanchet, Le Nouvel Observateur, 5 de julio de 1980)

“¿Qué valor tiene nuestro criterio en una sociedad que ya no comprendemos?”
“Según nuestro criterio, podría hablarse de alienación de las mujeres en Afganistán. Pero ¿qué valor tiene nuestro criterio en una sociedad que ya no comprendemos? El arcaísmo de la relación entre hombres y mujeres en Afganistán nos impresiona, pero sólo puede ser cuestionado por una evolución que debe producirse, también en este caso, a su propio ritmo y en el momento en que las propias mujeres afganas elijan. Y esto no puede imponerse desde el exterior con soldados y con tanques”. (Annie Zorz, Les Temps modernes, julio-agosto de 1980)

“El sistema de ‘compensación matrimonial’ que se paga, en muchas sociedades del mundo, tanto en Asia como en África, antes de que una joven pueda casarse presenta por supuesto numerosos inconvenientes, sobre todo para los jóvenes que contraen matrimonio. Sin embargo, en las sociedades rurales pobres constituye indudablemente cierta protección para la esposa. La institución de la compensación matrimonial se percibía en Afganistán como el reconocimiento de la importancia de las mujeres. En la sociedad tal y como era entonces, eliminarla brutalmente significaba despreciar a las mujeres. Era, para los campesinos, una muestra de respeto y de consideración hacia su hija y hacia sí mismos, no querer entregarla por ­nada a cualquiera sin que su futuro esté asegurado”. (Bernard Dupaigne, Les Nouvelles d’Afghanistan, octubre de 1986)

“La poligamia es, en algunos casos, un medio para que el hombre administre sus conquistas y responda en un momento dado a necesidades económicas. Pero también es una protección para la mujer estéril, la cual puede así vivir e integrarse en una familia y, por ende, en un tejido social. (...) En algunos países como Afganistán, la dote es una garantía para la mujer, ya que el día que se divorcia puede recuperarla, así como todos los bienes que aportó cuando contrajo matrimonio. (...) Otros dirán que llevar velo no es en sí un comportamiento retrógrado, sino un medio práctico para ser respetada y también una cuestión de honor. (...) Allí donde los occidentales ven signos de opresión existe a menudo una realidad más compleja. (...) Así pues, el papel de las mujeres es muy gratificante y muy valorado”. (Chantal Lobato, Autrement, diciembre de 1987)

Epílogo (provisional)

El régimen comunista afgano de Mohamed Najibullah sobreviviría tres años tras la partida de las tropas soviéticas en febrero de 1989. Más tarde, en 1996, tras varios años de enfrentamientos mortales entre clanes rivales anticomunistas, Kabul cayó en manos de los talibanes. Capturaron a Najibullah, refugiado en un edificio de las Naciones Unidas, lo torturaron, lo castraron, lo fusilaron y colgaron su cuerpo de una farola.

El 15 de enero de 1998, Le Nouvel Observateur le preguntó a Brzezinski si “no lamenta haber favorecido el integrismo islamista, haber dado armas, consejos a futuros terroristas”. Su respuesta: “¿Qué es más importante en la historia del mundo? ¿Los talibanes o la caída del imperio soviético? ¿Unos pocos islamistas exaltados o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?”

(1) N. de la T.: La Guerra de los Chuanes (o Chuanería) fue un levantamiento antigubernamental de las provincias del oeste de Francia contra la Revolución de 1791 a 1799.

Denis Souchon: Miembro de la asociación Action critique médias (Acrimed).