Economía (y) política

Mario Wainfeld
Pagina12

Elecciones con favoritos diferentes, en distintas latitudes. Optimismo oficial, motivos y límites. La inflación y el dólar negro, en la agenda oficial. Las medidas contracíclicas, la cosecha que el oficialismo espera. La legitimidad del Gobierno, la teoría del fin de ciclo, la oferta opositora.



En febrero habrá elecciones en Ecuador y en Italia. Los pronósticos coinciden con las reglas de la etapa: en América del Sur, apostale al que gobierna... en Europa, a la oposición. Tendrás, en abrumador promedio, las mejores chances de ganar. De tendencias hablamos, no de determinismos absolutos. La superioridad de los “locales” tiene su lógica, acollarada al crecimiento, la mejora de la condición de la mayoría de la población (en especial los sectores populares). Su fortaleza finca en que muchos ciudadanos estiman estar mejor que hace 5 o 10 años. Los que “hacen política” sin hincarse ante los mercados o el establish-ment financiero propenden a prevalecer cuando se suman los votos, que se cuentan a razón de uno por persona. En el mercado “la razón la tiene el de más guita”, como sentenció Discepolín, impera la mayoría por capitales. El voto democrático es igualador en derechos, una de las mayores fuerzas de la gente de a pie.
En la Argentina se desgranarán en varios meses una barroca seguidilla de elecciones de parlamentos nacionales, provinciales y Concejos Deliberantes. También se renuevan dos gobernaciones.
El oficialismo es, de momento, favorito para salir primero en el acumulado nacional. Los encuestadores empiezan a acumalar laburo y plata, he ahí una actividad estacional que se reactiva.
La dirigencia del Frente para la Victoria (FpV) es optimista, mientras arma roscas y baraja candidaturas. Calcula mejorar el número de bancas de Diputados en el Congreso nacional y sostener las de senadores, acaso con alguna merma. También obtener una gran distancia con la (por ahora indeterminada) fuerza o coalición opositora. Quince puntos ponderan los moderados, veinte quién le dice... acaso veinticinco o treinta se extasían los más entusiastas. El precedente de 2011 pesa en los imaginarios, tanto como la falta de creatividad opositora. La dinámica política, entonces, alienta esas hipótesis que estarán supeditadas a lo que depare el año. Porque todos saben (sabemos) que para que las urnas den satisfacciones, debe haber resultados tangibles que interpelen a los ciudadanos. La víscera más sensible es el bolsillo, el corazón también tiene sus razones pero la base económico-social es sustancial. La regla enumerada en el primer párrafo de esta columna alude a eso y explica, no del todo pero sí en una buena ración, la hegemonía popular del kirchnerismo. El devenir económico, pues, será central. Y, aunque nadie lo diga en voz alta, un año similar al 2012 no ayudará para sostener la primacía.
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Datos duros: El Gobierno arbitró el año pasado un conjunto de medidas anticíclicas, que ya se mencionarán. El activismo oficial prueba que no cree en el “piloto automático” ni en la intangibilidad del “modelo”.
Algunos datos de la realidad preocupan bastante. La actividad industrial mermó el año pasado, por primera vez desde 2002. Cunde una moda que cuestionamos: observar la realidad parcialmente (en la doble acepción del término: no completa y con un sesgo interesado). Para leer bien lo que pasa es imperioso resaltar los dos indicadores. La virtuosa continuidad del crecimiento, que se da en conjunto con el PBI, el consumo y el nivel de empleo general. Un período con escasos parangones (¿ninguno?) cuanto menos en medio siglo. La continuidad política y económica es una adquisición del kirchnerismo, magramente reconocida (o subestimada o negada) por sus adversarios.
En el otro extremo del subibaja pesa el parate que enciende luces amarillas. Otro año similar tendría repercusiones serias, los funcionarios calculan que habrá reactivación, con aceptables fundamentos, entre ellos el optimismo de la voluntad.
El otro dato es la marcha lenta de la economía de Brasil, el aliado estratégico. Crecimientos del 2,7 por ciento del PBI en 2011 y del orden del uno por ciento en 2012 no mueven la aguja. Nuestro país tiene su lugar en el mundo que, como cualquiera, implica estar ligado a las peripecias de los principales socios. La política tiene reglas arduas: el poder de un gobernante reconoce fronteras físicas y temporales, pero su fortuna depende de variables regionales o globales que no controla. Brasil frenado es una de las peores noticias para el “modelo”, aunque la China y la avidez de sus cerdos sigan siendo gauchitos.
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Abanico de colores: Talar la posibilidad de atesorar dólares como inversión es una medida sensata, tanto que, acaso, debió tomarse antes. Claro que ningún instrumento económico resuelve todas las variables. Ni está exento de contraindicaciones. La falta de sintonía fina en la aplicación agregó problemas, es un error no forzado en una jugada central y muy compleja.
El Estado debe mantenerse ajeno a (y en contra de) los especuladores. En eso le cabe toda la razón al Gobierno versus economistas papabiles y comunicadores que santifican las conductas ilegales. El tráfico del poéticamente apodado “dólar blue” es ilícito, choca que se hable de esas transas como de cualquier transacción válida. Especialmente cuando los apologistas del delito son autodefinidos republicanos y defensores de las instituciones.
En contrapartida, carga sobre la mochila de la AFIP una implementación torpe, de nula transparencia y hasta piantavotos. Nada justifica un régimen secretista que otorga o quita divisas a los ciudadanos que quieren ejercer su derecho de salir del país sin sincerar sus premisas o razones. No se conocen los criterios generales, no se fundamentan las causas de las frecuentes negativas. La opacidad es la regla. Los empleados de AFIP confiesan ignorar qué decide “el sistema” (informático), una suerte de lotería de Babilonia donde son castigadas personas de a pie cuya única falta es requerir un puñado de pesos uruguayos, reales o dólares para las vacaciones o viajes de estudio.
El Gobierno debe sostener la movida, contra viento y marea. También afinar su ejecución. Entregar las banderas es una cosa, defender las carencias funcionariales muy otra. El hecho se reconoce, claro que lejos del micrófono, en altas oficinas oficiales.
La ampliación de la “brecha cambiaria” no les da la razón a los especuladores o al “partido devaluador”, que tiene pocos afiliados aunque muy poderosos. Pero el mercado ilegal existe y es un problema que el Gobierno advierte. Por lo pronto, puede influir (seguramente ya influye) en la economía formal. Incentiva comportamientos capciosos y otros que son disfuncionales aunque no ilícitos. Ilegales serían las subfacturaciones o la salida de cosechas al extranjero por vías irregulares: nada las valida y es una enormidad justificarlas o promoverlas. Pero retener la cosecha para venderla más adelante con mejor cotización es un camino viable, nocivo para las finanzas públicas.
La persistencia del mercado negro surte otro efecto, político y económico. Pone en entredicho un argumento oficial: “Con este gobierno, el que apostó al dólar perdió”. En el largo plazo, es verdad. Pero en el último año no fue así.
Las declaraciones del Mega Secretario Guillermo Moreno anoticiando de la cotización del dólar para fin de año añaden un ruido indeseable. Las cifras suenan sensatas: el Gobierno viene devaluando en forma creciente en los últimos años. El consultor Miguel Bein pronosticó un dólar de 5,80 pesos o 5,90 para las fiestas de diciembre. Pero una cosa son las proyecciones privadas y otra una palabra oficial, que (ya que estamos) contradice las perspectivas difundidas por el Ministerio de Economía.
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A contracorriente: La inflación irrumpe en el discurso oficial, un sinceramiento forzoso. En los primeros niveles del gobierno se mantiene la discrepancia con las recetas de sus contrincantes o con sus nostalgias de un pasado funesto. Pero, puertas adentro, hace más de un año que se asume que la inflación, así sea previsible y no se espiralice, corroe la economía y en especial afecta a los sectores más desprotegidos de la clase trabajadora. Las acciones para disciplinar a los grandes formadores de precios no han sido exitosas, en general.
Más atinadas y abundantes son las medidas contra el freno de la actividad, derivadas en gran parte del colapso de las economías centrales. Las acciones contracíclicas del año pasado incluyeron el activismo para evitar despidos, un clásico ya practicado en 2008 y 2009. No hubo cierres importantes de establecimientos ni crisis terminales de actividades aunque sí se paró la generación de trabajo formal y creció proporcionalmente el informal.
Sin agotar la lista, vale la pena un repaso de instrumentos anticíclicos que se echaron a rodar el año pasado pero, que por su propia dinámica, deberían fructificar en éste. El orden de enumeración no es jerárquico, entre otros motivos porque todavía no son mensurables los impactos que produzcan.
n El programa Pro.Cre.Ar. de viviendas se va desplegando. Como era de manual, avanzaron más los créditos para quienes contaban con un terreno propio. Cuando comience la ejecución, que los propios usuarios apurarán por motivos evidentes, se activará el mercado local (proveedores, trabajadores de la construcción): la construcción de viviendas individuales es mano de obra intensiva y se nutre en el mercado más cercano. Las viviendas construidas al modo de los planes más tradicionales impactarán de otro modo, mayor y repartido de distinto modo. La recesión en la industria de la construcción damnificó el crecimiento en el año que se fue, en el Gobierno se confía en revertir la tendencia.
n Toda la obra pública ligada a la actividad ferroviaria debería mejorar un servicio público que no se adecuó al progreso de la última década. Por añadidura, se entusiasman funcionarios de variadas reparticiones, funge de multiplicador keynesiano. Se potenciarán en los próximos meses, vaticinan y prometen. En el mismo carril, por así decir, se incluye la resurrección de las obras públicas en municipios y provincias, bancadas por el gobierno nacional. Sus virtudes económicas son similares. Lo útil aspira a conjugarse con lo agradable: las acciones concertadas entre el ministro Julio De Vido con gobernadores e intendentes también servirá para el “armado” electoral. Mejorar los espacios públicos, las calles y las rutas agranda las perspectivas de los líderes territoriales. La lógica electoral induce a que primen las obras que se puedan inaugurar este mismo año: más calles que rutas, más plazas que puentes, “soluciones habitacionales” que no sean necesariamente construcción de viviendas de cero. Todas esas operatorias (hay varias en danza) lubrican las relaciones con el gobierno central y marcan un spread respecto de las promesas de fuerzas políticas alternativas que sólo tienen para ofrecer república, sudor y lágrimas.
n Los créditos a la producción que impulsó y en gran dosis impuso el Banco Central (BCRA) a los bancos privados superaron las cifras exigidas. Se desembolsaron quince mil millones de pesos a través de esa novedosa línea de inversión, posibilitada por la reforma a la Carta Orgánica del BCRA. Un informe detallado sobre los beneficiarios se conocerá en los próximos días. En el Central adelantan que un 35 por ciento aproximadamente fue tomado por pymes, que no le hacen asco a la inversión ni al riesgo. Un porcentaje atendible fue requerido por proveedores y contratistas de la nacionalizada YPF, hecho también sugestivo.
n El despliegue de la petrolera nacionalizada también alienta esperanzas, achicar el gigantesco déficit energético, activar el notable potencial de Vaca Muerta. Pasar de la medida fundacional a resultados palpables, con repercusión en el cotidiano de los argentinos es uno de los objetivos primeros de la coyuntura.
El éxito de la suscripción de bonos de YPF entre pequeños inversores (claro con una tasa de interés muy alta) es uno de los prospectos de inversiones atractivas que compitan con la fruición por el dólar. La “batalla” para adecuar las reglas del mercado de inmuebles recién comienza, el oficialismo no cejará en su afán por rectificar hábitos instalados durante décadas. Habrá que ver.
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Febrero y lo que vendrá: En febrero comienzan las clases, precedidas y condicionadas por la trabada paritaria nacional docente (ver nota aparte). Conflictos o eventuales huelgas incordian a las personas de a pie, empiojan su cotidianidad, lo que siempre es mala fariña para las autoridades públicas.
El primer aniversario de la tragedia de Once, mejor sustanciada en los Tribunales que en “la política”, producirá movilizaciones y la presencia de las víctimas, siempre dignas de atención, reparación y escucha.
Termina la feria judicial, varias cuestiones de Estado pasan por el Foro, sus repercusiones en el escenario político pueden ser impactantes.
En la mayoría de los países de América del Sur se sostienen gobiernos populares, más atentos a las demandas ciudadanas que a los dictados de los grandes centros económico-financieros. Cada cual puede pensar como le plazca, este cronista cree que esa empatía es la cifra de sus victorias en las urnas mientras en la ancestral Europa los gobiernos ajustan y caen como moscas cuando hay veredictos ciudadanos.
El kirchnerismo tiene su ideología, más permanente que sus herramientas de gestión. Tirios y troyanos mentan al “modelo” como una entelequia intocable aunque el oficialismo ha sabido virar, añadir acciones que no preveía en sus albores. En 2012, como ya se dijo, sembró para el mediano plazo una modalidad que no está en su ADN primigenio. Con esperanzas sensatas (jamás seguras) de un crecimiento mayor, de más recaudación el oficialismo confía en mantener su estrella electoral. La (por así llamarla) construcción política de sus adversarios le juega a favor, hasta aquí. La oposición, da la impresión, espera que el kirchnerismo caiga como una fruta madura.
Como todo populismo, el kirchnerismo calcula siempre que su legitimidad se asienta en la satisfacción de necesidades, en el mercado interno, en altos niveles de consumo y de empleo. Hasta ahora, se dio maña, no (o no solo) para imponer un “relato” ajeno a la vida de la mayoría de los argentinos. Sí en ganarse, en buena lid, mayor aprobación que sus alternativas, que por ahora solo juegan la baza (factible mas no garantizada) de la finitud del oponente.
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Como siempre, pero cada vez distinto


Mario Wainfeld
Pagina12
Las convenciones colectivas, con aumentos sucesivos y acumulativos durante largos años, son una sana rutina institucional aportada por el kirchnerismo. Cada año, cuando amanecen, se instala la misma versión: el Gobierno ha estipulado un techo ecuménico, un porcentaje dado: no permitirá que se perfore. El ministro de Trabajo, Carlos Tomada, niega a continuación la especie: no hay techo sino negociaciones entre partes. La realidad es híbrida: el techo rígido no existe, el Gobierno no tiene herramientas (ni, mayormente, voluntad) para cristalizarlo. Pero sí desliza una hipótesis para orientar las tratativas, para encauzarlas. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner sinceró, en un discurso del año pasado, cuáles fueron esas cifras referenciales jamás acatadas.
Los parámetros varían según las circunstancias. En 2011, año electoral, primó la liberalidad. En 2012 se tentó poner coto a las demandas gremiales, de cara a una etapa económica complicada. Ahora se combinan las dos circunstancias, lo que complejiza aún más el contexto.
La discusión pública ronda el numerito-referencia en cuestión: es simplismo. Una convención colectiva pasible de traducirse en un único guarismo. Hay rebusques para modificar salarios retocando categorías. Los baqueanos en esas lides los conocen bien, no son sencillos de explicar a los profanos. Un ejemplo más sencillo son los aumentos de sumas fijas, que hacen trepar más porcentualmente a los salarios bajos de la escala.
Cada cual traduce un cuadro diversificado como le conviene, es otro rito anual.
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La Asociación Bancaria es el único sindicato grande cuyo convenio termina el 31 de diciembre. Mala fecha para reunirse, por las vacaciones y porque a ningún dirigente sindical le conviene cerrar trato en una carrera que incluye la competencia con los pares. Por eso, cada año, hay un acuerdo con las patronales anticipando un aumento a cuenta de la negociación colectiva que se posterga un tiempito. Esta ronda no hizo excepción. Patrones y laburantes pactaron un incremento de suma fija al salario y otro pago “por única vez”. El convenio se difundió traducido en porcentajes que incordiaron a la Casa Rosada. Se leyeron como un mensaje general y se subrayó que los bancarios están alineados con la CGT de Hugo Moyano, opositora en esta etapa.
Trabajo anunció que no homologará el pacto porque no es anual. La preocupación por no sentar el precedente es más política que legal. De todos modos, el acuerdo entre partes está firmado, es válido. Todo indica que la patronal pagará el aumento en tiempo (antes del feriado del jueves 31) y forma. Pero nada es seguro hasta que ocurra.
Todo modo, el minué prenuncia otros, en un clima complicado por la multiplicación de centrales sindicales.
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Hay cuatro o cinco centrales, según cómo se cuente al kiosquito del gastronómico Luis Barrionuevo. Dos son oficialistas pero, para malestar del oficialismo, parte de la agenda de todas es común. Entre los ítems más salientes está el aumento del mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias. Funcionarios de fuste se enojan, alegando que no es una reivindicación de la clase trabajadora en conjunto, sino de su tramo más favorecido. Un veinte por ciento, agregan. La matemática debe combinarse con la política: ese conjunto (no desdeñable desde ya) crece año tras año. Además, para algunos gremios las proporciones se invierten. En Trabajo informan que la totalidad de los bancarios tributan Ganancias. Es una lógica derivación de sueldos pasables, para nada contradictorios con la formidable rentabilidad que amarrocan las entidades financieras.
El Gobierno tiene razón en sostener la pertinencia de un impuesto a los ingresos, una carga en principio progresiva. Pero solo lo es si no toca el bolsillo de personas de medianos ingresos, que va siendo el caso. Las carpetas con cálculos y simulaciones que la AFIP acercó a la Presidenta revelan un hecho complicante. Los trabajadores de escalas más bajas que tributan son mucho más que el resto. Por lo tanto, eliminar las retenciones a quienes pagan menos de 200 pesos, o algo así, tendría un impacto fiscal de 4000 millones de pesos. Es plata, que resta caja al Estado, a cambio de restañar una injusticia.
Reacomodar todas las escalas y porcentuales es una necesidad largamente demorada. Es descolocado pensar que un trabajador que cobra, digamos, 10.000 pesos al mes, es un potentado. Tiene un ingreso digno o pasable. La equidad debe acompasarse con el cuidado a los ingresos fiscales. Rascar otras ollas... nunca es sencillo cambiar un esquema impositivo, pero la coyuntura presiona en tal sentido.
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La paritaria nacional docente es otra conquista reclamada por los gremios del sector y consagrada por el kirchnerismo. Establece un piso que ninguna provincia puede bajar. El logro fue celebrado por los gremios, la implementación es siempre peliaguda, entre otras cosas porque los gobernadores claman por contener los aumentos, pensando en las convenciones provinciales que vendrán después. En las primeras experiencias, se pudo llegar a un acuerdo, con tires y aflojes. El año pasado, el Gobierno no aceptó el piso reclamado y laudó un porcentaje.
Ahora, parece que el desenlace sería similar. No es una buena nueva ni para la institucionalidad laboral, ni para la herramienta que pierde encanto si prevalecen los desacuerdos. Y tal vez repercuta en paros sectoriales cuando empiecen las clases, una acción legalmente válida pero (como todo) discutible desde el ángulo político.
Las tratativas despuntan, es aventurado hacer profecías. Lo que es notorio es que todos los actores juegan como si el kirchnerismo fuera eterno, algo que (no hay paradoja alguna) irrita al oficialismo que reclama que los sectores se hagan cargo de sustentar la gobernabilidad y la estabilidad económica. La misma Presidenta aludió a la cuestión, pidiendo templanza a los gremios, con un discurso muy contenido para quien gusta ser una oradora filosa.
La historia continuará y será central en el escenario político, tanto como en la vida cotidiana de los ciudadanos. Uno de los ejes del año pasa por esas coordenadas.