El tema cambiario a nivel oficial

Eduardo Luis Curia
Diario BAE


Distintos aspectos verificados en el frente cambiario suscitan creciente interés. Se trata de instancias fácticas, pero, también, de declaraciones de funcionarios.

Naturalmente, a modo de premisa básica, recuérdese que el tipo de cambio real vino atravesando en el tiempo una trayectoria de perceptible debilitamiento; ya no estamos en una experiencia de “dólar alto”, como la de la primera parte larga de la década anterior. No opera al respecto un factor cambiario aislado –más allá de directo reflejo en el frente involucrado– sino que influye un plexo de resortes. Probablemente, las circunstancias que se dieron durante la bisagra 2011-2012, y el rudo racionamiento de divisas (y desdoblamiento cambiario) que emergió de aquéllas, constituyeron una clara emanación del fenómeno aludido más arriba.


No obstante lo referido –y aunque a nuestro entender nos hallamos situados en las coordenadas de los que denominamos la “doble problemática” (el serio nexo inescindible, tanto en términos descriptivos como terapéuticos, entre el tema inflacionario efectivo y el cambiario real)–, se advierten hechos y expresiones devenidas de determinadas autoridades, que hacen pensar en la posibilidad de un paulatino matizamiento de enfoque a nivel oficial sobre la cuestión cambiaria (que puede coincidir, asimismo, con algunos indicios observados en otros ámbitos). Son elementos que despiertan cierta atención, justificando así algún tipo de análisis sobre la particular. Permítasenos, entonces, esbozar brevemente la comprensión que arriesgamos acerca del cuadro de situación aludido.

Aceleración de minidevaluaciones y el dólar “a seis pesos”

En orden a lo recién mencionado, cabría decir que el énfasis oficial a fines del 2011 e inicios del 2012, se colocó en la ratificación de la política cambiaria aplicada durante 2010-2011, que transformó al cambio en bastante “reptante”, inclinándolo funcionalmente a jugar como ancla de la inflación. Al cierre del 2011 se veía la amenaza de una devaluación caótica inducida por el “mercado”, y descartando ciertas alternativas –tasas de interés ultraelevadas, recurrencia a capitales externos, una devaluación “regulada” dentro de una propuesta más amplia–, el racionamiento extendido de divisas (y el desdoblamiento de mercados) fungió como un lógico corolario, más allá de que gustara o no.

El tal criterio tendió a primar en la primera parte del 2012. No obstante, avanzando el año, la llamada tasa de minidevaluaciones se aceleró. Finalmente, la tasa para el 2012 alcanzó el 14%-15%, un empinamiento no nimio frente al 4% del 2010 y al 8% del 2011. Se reforzó así la nominalidad (deslizamiento) de tenor cambiario.

Como siempre dijimos, un tal planteo no posee potencial de reversión (aun mínima) del curso de apreciación cambiaria real, pero, frente a la marcha de los precios-costos efectivos (en un año de desaceleración de la actividad, como el 2012), traduce una ralentización del ritmo de la apreciación real adicional. Todavía más: a finales del 2012, devaluaciones mensuales, en su anualización, perfilaban tasas de ajuste aún mayores. Había, pues, un cierto “des-ancle”, sin reversión de la apreciación real, pero, ralentizando el ritmo del “incremental” de ésta.

En un tal marco, surgió el “pálpito” –la fraseología de que “no sería descabellado…”– del titular de la Secretaría de Comercio Interior en el sentido de un dólar oficial en torno de $6 al cierre del 2013, en lo que se halla implícita una tasa de devaluación de 20%-22%, la que ya atisbaba en los anualizados de finales del 2012. O sea: la declaración sorprendió, pero, de alguna forma, se percibía una hilación.

A partir de los dichos en cuestión, surgen mil preguntas, imposibles de responder estrictamente aquí. Por de pronto, ¿se trata de una visual generalizada a nivel del Gobierno nacional? Hubo expresiones de otros funcionarios. En rigor, no es posible extraer sobre el particular una inferencia conclusiva (por su lado, la tasa anualizada que se desprende de enero último, se ubica en unos puntos por debajo).

Asimismo, marcándose, con la referencia de $6 por dólar, un horizonte de comportamiento cambiario, se suscitan interrogantes en términos de manejo de “portafolio”. Por ejemplo, ¿se requeriría, en concurrencia, una modificación (más bien al alza) de las tasas de interés?.

Por otra parte, ¿qué razones de tenor objetivo podrían estar gravitando? Es innegable que la remisión a más altas nominalidades cambiarias revela un cierto giro de óptica, y, aparentemente, una mayor sensibilidad oficial –con el reconocimiento en la política cambiaria– con relación al proceso de apreciación cambiaria real, aunque no se vaya más allá de moderar el ritmo de apreciación adicional. Quizá, con la expresión comentada, se pretendió subir algo el énfasis en el asunto.

¿Y por qué no pensar que, de paso, se mira “de reojo” el desenvolvimiento actual, bastante picante, del mercado del dólar blue? Es verdad que existe una óptica que lo minimiza, ligándolo con la estacionalidad, confiada en que aquél se agote en su propia “espuma”, eclipsado el factor estacional (y apareciendo algunas liquidaciones de exportadores, aliviando la presión en las reservas). Nosotros, sin recusar el percutor estacional, preferimos contextualizarlo con rigor, computando como influjo de fondo a la doble problemática, sumando circunstancias y secuencias de políticas y de variables, y no trivializando la incidencia del mercado de marras (aún siendo comparativamente chico) en diversas esferas. Sin excluir, además, que no se vuelva a pleno al valor “de origen”. Entonces, volviendo al horizonte de los $6 por dólar para fin de año, ¿no se querrá fijar una determinada señal que aporte a la distensión en el frente aludido?.

Asumimos que mucho de lo que argüimos aquí, no trasciende el plano hipotético, de las simples presunciones. Sí, es irrefutable, como se señaló arriba, que se produce un matizamiento en cuanto al enfoque oficial de la política cambiaria, cuyo alcance riguroso está por ver. Y el aludido pálpito del dólar a $6, se inscribe en esto. Naturalmente, la determinación de ese alcance, y sobre todo en términos reales –“la verdad de la milanesa”–, remite sin escape el combo de políticas: cambiaria, fiscal, monetaria, de ingresos y lo que ocurra en materia de inflación efectiva (incluyendo alguna “ayuda de Brasil”). En caso que se busque articular una estrategia que trabaje “sobre los márgenes”, lo recomendable es urgir el paso y explicitarla lo más rápido que sea posible.