Acerca del dólar y la inflación: los que quieren revivir películas de terror

 Mario Rapoport
Diario BAE

La sociedad argentina tuvo siempre en su mente, desde los años treinta, pero, sobre todo a partir de mediados de los setenta, una idea obsesiva, como la del bebé-monstruo de una famosa película de culto de David Lynch, Cabeza borradora, que pretende ejemplificar el horror de una familia burguesa frente a un episodio anormal que la traumatiza y la domina. Algo que luego resultó repetido infinidad de veces en el cine y cuya muestra más popular fue otra película, Alien, ahora con un monstruo igualmente vivo, que nace en cada uno de los actores y cuya repentina aparición y crecimiento son imposibles de controlar. Lo que más teme el hombre es aquello que parece no dar la impresión de pertenecer a su propio cuerpo, aunque la vida se inicia con un nuevo ser diferente a sus progenitores, de allí el impacto terrorífico de Alien.

La fantasía de un Allien en la sociedad argentina: híper inflación y caos económico
La fantasía de un Allien en la sociedad argentina:
 híper inflación y caos económico
Pero no debemos trasladar mecánicamente esta experiencia, la real o la fantástica, con las fuerzas económicas que conforman el ámbito social en el que vivimos. Y de eso se trata cuando hablamos de la inflación y del dólar. No son parte de nuestra propia naturaleza sino de factores que irrumpieron en la economía como consecuencia de políticas creadas ex profeso. ¿Cuánto de esta historia viene de aquellos que tienen en su mente una obsesión con el tema, e instalan una cultura en torno de él (la inflación primero, el dólar –en vez del riesgo de la inversión productiva– como reserva de valor después) y cuántos son los que defienden la extracción de ganancias fáciles a través de maxidevaluaciones que potencian los procesos inflacionarios en una dupla infernal? ¿O son los mismos?

En momentos en que se empieza a discutir en el marco empresario los aumentos salariales, casi en el instante en que la Presidenta anuncia la continuidad de la política de aumento a los jubilados y un incremento del 20 por ciento a los contribuyentes de la cuarta categoría, principalmente trabajadores asalariados, el mercado paralelo ilegal revela cotizaciones irreales de 8 pesos por dólar, y muchos tratarán de refugiarse de la inflación (digo los que pueden hacerlo) elevando los precios a un ritmo que no se calcula ni siquiera con una computadora sino a dedo, con las expectativas imaginadas del alien inflacionario.

Por otra parte, en los medios de comunicación aparecen cuestiones absurdas como aquella que se pregunta si estamos de nuevo en vísperas de otro “rodrigazo”. ¿A que se refieren? ¿A la vuelta de un régimen de ajuste extremadamente duro para la gran mayoría y altamente flexible para unos pocos? ¿Al surgimiento de una hiperinflación incontenible, también provocada, que dio lugar a la Ley de Convertibilidad, principal responsable, a su vez, con la dolarización de la economía, de la crisis más profunda que tuvo la historia argentina? En especial, en momentos en que la política económica adopta medidas totalmente contrarias a las del inefable Celestino Rodrigo. Y debemos recordar, ante todo, que si la intención en 1975 fue el de causar un proceso inflacionario para atentar contra los niveles de ingresos de los trabajadores, los sindicatos pronto restablecieron la antigua igualdad y el que cayó fue Rodrigo. Cierto que con un nivel de inflación que heredó la dictadura y que le sirvió a Martínez de Hoz en su “combate” contra ella a reducir los salarios de los trabajadores en un 40% manteniéndolos amordazados.

Consiguió así el gran éxito de bajar la inflación del 360% anual a cifras rondando entre el 100 y el 160% (nunca menos de tres dígitos), creando, al mismo tiempo, un régimen financiero y la “tablita cambiaria” que terminaron de hacer de la especulación y la estafa, del predominio del dólar y la fuga de capitales, el leitmotiv de nuestra economía. Eso mientras se recurría al “terrorismo de Estado” para terminar con un modo de producción que ya no interesaba: el del desarrollo de la industria y del mercado interno.

El marco internacional depresivo en el que vivimos es similar a otros en el pasado, con la diferencia de que ahora los países ricos, los más afectados, no parecen haber aprendido o querer aprender nada de esas experiencias (la de los ’30 que llevó a una guerra mundial y la de los ’70) y la actual depresión va a seguir su curso con más fuerza aún, al menos por un largo período. Sin embargo, esto implica para las naciones emergentes una oportunidad, como las que tuvieron en las crisis anteriores y no pudieron aprovechar. En la posguerra, porque el mismo hecho bélico reforzó productivamente a los Estados Unidos y le ofreció en bandeja de oro una demanda completamente elástica por parte de los países destrozados por la guerra. En los años ’70 porque las naciones desarrolladas para recuperar sus pérdidas descargaron la crisis, con un masa impresionante de eurodólares y petrodólares, sobre el mundo periférico, el que después tuvo que pagar los costos de la fiesta. No tuvieron ningún problema en volcar su proceso inflacionario en todo el mundo. Algo que también le tocó, con Rodrigo y Martínez de Hoz, a la Argentina.

En cambio, con aciertos y errores, el nuevo rumbo en la política económica y social del actual gobierno, fue generando transformaciones profundas que llegaron para quedarse, pero que fuerzas internas y externas opuestas tratan de frenar o deteriorar. Entre ese nuevo rumbo está el de pesificar nuestra economía y evitar la fuga de capitales, de la misma forma que la economía norteamericana está “pesificada” con su dólar (no hacemos más que lo que ellos hacen). Aunque muchos dirán que el dólar es una moneda mundial y el peso no. Pero Brasil tiene también su economía basada en el real y no en el dólar y, por otra parte, ahora ya vemos cómo la economía europea, sujeta al euro, ha afectado totalmente economías nacionales basadas en monedas propias. Además, nosotros disponemos de mercados ampliados en el Mercosur y la Unasur y, cada vez más, en todas las instancias sur-sur.

Recordemos que el patrón oro se derrumbó así como la esterlina, y que durante largos períodos del siglo XX predominó en muchas partes del mundo el intercambio compensado. Estados Unidos puede ser la nación más endeudada del globo pero la expansión de su propia moneda le permite recurrir a la inflación y colocarla en otros lados. Por supuesto, pocos aprecian el desendeudamiento argentino y el cuidado de nuestras divisas, porque quieren volver a endeudarnos, que es el centro del negocio financiero. Los audaces que buscan abrir una profunda brecha entre ese ilegal dólar paralelo y el oficial, pertenecen a los mismos sectores que gestaron nuestra larga crisis, los que pretenden que dependamos de nuevo de los mercados financieros mundiales, de los “apátridas” fondos buitres refugiados en los paraísos fiscales, de las políticas de ajuste que exprimen a los que menos tienen para salvar a los bancos o repartirlo entre los más pudientes. Otra vez la inflación de ganancias, de nuevo a depender de un devaluado dólar.

No lograrán, sin embargo, sus objetivos. Los argentinos, o su inmensa mayoría, no son zombies sin cerebros ni recuerdos. Ni la experiencia del 75, ni las profundidades psicoanalíticas de “cabeza borradora”, ni la aparición de los “malditos aliens”, tienen por el momento mucha oportunidad de afectar nuestra economía, ahora acompañada por el nuevo mundo de los países emergentes.