La hipocresía, detrás del rechazo


Felipe Yapur
Tiempo Argentino

El debate que se produce alrededor de la ley que autoriza a votar a los ciudadanos a partir de los 16 años tiene la particularidad de dejar al desnudo llamativas facetas de algunos de los que lo protagonizan. Los que la rechazan evidencian en sus discursos un porcentaje de prejuicio, una cuota de ignorancia, mucha especulación y la infaltable hipocresía. 

Hablan de proteger a los jóvenes, aunque su posición, en realidad, delata su desprecio por el que nace a la vida social y, sobre todo, da cuenta del temor que les producen los probables cambios que, están seguros, atentarán contra su concepción conservadora de la sociedad y de los intereses que defienden. Los que rechazan la norma saben que los jóvenes, al creer en ideas, se animan a tomarlas, discutirlas y hasta moldearlas acorde a sus tiempos. Es por ello que buscan deslegitimar el proyecto que está en marcha y que parece tener buen destino, a pesar de los que niegan lo irremediable.

La actitud asumida por los bloques parlamentarios opositores es dispar. Los más progresistas aceptan el proyecto como algo que está inexorablemente atado a los tiempos de ampliación de derechos que se viven en esta última década. En ese sentido, buena parte de los partidos que integran el FAP no traicionan su historia y legado. El socialismo, cuya representación en las bancas no es proporcional en edad a la militancia juvenil que suele colmar sus actos, ha mostrado buena predisposición. Sólo sus aportantes que provienen del radicalismo, el GEN, parecen mostrar sus habituales sospechas a toda iniciativa del partido gobernante. En general, no se distingue si es una mala costumbre o son sospechas fundadas.
Entre la oposición que se opone, se destaca el radicalismo, que no logra ocultar la negación de su propia historia y principios. No es la primera vez. Son conocidas las reivindicaciones a las luchas juveniles universitarias que dieron origen a la hoy devaluada Franja Morada.
Fueron sus huestes las que soñaron con el tercer movimiento histórico y que aportaron una camada de jóvenes diputados. Sin embargo, como desde hace casi una década, exudan más sospechas que certezas sobre la supuesta intencionalidad que tiene el gobierno de Cristina Kirchner con esta iniciativa. Juegan a correr los límites del debate, al sostener que el voto debería ser obligatorio y no optativo, como plantea el proyecto que lleva la firma de los senadores Aníbal Fernández y Elena Corregido. Un pretexto con el que buscan ligar esta iniciativa con el debate de una aparente re-reelección de CFK.
En ese punto los radicales, una vez más, coinciden con los macristas. Los representantes del PRO sospechan que el proyecto tiene como objetivo subyacente la intención de ampliar la base electoral para una reforma constitucional que contenga la reelección indefinida. Si el macrismo considera que con esta ley el gobierno de CFK obtendrá mágicamente mayor respaldo de los jóvenes, está demostrando que a ese grupo etario lo considera sin pensamiento propio, ganado por la anomia y dócil ante el mensaje predominante (se entiende del gobierno nacional). También niegan que pueda existir un grupo que adhiera a los postulados macristas, en caso de que existan. Esa es la concepción que tiene el PRO y la razón que lleva a esa fuerza a rechazar la militancia juvenil en las escuelas y a implementar el 0800 de Esteban Bullrich. En el peronismo disidente la mirada no difiere mucho de la que tienen los legisladores del bloque PRO. Inmaduros e influenciables, así los definen a los jóvenes que incluye el proyecto de ley. Sin embargo, este sector es uno de los más activos y fieros defensores de aplicar todo el peso de la ley, la que corresponde a los mayores, cuando esos inmaduros e influenciables cometen un delito.
Entre los jóvenes argentinos hay anarquistas, extremistas, antisociales, románticos, religiosos, ateos, aventureros y especuladores. Los hay tristes, alegres, desconfiados, crédulos, comprometidos, solidarios, ignorantes y egoístas. Están los que adhieren al pensamiento kirchnerista-peronista, comunista, socialista, radical e incluso los que, de manera incomprensible, contribuyen al pensamiento neoliberal. Seguramente los hay en la misma proporción que entre los que hoy están habilitados para votar y eso es lo maravilloso de esta democracia.
Ahora bien, no están solos los bloques que se oponen. Poco a poco, en los grandes medios de comunicación comienza a aparecer una propaganda (que incluye sesudas editoriales) para rechazar y demonizar a este proyecto de ley que forma parte, aunque alguno lo dude, del cambio de paradigma.
Sin duda, estas iniciativas legislativas sirven para mostrar cuál es el verdadero ideario de los bloques parlamentarios en pugna: cómo consideran y qué rol le otorgan al sujeto social que dicen representar y cuál es la sociedad que quieren y aspiran conformar. Si son la expresión política de un statu quo de las décadas pasadas, o si integran el movimiento que amplía el espectro de derechos que terminará por transformar la sociedad, todavía con restos de un neoliberalismo tardío.