Entre halcones y buitres

Eric Calcagno

La heráldica era el estudio de los escudos de armas, o blasones, que identificaban a las diferentes familias de la nobleza durante la Edad Media. Rememoraban hechos ilustres que se atribuían los nobles, según una estricta codificación en términos de animales y figuras, de colores y de formas.



Cuando la presidenta habló de la asamblea de las Naciones Unidas que comienza hoy, dijo que será "entre los halcones de la guerra", por los acontecimientos que se viven en Medio Oriente centrados en la crisis siria; y los "buitres de la deuda", en referencia a los fondos especulativos financieros que se benefician con las quiebras económicas de los países. 

Halcones y buitres podrían figurar, entonces, en una imaginaria heráldica mundial de los tiempos modernos, con el significado que la fuerza bruta prima por sobre la razón y el derecho, tanto como las finanzas desbocadas ponen en riesgo el sistema económico mundial, presa de burbujas especulativas fomentadas por movimientos de capitales. Si continuamos con el ejercicio, veríamos que esos símbolos de poder y prestigio que identificaban con signos pasados linajes, también tienen su correlato local en los nuevos escudos de armas que presentan diferentes candidatos.    

Como ninguno desea llevar los colores del ajuste, cuya memoria aún truena en la historia reciente argentina, hablan de "metas de inflación" para significar su adhesión a la teoría cuantitativa de la moneda, aquella que sostiene que toda emisión monetaria impacta de inmediato en el nivel general de precios, por lo cual hay que disminuir el circulante o subir las tasas de interés, con el menor grado de políticas económicas activas. Al menos eso dicen, en teoría. En los hechos, las políticas antiinflacionarias ejecutadas durante el antiguo régimen en la Argentina han servido para realizar grandes transferencias de ingresos hacia los estratos superiores de la sociedad. La inflación puede ser también, como lo vimos con las híper, un poderoso disciplinador de la sociedad argentina. 

Más simpático, pero no menos gravoso, es el llamado al consenso, el elogio del pacto, la admiración por la comunidad de intereses. Para ello la fórmula ritual es mentar el abrazo de Perón y de Balbín, que debería significar la unión de los opuestos. Sin embargo, poco se habla del contexto y del significado de tal saludo, reduciéndolo a una anécdota y no al encuentro de dos líderes populares cuyas fuerzas habían sufrido ambas golpes de Estado, por cierto en diferentes circunstancias. No se ve bien qué andarían haciendo el General y Don Ricardo con la Mesa de Enlace, frecuentando embajadas o confundiendo la política con el marketing. 

De un cariz más socialmente correcto es la fascinación por "estar en el mundo", como si estuviésemos en el espacio exterior. Aquí priman los ejemplos sobre caminos que otros países han tomado, en particular con el endeudamiento externo. Si existe hoy una sobreabundancia de dólares, ¿por qué no aprovecharla? La prepotencia, la desporlijidad, las políticas antimercado son las responsables de que Argentina no se endeude, como si fuera un bien absoluto; tanto como si la inserción internacional pasara sólo por tomar deuda. ¿Para qué? ¿Con qué tasas? ¿Con qué condicionalidades? ¿Con qué resultados?  Son preguntas que escapan a aquellos que ya se ven sentados en los despachos oficiales a la espera de una misión del Fondo Monetario Internacional que les diga qué hacer. Su política exterior ya fue explícita con la cuestión de la Fragata Libertad: mejor pagar a los buitres antes que pelear por nuestros derechos. 

La principal tonalidad opositora es escamotear el conflicto. Reducirlo todo a un pase de manos entre personas "mal educadas" a personas bien educadas, a "crispados" por relajados, al "relato" por lugares comunes. Esta evacuación del conflicto como elemento permanente de la vida política, económica y social no es gratuita. A esta altura, el blasón de los opositores no luce demasiado seductor. Todo símbolo termina por significar algo, y por más que se lo busque esconder sale a relucir tarde o temprano. Y es allí donde la política –o la no-política– propuesta se expone en toda su dimensión. Se hace explícitos los supuestos del modelo. 

En efecto, negar el ejercicio de poder que supone fijar un precio es admitir una estructura económica aún demasiado concentrada, así como naturalizar la inflación permite asegurar las relaciones sociales dominantes; clamar por el consenso significa que ya ha pasado el tiempo de las reivindicaciones, al menos de las que hacen a la Nación y a su pueblo. Las instituciones volverán a atender las necesidades de paz y administración de las clases altas. Volver al mundo significa adoptar las políticas exteriores de países que, por poderosos que parezcan, no son menos extraños a nuestros intereses. Es dar la espalda a la construcción de un mundo multipolar donde los países del sur puedan llevar posiciones solidarias, a la construcción regional, a nuestro destino, que sólo precisa –en su escudo– la fraternidad, el sol y el gorro frigio de la libertad.