Mitos y verdades de la globalización

Por Mario Rapoport
para Diario BAE 
Publicado el 14 de mayo de 2013


La mayoría de los textos que hablan de globalización carecen de una perspectiva histórica o, si la tienen, ésta es insuficiente o no bien fundamentada. El problema principal consiste en que muchos de los que se refieren a la economía mundial esgrimen la idea de que las economías nacionales están en vías de disolverse, ignorando el grado en el cual, a lo largo de varios siglos, el proceso de mundialización económica estuvo íntimamente articulado a la formación y desarrollo de los espacios nacionales. Es decir, discutir el estatus teórico e histórico de la globalización remite necesariamente a un nuevo debate sobre el papel de los mercados internos y de los Estados–nación como categorías históricas.

Sin embargo, algunos historiadores y economistas no han sido tomados por sorpresa y antes de que se acuñara el concepto de globalización ya existían otros que podían abarcarlo. Así, por ejemplo, en territorios más limitados y circunscriptos en el tiempo, Fernand Braudel introdujo los conceptos de imperios–mundo y economías–mundo. No trataba de explicar fenómenos que se extendían a todo el globo terrestre pero sí a considerables extensiones de tierra, reconocidas y ocupadas por los hombres, que conformaban una misma unidad económico–política en determinados momentos históricos. Esta visión contribuyó a estimular una perspectiva de más largo alcance en los estudios históricos y se asocia a otro concepto “braudeliano” clave, el de “larga duración”.
Para su discípulo, Immanuel Wallerstein, la economía–mundo de forma capitalista, basada sobre un modo de producción definido, no resulta así una novedad del siglo XX, ni tampoco una simple yuxtaposición de economías nacionales, sino que ha existido, al menos en parte del globo, como un sistema social histórico, desde el siglo XVI. Pero a su vez, como lo demuestra Karl Polanyi, el comercio nacional que sirvió de base a la expansión capitalista no habría sido el resultado de la expansión automática y espontánea ni de los mercados locales ni del comercio exterior a gran distancia de los mercaderes medievales sino de la acción de los Estados nacionales.
Esta temática constituye el nudo central de dos libros importantes de Aldo Ferrer reeditados recientemente: Historia de la globalización I e Historia de la globalización II, el primero abarcando lo que él denomina Orígenes del Primer Orden Mundial y el segundo, la Revolución Industrial y el Segundo Orden Mundial. Con ellos Ferrer suma al hecho de ser un reconocido economista local, con un pensamiento nacional, a través de un prolífica obra en la cual sobresale su clásico La Economía Argentina, el de realizar un aporte importante a la historia económica mundial al estilo de un Braudel o de un Hobsbwan, continuando también la tradición del estructuralismo latinoamericano, como es el caso de Prebisch, Furtado o los trabajos de la Cepal, enfocados en la teoría centro–periferia.
Para Ferrer el mundo es verdaderamente uno solo y es a la vez un conjunto de civilizaciones y países desiguales, ricos y pobres, con diferentes economías, costumbres, culturas, estructuras sociales y de poder. En el primer libro nos explica cómo, desde el siglo XVI, la conformación de un primer orden económico mundial, vinculado con el ascenso del capitalismo naciente, estuvo íntimamente ligada al proceso de constitución de las naciones europeas, a la acción de los Estados bajo el mercantilismo, y a los inicios de la expansión colonial. La piedra de toque de este proceso de globalización fue el descubrimiento de América o, mejor dicho, el descubrimiento por los europeos de otras civilizaciones que desconocían y existían en el mundo. Lo increíble es que esas civilizaciones, superiores en número y, también, en algunos aspectos, en sabiduría, son arrasadas por un puñado de aventureros, que tienen la ventaja de armas y tecnologías más modernas. España, una de las naciones atrasadas de Europa, cabalga con sus nobles y sus soldados a fin de destruir la brillante y decadente civilización árabe y judía, para luego, sin solución de continuidad, apoderarse de América en busca del oro y la plata que necesitaban los europeos para expandir sus mercados.
Pero la intención de Ferrer es mucho más ambiciosa: quiere descubrir los orígenes del desarrollo y el subdesarrollo, explicar las razones por las cuales civilizaciones, países y territorios que hacia el 1500 tenían niveles de ingreso y vida parecidos, cada uno con sus propias peculiaridades, van distanciándose paulatinamente. Como él mismo lo dice: “La observación del pasado ayuda a distinguir qué hay de realidad y cuánto de prejuicio en el debate en curso acerca de la globalización del orden mundial contemporáneo”. Ferrer plantea ideas sugestivas: la dimensión endógena, es decir, el peso decisivo de la cultura, los mercados y los recursos propios, algo que en otros libros llamará densidad nacional, y la articulación de esa dimensión con el contexto externo, ese proceso de globalización que explica a lo largo de la obra. Entre ambos determinan el desarrollo o el atraso de los países. Para ello va estudiando el escenario mundial y las grandes civilizaciones antes del dominio europeo, que no difieren económicamente en tecnologías o estándares de vida que los que existen en la propia Europa y, luego, la revolución cultural de la baja Edad Media y la época del renacimiento europeo, cuando el viejo continente conquista el mundo e impone sus tecnologías, su comercio y sus ideas.
Introduce en su análisis dos conceptos fundamentales: los factores tangibles del poder (población y territorio) y los intangibles (acumulación en un sentido amplio). El primero incluye recursos humanos y naturales, el segundo una serie de elementos que sería largo enumerar aquí pero en el que destaco una visión del mundo que valoriza la propia identidad y elección del estilo de desarrollo e inserción internacional; y un Estado capaz de cohesionar los recursos nacionales y afianzar su participación en la globalización en procesos autocentrados de acumulación y cambio tecnológico. No hay país alguno que haya alcanzado de otro modo altos niveles de desarrollo.
El segundo libro tiene un penetrante estudio de las enseñanzas de la revolución industrial. Aquí observamos con claridad su interpretación del fenómeno globalizador. Ferrer describe la trayectoria del orden mundial mostrando que las asimetrías en el desarrollo de los distintos países, que se acentúan en este período, parten de sus diferencias internas y de sus visiones con respecto a sus posibles senderos de crecimiento. Para él la revolución industrial se limitó a Europa Occidental, Estados Unidos y los dominios blancos. Mientras que, el estilo de desarrollo hacia fuera de la Argentina, el supuesto granero del mundo, lo dejó fuera del Segundo Orden Mundial y, diríamos también, del tercero. Aquí los factores intangibles se nutrieron de una dominante oligarquía rentística, que no apostó a la industrialización y obturó la posibilidad de crear tempranamente nuevos sectores productivos y clases sociales avanzadas e innovadoras como en las colonias anglosajonas. América Latina en general es la región del mundo en la cual la persistencia del subdesarrollo en los países que la integran muestran que, en el largo plazo, han prevalecido más las malas respuestas que plantea la globalización que las buenas, aunque en los últimos años, al menos al sur del continente, las cosas están cambiando y existe una gran oportunidad para construir alternativas al orden vigente.