Juan Manuel de Rosas y la Potencias extrajeras

La Gazeta Federal

Después de las medidas de liberación económica y financiera tomadas por Rosas entre 1835 y 1837, era cuestión de tiempo la intervención inglesa, y el Restaurador se preparó a resistirla. En lo que se equivocó fue en suponer que todos los argentinos, sin distinción de divisas partidarias estarían con su patria: no creyó Ya se desengañaría que algunos compatriotas antepondrían las conveniencias partidarias o de clase a la nacionalidad misma.

No llegó de inmediato la esperada intromisión británica. Vinieron los franceses a sacarles las castañas del fuego a los ingleses; la Francia del rey Luis Felipe y la Inglaterra de la reina Victo ria estaban unidas por la llamada “entente cordiale” y actuaban juntas en las empresas coloniales, repartiéndose el producido; Francia muy patriotera muy chauvin, usando el término corriente entonces buscaba la "gloria de la tricolor", bastante menguada después de la caída de Napoleón; Inglaterra, más práctica, ventajas comerciales.


El conflicto con Francia (1838 1840) 





El 30 de noviembre de 1837 el vicecónsul francés en Buenos Aires, Almé Roger, presenta por rden se su gobienrno una insolente al gobierno argentino: que pusiera en inmediata libertad al litógrafo suizo César Hipólito Bacle, detenido en su casa particular, por haber vendido planos del Estado Mayor argentino al gobierno de Bolivia, con el que se estaba en guerra; que igual se procediera con un cantinero francés acusado de un delito común; y que no se llamase a los franceses residentes en el país al servicio de milicias, como lo disponía la ley para los extranjeros con propiedades y familia aquí. Invocaba, para esto último, que los ingleses estaban exceptuados del servicio de milicias por su tratado con Rivadavia.

Después agregaría otros cargos, amenazando con "tomar las medidas consiguientes al honor de Francia", si no se le satisfacía "con urgencia".

Roger obraba en cumplimiento de instrucciones del gobierno francés del 7 de julio, que un día antes, había ordenado al contralmirante Leblanc “apoyase coercitivamente" las reclamaciones del vicecónsul.

El gobierno argentino no se negó a darle a los franceses "el mismo trato que a los ingleses", pero siempre que se concluyese un tratado de obligaciones recíprocas como con aquéllos; de ninguna manera a título de imposición (8 de enero de 1838).

Roger pidió, entonces, audiencia a Rosas, concedida para el 7 de marzo. El gobernador "con cortesía, pero con firmeza" (informa el francés) insistió en "no aceptar imposiciones".

Como Roger, con escaso tacto, habló de que Francia "desataría la lucha de partidos, imponiéndose a los enemigos del federalismo", Rosas lo trató a los gritos (el ministro inglés Mandeville, en antesalas, oyó los gritos y "malas palabras"), asegurando que "los argentinos no se unirían al extranjero", y si la escuadra de Leblanc pretendía imponerse por la fuerza, tal vez lo conseguiría pero "debería contentarse con un montón de ruinas".

Sobrevino entonces la ruptura; Leblanc quiso dar "una última oportunidad" a Rosas para que "reflexionase sobre las consecuencias" que traería "al país que os ha escogido para gobernarlo" (24 de marzo). Rosas le contestó que "exigir sobre la boca del cañón privilegios que sólo pueden concederse por tratados, es a lo que este gobierno, tan insignificante como se quiera, nunca se someterá" (27 de marzo). En consecuencia el contraalmirante declaró el riguroso bloqueo (28 de marzo).

¿Qué buscaban, en 1837 los franceses con sus pretensiones? Ningún provecho importante; apenas una victoria diplomática que pusiese bien en alto "el prestigio de Francia", aunque fuese contra un país pequeño e indefenso como era la Confederación Argentina. Nadie creía ni el premier francés Molé, ni su colega inglés Palmerston que Rosas dejaría de allanarse. Francia tendría su "triunfo" para orgullo de los Chauvins burgueses de Luis Felipe, y a Inglaterra le sería fácil arremeter a un Rosas dolido y quebrado.

El bloqueo fue tremendo. No hubo recursos públicos, y no pudieron pagarse los sueldos (rebajados a la soldada de un milico). Los profesores no cobraron (los unitarios se negaron a dictar clase en esas condiciones), pero no obstante la universidad no se cerró: los maestros fueron pagados por las familias de los alumnos, y hubo que repartir los huérfanos del Asilo entre las señoras de la Sociedad de Beneficencia. No había pan (la mayor parte de la harina se traía de Río Grande), y tampoco mercaderías extranjeras. Pese a todo el pueblo aguantó estoicamente junto a su jefe, pero la "clase principal" puso el grito en el cielo. Quedó demostrada la paradoja de que los bloqueos molestan a quienes se privan de lo superfluo, pero los toleran quienes carecen de lo indispensable. Mariquita Sánchez, hasta entonces amiga de Rosas, se distanció de éste porque "no hay jabones de olor en Buenos Aires"; en cambio los humildes, sin pan y con poca yerba, se sintieron cada vez más solidarios con el Restaurador.

No se limitó Leblanc al bloqueo del litoral argentino. Quiso disponer de Montevideo como base de operaciones, y así lo pidió al presidente Oribe, que se negó cortésmente: el Uruguay era neutral en el conflicto. Entonces los franceses financiaron una revolución de Fructuoso Rivera, y Oribe fue sustituido por éste (23 de octubre) ; Montevideo quedó convertida en base de operaciones contra la Argentina y don Fructuoso, muy seriamente, firm6 una declaración de guerra contra Rosas, que le llevó Aimé Roger (24 de febrero de 1839)

Después de vencer la resistencia de algunos patriotas (entre ellos Lavalle ), se formó en Montevideo un gobierno argentino en el exilio encargado de insurreccionar todo el país. Se lo llamó "Comisión Argentina" y estaba integrado, entre otros, por Florencio Varela, Salvador María del Carril y Julián Segundo de Agüero.

Los franceses no harían la guerra directamente a la Argentina: se valdrían de auxiliares (el término les pertenece) que armarían generosamente. Uno de ellos que en gran parte los burló , fue Rivera; los otros fueron el ejército libertador de Lavalle, los "libres" del sur, la Coalición del Norte, que ensangrentaron el país entre 1839 y 1840. No es un secreto que la Comisión Argentina los financiaba con dinero que le daban los franceses. ¿ Cómo se sabe estod?... Los documentos han sido publicados. (Ver Rosas, Nuestro Contemporáneo, p.80)

Inglaterra, por su ministro en Buenos Aires, Mandeville, había tratado que Rosas se allanase a las pretensiones de Roger en marzo de 1838. Claro está que si Rosas se achicaba a los franceses, con más razón tendría que hacerlo con los ingleses. No lo hizo, y el ministro guardó una actitud aparentemente neutral, porque a una sola guiñada de la escuadra inglesa, la francesa hubiera debido abandonar el bloqueo.

Los ingleses, cuyo comercio se perjudicaba con el bloqueo, lo aceptaron con la esperanza o promesa verbal de que no se prolongaría más de un año, suficiente para que Rosas se doblegase o cayese. Los comerciantes de Buenos Aires y los productores de Inglaterra podrían sacrificar durante un año sus ganancias en beneficio de los intereses superiores del Reino Unido.

Cuando pasó el año, y Rosas se mantenía incólume, empezaron las protestas en Londres y el canciller Palmerston fue conminado a definirse. Como le aseguraban que Rosas estaba por caer, dice 23 de abril de 1839 al ministro argentino Manuel Moreno que la actitud francesa "no está desprovista del todo de fundamento" porque era excesivo que los extranjeros sirviesen en la milicia. Rosas, por Moreno, le hizo saber "que el gobierno (argentino) prefería la desolación del país a su avasallamiento" (22 de julio), y "era preferible la dominación española antes que someterse a imposiciones de otros extranjeros" (25 de septiembre).

En 1840, la situación de Palmerston se torna angustiosa. Los interese perjudicados por el bloqueo promueven interpelaciones en los Comunes, que el canciller sortea dificultosamente. Ya van dos años de financiaciones y guerras, y Rosas no ha caído. Para peor las cosas se complican en el Cercano Oriente, donde chocan los intereses ingleses (que apoyan a Turquía) con los franceses sostenedores de Egipto. Thiers, el más belicoso de los chauvins franceses, es ahora premier francés y se oyen gritos guerreros en las calles d é` Paris: hay que acabar con Rosas, “le monstre sudamericain”, pero también imponerse a Inglaterra.

Se prepara una gran escuadra con 6.000 hombres de desembarco para concluir de una buena vez "la cuestion del Plata": a su frente irá el almirante Baudin, el "héroe" que bombardeó el fuerte de San Juan de Ulloa en México. Ya no se trata de secundar las conveniencias inglesas: se trata del "honor francés" ultrajado por “le Gauchó”.

Se habla libremente de “notre protectorat” de Montevideo, y a veces de “notre colonie”. Si a Inglaterra no le gusta, peor para ella: tanto en Egipto como en el Plata se pondrá "bien en alto" la tricolor.

Por pronta providencia se transporta a Lavalle hasta las cercanías de Buenos Aires.

Todo no pasa de un gigantesco bluff. Cuando Palmerston se pone severo, Luis Felipe amaina lastimosamente. Mehemet Alí es abandonado en Egipto, y Lavalle en las puertas de Buenos Aires.

En vez de Baudin con sus marinos de desembarco, llegará Mackau con plenipotencias diplomáticas para hacer la paz como quiera Rosas (29 de octubre de 18140).

Es cierto que el honor francés ha quedado mal parado y las conveniencias inglesas no han sido satisfechas, quedándose Rosas en el gobierno con su Ley de Aduana, su Casa de Moneda y sobre todo su prestigio de triunfo. Pero todo se solucionará cuando arregladas las diferencias de ingleses y franceses, puedan volver juntos a enfrentarse con el difícil Restaurador.


La intervención anglo-francesa (1845 1850) 

La Vuelta de Obligado
El convenio Mackau fue un gran triunfo argentino: Francia reconoció la soberanía de la Confederación y se avino a tratar de igual a igual con sus autoridades. Por esto, y nada más que por esto, se había luchado más de dos años.

Desde la primera nota con Roger en 1847, Rosas aceptó que daría a los franceses lo que en justicia pudiera corresponderlés (trato igual con los ingleses, pago de sus créditos contra el gobierno), pero cuando llegase un diplomático con poderes en forma para concluir un tratado de obligaciones recíprocas. Lo que no aceptaba, "aunque nos hundiéramos entre los escombros", era la prepotencia de Roger, la escuadra de Leblanc y las letras de cambio de Baradére. Luchaba por la soberanía, y ganó la guerra cuando vino Mackau con poderes formales para firmar un tratado.

Alejados los franceses, quedaban los "auxiliares". Rosas aceptó una amnistía para civiles y tropas, que entendió sólo se extendería a los generales y comandantes de cuerpo que hubiesen guerreado contra su propia patria cuando por "sus hechos ulteriores se hagan dignos de clemencia y consideración del gobierno".

Mackau quiso salvar a Lavalle y le ofreció dinero en efectivo y un grado en el ejército Francés; Lavalle rechazó indignado la oferta, y tal vez entonces comprendió dónde estaba la patria y sus deberes de patriota trastrocados por los doctores (Varela, Carril) que lo sacaron de su retiro. Porque la patria no premia a sus servidores con dinero francés y grados de los ejércitos extranjeros.

Lamadrid tampoco pudo hacer pie en Mendoza, y debió interponer la cordillera, refugiándose en Chile; Paz, que por un momento y debido a sus buenas condiciones de táctico, consiguió imponerse a Echagüe en Caaguazú el 29 de noviembre de 1841, vio su tropa desmoralizada y desbandada y debió escapar a Montevideo.

No obstante, Rivera y Ferré, unidos al santafesino Juan Pablo López disgustado con Rosas porque no le dio el mando del ejército, y a los revolucionarios farrapos de Río Grande, quisieron mantener la resistencia. ¿Por qué? Porque nadie creía y Rosas menos que el tratado Mackau terminaba en forma definitiva la intervención extranjera. Francia había debido retirarse, pero quedaba Inglaterra, que con Francia o sin Francia haría lo posible para que el sistema americano no cristalizara en la soberanía de las pequeñas hijuelas de la herencia española.

Los buenso resultados obrtenidos por Inglaterra y Francia en su guerra contra China (guerra del opio), fortaleció la alianza anglo-francesa en el Plata. Palmerston había actuado en América como en China, con demasiadas contemplaciones, y a la mejor política ultramarina sería llevarse todo por delante. Así les pareció a Peel y Aberdeen. Y desde luego al francés Guizot.

Derrotado Rivera por Oribe en Arroyo Grande (Entre Ríos) el 6 fr diciembre de 1842, el ejército aliado oriental-argentino de éste se dispuso a cruzaer el Uruguay y arrojar a Rivera y los suyos de Montevideo (que habían sido puestos allí por los interventores franceses en octubre de 1830). Y aquí viene la “coercitive madiation” anglo-francesa “para hacer cesar la guerra”, dispuesta por Aberdeen y Guizot, invocando las indispensables razones de humanidad.

El representante ingles en Buenos Aires había recibido desde antes de Arroyo Grande, la orden de presentar juntamente con su colega francés de De Lurde, un pedido de que “cesara la guerra en justa consideración por lo s intereses comerciales”; Si Rosas “persistiera”, se la haría saber que “el gobierno de S.M.Británica y S.M. el rey de los franceses podrían recurrir a otras medidas” (12 de marzo de 1842)

Mandeville recibió la nota, y conociendo a Rosas trato de almibararla rebajado la “mediación coercitiva” a simple pedido de “buenos oficios” (30 de agosto) que Rosas, por pluma de Arana desechó “hasta concluirse la guerra de satisfacción de argentino y orientales”. (18 de octubre), y ese año 1842 hizo festejar – por primera vez desde 1810 - la reconquista del 12 de agosto de 1806, oyéndose en Buenos Aires algunos gritos de ¡Mueran los ingleses!, que alarman a Mandeville y este transmite a Aberdeen.

La cautela de Mandeville no gustó a Aberdeen, que le ordeno (el 5 de octubre: es decir aún sin saber la respuesta argentina) “aconsejase a Rosas un allanamiento inmediato, porque era intención de ambos gobiernos (Inglaterra y Francia) adoptar las medidas que conviden necesarias”.

La instrucción le llegó a Mandeville ya producida la batalla de Arroyo Grande y disponiéndose Oribe a cruzar el Uruguay con el ejército aliado. Con el representante francés De Lurde intimó a Rosas que el ejército no atravesase el río bajo la “prevención de las medidas consiguientes” (16 de diciembre). Rosas dio la callada por respuesta a los diplomáticos “porque en las cosas argentina y orientales, solo interviene orientales y argentinos”, y reiteró la orden de cruzar el Uruguay. Oribe así lo hizo el 16 fr febrero de 1846, y empieza el sitio de Montevideo defendida por los cañones y marineros del almirante ingles Purviis.

El gran talento político de Rosas se revela en esta segunda guerra contra el imperialismo europeo: su labor de estadista y diplomático fue llamada genial por sus enemigos extranjeros, aunque por razones obvias no ha encontrado en su patria el reconocimiento que merece.

Analicemos la táctica de Rosas, empezando por comprender que el gobernante de 1842 no es el mismo de 1829, ni siquiera de 1838, cuando la intervención francesa. Ahora ha comprendido al imperialismo y sabe los medios de que se vale; también que no puede contar con todos los argentinos, y una buena parte de ellos precisamente la de mayor gravitación social y económica estarán con el invasor y con sus libras esterlinas y francos, formarán “ejércitos libertadores”, “libres del sur”, “del norte”, etc., invocando la "humanidad", la "constitución" o lo que se quiera.

¿Cómo vencer a los interventores y sus auxiliares en una situación tan desventajosa? ¿Cómo imponerse un país chico y desunido contra otro grande (en este caso dos grandes) con fortísimos auxiliares internos... ? Es posible, pero a condición de cumplirse ciertas reglas: 1) Presentar un frente interno unido, sin resquicios para las libras y francos del enemigo; y 2) trabajar con habilidad, las contradicciones internas de éste.

Lo primero lo logró con un buen sistema policial, único medio posible en un país tan dividido. Conseguida la unión interna, Rosas trabajó las contradicciones del adversario. Empezó por formar el mejor cuerpo diplomático jamás tenido por la Argentina: Sarratea en París, Manuel Moreno en Londres, Guido en Río de Janeiro, Alvear en Nueva York. Más que enviados ante los gobiernos, cumplieron la misión de atraerse las grandes fuerzas económicas y obrar sobre la opinión pública por medio de la prensa. Una bien montada oficina de propaganda, cuyo eje era el Archivo Americano redactado Por Pedro de Angelis con correcciones del mismo Rosas, distribuía por el mundo entero lo que interesaba se publicase, y un bien provisto “fondo de reptiles” subvencionaba los periódicos extranjeros. Como la guerra que nos hacían los gobiernos inglés y francés no era una guerra nacional movida por el odio, la rivalidad o la defensa, sino una guerra imperialista ("comercial" la llama Rosas) y ni ingleses ni franceses nos odiaban, bastaría mostrarle al público las cosas como eran para que éste, que siempre está con el débil contra los fuertes, apoyase a Rosas.

Así sucedió. ,Sobre todo estaban los intereses económicos. El bloqueo de Buenos Aires perjudicaba a muchos extranjeros y a los exportadores e importadores de aquellos productos permitidos por la ley de aduana; los propietarios ingleses y franceses de tierras argentinas; en Francía los manufactureros de tejidos caros, séderías, que no tenían símiles en la fabricación criolla; los banqueros que les daban crédito, etc.

Todos esos intereses, hábilmente coordinados por Sarratea y Manuel Moreno, jugaron a favor del triunfo argentino.

Una gran arma a favor del país fue la constituida por los tenedores de títulos del empréstito inglés contratado en tiempos de Rivadavia, cuyos servicios no se pagaban, hasta que Rosas, con criterio político, reanudó el pago de una parte (5.000 fuertes mensuales) en mayo de 1844 "mientras pudiere hacerlo" (es decir: mientras no le bloquearan el puerto).

El gesto de Rosas fue saludado con entusiasmo por los “bonoleros” (así llamaba Rosas a los bondholders, "tenedores de bonos"), que creyeron ver en su actitud un ejemplo para los gobiernos morosos, y apreciarse un papel que no valía nada.

Cuando llegó la intervención y se bloqueó Buenos Aires en septiembre del año siguiente, Rosas dejó dé pagar a los “bonoleros”, que reaccionaron contra el gobierno conservador de Peel y Aberdeen. Como tocar a un ahorrista es tocar a todos los ahorristas igual que dañar a un obrero es dañar a todos la Bolsa entera de Londres se puso contra el bloqueo, arrastrando al diario Times, no obstante su militancia conservadora, porque ante todo quería seguir siendo el órgano de los ahorristas. Ese desbarajuste interno fue aprovechado en Inglaterra por los liberales, esperanzados en recobrar el gobierno.

Para remachar el clavo, Rosas atinó a usar el empréstito, que había sido concertado como arma de dominación, empleándolo como arma de liberación. Hizo suponer a los “bonoleros” que se les podía pagar totalmente si Inglaterra indemnizaba la agresión cometida contra las Malvinas: hubo gestiones del “Committee of Rondholders” ante Aberdeen, naturalmente rechazadas. Los bonoleros, la Bolsa, el Times se movieron con más encono que nunca contra el gabinete, el que acabó por perder las elecciones, reemplazado por los liberales que hicieron la paz con Rosas.

Algo semejante con características propias pasaría en Francia. No fue poca la intromisión de Sarratea en el estado de cosas que produjo en febrero de 1848 la caída de Luis Felipe; siendo el ministro argentino el primero en reconocer la Segunda Repú5lica.

"Lo que hay de cierto afirmó el diputado socialista francés Laurent de l'Ardéche el 8 de enero de, 1850 es que e1 poder de Rosas se apoya efectivamente en el elemento democrático, que Rosas mejora la condición social de las clases inferiores, y que bace marchar a las masas populares hacia la civilización dando al progreso las formas que permiten las necesidades locales. La guerra de los gauchos del Plata contra los unitarios de Montevideo representa en el fondo la lucha del trabajo indígena contra el capital y el monopolio extranjeros, y encierra para los federales una doble cuestión: de nacionalidad y de socialismo". (Publicado en "La Gaceta Mercantil" 'del 20 1V 50, tomada de '¿La Republique",'de París del 9-I 50)

Además de todas esas medidas diplomáticas, Rosas tomó las prevenciones militares correspondientes. Aunque resistir una agresión de la escuadra anglo francesa formada por acorazados de vapor, cañones Peyssar, obuses Paixhans, etc., parecía una locura, Rosas lo hizo. No pretendía con su fuerza diminuta cañoncitos de bronce, fusiles anticuados, buques de madera imponerse a la fuerza grande, sino presentar una cumplida resistencia, que "no se la llevasen de arriba los gringos".

Artilló la Vuelta de Obligado y allí dio a los anglo franceses una hermosa lección de coraje criollo el 20 de noviembre de 1845. No ganó, ni pretendió ganar, ni le era posible. Simplemente enseñó como diría San Martín al comentar precisamente la acción de Obligado que "los argentinos no somos empanadas que sólo se comen con abrir la boca"

Cuando los interventores comprendieron que la intervención era un fracaso, que fuera de las ocho cuadras fortificadas y subvencionadas de su base militar en Montevideo, no podían tener nada más; cuando los vientos sembrados por los diplomáticos de Rosas en París y Londres maduraron en tempestades; cuando el mundo entero supo que los países pequeños y subdesarrollados pueden ser invencibles si una voluntad firme e inteligente los guía, los ingleses y franceses se a apresuraron a pedir la paz.

En 1847 vinieron Howden y Waleski, para envolver a ese "gaucho" en un urdimbre diplomática. Se fueron corridos, porque Rosas resultó mejor diplomático que ellos. En 1848 llegaron Gore y Gross; ocurrió lo mismo. Hasta que en 1849 Southern por Inglaterra, y en 1850 Lepredour por Francia, aceptaron las condiciones de Rosas para terminar el conflicto. Incluso la cláusula 1remenda de humillar los cañones de Trafalgar y Navarino ante la bandera azul y blanca que de esta manera se presentó al mundo asombrado , reconociendo haber perdido la guerra.

"Debemos aceptar la paz que quiere Rosas, porque seguir la guerra nos resulta un mal negocio - dijo Palmerston en el Parlamento al pedir la aprobación del tratado Southern. Y el Reino unido no se estremeció por ello.

Algo distinto pasaría en la patriotera Francia, pero finalmente Napoleón III debió resignarse a la derrota.

“...Rosas no tiene absolutamente ningún derecho…,no ha sido elegido ni por el conjunto de las Provincias Unidas del Río de la Plata, ni por Buenos Aires. Ha llegado al poder por la violencia y es mantenido solamente por el terror de sus crímenes…¿Tenéis los medios?…En el combate de Obligado sus fuerzas fueron avasalladas en un instante…Con 3.000 granaderos franceses arrollaríamos en un instante a esos gauchos cobardes...; algunas lanchas cañoneras y 10 millones de francos bastarán…Pero os pediré que agreguéis 4 ó 5 millones más para terminar de una manera honorable y digna de la grandeza de Francia un asunto conducido hasta ahora de manera tan vergonzosa y deplorable. El Paraguay, el Entre Ríos, el Brasil, solicitan una alianza ofensiva y defensiva que no nos costará nada…Podemos asegurarles un provenir contra las asechanzas de la pretendida Confederación Argentina. En un tiempo que estamos tan pobres de gloria y desde tanto tiempo. ¿el gobierno francés no debe aprovechar la ocasión de adquirir un poco de gloria?" (Diputado Delisle en la Asamblea Nacional de Francia. 30-4-1850) (Rosa, José Maria.La Caída. T.1-225) Así Rosas dio al mundo la lección de cómo los pequeños pueden vencer a los grandes, siempre que consigan eliminar los elementos internos extranjerizantes y atinen a manejar con habilidad y coraje sus posibilidades.


Caseros: La invasión brasileña Justo José de UrquizaEn 1850 Rosas parece más fuerte que nunca. En el orden externo ha rechazado la ingerencia imperialista de las naciones europeas. Manuel Oribe en la Banda Oriental, recupera Montevideo y estrecha los lazos entre ambas márgenes del Plata. En Bolivia, Manuel Isidoro Be1ziú se había impuesto al aristocratismo de Ballivián y formalizaba con Rosas una firme alianza. Hasta Chile y Perú llegaba la sombra del Restaurador.

El "sistema americano" del Restaurador argentino, uniendo a los pequeños estados del Nuevo Mundo contra la prepotencia de las "naciones comerciales" y sus auxiliares nativos, estaba próximo a dar sus frutos.

En el orden interno la paz había sucedido al estruendo de la expedición libertadora de Lavalle diez años atrás, y pasada la reacción de abril de 1842 y sobre todo, levantado el bloqueo por los ingleses en 1847 la Confederación crecía en calma y trabajo por las sabias medidas de la ley de Aduana.

"Buenos Aires está en un pie de prosperidad admirable; en un auge y preponderancia que sorprende", confesaba en marzo de 1849 el ministro de la Defensa de Montevideo, Herrera y Obes. La mayor parte de los emigrados políticos habían vuelto, acogidos por la amnistía.

Pero quedaba frente a Rosas el más enconado y hábil de los enemigos: el Brasil. No todo Brasil, desde luego, sino la aristocracia esclavista que gobernaba con Pedro II, recelosa del eco argentino en los círculos republicanos y senzalas de esclavos. "O Rosas, o el Brasil", había sido la voz de orden de las elecciones de 1.848 que dieron el poder a los conservadores. Si el "sistema americano" llegaba a unir a Sudamérica en una confederación de estados populares sin clases dominantes ni ataduras imperialistas ¿qué ocurriría con la aristocracia brasileña, sus recuas de esclavos y su café barato? Si la política de Rosas unía a la Argentina, República Oriental y Bolivia en un nuevo Virreinato, del Plata, ¿qué quedaría de la expansión brasileña?

Brasil había querido unirse en 1844 a los interventores anglofranceses, pero no pudo hacerlo. Todos sabían que a Rosas "quien se la hace, se la paga" (expresión suya), y que el gobernante argentino subvencionaba periódicos republicanos, antiesclavistas o localistas, y agentes suyos alentaban a los riograndenses del sur y pernambucanos del norte a revoluciones "emancipadoras". Al fin y al cabo pagaba a los brasileños en la misma moneda usada por ellos al, proteger la segregación del Uruguay y Paraguay. En 1850 no era un misterio para nadie y menos para los sagaces políticos del Imperio que apenas la Asamblea francesa aprobase el tratado Lepredour (concluyendo por lo tanto el subsidio que mantenía a Montevideo, y Oribe pudiese entrar en su capital), Rosas y sus aliados se lanzarían a una guerra definitoria y definitiva contra el imperio vecino.

Una guerra ganada de antemano. Dos fuertes ejércitos estaban preparados desde 1850 para alentar la insurrección republicana, segregacionista y antiesclavista que bullía en Brasil: el de Operaciones con 8 a 10 mil hombres, al mando de Urquiza en Entre Ríos, y el Aliado de Vanguardia que, con otros tantos, sitiaba Montevideo, comandado por Oribe. Era tropa veterana con jefes de capacidad probada y excelente armamento, porque terminado el bloqueo en 1847, el dinero entró a raudales en las arcas públicas, y la Ley de Aduana creó una considerable riqueza interna.

En 1850 era evidente para todos que Brasil con su ejército de 8 a 10 mil enganchados bisoños, 4 mil reclutados alemanes sin moral ni escrúpulos, no resistiría la invasión de Rosas que dictaría la paz en Río de Janeiro después de liberar a los esclavos y apoyar gobernantes "americanistas" amigos.

Firmado el 31 de agosto el tratado Lepredour, que le aseguraba la paz con Francia, Rosas ordenó a Guido - ministro en Brasil- romper relaciones, preliminar de la guerra; sobraban los motivos, porque la conducta del gobierno brasileño no había sido precisamente amistosa durante la intervención anglo francesa. Así lo hizo Guido el 30 de septiembre. "El pobre Brasil - confiesa el canciller Brasileño Paulino Soares de Souza ese día - teniendo tantos elementos de disolución, tal vez no pudiese resistir una guerra en el Río de la Plata" (nota al ministro Amaral, en París, de 30 111850). Sólo le quedaba un recurso: trabajar los elementos de disolución argentinos, antes que Rosas acabare de valerse de los brasileños.

Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos desde 1841, y comandante en jefe del Ejército de Operaciones de la Confederación, era el mejor hombre de armas de Rosas: sus victorias en India Muerta, Laguna Limpia y Vences, y la eficaz salvación del ejército federal después de la derrota de Echagüe en Caaguazú, lo acreditaban sobradamente. Desgraciadamente dejo la palabra al gran historiador brasileño Pandiá Calógeras "no obstante ser inmensamente rico tenía por el , dinero un amor inmoderado... Brasil resolvió servirse de él" (Formacao Histórica do Brasil, pp. 277 y 282).

La primera tentativa brasileña de captación del jefe de Operaciones ocurrió en abril de 1850, antes de la ruptura de relaciones, y fue un fracaso. El ministro brasileño en Montevideo, Rodrigo de Silva Pontes, hizo preguntar a un agente comercial de Urquiza, Ántonio Cuyas y Sampere, "si en el caso de una guerra entre Brasil y la Argentina, el Ejército de Operaciones podría permanecer neutral" (9 de abril).

La indignada respuesta de Urquiza fue publicada en su periódico El Federal Entrerriano: "¿Cómo cree, pues, el Brasil, como lo ha imaginado por un momento, que permanecería frío e impasible espectador de la contienda en que se juega nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o de sus más sagradas prerrogativas, sin traicionar a mi Patria, sin romper los indisolubles compromisos que a ella me unen, y sin borrar con esa ignominiosa mancha todos mis antecedentes?" (20 de abril de 1850).

El canciller Paulino, tenaz y astuto, no perdió por eso su optimismo; "Deixemos lo (a Urquiza) é esperemos", alentó al atribulado Silva Pontes.

Rotas las relaciones con Brasil, la guerra debería demorarse seis meses conforme al Convenio de Paz de 1828. Durante ese lapso la actitud del Comandante en Jefe del Ejército de Operaciones argentino, no pareció clara. Sus periódicos, en vez de entusiasmarse con la próxima contienda y la gloria del triunfo, desconcertadamente hablaron de constitución. Eso era sospechoso, porque corno Rosas no quería una constitución escrita en el orden nacional, cada vez que se enzarzaba en una guerra internacional no faltaba algún general argentino que se aliaba “patrióticamente” al extranjero para darles una constitución escrita a los argentinos. Así lo hizo Lavalle en 1839, Paz en 1845, y parecía que quería hacerlo Urquiza en 1851.

No era un afán constitucionalista lo que movía a Urquiza; eran propósitos de otro orden. Su posición como gobernador de una provincia limítrofe, y sobre todo como general del ejército de Operaciones, le daba una situación decisiva en la guerra inminente. Los brasileños habían querido adquirirlo, y se negó; ¿no podría recompensárselo por eso permitiéndole introducir mercaderías a Buenos Aires contra la ley? Lo había pedido a Rosas, y éste muy estricto en tales cosas se lo negó (julio de 1849).

Desde poco después de escribirse en La Regeneración sobre constitucionalismo, Urquiza había entrado en inteligencias con el enemigo. El 24 de enero su agente privado, Cuyas y Sampere, que acaba de llegar de Entre Ríos, entrevista "a altas horas" (dice éste) al ministro brasileño en Montevideo, Silva Pontes. Viene a proponer "como cosa suya, y en el más sepulcral secreto" un plan para "neutralizar" al ejército de Operaciones.

El brasileño, un tanto asombrado ("0 general dos exércitos de Confederacao Argentina... ¡com pretencoes que podería ter un Governante independiente e reconhecido como tal!"dice en el informe a su gobierno del 25), a quien no se le oculta que el agente habla en nombre de Urquiza, lo retrasmite al Canciller Paulino con toda urgencia. Este le manda el 11 de marzo las instrucciones "para entenderse con Urquiza", aceptándole las condiciones que quiera, pero siempre "que se declare y rompa con Rosas de una manera clara, positiva y pública... Es necesario mucha brevedad y decisión en todo eso".

Urquiza acepta pronunciarse contra Rosas con su ejército cuando "Se le aseguren los elementos”, mientras tanto, "y mientras no le custodiasen los ríos" con la escuadra brasileña "no daría la cara de frente" (correspondencia de Cuyas y Sampere, obrante en el Archivo Urquiza)

En los primeros días de mayo la escuadra brasileña ocupa el río de la Plata, y él o Urquiza como gobernador de Entre Ríos y no como jefe del ejército de Operaciones da estado público a un documento redactado el 1°, asumiendo "las facultades inherentes a su territorial soberanía...quedando en aptitud de entenderse con todos los países del mundo."

El 29 de mayo Cuyas, como encargado de Negocios del Estado de Entre Ríso, firma la alianza con Brasil, que venía elaborándose desde el 16 de abril.

Lo triste no es tanto la conducta de Urquiza (al canjear este tratado, dice el canciller Paulino: "En él confiesa Urquiza que su pronunciamiento fue por imposición nuestra, y sólo se pronunció cuando tuvo segura nuestra protección”) ni la "independencia” aunque momentánea, de Entre Ríos, que era y sería irrevocablemente argentina. Es que el Ejército de Operaciones dejaba de ser argentino, y ahora como fuerza militar de un Estado ficticio se pasaba al enemigo con su general a la cabeza.

La ocupación de los ríos argentinos por la escuadra brasileña motivó la formal declaración de guerra al Brasil el 18 de agosto de 1851 (la Historia Argentina "oficial" está tan tergiversada, que oculta nada menos que guerras internacionales). Urquiza invadió el Uruguay por el oeste, mientras el ejército brasileño lo hacía por el norte. Oribe, imposibilita o de oponerles resistencia, debió capitular (8 de octubre). Cuatro días más tarde (12 de octubre) todo Brasil se hacía dar el premio de la victoria: dominación política, militar, financiera y económica sobre el Uruguay, y se quedaba con gran parte de su territorio. También se incorporaría las Misiones Orientales, argentinas de derecho.Urquiza, después de Caseros, lo ratificaría en nombre de la Argentina.

Los dos ejércitos de Rosas habían desaparecido: uno por traición (no, encuentro palabra más suave), otro por capitulación. No obstante no quiso "que los brasileros se la llevasen de arriba" y preparó como pudo un tercer ejército con reclutas, donde lo unico efectivo era al artillería y su regimiento Escolta ,que puso al mando de dos jefes unitarios, pero que antes que unitarios eran patriotas: los coroneles Martiniano Chilavert y Pedro José Díaz.

Urquiza, fue subvencionado con 100.000 patacones mensuales. (cerca de dos millones de francos oro) para llevar la guerra a su Patria. No es un documento secreto: es la cláusula 6° del tratado del 21 de noviembre de 1851, que puede encontrarse en cualquier recopilación oficial.


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