El superavit comercial y sus alcances
Eduardo Curia
Las
autoridades ratificaron la importancia del superávit comercial externo, lo que
implica una definición relevante. Dado esto, conviene encarar algo así como una
taxonomía vinculada con el asunto.
Véase
que la convertibilidad, al desplomarse, arrojaba un pronunciado superávit
comercial. Claro: este dato era subproducto de su colapso y de la depresión
anexa. En lo estructural, ese régimen era proclive al dólar barato y al déficit
comercial corriente.
Por
el contrario, en el modelo competitivo productivo (MCP) del 2003(2002)-2007, el
dato de los robustos superávits externos era estructural, como el del tipo de
cambio competitivo –el que fungía como eje estratégico–, con lo cual, estos
elementos se asociaban a una gran expansión sostenida. En medio de una
abundancia relativa de divisas.
En
la discusión teórica mayor se hallan las argumentaciones rigurosas que permiten
identificar con precisión las opciones en juego. Encaramos el tema en varias
ocasiones.
La
visión ortodoxa moderna sobre las economías abiertas, asume a los aportes del
ahorro externo (ingreso de capitales) como la palanca crucial de crecimiento
para los países subdesarrollados. Ese capital, seducido por los mejores rindes,
propulsaría la capacidad productiva a la par que “promediaría” el consumo en el
tiempo. La severa contraparte de esto es la apreciación cambiaria real y la
tendencia hacia los déficits externos. En su momento, dados los avances
económicos, se reintegrarían los capitales “tranquilamente”. Sin embargo, mucha
evidencia empírica revela que esa tranquilidad puede no ser tal, y que la
apreciación cambiaria es capaz de generar intensos daños a la estructura
productiva y al empleo.
En
la literatura pro crecimiento acelerado –neodesarrollista– opuesta a la
ortodoxa, los términos de la cuestión se invierten: es clave el tipo de cambio
competitivo y son valorados los superávits externos y el concurso del ahorro
interno. El MCP se inscribió, en líneas generales, en este sendero, apelando a
la matriz del “dólar alto”, constituyendo éste una poderosa señal asignativa
dinámica. Se sentaron los pilares de un proceso de reindustrialización, conciliando
la firmeza del mercado interno con el acceso a terceros mercados –alentando una
visual de “escala”–, y con un resultado comercial externo industrial
(específico) moderadamente deficitario.
Distintas
variantes. En el 2009,
se dio una potenciación del superávit comercial, tanto a nivel absoluto como
relativo al PIB. Pero ahora, en circunstancias de la crisis mundial, el
fenómeno se asoció a una fuerte desaceleración de la economía. En general, no
se abundó en medidas de racionamiento de divisas –“había divisas como para
gastar”– y se produjo, cual una “señal precio” ponderable, una depreciación
cambiaria no trivial. Este factor instigó un mayor margen cambiario –el que se
venía acotando– para respaldar, saliendo de la crisis, la pauta de cambio nominal
cuasi fijo de gran parte del lapso 2010-2011. En esta nueva instancia, la
briosa expansión económica verificada tendió a desgajarse de una performance
afirmativa de los superávit externos; éstos se fueron reduciendo claramente.
Por
su parte, las condiciones actuales traducen la proyección ulterior de aquella
instancia. En determinado momento, apreciación cambiaria real de por medio, no
lució sostenible que el Banco Central (BCRA), a través de sus reservas (y
tomando créditos de otros bancos), “bancara” sistemáticamente esa reducción,
incluyendo los pagos “inexcusables” de la deuda pública externa. Esta situación
de apremio relativo de divisas fue presionada adicionalmente por el
comportamiento “en manada” de los movimientos de portafolio. Entonces, la
respuesta oficial, en el frente externo, ha consistido en un racionamiento
bastante generalizado de dólares.
Atisbos
de éste radicaron en las medidas ad hoc de contención de importaciones de
inicios del 2011, que apuntaron centralmente a recuperar para la producción
local lonjas del mercado interno perdidas con motivo de la apreciación
cambiaria, y, por ejemplo, en las mayores exigencias de garantías establecidas
para la operación de “contado con liquidación”. Finalmente, los controles se
multiplicaron, lo que no resultó sorpresivo. Recuérdese que anticipábamos en
varias notas, aun sin asumirlo como la opción “óptima”, que un esquema de
controles externos generalizados podía ser respuesta a la estrechez relativa de
dólares que se perfilaba.
Naturalmente,
el esquema de racionamiento amplio trasunta, por de pronto, una marcada
sobrecarga, en cuanto a las decisiones de tipo particularizado, que se coloca
en cabeza de las autoridades. Por cierto, se está apuntando a salvaguardar el
superávit comercial externo, lo que es valioso, como sucedió en la primera
parte larga de la década pasada. No obstante, ahora se descansa menos en el
aporte de una señal asignativa, comparativamente “más automática”, como el tipo
de cambio competitivo. Esta señal horizontal, como se la llama, por su
virtualidad difusiva y su magnitud de primer orden, tal como enseñó Bela
Balassa, es la base fundamental para el cómputo de los vitales tipos de cambio
efectivos. Se trata de un estímulo, de por sí, insuficiente, pero distante
oceánicamente de ser irrelevante.
El
principio es que, debilitado ese estímulo más amplio, y presente el apremio
relativo de dólares, gana sentido la recurrencia a un fuerte racionamiento de
divisas. Hay otros factores más específicos que influyen, como la cuestión de
las cosechas y la de las necesidades energéticas. Y tanto más incide una
situación más viscosa en el plano de la economía mundial. Pero aquel principio
luce inapelable.
El
esquema de racionamiento denso, con su particular asignatura comercial,
enfrenta retos idiosincrásicos. Por un lado, se hace más expuesto a lidiar con
mayores fricciones –“naturales” en buena parte, pero acentuándose su
intensidad– con los terceros países, empezando por los socios del Mercosur. A
la postre, no son descartables “excepciones”, las que no dejan de irradiar
distintas repercusiones.
A
su vez, en una faz más interna, sobre todo en lo que concierne al desempeño –o
“habilitación”– de las importaciones, se suscitan aspectos interesantes.
Obviamente, hay un comprensible beneplácito en los empresarios cuando se
aplican distintas medidas de amparo –aquí se entraría en una nueva fase– contra
las importaciones competitivas de los bienes nacionales producidos. Pero,
asimismo, al rozarse un criterio de “caso por caso” en cuanto a aquella
habilitación, si ese criterio es usado de forma muy rígida y sin recaudos,
puede afectarse al básico estándar de celeridad y de previsibilidad –con
especial atención en la situación de las pymes– inherente al flujo productivo.
Sí, la desaceleración “descomprime” divisas, pero…
Adviértanse,
asimismo, los pormenores que presenta la posición de evaluar el cumplimiento de
las “contraprestaciones” empresariales que se habrían comprometido al
disponerse anteriores medidas de contención de importaciones, algo que también
debería cuadrar hacia adelante al tratarse nuevas medidas de amparo. La
Secretaría de Comercio Exterior y el Ministerio de Industria formularon
manifestaciones sobre estos tópicos.
Uno
de los compromisos atiende a los precios internos que se establecen en los
casos en cuestión. Recientemente, se referenciaron “precios en dólares”
domésticos en algunos productos involucrados, muy superiores a los
internacionales. Esto alentó la trillada jerigonza acerca de la “ineficiencia”
de la industria nacional. Sin embargo, en parte considerable, lo que esos
precios reflejan es la “mayor baratura” del dólar.
Otro
compromiso versa acerca de la respuesta exportadora. Pero aquí la
competitividad “se chequea” en concreto en los mercados externos, que nosotros
no manejamos como al mercado interno. Las empresas que exportan, al respecto,
pueden achicar márgenes, jugar a los costos variables, etcétera, pero, a la
postre, nos topamos con “un límite”. Con un dólar (real) débil, podríamos
recurrir a más reintegros, y cosas por el estilo. En este ámbito, el tema
sería: ¿en qué cantidad y con qué disponibilidad?
En
fin: todo lo atinente al sector externo de la economía y al superávit comercial
es de relevante significación. Bajo ciertas condiciones, sumando el clima
internacional, el objetivo del superávit vale, y así hay que reconocerlo. Las
autoridades lo defienden. De todos modos, existen diversas fórmulas sobre el
particular, con implicancias varias que deben computarse.