Roca y el racismo

Por Luciana Arias*
publicado el 17 de junio de 2014

En los últimos diez años se han realizado enormes avances en políticas de memoria alrededor de la última dictadura militar, y una buena parte de la población pudo comprender que, sin esa reparación histórica, era imposible construir un país, por lo menos, justo. Sin embargo, ciertos espacios de memoria que nos construyen como nación siguen sin ser explorados, y un genocidio es la contraparte de lo que muchos celebran como el momento de la unificación nacional, aquel momento donde se logró someter a los pueblos indígenas, que vivían hasta ese entonces en autonomía en un territorio que el Estado argentino pretendía para sí. En la llamada “conquista del desierto”, liderada por Julio Argentino Roca, los territorios apropiados se representaron como espacios deshabitados, y miles de indígenas fueron asesinados; se crearon campos de concentración; se instaló el robo de niños, se entregaron mujeres y niños para la servidumbre, y otros hombres fueron enviados a los ingenios para realizar trabajo esclavo. El diario porteño El Nacional, el 21 de enero de 1879, retrataba así el horror: “Llegan los indios prisioneros con sus familias a los cuales los trajeron caminando en su mayor parte o en carros, la desesperación, el llanto no cesa, se les quita a las madres sus hijos para en su presencia regalarlos a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que con los brazos al cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano los hombres indios se tapan la cara, otros miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra el seno al hijo de sus entrañas, el padre indio se cruza por delante para defender a su familia de los avances de la civilización”.Roca y el racismo


¿Cómo puede ser entonces que el mismo tipo de atrocidades cometidas sobre seres humanos conmuevan en unos casos más que en otros? No podemos dar respuesta a esta pregunta sin entender el racismo que pervive en Argentina. El racismo naturaliza la inferioridad de ciertas personas y la superioridad de otras (en este caso indígenas y blancos) y es lo que hace, por ejemplo, que no se condenen –ni conmuevan- de la misma manera los asesinatos de unos y otros. Son las justificaciones raciales las que permitieron una masacre del tenor de la “conquista del desierto” y, más subrepticiamente,  las que generan que las mismas personas que no dudan en repudiar al último genocidio y a quienes lo llevaron a cabo, no siempre se animen a realizar una condena igual de tajante sobre Roca. La historia de aquel genocidio, más lejano, parece ser historia de otros y no propia.

Pero la “conquista del desierto” no es un hecho aislado de nuestra historia. En efecto, problemáticas similares siguen vigentes en la actualidad. Aún con un marco normativo que garantiza numerosos derechos a los pueblos indígenas del país, sus territorios siguen siendo sustraídos día a día, teniendo que embarcarse en larguísimas batallas judiciales (que no siempre resultan exitosas) para poder hacer cumplir las leyes vigentes. De manera frecuente ocurren asesinatos en distintas comunidades indígenas del país: algunos son enmascarados como accidentes, otros llegan a los medios nacionales y generan cierta movilización en determinados sectores de la sociedad. Sin embargo, la mayoría de estos crímenes quedan impunes, tanto política como judicialmente. Ya no es un ejército el que avanza sobre territorio indígena y obliga al desplazamiento territorial. Ahora la que avanza es la frontera agrícola, con la fuerza de una soja indestructible; es el petróleo; o es algún otro interés económico. Ya no se proclama a viva voz el pago por cada oreja de indio, pero se repiten las muertes misteriosas (o no tanto) en manos de criollos o uniformados. El genocidio liderado por Roca no fue más que un punto (aunque alto y decisivo) en esta larga historia de despojos. Es por esta vigencia del horror que pensar el legado de Roca resulta fundamental y urgente, aunque no deje de ser, también, una excusa para reflexionar sobre cómo nos pensamos como nación.

Nación blanca y europea

Es un lugar común del discurso sobre nuestra identidad nacional sostener que los argentinos “venimos de los barcos”. Este sentido común europeizante se instituyó con la construcción del Estado nación argentino, que se hizo bajo un ideario de nación homogéneamente blanca y europea. La contraparte de este discurso es la idea de que en Argentina –ya- no hay indígenas (se piensa la desaparición como resultado de una evolución natural hacia la “civilización” y no como el resultado de exterminios), o que los indígenas que habitan el país son extranjeros (el caso más renombrado es el del pueblo mapuche), o que sólo existen descendientes de indígenas que habitaban en el pasado el actual territorio nacional. Es difícil que lo indígena aparezca como parte de la historia argentina: en general lo que se recupera y valora es una imagen folklorizada, como imagen de un pasado romántico.  Así, en un país que se ve a sí mismo como el producto de una migración europea, el problema indígena queda prácticamente invisibilizado. No obstante, hasta el día de hoy, ese “problema” se sigue saliendo por debajo de la alfombra.

Cuando lo indígena aparece como algo que no encaja en esta imagen de “buen salvaje” o indígena folklorizado, la cadena de significados que constituye la ideología racista tiende a activarse rápidamente. Lo que solemos escuchar cuando sucede algún conflicto con una comunidad es que los “indios” son traidores, extranjeros, se oponen al progreso, no gustan de trabajar y una serie de acusaciones similares.  Aquí se ve cuán profundo ha calado en el sentido común la idea de nación blanca en Argentina: no hay lugar para un indígena formando parte de la historia, actuando como actor político o reclamando su territorio. Si esto sucede, aparece la lógica del enemigo interno, del otro de la nación.

¿Qué legado queremos pues tomar como insumo para construir el país que deseamos? El legado de Roca trae consigo el racismo, la lógica del enemigo interno (no podemos olvidar la nefasta Ley de Residencia) y el gobierno en post del progreso, que no es más que el progreso económico de la elite (como la entrega de latifundios a la oligarquía de la Sociedad Rural) ¿Cómo podemos sostener la bandera, por ejemplo, del sueño de la Patria Grande junto a la de Roca? Debemos revisar el panteón de nuestros héroes nacionales para también revisar qué proyecto de país queremos defender y en beneficio de quiénes. Debemos revisar nuestra historia para condenar el racismo que la atraviesa y las atrocidades que se han cometido, y se siguen cometiendo, en nombre de la civilización y el progreso. Es necesario entender que no podremos tener un país diverso e igualitario si no realizamos la reparación histórica necesaria.

* Antropóloga (UBA)