El ojo de la patria, el espía y un pariente de Sarmiento. Un personaje para Osvaldo Soriano

Por Francisco N. Juárez
para Pagina 12
Publicado el 3 de febrero de 2013

Hace veinte años apareció la novela y hace dieciséis murió su autor. El protagonista del desopilante thriller de espionaje nació al descubrir Soriano el busto y la tumba de un agente argentino sepultado en París hace un siglo. He aquí la historia de ese “encuentro”.

Hace pocos días y como sucede todos los años cuando está por cumplirse un aniversario más de la muerte de Osvaldo Soriano en aquel caluroso miércoles 29 de enero de 1997, nos convocamos con María Elena Tuma y Adolfo Res para dejar unas flores en su tumba del cementerio de Chacarita. Esta vez, el pasado martes, el ramo lució con los coloresazul grana del club que desveló al escritor. En el modesto homenaje no faltó un grupo de hinchas de San Lorenzo, algunos tan jóvenes que nunca pisaron los tablones del viejo Gasómetro de Avenida La Plata. Ese mismo día cobró formas la propuesta que aspira a asentar en el lugar, un busto que sonría o una escultura mayor en la que la que Soriano acaricie un gato.

Ni María Elena ni Adolfo trataron personalmente al novelista, pero devoraron sus libros y sus notas en la contratapa de este diario. María Elena pertenece al área del Patrimonio Histórico del cementerio de la Chacarita y Adolfo es nada menos que el fana mayor de San Lorenzo; también cabeza notoria del movimiento que logró el primer paso para que la sede del club querido vuelva a la Avenida La Plata. Años atrás, el también historiador Adolfo Res puso el nombre de Soriano a la biblioteca que enriqueció la vida cultural de la Subcomisión del Hincha y una legión de simpatizantes.

El homenaje al novelista casi coincidió con el vigésimo aniversario de la aparición de El ojo de la patria, su novela en la que el espía argentino Julio Carré vive inmerso en un enjambre de espías que en París de-sentrañan mensajes cifrados, soportan las trampas de la contrainteligencia asechados con intrigas que engordan la desconfianza, mientras reciben contradictorios informes, comen mal y duermen peor.

Aludir ahora a El ojo de la patria se justifica por ser la novela en la que Soriano más acercó a un personaje con su propia muerte, por lo que el agente secreto se impuso frecuentar el cementerio que se le había destinado: el legendario Père Lachaise.

Loca historia, porque el espía Carré debió aceptar darse por muerto obligado a cambiar de fisonomía. Así tuvo el insólito privilegio de fisgonear su propio entierro y reiterar visitas al cementerio para llevarse flores y hasta presenciar escondido la instalación de su propio busto. Su nueva identidad le serviría para custodiar el cadáver de un revolucionario de 1810 que en la ficción quería repatriar. El confidencial Carré emprendió la peripecia plagada de asechanzas para finalmente escoltar secretamente al héroe de Mayo, y la novela, claro, resultó un éxito editorial.

Muchos años antes, cuando Soriano había regresado de su exilio, me confesó su tardío interés por la historia argentina (le sugerí comprar los 22 tomos de la Biblioteca de Mayo editada por el Senado de la Nación en tiempos del presidente Illia). También me volcó sus planes para resucitar un diario como La Opinión a la vez que trazaba sus bosquejos novelísticos a futuro. Desbordaba con anécdotas parisinas, sus cambios de domicilio y los barrios en que vivió con su esposa, Catherine Brucher. Cuando ocuparon un departamento cercano a la estación Gambetta del Metro parisino, Osvaldo solía desandar unas cuadras hasta el Père Lachaîse y visitar las tumbas de Balzac, Molière, La Fontaine o Proust.

La vez que caminó hasta el sepulcro de Oscar Wilde, descubrió la tumba de un tal Julio Carrié, con busto de pecho impetuoso tapizado de medallas. Soriano le quitó la “i” al nombre del occiso y lo trasladó un siglo para que surgiera el Carré de su novela. El disparador fue el dato esculpido al pie del busto. Consignaba haber sido “agente confidencial del gobierno argentino” de lo que Soriano se burlaba de esa innecesaria confesión, aunque allí se lee que era doctor en derecho e inspector general de Consulados. Las fechas (1857-1910) demostraban que Carrié murió en París a los 53 años, sin sospechar Soriano que él mismo viviría sólo 54. Tampoco supo quién fue realmente el destinatario de esa tumba, donde otra lápida al pie reza: Ana de Carrié “artiste Peintre”. ¿Pintora y esposa?

No hace mucho fotografié en el Père Lachaise a Catherine Brucher, viuda de Soriano, junto al busto del agente confidencial. Allí mismo me propuse emprender una corta saga tras las posibles huellas del personaje. Un par de ellas las ubiqué en ejemplares del más importante diario neoyorquino, notas que aluden a Julio Carrié cuando expiraba el siglo XIX. Otras demostraron fehacientemente que el adolescente Julio Carrié y su familia eran todos sanjuaninos, pero vivieron en Buenos Aires con Domingo Faustino Sarmiento mientras duró su mandato como presidente de la República. La noche del sábado 23 de agosto de 1873, la familia de Julio Carrié, entonces de 17 años, se alborotó. A tres cuadras intentaron asesinar al presidente. La más dolida fue la madre del joven Julio, doña Eloísa Salcedo Sarmiento, una prima muy querida por el cuyano alborotador.

Si bien Soriano no pudo saber que Julio Carrié era pariente de Sarmiento, sabía de traslados de personajes de la historia desde tierras lejanas. Que el sanjuanino fue quien recibió en Buenos recién en 1880 los itinerantes restos de San Martín y que el propio Sarmiento embalsamado sufrió la larga peripecia de una semana de navegación para bajar el Paraná y descansar en el cementerio de Recoleta, el Père Lachaise porteño.

Carrié diplomático, doctor en leyes y estancieroEl apellido ilustre que se hizo novela
Por Francisco N. Juárez

El comerciante francés Augusto Carrié Malvin emigró joven a la Argentina y a los 24 años se casó en San Juan (1845) con Eloísa Salcedo Sarmiento, una adolescente de 16 años, parienta del ardoroso periodista, intelectual y político que en el exilio chileno acababa de publicar su Facundo, el libro que lo encumbró. Domingo Faustino Sarmiento volvió a su terruño en 1851, donde acostumbró a charlar en francés con el esposo de su prima. Al parecer, la familia Carrié ganó su confianza al punto de mudarse a Buenos Aires para acompañarlo al resultar electo presidente. Cuando se realizó en septiembre de 1869 el primer censo nacional ordenado por el propio Sarmiento, éste vivía en una casa de la calle Belgrano (entre Perú y Bolívar) solo con la familia Carrié y dos sirvientes. Así se consigna en el asiento del censista que se guarda en el Archivo General de la Nación, encabezado por “Sarmiento, Domingo F., 58 años y de profesión u oficio Presidente de la República”. Le sigue Carrié Augusto, el francés ya naturalizado argentino, de 48. Salvo este último, su esposa Eloísa de 40 años, los siete hijos y el propio presidente, figuran nacidos en San Juan. El futuro diplomático Julio Carrié tenía entonces 14 años. Muy pronto la fiebre amarilla castigó especialmente el barrio sur de la ciudad, y Sarmiento y los Carrié se mudaron a la calle Maipú entre Tucumán y Viamonte.
Julio Carrié se doctoró en leyes en la Universidad de Buenos Aires. Se especializó en estudiar libros que versaban sobre las formas constitucionales, estaduales y municipales de otros países, a cuyos autores tradujo para ediciones autóctonas que todavía pueblan las bibliotecas argentinas. Alternó esa actividad con la intensa vida diplomática que desplegó hasta su muerte, fue convencional en la reforma constitucional de 1898 y estanciero con campos, al parecer, en la zona de Guaminí a Salliqueló.
Poco se sabe de la vida romántica del apuesto Julio Carrié, pero quedó demostrado que en 1882 se casó con la norteamericana Adele Davis en la Catedral de San Patricio de la 5ta. Avenida y calle 50 de Nueva York, matrimonio que fracasó. Una breve noticia que publicó The New York Times el 4 de mayo de 1899 señala que “Julio Carrié, quien fue encargado de negocios de la República Argentina, elevó una petición a la Suprema Corte para el anulamiento de su matrimonio con Adele Davis Carrié”. Se fundaba en que su esposa nunca se divorció de un tal Miguel Aleo. Ella negó estar casada con Aleo, pero no logró sepultar la petición. El mismo diario del 11 de noviembre de 1898 había ponderado las gestiones de Carrié para realizar negocios entre los dos países y hasta establecer una línea de buques de pasajeros entre los puertos de Nueva York y Buenos Aires, entonces inexistente.
En el censo inglés de 1901 Carrié aparece con 44 años viviendo en el barrio Paddington de Londres. Ese mismo año su hermano Félix Augusto, de 35, asumió en Ushuaia como tercer gobernador de Tierra del Fuego, emprendió la construcción del primer edificio para la gobernación y abrió los primeros caminos de ese territorio austral. Su descendencia, que se sepa, es la única que trasmite el apellido Carrié: en Buenos Aires vive su nieto Augusto Carrié, sus bisnietos y tataranietos.
El 27 de marzo de 1902 nació en Guaminí Berta Adelaida Carrié, hija de Julio Carrié y María Rivenono, dato curioso pero documentado. El amor final de Carrié fue la alemana Anna Winberger, nacida en Augsburgo el 9 de marzo de 1877. Fue notable pintora, expuso en Buenos Aires y en París su más apreciado cuadro, Sans pain san asile, que consiguió buena crítica en el Salón de la Sociedad de artistas franceses, en 1907. Es la Ana de Carrié, que yace desde 1924 junto a su esposo Julio Carrié, que inspiró a Osvaldo Soriano para escribir El ojo de la patria. En la tumba siempre luce una solitaria flor que alguien renueva misteriosamente.
Fuente: pagina12.com.ar