El empréstito Baring Brothers

Por Norberto Galasso*

El primer endeudamiento externo, tomado en 1824 por la provincia de Buenos Aires con la banca inglesa, muestra varios de los aspectos negativos que caracterizarían a la deuda externa argentina a lo largo de su historia: comisiones exageradas, colusión de intereses, beneficios derivados a sectores concentrados e hipoteca de activos.



En su libro Política británica en el Río de la Plata, Raúl Scalabrini Ortiz reprodujo, en 1940, un comentario del vizconde de Chateaubriand del libro El Congreso de Verona que este publicase en Leipzig, en 1838, referido a los empréstitos concertados por Inglaterra en la década del veinte con varios países sudamericanos. Allí sostenía Scalabrini Ortiz que cuando América latina vivía el momento de su independencia e incluso de su intento de unificación (1826), los ingleses se preocuparon por que estos nuevos países, ya separados de España, quedaran bajo su dependencia. Chateaubriand afirmaba en su libro: “De 1822 a 1826, diez empréstitos han sido hechos en Inglaterra en nombre de las colonias españolas. Montaban estos empréstitos a la suma de 20.978.000 libras. Habían sido contratados al 75% y con descuento de dos años de intereses adelantados al 6%. Inglaterra ha desembolsado la suma de 7 millones de libras, pero las repúblicas sudamericanas han quedado hipotecadas en una deuda de 20.978.000 libras. A estos empréstitos, ya excesivos, fueron a unirse esa multitud de asociaciones destinadas a explotar minas, pescar perlas, dragar canales, explotar tierras, etcétera, en número de 29. El capital empleado era de 14 millones de libras, pero los suscriptores no proporcionaron en realidad más que la cuarta parte de esa suma, es decir, tres millones”. Y concluía: “Resulta de estos hechos que, en el momento de la emancipación, las colonias españolas se volvieron una especie de colonias inglesas”.

Uno de esos empréstitos se concertó con la provincia de Buenos Aires. Los ingleses adujeron que otorgaban el préstamo y las futuras inversiones para ayudar a que fuéramos independientes y los porteños amigos de los ingleses arguyeron que lo necesitaban para construir el puerto y obras de salubridad, es decir, iniciar el camino de “la civilización”, y probablemente también dijeran que esas libras vendrían a permitir superar “la pesada herencia recibida” del coloniaje español.

Por entonces, quebrada la unión nacional que a duras penas había mantenido el Directorio, la provincia de Buenos Aires estaba gobernada por Martín Rodríguez, quien se enorgullecía de haber conducido el golpe del 5 de abril de 1811 para acabar con el morenismo demasiado audaz y dar paso a hombres ilustrados como Bernardino Rivadavia y Manuel José García, que serían poco después quienes manejaron, desde las sombras, el Primer Triunvirato. Quizá Rodríguez no sopesaba la importancia del empréstito que ofrecían los ingleses, por lo cual se dedicó –según su relato– a la campaña dirigida contra los pueblos originarios y, por lo tanto, dejó las funciones de gobierno a dos ministros de su confianza: justamente Rivadavia y García. Fueron ellos quienes se encargaron de convencer a la Sala de Representantes de la conveniencia del negocio, no obstante que algunos legisladores sostuvieron que con cinco años del superávit fiscal del Estado provincial se reunía el dinero para las obras proyectadas. Así, el 29 de noviembre de 1822 se autorizó a celebrar un empréstito con la empresa Baring Brothers de Londres, para lo cual se deliberó concienzudamente quiénes serían los mejores hombres para enviarlos a cerrar la operación, y resultaron curiosamente designados John Robertson, comerciante inglés radicado en Buenos Aires, y Félix Castro, otro comerciante también curiosamente socio de Woodbine Parish, quien ya operaba en el Río de la Plata y era cónsul de su Graciosa Majestad Británica. Los legisladores pensaron quizá que la mejor negociación y el más fácil entendimiento provendría de la reunión entre cuatro amigos de la rubia Albión, es decir, del intercambio entre quienes se sentaban a la misma mesa con las mismas ideas, la misma experiencia y el mismo propósito. Pero como estos legisladores –aconsejados por Rivadavia y García– eran hombres desconfiados y “ardorosos” defensores de los intereses de la provincia, les impusieron condicionamientos a su gestión: a) si se trataba de sufrir una quita –muy razonable, por cierto, por tratarse de una provincia joven que aún no había podido concertar con las otras provincias para convertirse en país–, había que ceder hasta el 30% y no más, es decir, entregar títulos de deuda por mil libras y recibir sólo 700; b) asimismo, que la tasa de interés no excediese del 6% como máximo, y c) que si exigían garantías, era posible ofrecer las tierras de la pampa bonaerense, una planicie de praderas de las más fértiles del mundo.

Con estas instrucciones, los representantes bonaerenses llegaron a Londres y recibieron la más cálida recepción de los filibusteros, perdón, quiero decir de los inversionistas británicos. Rígidos en las órdenes recibidas, Castro y Robertson aceptaron la quita, reconociéndose poco confiables en su condición de “bárbaros americanos”. Pero recibieron una sorpresa: los inversionistas ofrecían pagar el 85%, es decir, se conformaban con una quita del 15% sobre cada título de valor 100, lo cual constituía una cortesía tan exagerada que podría asombrar a Rivadavia y a sus amigos de Buenos Aires. Por ello, aceptaron esa quita pero optaron por hacer público que habían aceptado el máximo de quita que se les había autorizado, de manera que la provincia bonaerense recibiría sólo el 70%. Convinieron entonces con los inversionistas que el 15% restante fuese depositado en sus cuentas particulares. Cabe imaginar la sorpresa de los “gentlemen”, que lo hicieron saber en una carta que encontró un historiador liberal, pero honesto, Ernesto Fitte, y publicó en su libro Historia de un empréstito. Castro y Robertson contestaron que esa diferencia del 15% (150.000 libras) se repartirían 30.000 por comisiones a Baring y 120.000 para ellos y que si desde Buenos Aires protestaban, devolverían las 120.0000 libras, y si no protestaban, esas eran las instrucciones que habían recibido para el caso más desfavorable de la negociación. Fitte parece no haber podido llegar hasta el final de la trama, es decir, si Rivadavia y García eran tan tontos que perjudicaban a la provincia o si eran demasiado pícaros como para coparticipar en el arreglo, pero esto carece de importancia ahora que conocemos todos los días las novedades de las offshore, los Odebrecht, los Arriba y tantos otros escándalos, que aquello del siglo pasado no debe indignarnos, aunque sí saber cómo eran los próceres que hemos homenajeado tantas veces, es decir, “los más grandes hombres civiles de la Argentina”, según la opinión de Bartolomé Mitre respecto de Rivadavia.

Se pasó luego a negociar los intereses y los representantes argentinos aceptaron, sin míseros regateos, que fuera una tasa del 6%, pues estaban autorizados a ceder hasta ese valor, aunque resultó un tanto exagerado que los británicos dijeran que se descontaban ya de inicio dos años de intereses adelantados, es decir, 12% por dos años sobre el millón contratado, lo que alcanzó a 120.000 libras. De esta manera, la provincia bonaerense pasaba a recibir 120.000 libras menos, es decir, sólo 580.000 libras, cifra muy cercana a la mitad del endeudamiento. El “precio de la libertad” –es decir, el reconocimiento de nuestra independencia que otorgaría George Canning poco después– empezaba a resultar un tanto caro.

Pero hay algo más, que los inversionistas habían olvidado: debía descontarse también el 1% de amortización adelantada: 10.000 libras, que rebajaba aún más el importe a cobrar por Buenos Aires para llevarlo a 570.000 (Fitte, quizás por falta de imaginación, no se detiene a pensar que si la amortización adelantada era el 1% anual ello indicaría que el empréstito era por cien años, como lo hubiese advertido el actual negociador Caputo que conoce de estas cosas y le parecen razonables para los préstamos que negocian los países que algunos llaman “países serios” con las semicolonias que no discuten por chirolas).

Hay algo más, sin embargo: quedaba por reducir un saldo de comisión para Baring de 1.300 libras, las comisiones para Castro y Robertson de 7.000 libras, pues son dos gestores (lo que no debe escandalizar a nadie después de conocer las comisiones de Cavallo y Mulford por el megacanje en la época de De la Rúa). Pero existe, además, un recupero de gastos realizados por los viajeros que alcanza a 3.000 libras y otras 6.000 libras que se gastó Don Bernardino cuando fue a Londres a iniciar los contactos para el empréstito y dejó pendientes de pago. Un total de 17.300 libras.

Es decir que por endeudarse por 1.000.000 de libras –que se terminaron de pagar a principios de siglo XX abonándose un total cercano a los 8 millones–, la provincia de Buenos Aires debería recibir 552.700 libras, es decir, 52,70% de la negociación inicial.

Sin embargo, parece no haber sido así, porque los investigadores no encontraron la recepción de esa suma en Buenos Aires. Según Scalabrini Ortiz y otros, en los registros del Banco Provincia de Buenos Aires aparecen solo 20.678 libras cambiadas por metálico, y 140.000 libras recibidas en octubre de 1824.

Scalabrini Ortiz y otros han llegado a la conclusión de que como los comerciantes ingleses tuvieron ganancias desde 1809 hasta 1824, que no pudieron girar a Londres por no haber libras en Buenos Aires, la suma restante que no llega a 400.000 libras habría sido depositada en Londres en la cuenta de esos comerciantes para compensar esa falta de giros pendientes de envío.

Años después, en 1852, Ferdinand White, un agente enviado por Baring Brothers al Río de la Plata para gestionar el cobro de los servicios del empréstito, emite un informe donde comenta estos aspectos delictuosos de la negociación: “Baring era intachable, pero los promotores originales, Robertson y Castro, habrán obtenido bonitas tajadas… Hay una cosa que siempre me preocupó y es que la provincia de Buenos Aires realizó solo el 70%, cuando el empréstito fue emitido en Londres al 85%. Estoy enterado de que los contratistas, señores Parish Robertson y Félix Castro, deben haber hecho buenas raterías aquí, aunque negocios son negocios y, por lo que yo sé, tuvieron la adhesión del gobierno”. A su vez, el periódico londinense Morning Herald, el 3 de noviembre de 1852 sostuvo: “Ningún gobierno ha estado nunca más legítimamente autorizado a repudiar un empréstito contratado bajo tales circunstancias que el de Buenos Aires y este gobierno muestra, con el reconocimiento al empréstito, una leal adhesión a un negocio corrompido, en primer lugar, y a un licencioso desembolso, en segundo lugar”.

La yapa de esa operación consistió en que como la tierra pampeana quedó hipotecada, Rivadavia inventó la entrega en locación (enfiteusis) que luego, bajo varios gobiernos, fue entregada en propiedad, a bajo costo, a los enfiteutas (familias de Pro de aquella época, lo cual fue una forma de anticiparse a los millonarios que hoy conforman la dirigencia del partido Pro) y que constituyen las mayores riquezas de la Argentina.

Después de la renuncia de Rivadavia y el breve gobierno de Vicente López y Planes, cuando asume Manuel Dorrego como gobernador de la provincia de Buenos Aires se encuentra con las arcas exhaustas. Si bien ya se habían descontado los intereses por dos años, había que seguir pagando, pero Dorrego carece de fondos y suspende los servicios de la deuda externa. A su vez, Rosas, en 1829, informa, como gobernador, que “la provincia de Buenos Aires lamentablemente no puede cumplimentar esas obligaciones externas”. Más tarde, Manuel García propone pagar con tierras del sur patagónico pero su propuesta no llega a concretarse. En cambio, Rosas, cuando vuelve a asumir el gobierno, después de transcurrir unos años sin pagar, les envía a los accionistas ingleses algunas pequeñas sumas para conformarlos y demostrar la intención de pago. Disconformes, los Baring protestan y designan un representante en Buenos Aires para que normalice los pagos: es un hombre de la clase alta llamado Francisco Casiano Beláustegui, de la familia de los registreros que el 22 de mayo de 1810, en el Cabildo Abierto, votaron a favor del virrey Cisneros. Enterado Rosas, se lo reprocha enérgicamente pues entiende que un argentino no puede representar a la banca británica exigiendo el cumplimiento de su deuda, algo así como: “Pero, Casiano, ¿usted supone que los argentinos y los miembros de la Junta de Representantes verían con sumo agrado su nombramiento de representante de extranjeros con intereses en pugna con nuestro gobierno?” (en aquellos tiempos, Rosas se escandalizaba de un proceder que resultará muy habitual en la historia argentina, donde los ministros de Economía y los embajadores han estado muchas veces a ambos lados del mostrador en la negociación con intereses en conflicto con el país). Pero parece que Casiano prudentemente prefirió dar un paso atrás y no ejercer la representación de la banca inglesa.

Como seguramente sabe el lector, después hemos contratado otros empréstitos siguiendo la experiencia de aquel primer endeudamiento en materia de corrupción y de humillación, al estilo de Casiano Beláustegui, aunque también convendría recordar, para no caer en la desesperanza, que hubo un año –1948– en que tuvimos “deuda externa cero” y que posteriormente, la osadía y la tozudez patriótica de Néstor Kirchner permitieron alcanzar en 2005 una quita de casi las tres cuartas partes de la deuda externa, aunque como también se sabe aparecieron luego nuevos “Casianos” que se arrodillaron ante las exigencias de un juez norteamericano y los poderosos buitres de las finanzas extranjeras.

* Nacido en Buenos Aires, en 1936. Egresado de la Facultad de Ciencias Económicas en 1961. Historiador, docente. Autor de alrededor de 70 obras entre las cuales se destacan Perón (2 tomos); Historia de la Argentina (2 tomos); Aportes críticos a la historia de la izquierda en Argentina (2 tomos); Jauretche y su época (2 tomos); Vida de Scalabrini Ortiz; Cooke, de Perón al Che; ¿Cómo pensar la realidad nacional?; La larga lucha de los argentinos; ‘Seamos libres’. Vida de San Martín, De la Banca Baring al FMI y Triunfo buitre.