Distribución o desarrollo: el falso dilema de los proyectos nacionales y populares

Aldo Ferrer
Diario BAE

En notas anteriores señalé que en China y otros países emergentes de Asia y, en América del Sur, prevalecen proyectos nacionales (PNP). Sus prioridades centrales son la inclusión social, el fortalecimiento de la soberanía y el protagonismo del Estado como agente de la transformación. Sin excepciones y en el contexto de diferentes sistemas institucionales y políticos, en todos esos países los PNP se despliegan dentro de economías de mercado.

La sustentabilidad de largo plazo de los PNP depende del desarrollo económico. De otro modo, sus objetivos sociales desembocan en disputas distributivas y, finalmente, en su fracaso. El desarrollo es esencial para aumentar el empleo y los salarios reales, elevar el nivel de bienestar, multiplicar las oportunidades de progreso y generar los recursos necesarios para ampliar y transformar las bases productivas y la inserción en el orden mundial. Para tales fines, es necesario el aumento de la inversión y la aceleración del cambio tecnológico.
El éxito de los PNP se funda en la propia capacidad de participar en la creación y difusión de conocimientos e incorporarlos en el conjunto de la actividad económica y relaciones sociales. Esto requiere la formación de una estructura diversificada y compleja, que incorpora las actividades portadoras de los conocimientos de frontera. Es el caso de las llamadas “tecnologías habilitadoras”, por su carácter horizontal y potencial transformador. Las mismas incluyen, en la actualidad, los semiconductores, materiales avanzados, biotecnología, las TIC (tecnologías de la información y la comunicación), fotónica y nanotecnologías.
La construcción de esa estructura, requiere la acumulación de capital, conocimientos, tecnología, capacidad de gestión y organización de recursos, educación y capacidades de la fuerza de trabajo y de estabilidad y permeabilidad de las instituciones, dentro de las cuales, la sociedad transa sus conflictos y moviliza su potencial de recursos. El desarrollo es acumulación en este sentido amplio y la acumulación se realiza, en primer lugar, dentro del espacio propio de cada país. El proceso es indelegable en factores exógenos, los cuales, librados a su propia dinámica, desarticulan el espacio nacional y lo organizan en torno de centros de decisión extranacionales. Un país puede aumentar la producción y el empleo sin crear las condiciones necesarias del desarrollo de largo plazo. Para que la estructura productiva interna asimile y difunda los avances del conocimiento y la tecnología, es necesario que las exportaciones e importaciones guarden un balance entre sus contenidos de tecnología y valor agregado. Esto no implica cerrar la economía sino abrirla, a partir de una estructura productiva diversificada y compleja.
La inversión pública, y la correspondiente a las pequeñas y medianas empresas, es fundamental para la acumulación de capital y tecnología. Pero la cooptación de los mayores operadores privados al proceso de transformación es también importante y reclama la atención de las políticas públicas. La inversión privada necesita la existencia de márgenes de ganancia y expectativas favorables para estimular las decisiones empresarias de invertir. Esto plantea el conflicto entre el crecimiento y la distribución. Es decir, el reparto de los incrementos de la productividad consistente con el crecimiento de los salarios reales y los beneficios atractivos para la inversión privada.
El aumento del empleo y del salario real expande el mercado interno y estimula inversión. Al mismo tiempo, el aumento de los salarios reales tiene un límite determinado por el incremento de la productividad, la preservación de las ganancias necesarias para la inversión y la estabilidad de los precios. Es el dilema que debe resolver la política de precios y salarios. La racionalización del régimen económico encuadra el dilema. Por ejemplo, la competencia en los mercados y la eliminación de las posiciones dominantes, una política tributaria redistributiva, el control de la especulación financiera y la orientación del crédito a la acumulación de capital productivo.
No existen soluciones “fáciles” para resolver las tensiones entre crecimiento y distribución. Por ejemplo, frente a la inflación, puede intentarse anclar la estabilidad y la distribución progresiva del ingreso, a través de subsidios a insumos difundidos (como, por ejemplo, la energía) y la apreciación del tipo de cambio. El límite de estos instrumentos está dado por su impacto en las finanzas públicas y la pérdida de competitividad externa, que debilitan el crecimiento y la fortaleza de los pagos internacionales. Es decir, terminan por sancionar la inviabilidad del PNP. Esta es, precisamente, la expectativa de la crítica neoliberal del PNP.
El PNP necesita transmitir a la sociedad el convencimiento de que los equilibrios macroeconómicos fundamentales (el presupuesto y el balance de pagos) son sólidos y que, la política monetaria, es consistente con el objetivo del crecimiento, la distribución equitativa del ingreso y la estabilidad de precios. Esta condición es particularmente indispensable en el actual escenario internacional. El éxito de los controles, instrumentos legítimos dentro de un Estado nacional, dentro de la democracia y la división de poderes, depende de la consistencia de los equilibrios macroeconómicos que respaldan la política de crecimiento y distribución.
Los PNP en las economías emergentes de Asia son más exitosos que los de América del Sur. Han sido más eficaces en resolver el dilema crecimiento o distribución. Son PNP desarrollistas. Esto explica los extraordinarios avances que han logrado en las últimas décadas. En nuestros países, los PNP privilegian la distribución sobre el desarrollo, no han logrado consolidar su sustentabilidad de largo plazo y, cuando las tensiones son insoportables, pueden concluir en la restauración neoliberal.