Durmiendo con el enemigo: los fondos buitre y el hombre endeudado


En la reunión del G20 en San Petersburgo Obama le dio la espalda al pedido por holdouts

Mario Rapoport
Diario BAE

Mientras que en la reciente reunión del G 20 la presidenta Cristina Fernández le pedía a Barack Obama que actúe contra los fondos buitre y planteaba la necesidad de formular una ley de quiebras a nivel internacional (recordemos que la norma en Estados Unidos, donde varios estados o ciudades están en bancarrota, los protegen de sus acreedores) se alzaron increíblemente en nuestro país voces con un remanido lenguaje de los años '90.

Estos viejos conocidos, que ya nos llevaron a la ruina, afirman que esos fondos tienen razón, que poseen la sagrada propiedad de un título pagado a precio vil que debe respetarse porque constituye justamente una propiedad. Algo sobre lo que no deberíamos hacernos problema, porque pagándoles podríamos volver al verdadero "círculo rojo" (el del infierno de la deuda) del que estos señores provienen con la venia del diablo. De ese modo se podría levantar el veto que nos imponen los mercados financieros y volver a endeudarnos nuevamente (una deuda que pagaremos todos aunque no nos preguntan si la deseamos tomar).
Estos economistas neoliberales nos hacen recordar el film Durmiendo con el enemigo. En verdad, no son más que empleados de organismos financieros nacionales e internacionales cuyo objetivo es tenernos prisioneros de ese endeudamiento como en el pasado, con el puño de hierro de los intereses, que es su negocio, y que permanece constantemente en nuestros bolsillos o, al menos, así lo hizo durante años, sin poder desembarazarnos de él.
Pueden aceptarse inversiones extranjeras directas en sectores productivos, respetando las leyes locales, pero nunca más la calesita de los especuladores que, acompañados por el fervor entusiasta de economistas que reciben de ellos suculentas comisiones -recordemos el oneroso megacanje- no juegan a financiarnos sino a cobrar siempre y a que se les deba cada vez más.
Es una industria financiera extractiva. Algo así como pasó con el empréstito de la Baring Brothers en 1824, del cual no se alcanzó a ver materialmente ni una libra, descontada la mitad en intereses y amortizaciones adelantadas y la otra mitad en letras de cambio en manos de comerciantes ingleses y especuladores que hubo que devolver con abundantes intereses ¡un siglo más tarde!
De ese modo lo experimentan los deudores de las hipotecas de los mercados inmobiliarios en Estados Unidos y Europa, que a la mitad de sus pagos todavía se encuentran con compromisos que suman, al menos, un monto similar al precio original y que, si evitan el deshaucio, no les alcanzará una vida para cancelar su deuda. De modo tal que el precio de venta asemeja un chicle que se estira de forma interminable y nunca les conviene a los acreedores que esas deudas les sean devueltan, porque se les acaba su negocio. Lo que les interesa es cobrar el interés creciente y las amortizaciones, de eso viven los rentistas y por eso Keynes, que los conocía bien porque tuvo su tiempo de especulador, proclamaba la eutanasia de estos señores.
Para recordarnos el nudo de la cuestión, el mismo Keynes relata en un artículo escrito en plena crisis de 1930, un pasaje del libro Silvia y Bruno de Lewis Carrol, el autor de Alicia en el país de las maravillas, donde éste contaba la historia de una deuda.
Un sastre visita a un profesor, a quien acompañaba una niña, para cobrarle una cuenta. Ante la demanda de pago del sastre, el profesor le responde: "¡Ah bueno! Pronto podré resolver su negocio si espera un momentito. ¿Cuánto le debo este año amigo?". "Bien -le contestó el otro- se ha estado duplicando durante tantos años, como usted sabe. Son dos mil libras". "Eso no es nada", contestó el profesor, tocándose el bolsillo como si siempre llevase esa cantidad encima. "Pero, ¿no le gustaría esperar otro año y convertirla en cuatro mil? ¡Piense en lo rico que se haría! Podría ser un rey si quisiera". Entonces el sastre le contestó pensativo: "No sé si me importaría ser un rey, pero creo que esperaré". "Naturalmente que lo hará -dijo el profesor- tiene buen sentido. ¡Adiós amigo!". Una vez que aquel se marchó, la niña le preguntó al profesor: "¿Tendrá que pagarle alguna vez esas cuatro mil libras?". "Nunca, amiguita- replicó con énfasis el profesor- continuaré duplicando la cantidad hasta que muera. Ya ves, siempre vale esperar otro año para tener el doble de dinero." Nunca mejor descripta la naturaleza de la relación entre acreedores y deudores.
Ya muchos filósofos entendieron de que se trata, y lo explican mediante una lectura no económica de la economía tanto o más interesante que lo que nos enseñaron en nuestras universidades. Interpretan que la moneda antes de cumplir sus funciones de medio de cambio, de pago, o de ahorro, expresa un poder de dominio y distribución de los lugares y las tareas de los gobernados., con funciones económicas y políticas indiscernibles.
La moneda-deuda constituye, en especial, un arma estratégica de la destrucción de las relaciones del fordismo y de creación de un nuevo orden capitalista mundial. No es una simple convención. Es la transformación de la deuda finita en infinita.
Como dice el filósofo francés Giles Deleuze, la deuda no puede ser recomprada, deviene la relación de un deudor que no terminará de pagar nunca y de un acreedor que jamás agotará sus intereses: deuda hacia la divinidad, hacia la sociedad y hacia el Estado. Un nuevo tipo de santa trinidad. Y Deleuze continúa señalando: "el intercambio está en el segundo lugar respecto a una cosa de otra naturaleza, que tiene un sentido riguroso y de una gran potencia. El dominio de unos individuos sobre otros."
En otras palabras lo confiesa cínicamente nuestro ya conocido Paul Singer, el dueño del fondo Elliot que nos viene acosando: "Nuestro objetivo principal es encontrar casos de bancarrota donde nuestra capacidad de controlar o influir en el proceso es lo que determina el valor".
Si la especulación es un juego riesgoso aquí ni siquiera se especula siguiendo las reglas del sistema. Lo "buitres" vienen a lo seguro, armados hasta los dientes, para cobrar sus presuntas acreencias. Muchos exigen con razón la regulación del sistema financiero, pero ahora estamos ante un sistema regulado por la justicia venal que ampara al delincuente.
Aceptar las condiciones que se nos imponen es como vivir en el calabozo del barco de los piratas. No nos escapemos subiéndonos al carajo, sino liberándonos de una vez por todas de las cadenas del endeudamiento, sabiendo, entre otras cosas, que una parte de los actores que demandan a la Argentina en los Estados Unidos son de origen argentino, como lo que aquí los defienden.
Si los pájaros de Hitchcock atacaban en las cabinas telefónicas, estos "buitres" nos esperan revoloteando confortablemente en sus propios hogares, los tribunales estadounidenses. De allí se avalanzan sobre nuestros haberes.