Rodolfo Galimberti. El final del “Loco”, lejos de la gloria y cerca del poder

Por Luis Bruschtein
para Pagina 12
Publicado el 13 de febrero de 2002

Rodolfo Galimberti murió ayer a los 53 años. El ex secretario de la Juventud Peronista y militante guerrillero se había convertido en millonario, asociado a ex agentes de la CIA. Su vida fue usada para desacreditar la militancia popular de la generación de los años ‘70.

La vida de Rodolfo Galimberti terminó ayer a la mañana y no fue por un tiro en combate, como le hubiera gustado en otra época, sino por una afección en la aorta abdominal propia de las personas demasiado gordas. Tenía 53 años, no era lo suficientemente joven como para tener esa muerte heroica que todos recordarían, y tampoco demasiado viejo como para haber disfrutado los beneficios de sus cambios de frente. Se hizo famoso en los ‘70 usando el “nosotros” para referirse a la Juventud Peronista o a los Montoneros y murió usando esa misma primera persona del plural para hablar en representación de otra “orga” que no se entendía bien si eran los Estados Unidos de Norteamérica o directamente la CIA. Pero tanto en los ‘70 como en el 2000, seguía siendo ese personaje grandilocuente, provocador, y siempre necesitado de llamar desesperadamente la atención.

La última secuencia en la vida del “Loco” Galimberti comenzó el domingo a las 19.30 cuando estacionó de un frenazo, en doble fila, frente a la clínica San Lucas, de San Isidro, y bajó con el cuerpo doblado por dolores punzantes en el estómago y la cintura. Los médicos diagnosticaron una perforación de la aorta abdominal, a causa del estrés, la gordura y el colesterol. Galimberti se internó con otro nombre y fue sometido a una operación durante ocho horas hasta que murió ayer a las ocho de la mañana.

Si ésa fue la última secuencia de su vida, es difícil saber cuál fue la primera, la que lo marcó para protagonizar una historia donde parecía que no hubiera más límites que los que él fijaba. Quizá fue cuando a los quince años hirió de un navajazo a un adolescente comunista y descubrió que su padre y su hermano, que lo habían alentado a ese tipo de aberraciones, le daban la espalda y dejaban que fuera preso a un internado. O el día que descubrió a su padre, empleado del Banco de Londres, hablando en inglés con sus jefes, cuando a él lo castigaba severamente si lo hacía. Son anécdotas que contó a Marcelo Larraquy y Roberto Caballero que escribieron un best seller con su biografía.

Como muchos adolescentes de los ‘60, Galimberti, que vivía con su familia en un pequeño chalet en San Antonio de Padua, se integró a Tacuara, la versión populista local del nazi-fascismo, junto a la GRN que expresaba al nazi-fascismo oligárquico. El eje de las dos era el nacionalismo, pero la mayoría de su actividad se limitaba a acciones anticomunistas y antisemitas. Al igual que muchos de esos jóvenes, Galimberti se sintió defraudado por Tacuara y buscó, desde el nacionalismo, abrevar en vertientes de la izquierda. En los años ‘60 participó con Chacho Alvarez, Ernesto Jauretche, Jorge Raventos, Carlos Grosso y Raúl Othacehé, entre otros, en la Juventud Argentina por la Emancipación Nacional (JAEN), un grupo peronista no guerrillero. Lo integraban estudiantes e intelectuales, muchos de los cuales tenían una formación marxista matizada con lecturas de Jauretche, Hernández Arregui, Abelardo Ramos, John William Cooke o Rodolfo Puiggrós.

Galimberti no era un erudito pero le gustaba parecerlo y en sus charlas políticas introducía citas ideológicas y hasta literarias, era irónico y provocador y se esforzaba por desplegar un derroche de seducción que lo mostraba dispuesto a disputar liderazgo y obtenerlo. Proyectaba una imagen de “ganador”, pero con una idea superficial de lo que eso significaba, y así lo actuaba con exageración y buscando desesperadamente que lo reconocieran. Con el surgimiento de la guerrilla peronista, especialmente de Montoneros y las FAR, muchas agrupaciones como JAEN, confluyeron en la Tendencia Revolucionaria hegemonizada por las organizaciones armadas.

La personalidad del “Loco” o del “Tano” lo llevó a convertirse en secretario de la Juventud Peronista cuando numerosos núcleos juveniles de todo el país se unificaron en la JotaPé de las Regionales. Viajó a España, entrevistó y sedujo al general Perón en Puerta de Hierro y regresó casi como hijo adoptivo del viejo líder. Pero cometió un traspié en 1972, cuando convocó a formar milicias populares. El anciano líder queríaregresar como “pacificador”, no como organizador de milicias populares, y la convocatoria pública de Galimberti lo irritó y lo alejó de su entorno.

Desde su caída en la simpatía del general, la militancia de Galimberti fue de bajo perfil, con fuerte acento crítico a la conducción del líder histórico del peronismo. Ya como militante de Montoneros había regresado a su pasión por las armas, la misma que había estimulado su papá Ernesto cuando a los cinco años lo hacía disparar con una pistola belga FN. Su personalidad exaltada, que lo limitaba en la política, encajó perfectamente en la lógica de los “fierros”, que era la que primaba en la política de Montoneros. Osado y eficaz en ese plano, el Loco ascendió en la guerrilla, donde esas características eran más valiosas que la política o la ideología. Así llegó al grado de oficial de la columna norte del Gran Buenos Aires. Galimberti subía y bajaba en la estructura interna. Era eficiente en la acción militar, pero la conducción lo consideraba demasiado “liberal, individualista y con actitudes pequeño-burguesas” y nunca llegó a tener un grado muy alto.

En setiembre de 1974 participó en el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born por el cual la guerrilla obtuvo un rescate de más de 60 millones de dólares. Era el secuestro más rentable en la historia de las guerrillas en el mundo. Tras el 24 de marzo de 1976, la Columna Norte, con Galimberti incluido, planteó una disidencia de izquierda y fue intervenida. El Loco desapareció varios meses. Cuando volvió a contactarse dijo que había sido herido en un enfrentamiento. Salió del país y se hizo una autocrítica por la disidencia en la que había participado. Pero cuando la conducción de Montoneros lanzó la “contraofensiva”, el Loco se puso en disidencia nuevamente y se escindió con un grupo que se denominó “Peronismo en la Resistencia”. 

Su vida entró en una zona oscura, lejos de la acción heroica y de la fama política. Trabajaba como taxista en Francia y su segunda mujer, Julieta, hermana de Patricia Bullrich, murió en un accidente. Regresó cuando se fueron los militares, pero tenía que estar clandestino, sin plata, sin prestigio, sin reconocimiento, con sólo un puñado de simpatizantes. Se sentía un perdedor. Se vinculó a los “carapintada”, desarrolló una profunda aversión contra la clase política que no lo reconocía y hacia una cultura política que lo relegaba al rincón oscuro de los perdedores. Decidió que estaba para más, aprovechó un llamado de Carlos Menem a la “reconciliación” y arregló un encuentro con Jorge Born, su ex secuestrado, le pidió perdón, además de trabajo y se puso de acuerdo con el fiscal Juan Romero Victorica para devolverle lo que quedara del rescate que habían cobrado los Montoneros. Denunció a algunos de sus ex compañeros y creció primero como guardaespalda y luego como socio de Born y de Jorge Rodríguez, esposo de Susana Giménez, en la empresa Hard Communications, que fue acusada de estafar al Hogar Felices Los Niños, de chicos de la calle. 

Para diversificar sus negocios se asoció con dos ex agentes de la CIA en una agencia de seguridad que trabajaba con el grupo Exxel. Tenía un looft, autos deportivos y una colección de motos. El jefe guerrillero se había convertido en un gordo en motocicleta. En su biografía explica que tomó ese camino en homenaje a la generación de los ‘70 que había caído por sus ideales, para demostrar que “ellos también hubieran podido ser exitosos en esta nueva realidad”. Si alguno de los caídos en los ‘70 reviviera, seguramente no le hubiera gustado el homenaje. Es más probable que al decir eso pensara más en el reconocimiento de su severo y ambiguo papá Ernesto.

Otras voces

Juan Carlos Dante Gullo (Ex dirigente de la JP Regionales): “No me mueve ninguna emoción, no se altera en nada lo que significaron los ‘70 y la Juventud (Peronista), de esta muerte y de esa vida no se saca nada.” “Desgraciadamente ante un caso de muerte como este no queda más remedio que guardar silencio.”

Juan Carlos Añón (Ex titular de la JP Regionales, ahora vinculado al Polo Social del cura Luis Farinello): “Su elipsis política tiene que ver con la concepción de la política como una actividad aventurera. Los aventureros no tienen ideología ni identidad. Actúan como un personaje de (el escritor) Emilio Salgari en el siglo XX.”

Jorge Obeid (Diputado peronista por Santa Fe): “Viajamos juntos a España y algunas veces estuvimos en reuniones conjuntas con Juan Domingo Perón y (Héctor) Cámpora cuando los dos militábamos en la JP. Después de 1975 no lo volví a ver. Y su muerte no me trae ningún recuerdo particular.”

Jorge Busti (Senador justicialista): “Galimberti representó en aquellos años todo un sentido de esperanza y gloria para la juventud, y en los ‘90 representó una frustración porque, a muchos que éramos de esa década, verlo aparecer con miembros de la CIA nos dolía. El era la cabeza de toda una generación y desgraciadamente en los ‘80 y los ‘90 había pasado a otra posición. Leí las declaraciones y lo que dijo en los últimos tiempos no me gustaba para nada, no tenía nada que ver con el Galimberti del ‘69. Hoy queda el dolor por alguien que ha desaparecido tan joven.”

Andrés Poggi (Ex líder de la JPRA): “Era un alcoholizado por el poder, no importa cuál poder, por eso deambuló de la extrema derecha a la extrema izquierda, y desde el nacionalismo, pasando por el socialismo marxista, hasta el liberalismo ortodoxo. Es triste la trayectoria de un tipo de mucha voluntad que pasó de ser revolucionario a agente de la CIA.” 

Julio Bárbaro (Ex diputado): “El era católico nacionalista y yo progresista. Era un aventurero, no se lo puede juzgar con las reglas del militante porque no fue un militante, y como aventurero fue digno y apasionado, siempre se jugó todo, nunca fue un burócrata como Firmenich, de quien no habría nada que reivindicar.”

Roberto Cirilo Perdía (Ex líder de Montoneros): “Que en paz descanse, nada más. Prefiero no hablar.”

Se murió hace muchoPor Miguel Bonasso
Dicen que Rodolfo Gabriel Galimberti se murió ayer a los 54 años, pero no es cierto: se murió a comienzos de la década del 80, cuando se entrevistó en secreto con el Almirante Cero en el Buenos Aires del crimen y cambió de camisa. El que se murió ayer, como cualquier gerente, en una operación de aorta, era un gordo homónimo que posaba de canalla en revistas amarillas con viejecitos que ya están en el PAMI de la CIA aunque aún sigan jodiendo. Es más: imagino al verdadero Loco Galimberti haciendo bromas crueles sobre el gordo madurón que se quedó en la operación como cualquier boludo. Un gordo que no cayó en el Líbano, ni en la Franja de Gaza; ni en una esquina de la zona norte de Buenos Aires junto a Carlitos Goldenberg; ni siquiera en la Harley Davidson que estacionaba, imponente, en la puerta del Museo Renault. A mi modo de ver lo único que tenían en común el verdadero Galimba y el dueño de la agencia de seguridad del Exxel Group que murió ayer a la mañana era la sonrisa mordaz, la mueca despectiva de una boca tajeada, casi sin labios. No, en verdad les digo: aquel que llamaban el Tano, el Loco, Alejandro, murió a fines de los setenta, a lo sumo comienzos de los ochenta. Créanme, yo lo conocí: era arrogante y precozmente cínico, cargaba cierta gomina de chico nacionalista del Petit Café, pero poseía un talento político y un arrojo nada comunes. El Perón que jugaba al ajedrez con el dictador militar Alejandro Lanusse lo hizo delegado de la Juventud y el Loco organizó a miles de jóvenes bajo las temerarias banderas de los Montoneros. Luego Perón lo bajaría de un hondazo cuando el delegado juvenil lo puso en aprietos al anunciar la creación de las “milicias populares”. El Loco, entonces, tuvo que “proletarizarse” y “bajar a la base”, así como después tendría que “militarizarse” en la famosa Columna Norte. A fines del ‘76 recibió en la cabeza el “raspón” de una bala de 45 y salvó su vida milagrosamente gracias a unos anónimos ciudadanos que lo guardaron en su casa (un relato que algunos jefes montoneros, como Fernando Vaca Narvaja, pusieron siempre en duda, sospechando que había caído y “negociado su vida con el enemigo”). A comienzos de los 80, después de romper con la conducción de Mario Firmenich, sacó un documento que prenunciaba al futuro socio de Jorge Born y concedió una entrevista en París a Siete Días donde denunciaba a Vicente Saadi y a otros dirigentes peronistas como “agentes soviéticos”. Saadi lo calificó acertadamente como “botón” y creo que ese fue su testamento. Después apareció en escena el gordo homónimo que se casó en Punta del Este, con invitados como Jorge Radice y el fiscal Juan Martín Romero Victorica. El que armó una tramoya para sacarles dinero a los Graiver y dárselo a su nuevo patrón, Jorge Born. El amigo del Corcho Jorge Rodríguez. El que se quedó ayer por la mañana en la sala de operaciones. 


¿Ves que sé todo?”.  Por Raúl Kollmann
“Menos de tres besos es de puto”, le dijo Rodolfo Galimberti a un hombre que entraba a su oficina. Ahí mismo le estampó los tres besos. La escena la presencié el viernes pasado, a las 16.30, cuando me vi con el ex jefe montonero por última vez. La frase, volcánica, despectiva, pintaba perfectamente al personaje. Con una enorme bandera norteamericana a sus espaldas, Galimberti me espetó: “Esos inútiles del Gobierno se creen que el default es gratuito. No entienden nada, no saben lo que pasa en el mundo. Están acá gritando ‘que venga el Principito’. ¿Quién nos va a gobernar? ¿Duhalde? ¿Alfonsín?”.Así era Galimberti: hablaba a mil por hora, lanzando opinión tras opinión. Era feroz, sarcástico, pero sobre todo despreciativo. Se tiraba para atrás en el asiento, con aire displicente, y daba a entender que se las sabía todas. Los demás eran “cagones”, “nunca tiraron un tiro”, “no leyeron ni La Revolución Rusa de Trotski” y otros diagnósticos por el estilo. La primera vez que lo vi fue en casa de un amigo de él, preocupado por un artículo que yo estaba a punto de publicar en Página/12. Cuando llegué, sobre el plato que me tocaba a mí había dejado una carpeta: contenía una especie de ficha de mis antecedentes, con domicilio, teléfono, algunas personas que conocía, militancia anterior y hasta el original de un diploma que nunca retiré de un curso sobre estrategias del narcotráfico. Era una patoteada que celebró como un chico: “¿Ves que sé todo sobre vos?”, se autohalagó. Un día más tarde se publicó la nota señalando que había fundado una empresa de seguridad junto a ex hombres de la CIA y con Jorge “Corchito” Rodríguez, el ex juez Oscar Salvi y un allegado a Miguel Angel Toma como socios. El había tratado de convencerme de que la empresa no era suya, sino de los norteamericanos, y que no iba a tener nada que ver.El viernes pasado estaba patotero como en aquel primer encuentro, aunque el escenario fue distinto. Me citó en una nueva oficina de Universal Control –la empresa que formó con los ex agentes de la CIA– en una casona elegante del no menos elegante Barrio Parque: la dirección exacta, calle Juez Tedín 2790. En la puerta, su camioneta 4x4 Mercedes Benz. Ahí adentro, sobre la pared, es donde estaba colgada la bandera norteamericana. Y Galimberti lo tenía asumido: hablaba casi en nombre del país del Norte.–Esta gente (por los norteamericanos) cree que la clase política argentina se fue al carajo. El peronismo y el radicalismo van a desaparecer, como en Venezuela desaparecieron adecos y copeyanos. Porque acá siempre hubo dos poderes, por un lado el de Manzano y Nosiglia, que siguen dirigiendo todo, y por el otro el poder de la mafia de los bonaerenses, Duhalde, Alfonsín y compañía. Pero ahora se está yendo todo a la mierda: los quioscos ya no venden ni una pastilla Renomé y podemos tener saqueos mucho peores que los de antes. Te hablo de saqueos encabezados por las bandas de delincuentes y los policías más chorros. Es la desintegración nacional. La vorágine despectiva casi no daba tiempo a respirar.–¿Sabés por qué van a hacer falta otra vez visas para entrar a Estados Unidos? Porque se está yendo a vivir allá cualquier cantidad de gente. A los que cruzan el río desde México los llaman los espaldas mojadas. Ahora se vienen los espaldas mojadas argentinas. Se van todos para allá. Por eso otra vez se van a necesitar visas. Y además te digo una cosa: acá no hay con quién hablar. (Los norteamericanos) no le creen a nadie. Dieron la plata y acá se la gastaron. Ahora les licuaron las deudas a las empresas que siempre cagaron a todos los gobiernos y se llevaron la plata afuera. Es increíble, no fabrican nada. La verdad, (otra vez los norteamericanos)me parece que se inclinan por nuevas elecciones. Mirá que yo no soy vocero de ellos, eh, pero es lo que les escucho decir.Por supuesto que también salió el tema por el que lo fui a ver: los rumores de golpe, que además lo incluían.–Dejate de joder. ¿López Murphy y el Círculo de Suboficiales Retirados? Eso es estar afuera del mundo, no entender el abecé de la historia contemporánea. Ese es un invento de la SIDE, que siempre manejaron Manzano y Nosiglia. Es una payasada en la que no intervienen los profesionales de la SIDE, los que yo conocí en Centroamérica y que son serios. ¿Por qué mejor no se ocupan de la Triple Frontera? Es un desastre. Ahí se vienen los Cascos Azules mandados por Estados Unidos.Después agregó: –Ah, me olvidaba del tema de los DNI. Quieren dárselo otra vez a los alemanes, que siempre pactaron con los árabes. El único país que pelea consecuentemente contra el terrorismo es Estados Unidos, y los DNI tienen que estar en manos de una empresa confiable, norteamericana.Al final de la charla, lo que primaba en mí era la sensación de vértigo, de tumulto, y la incomodidad de estar frente a un personaje que fue parte de un movimiento popular antiimperialista y me hablaba ahora en nombre de aquel imperio. Percibió mi incomodidad y me dijo: “Ya me doy cuenta que lo de los tres besos con vos no va. Mejor te doy la mano”. Antes de que cerrara la puerta, me di vuelta y cruzamos una última mirada: estaba con la sonrisa de siempre, como diciendo “¿viste que me las sé todas?”.


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