Asignación Universal por Hijo


Tomás Lukin
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La creación de la Asignación Universal por Hijo (AUH) habilitó el resurgimiento de un arraigado discurso sobre el comportamiento de los beneficiarios de los planes sociales. A las conocidas afirmaciones como:
“No trabajan porque no quieren”; “Hacen el fuego del asado con el parquet” y “Mezclan el clericó en el lavarropas” se sumaron máximas de distintos políticos que aseguraron que con la AUH “aumentaron el consumo de droga y el juego” y también que “hay más chicas embarazadas para cobrar platita todos los meses”. Contra esos difundidos preconceptos, un equipo multidisciplinario financiado por el Ministerio de Salud llevó adelante un extenso y riguroso estudio cualitativo y cuantitativo sobre el impacto de la asignación en salud, alimentación y escolaridad que permite comenzar a desmontar parte de ese discurso hegemónico. Los principales resultados de la investigación a la que accedió Cash muestran que los grupos vulnerables que reciben el apoyo económico aumentaron el consumo de carne, lácteos, útiles escolares y remedios, agregaron una comida adicional en su dieta diaria, mejoraron la calidad de los alimentos a través de la incorporación de marcas más “prestigiosas”, añadieron productos de higiene y limpieza que mejoran la salud del hogar como el dentífrico, fortalecieron las redes de contención, accedieron a créditos formales e informales, recuperaron la idea de la “planificación” y regresaron a los sistemas de salud y educación.
La investigación fue realizada a lo largo de 2011 por un equipo de sociólogos, antropólogos y economistas compuesto por Mariana Melgarejo, Diego Díaz Córdova, Luciana Miguel, Carlos Cañete y Gabriela Polischer. “El estudio está basado en un abordaje metodológico que incorpora como fundamento la comparación interpretativa de datos de origen cuantitativo, construidos mediante nuevos procesamientos sobre bases estadísticas existentes, con información de naturaleza cualitativa, principalmente mediante el contacto directo con los perceptores del ingreso, así como con quienes tuvieron vinculación directa con la AUH, desde su rol institucional, profesional o comunitario como médicos, comerciantes y docentes”, explican los autores. Los últimos datos disponibles de la Anses evidencian que en diciembre la AUH alcanzó a 3.507.223 niños y 68.580 madres embarazadas. Las 1,8 millones de familias beneficiarias perciben en promedio 410,6 pesos por mes. La AUH asciende a 270 pesos mensuales por hijo, de los cuales la Anses retiene el 20 por ciento (54 pesos) todos los meses hasta que constaten el cumplimiento de los requisitos de escolaridad y vacunación.
Entre los resultados cuantitativos más destacados, obtenidos de la Encuesta Permanente de Hogares y de la Encuesta de Gastos de los Hogares del Indec, figura el aumento de más del 80 por ciento del ingreso medio familiar del 10 por ciento más pobre de la población. A partir de ese tipo de información los especialistas apuntaron a “significar y comprender el impacto de la AUH desde el punto de vista de los actores, vislumbrar la importancia del beneficio y construir una interpretación tomando como insumo la propia visión de los perceptores y/o administradores de la Asignación, tanto acerca de los destinos del gasto como de los cambios que implicó en las prácticas domésticas de consumo”.

¿Se va a la droga y el juego?

Contra la creencia difundida y reproducida por líderes políticos sobre el mal uso que hacen del dinero de las prestaciones las familias beneficiarias, la investigación permitió identificar que desde que perciben la AUH esas familias incorporaron a su consumo alimentos, elementos de higiene y otros bienes que no estaban presentes en el consumo habitual. Pero, además, las entrevistas realizadas permitieron identificar “la importancia relativa de cada grupo de alimentos dentro de las expectativas de los entrevistados”. Lácteos, carnes, frutas y verduras, productos escolares y artículos de limpieza personal como el dentífrico fueron los artículos nuevos más mencionados por las entrevistadas.
“A mí [la AUH] me sirve para comprarle los yogures y todas esas cosas que le hacen falta”, explica Carolina de Moreno. “Ahora pude volver a comprar pollo trozado, alitas, pata y muslo, mismo milanesas de pollo”, contó Mónica de Lanús. Las madres que participaron del estudio advierten de todos modos que no se trata de un acceso masivo a esos productos: “Carne no se puede comprar mucho porque es muy caro, compramos poco. Y eso, y artículos de limpieza”, contó Rosa de Capital Federal.
Al mismo tiempo, la ampliación del espectro de consumo requirió que los comerciantes locales adapten sus despensas. “Llevan más cosas juntas. Por ejemplo, yo antes no tenía detergente, desinfectante, esas cosas, empecé a traer porque me pedían. Primero traje Ala, Querubín, pero después empecé a traer ACE, que me lo envasa un amigo, y sale menos viste, y eso antes no vendía acá. Y si pueden comprar menos, ponele, vienen con un envase y yo les calculo y les vendo medio litro. Es más barato”, explicó Jorge, almacenero de Laferrère, durante las entrevistas que realizó el equipo multidisciplinario.
Al mismo tiempo los especialistas advierten, en sintonía con otro informe elaborado recientemente por universidades por pedido del Ministerio de Educación, que elementos como zapatillas o golosinas que compran los beneficiarios de la AUH deben comprenderse como prácticas que aportan pertenencia social, “en el entendimiento de que ir bien vestidos a la escuela, tener un calzado nuevo, poder compartir una golosina o tener dinero para comprar algo en el recreo, lejos de ser un gasto superfluo, constituye para estos sectores un rasgo de inclusión, de pertenencia y, si se quiere, de dignidad reconquistada”, explican los investigadores.

Desayuno, almuerzo... Y cena

La cena, según relataron muchas entrevistadas, había sido reemplazada por “mate cocido y pan”, fundamentalmente para los adultos del hogar. Con la AUH fue posible recuperar esa comida, “ya sea recalentando lo que sobró del almuerzo porque se puede cocinar más cantidad o cocinando algo que pudo adquirirse merced al nuevo ingreso”, explica el informe. “Ves, si por ejemplo es fin de mes, antes a veces cenábamos té con leche y galletitas, cuando estábamos mal mal. O les dábamos a los chicos y nosotras no comíamos, o tomábamos mates”, relató Marina de Tigre.
“Comía arroz, huevo, arroz, huevo, arroz, huevo y a veces una ensaladita. Lo poquito que tenía lo usaba para la carne y el yogur del nene, y yo comía porquerías”, señaló Nilda, de Laferrère, a los investigadores, quienes destacan las mejoras nutricionales que generó la AUH. En ese sentido, el estudio señala que los entrevistados hacen referencia a las marcas como garantía de prestigio, calidad y en algunos casos como sinónimo de “saludable”: “Ahora compramos los fideos Matarazzo o Lucchetti, la salsa La Campagnola o Cica. Nada de reducir. Si vos comprás un fideo de un peso, lo cocinás un minuto de más y chau, se te pudrieron los fideos porque se te hicieron un mazacote. Entonces me sirve la asignación por hijo”, apuntó Clara.

Nuevas demandas,nuevos desafíos

Las prácticas vinculadas a las contraprestaciones exigidas para cobrar el 20 por ciento retenido de la AUH permitieron a las consultadas regularizar los controles de rutina, comprar algún medicamento, pagar anteojos (para los menores y para los padres) y acceder a tratamientos específicos. El personal de salud consultado por los investigadores coincidió en que el requerimiento de atención se incrementó a partir de la implementación de la AUH. “Por lo menos ahora los traen, hay chicos que no habían venido nunca y ya son grandecitos. Lo bueno es que antes los traían a veces cuando ya estaban para internar, y acá mucho no podías hacer”, contó Raquel, auxiliar administrativa de una salita en Laferrère.
Las contraprestaciones en salud y educación son valoradas muy positivamente por las madres consultadas. También han mencionado la posibilidad de destinar parte del ingreso de la AUH a gastos en educación y salud. “Cuando empezaron las nenas no teníamos guardapolvo, encima una empezaba jardín pero el que tenía le iba regrande y la otra primaria, todo nuevo. Lo que cobré en diciembre lo usé todo para el colegio: que la toallita, la mochila, por suerte cobré esto”, describe Silvina de Villa Celina.
Sin embargo, la mayor demanda para los sistemas de salud y educación no está exenta de tensiones. Las madres de beneficiarios y los trabajadores de la salud consultados coincidieron en marcar la falta de infraestructura y profesionales para atender la demanda generada en los distintos centros de atención médica. En las entrevistas las madres se quejaban por las largas colas que debían hacer para ver al pediatra y dar cuenta de los controles exigidos. Al mismo tiempo mencionaban que la mayor cantidad de controles pone de relieve algunas situaciones de salud que exigen tratamiento, y que a partir de la AUH se detectan en mayor medida o más tempranamente.
Por su parte, el personal de la salud reconoce que la AUH ha generado el impacto de un fuerte crecimiento en la demanda de servicios al sistema de salud en general. La falta de personal y la saturación de servicios fue mencionada reiteradamente como una consecuencia “no prevista” de la implementación. Por eso el equipo multidisciplinario señala la necesidad de “fortalecer los servicios que se prestan y se exigen como contraprestación de la AUH, tanto en infraestructura, como en insumos y, particularmente, en personal que pueda dar cuenta del crecimiento de la demanda que ha generado esta política pública”
Entrevista a Mariana Melgarejo, coordinadora del equipo de investigación sobre la AUH

“Todavía hay muchos prejuicios”

 Tomás Lukin

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“La plata de la asignación no se va en el paco y el juego, sino que se gasta en comida, productos de limpieza e higiene personal, remedios y útiles escolares. Discutimos científicamente los prejuicios existentes sobre la Asignación Universal por Hijo”, explicó a Cash la antropóloga Mariana Melgarejo. La coordinadora del equipo multidisciplinario que llevó adelante un extenso y riguroso estudio sobre los alcances cualitativos y cuantitativos de la AUH, financiado por el Ministerio de Salud, señaló que la extendida mitología sobre los planes sociales alcanza a los propios beneficiarios y muchos de los actores estatales encargados de implementar la medida como docentes y médicos. Luego de un año de investigación, la antropóloga, que forma parte del colectivo de investigadores populares, advirtió que “muchas veces las políticas del Estado están más adelante de los actores públicos que tienen que implementarlas”.
¿Cuál es el resultado más relevante del proyecto?
–La investigación nos permitió empezar a producir un discurso que discuta científicamente los prejuicios existentes sobre la AUH. Tener estos datos nos permite mostrar que la plata de la asignación no se va en el paco y el juego, como afirmó el senador radical Ernesto Sanz. Los beneficiarios compran leche, carne y artículos de higiene personal, mejoran la calidad de los alimentos que consumen y pueden planificar el consumo. La asignación universal es un derecho, no es algo asociado a los hijos de la pobreza, nadie se va a embarazar para cobrar 270 pesos por mes. Necesitamos desandar ese discurso. Hay mucho prejuicio sobre en qué gastan los pobres cuando se les da dinero, pero no es así. Nos cuentan que ya no tienen que comprar la bolsa con el fideo que se pasa y se pegotea, ahora pueden acceder a una mejora de calidad que antes estaba vedada. En esa elección se prioriza lo social y lo simbólico. Eligen mejorar la calidad de lo que comen, lo que viste, eligen festejar.
Durante la investigación encontraron que los mismos beneficiarios reproducen esos prejuicios sobre los planes sociales y algunos conciben la asignación como una medida meramente asistencialista.
–Sí, lamentablemente se reproducen los prejuicios entre los beneficiarios. Las mamás que consultamos hacen el mejor gasto posible pero siempre tienen una amiga o conocen una vecina que “gasta mal” y piensan que muchos no deberían cobrar la asignación. Pero más significativo es que no ven la AUH como un derecho, como la extensión del sistema de asignaciones familiares, que también perciben los trabajadores formales, sino como una medida asistencialista que pueden llegar a perder. En las entrevistas se repetía la frase “mientras llegue la plata”. Ven la AUH como una política parecida a los planes sociales y no como un derecho vinculado a los hijos. Va a tomar mucho tiempo cambiar esa concepción, nosotros consideramos que todavía hay limitaciones en la política de comunicación del Estado. Para lograr que la gente se despegue de las políticas sociales de los ‘90 es necesaria una resignificación de la ciudadanía.
¿Cómo respondió el sistema de salud a las nuevas demandas que generó la AUH por sus condicionalidades vinculadas a la vacunación de los hijos y la inscripción en el Plan Nacer?
–El sistema de salud está colapsado para la demanda que genera esta política pública. Pero son problemas “buenos”, porque para que las familias demanden servicios del Estado como salud y educación el horizonte de planificación tiene que pasar de la comida de la noche. Antes, según relatan las madres y el personal de las salitas, poco podían hacer esos establecimientos para tratar a los chicos por las condiciones en las que llegaban. Ahora, las madres se quejan porque tienen que esperar para ser atendidas, hay barrios donde los pediatras van solamente una vez por semana. También existen muchas quejas por la escasez de vacantes en el nivel inicial.
¿Los prejuicios sobre los beneficiarios de la AUH alcanzan a los docentes y médicos?
–A veces las políticas del Estado están más adelante que los actores que tienen que implementarlas. Hay sectores de la salud y la educación que todavía tienen prejuicios y poca confianza. Es necesario lograr un encuentro entre el discurso hegemónico de algunos médicos y escuelas y las demandas que genera la AUH.
¿Cómo perciben los niños la existencia de la AUH?
–Si bien todavía no se concibe como un derecho, madres y niños identifican que el dinero ingresa por los chicos. Los niños beneficiarios de la AUH no son diferentes al resto de los consumidores. Ahora tienen la posibilidad de elegir y por eso piden marcas que conocen por la televisión, piden postrecitos, zapatillas o celulares como cualquiera. Muchas madres establecen el vínculo desde ahí: “Esperá que cobre la AUH y lo compramos”, “cobro tu plata y te lo compro”, les dicen. Allí entra a jugar otro prejuicio, no se trata de pobres que consiguen dos mangos y se lo gastan en zapatillas. Sino que cuando poseen un ingreso fijo pueden planificar el consumo, seleccionar, elegir y posdatar. Desde que se creó la AUH los comercios del barrio volvieron a abrir las libretitas, los comerciantes permiten que los beneficiarios de la asignación les deban y paguen a fin de mes. La gente no lo identifica como tal, pero eso es crédito y consumo planificado. Ese vínculo se sustenta en lazos sociales de supervivencia, hacer algo que conspire contra esos lazos sociales es muy improbable.
¿Las familias dejan de buscar trabajo para seguir percibiendo el beneficio?
–Nos encontramos con otras formas de familia que funcionan habitualmente pero que uno no está acostumbrado a ver: muchas mamás solas jefas de hogar, padres que se borraron o aparecen a veces, mujeres asociadas que viven con la madre, la abuela o la hermana. A lo largo de las entrevistas que realizamos en distintos barrios de Laferrère, Morón, La Matanza o Tigre no nos cruzamos con una sola mujer que no nos dijera que “lo mejor sería estar trabajando”, o que querían buscar trabajo fijo cuando el pibe crezca. Una sola, una abuela que tenía a cargo a sus nietos no quería salir a trabajar. El Estado debe buscar cómo articular la posibilidad de que estas mamás se inserten en un trabajo formal contemplando su situación porque si no están condenadas a trabajar informalmente en el espacio de tiempo que pueden dejar a los niños y la reproducción doméstica cotidiana
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