Carta de Jorge Abelardo Ramos al Consejo Superior de las FF.AA fechada el 12 de febrero de 1986


Esta carta de Jorge Abelardo Ramos al Consejo Superior de las  FF.AA es un documento que debería ser material de estudio en las escuelas secundarias. Es una carta larga, les sugiero que la guarden o copien para su lectura apropiada. Merece la pena.

Al Señor Presidente y Señores Miembros del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.

Señores:

En mi triple condición de argentino, historiador y presidente del FIP (Frente de Izquierda Popular) siento el irrenunciable deber de dirigirme a Uds., en vísperas del dictado de las sentencias a los Señores Comandantes de las tres Fuerzas Armadas que ordenaron la reconquista de las Islas Malvinas.

Al elevar el presente Memorial no me inspira otro interés que no sea el de la patria, hoy tan olvidado. Respecto a los Señores Comandantes procesados, y a los otros responsables anteriores del llamado Proceso de Reorganización Nacional, tampoco me considero ligado en términos políticos o personales.

Jamás almorcé en la Casa de Gobierno con el General Videla o Harguindegui, como tantos escritores y políticos, hoy muy en alza. Tampoco ni yo ni mis amigos gozamos de cargo alguno en el régimen militar. No fuimos embajadores, ni ministros, ni gobernadores, ni intendentes, según era costumbre en la inmensa mayoría de los partidos políticos (hoy “democráticos”) de izquierda a derecha.

Por el contrario, el régimen militar de 1976 – 83 me agravió con varios allanamientos, dos detenciones, cuatro procesos por violar la ley que prohibía la actividad política, algunos centenares de detenciones a miembros del FIP y seis afiliados muertos y desaparecidos. De donde se deduce la total objetividad del presente escrito. No podría estar fundado en otro propósito que no fuera la causa de la Nación, superior a la más amarga divergencia.

La formidable campaña de “desmalvinización” guiada por el oculto poder de la inteligencia Británica, dentro del país y fuera de él, ha llegado a una fase crítica. Ahora, los ojos del pueblo argentino y de sus enemigos seculares están fijos en cada uno de Uds., Señores Jueces del Consejo Supremo. Se aproxima la hora de la sentencia. Desde ya descuento que no podrá influir en el espíritu de los miembros del Consejo Supremo el atrabiliario Informe Rattenbach, que destila “a priori” el rechazo a la gesta de recuperación territorial y en la cual brilla, exquisita, la incompetencia del para-sociólogo militar.

En definitiva, ¿cuál es la médula de la cuestión sometida a ese Tribunal Militar? En homenaje a la brevedad, diré que la simple lectura del Informe de Lord Franks a la Cámara de los Comunes, cuya edición castellana he patrocinado y cuyo prólogo me pertenece, demuestra categóricamente que ya antes del gobierno militar instalado en 1976, el canciller del anterior gobierno constitucional, Dr. Arauz Castex, advertía severamente al gobierno británico que su intolerable política dilatoria respecto a la soberanía argentina de las Islas Malvinas tocaba a su fin y que el gobierno de la República se reservaba el derecho de adoptar las medidas que mejor convinieran al interés nacional. A 150 años de ocupación por la violencia de nuestras islas, a 17 años de la resolución de las Naciones Unidas de iniciar conversaciones que condujesen al traspaso de la soberanía a la Argentina, el incidente de las Islas Georgias y el ultimátum británico contra los obreros argentinos no dejaba al país sino un solo camino.

Por otra parte, se trataba de una vieja historia. YA en 1941, el Capitán de Fragata Ernesto Villanueva, presentaba en la Escuela de Guerra Naval un proyecto sobre los aspectos técnicos de la recuperación de las islas. Durante décadas se estudiaron planes semejantes en las Instituciones Armadas. En 1977, según la Comunidad británica de Inteligencia, citada por Lord Franks, el gobierno de la Reina envió secretamente un submarino nuclear y dos fragatas misilísticas a las Malvinas. Tal era el grado de tensión alcanzado por la despreciativa y burlona actitud británica. Los tres Comandantes hoy procesados por ese Consejo Supremo, estaban lejos de suponer en ese momento que cinco años más tarde llegarían a los más altos cargos de sus Fuerzas respectivas y que el destino les señalaría la responsabilidad que finalmente asumieron.

Para ilustrar lo antes referido, me permito adjuntar al presente Memorial un ejemplar del libro que contiene el Informe de Lord Franks, a cada miembro del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.

No cabe duda que se trató de una decisión política inevitable, adoptada en el momento justo. Desde hacía generaciones ese reclamo yacía en lo más profundo de la conciencia nacional. Su consecuencia militar fue una operación que solo costó la vida del Capitán Giachino, el primer héroe de las Malvinas, aunque no el último.

En cuanto a la rendición de Puerto Argentino, no se trató del fin de la guerra, sino de la suerte de una batalla. El gran estratega británico Lidell Hart sostiene que es preciso desconfiar de aquellos generales o políticos que padecen la obsesión de ganar todas las batallas. La verdadera victoria consiste en la realización de los fines que el país en guerra se ha propuesto lograr. Tales fines no se obtienen exclusivamente por medios militares.

Es frecuente en la historia que dichos objetivos sean alcanzados con el auxilio de criterios políticos, financieros, económicos, culturales o diplomáticos. El objetivo de la guerra no puede residir en el aniquilamiento del enemigo, a costa de la extenuación propia, ni el azar de una batalla, condicionar el resultado de una guerra. Todos los factores proveídos por la voluntad nacional deberían concurrir al fin deseado, en nuestro caso recuperar las Islas Malvinas o preparar el espíritu público para hacerlo.

Para escoger un simple ejemplo, el procesamiento de los generales que el 17 de junio de 1982 derrocaron al Presidente Galtieri sería un juicio más útil a la causa de Malvinas y más adecuado para las funciones del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que el juzgamiento de los Comandantes que ordenaron el retorno de las islas a nuestras manos.

Debo recordar que dichos Generales – Reston, Vaquero, Varela Ortiz, Sotera, Trimarco, Martella, Nicolaides, Calvi y demás colegas – despojaron del poder al Presidente Galtieri no ha causa de una batalla perdida, sino porque en realidad Galtieri se había atrevido a iniciarla. Los Generales conspiradores no pudieron soportar la presión de los cipayos.

En definitiva, los tres Comandantes iniciaron la lucha y los generales liberales la concluyeron de manera vergonzosa. Por lo demás, es un secreto a voces, que desde semanas antes del 14 de junio un grupo de militares del Estado Mayor, ayudados por civiles “prominentes”, comenzaron a conspirar desde la Embajada Norteamericana, con la paternal ayuda del Sr. Harry Schlaudeman. EL propósito era reemplazar al gobierno en guerra con los ingleses por un “gobierno civil provisorio” destinado a hacer la paz con la piratería extranjera que asediaba las islas. Hasta políticos hoy altamente situados participaron de esa conspiración que vio la luz el día 17 de junio. El General Vernon Walters, funcionario de la CIA y agente diplomático de la Casa Blanca, que visitó Buenos Aires en secreto tres veces, podría relatar pormenores punzantes sobre estos singulares argentinos. YA en mayo de 1982, la “desmalvinización” estaba en marcha en las más altas esferas militares y civiles de la Argentina en guerra. Esta historia aún está por escribirse.

Después de la rendición de Puerto Argentino, la Junta que reemplazó a Galtieri ejerció el triste papel de organizar la lúgubre llegada de los soldados y oficiales vencidos y traicionados. NO hubo nada más desmoralizador que aquel regreso semi clandestino, sin pueblo y sin flores. Aturdidos y vejados, los héroes anónimos entraron al país por la puerta trasera, apenas rozados por la ironía de la gran prensa que rebosaba de piedad por la “comida fría” y el “pie de trinchera”, mientras se solazaba en la derrota y condenaba la “aventura criminal”. LA máquina de propaganda descargó entonces todo su poder para quebrantar el espíritu de los ex combatientes. LA llegada al continente fue como vivir una gran vergüenza.

Al parecer, habían sido inútiles los caídos, los heridos, el sufrimiento, la muerte y la vecindad de la muerte. Era un regreso sin gloria. LA gloria quedaba reservada a los políticos charlatanes y mendaces, que irían más tarde a explotar la sed de libertad de la sociedad argentina. Se sabe cómo han burlado algunos verbosos tribunos a la fe popular depositada en ellos.

Así relatado, los generales liberales, que se estaban volviendo “democráticos”, ayudados por los partidos, los intelectuales y los periodistas, remacharon con sarcasmo la circunstancial derrota militar. Agradablemente sorprendido, el Servicio Secreto Británico, que no hacía otra cosa que cosechar fracasos en el resto del mundo, obtenía una inesperada victoria en Buenos Aires.

Los ex combatientes fueron olvidados enseguida. Vagan desde entonces sin empleo, ni ayuda económica o médica hasta hoy, como testigos molestos de un gran enigma. El Presidente Alfonsín, hasta el día de la fecha, ha rehusado reglamentar y poner en ejecución la ley aprobada por el Congreso Nacional que ampararía en mínima parte a los veteranos de las Malvinas. Como la humillación no cesa, un grupo de legisladores nacionales, originarios de diversos partidos, incluido el oficialista, parten para Londres para un besamanos diplomático en la capital de los invasores del territorio argentino. Su condición de legisladores los obligaría a recordar la vigencia del conflicto con Inglaterra. NO se conversa en casa del enemigo cuyas tropas ocupan las islas. Pero la dignidad no es rentable en los tiempos que vivimos.

EL país está plagado de desertores. Los ha empollado el Occidente colonialista durante un siglo y medio de dominación política y cultural. El propio gobierno del Dr. Alfonsín suprimió el 2 de abril del calendario como fecha patria, pretendiendo arrojar la gesta a las tinieblas de la historia. Su candor no tiene límites. Igual método de crítica histórica practicaban ciertos Emperadores Incas y la Rusia de Stalin.

Señores miembros del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas: por las razones expuestas y para defender con hechos nuestros títulos a las Islas Malvinas, resultaría imposible condenar a los Comandantes que ordenaron su recuperación. Una condena, aún la más leve, sería recibida en Gran Bretaña ( y en general, entre las grandes potencias colonialistas) como una confirmación del derecho británico a apoderarse de nuestras islas por la fuerza. Remacharía jurídicamente la rendición de Puerto Argentino por la decisión de un Tribunal militar argentino.

Dentro del país, y en el seno de las Fuerzas Armadas y sus colegios militares, tal condena asumiría el significado de una renuncia a la defensa de la patria. Supondría, lisa y llanamente, una advertencia de que de hoy en adelante toda tentativa de reconquistar por medio de las armas un pedazo de territorio argentino ocupado por una potencia extranjera, solo podría esperar una sentencia infamante del más alto Tribunal Militar de la República. Sería una cruel confirmación de la Doctrina Caputo, esto es, de que la única forma de proteger la soberanía nacional consiste en el empleo de papel sellado, las exhortaciones morales a la piratería inglesa y la substitución como poeta nacional de José Hernández por Rudyard Kipling.

No puedo ocultarles, señores Jueces, que la responsabilidad que asuma el Consejo Supremo en ese infortunado caso sería inmensa. Ningún miembro de ese Concejo Supremo podría soslayar la severa investigación y revisión de tal hipotética sentencia en el día no muy lejano en que un gobierno patriótico ejerza la conducción de la República por la voluntad del pueblo, sucediendo al régimen deplorable que hoy rige en el país y cuya estrategia frente a las grandes potencias reside en ceder un poco más cada día.

En efecto, señores, no se puede condenar a los Comandantes del 2 de abril por su histórica y valiente decisión. Pues esa condena aparecería ante la opinión de América Latina y del Tercer Mundo (y también de la República de Libia, cuya generosa ayuda militar llegó a ser casi decisiva) como si la Argentina reconociese un papel de agresora.

LA proeza iniciada el 2 de abril ¿no fue acaso una lucha gallarda de un país semi colonial en defensa de su integridad territorial? LA ferocidad y la rapacidad del imperialismo anglo sajón ¿no quedo expuesta al desnudo? La hipócrita función del TIAR, por lo demás, resulto para los hermanos de América Latina una demostración irrefutable de lo que es posible esperar en una hora dramática de la famosa “solidaridad americana” urdida en Washington.

En cuanto a la “democracia francesa”, tan en boga en la argentina actual, el voto de Francia contra nosotros en el Consejo de Seguridad, junto a Estados Unidos y Gran Bretaña, reiteró su tradición colonialista. El bloqueo de la Comunidad Económica Europea a la Argentina así mismo puso en claro cuánto podemos esperar del “Occidente democrático”.

Tampoco se podrá dudar que la abstención de la URSS y de China en dicho Consejo, confirmó que la argentina solo puede confiar en sí misma y en América Latina.

Esas grandes lecciones no merecen ser olvidadas. En mi opinión, poco importa el carácter legal o dictatorial del gobierno que decidió retomar nuestras Malvinas. Entre la Argentina, gobernada por una dictadura militar, y Gran Bretaña, dirigida por un gobierno democráticamente elegido, toda la razón está de parte de la Argentina. LA disputa no se intercambiaba en un Congreso de Derecho Internacional sobre el tema “Democracia o Dictadura” para emplear la descarada antítesis manipulada por la señora Thatcher.

Se dirimía, por el contrario, por medio de las armas un combate entre un país semi colonial que luchaba por su independencia y un país imperialista que procuraba perpetuar un enclave colonial. LA democracia inglesa (vigente en su metrópoli) había reposado durante siglos en la dictadura sangrienta más implacable, ejercida por el Imperio Británico sobre la India, Birmania, gran parte de África, Oceanía, Medio Oriente, y América Latina.

Mientras que los latinoamericanos, movidos por un impulso irresistible, sentían soplar de nuevo el viento de Ayacucho, gran parte de la triste “inteligencia” argentina, de los políticos profesionales y de la prensa comercial se mesaba los cabellos. No escasos “intelectuales” rezaban por la victoria de Inglaterra en nombre de su virtuosa oposición a la dictadura militar.

Aquellos que defendimos sin vacilar la gran causa de Malvinas contra el imperialismo fuimos destinatarios del odio de los anglófilos. Poco nos importó, ni ayer ni hoy. Recordamos muy bien la conducta del Libertador General San Martín en una ocasión semejante. Cuando la flota anglo – francesa invadió en 1845 las aguas argentinas del Paraná, gobernaba Buenos Aires Juan Manuel de Rosas y ejercía el manejo de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, por mandato de las provincias restantes. Nadie dudaba que Rosas ejercía la dictadura desde hacía casi 15 años y San Martín lo ignoraba menos que nadie. El ataque y bloqueo extranjero, sin embargo, no era un ataque de Francia e Inglaterra a la dictadura de Rosas, sino a la soberanía de las Provincias argentinas y al suelo de la América Hispánica.

Por esa causa, mientras los unitarios emigrados en Montevideo aplaudían la intervención europea en el Plata y deseaban ver flamear “en sus costas y fuertes la bandera de Francia y la Inglaterra”, según recuerda Saldías, desde Europa el Libertador San Martín, en una carta a Rosas, lamentaba no estar en condiciones por su edad de ofrecer sus servicios a la causa de la soberanía americana. San Martín agregaba que esa contienda, “es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España”. Más tarde, al redactar su testamento, legó la espada que lo había acompañado en sus campañas continentales al Brigadier Juan Manuel de Rosas , que era sin duda alguna, un dictador al que se oponían muchos argentinos y no pocas provincias interiores, pero que en la Vuelta de Obligado había defendido la patria de todos.

Un siglo y medio más tarde, la intervención anglo yanqui en el Atlántico Sur fue repudiada instantáneamente por el pueblo argentino y por las multitudes de América Latina que salieron a las calles en las ciudades del Continente para aclamar nuestra lucha. Fue una guerra nacional y una guerra latinoamericana.

Es mi convicción que la sentencia debe absolver a los Comandantes y ordenar que sean condecorados, así como se ha condecorado a muchos oficiales, suboficiales y soldados de las Malvinas.

Desde ya que dicha absolución no excluiría, por otras vías, la necesaria investigación técnica particular sobre el balance puramente militar de la guerra. , posibles errores cometidos, aciertos o deficiencias verificadas, tácticas a examinar y temas similares.

Absolver a los Comandantes y condecorarlos envuelve una política que va mucho más allá de los propósitos que abrigaron, del contexto diplomático del momento, de los recursos y potencial disponibles, de las hipotéticas alianzas y coaliciones esperadas o de la oportunidad elegida para las operaciones. La sentencia será una anticipación del juicio de la historia. Una absolución no solo implica a los Comandantes. Incluye a la Argentina. Esa sentencia expresará la fidelidad a la Nación o la sumirá en la humillación internacional.

Permítanme decirles, señores Jueces, que la sentencia afectara al país en su relación consigo mismo y con el mundo. Si fuera absolutoria, como solicito, reafirmaría la decisión irrenunciable de la Nación de restituir la integridad de su propio territorio. 

Por supuesto que mi opinión sobre la sentencia que el interés nacional requiere no supone un juicio de valor sobre las múltiples decisiones adoptadas por los Comandantes en el curso de la guerra – propaganda psicológica, inteligencia, coordinación de las Fuerzas, política económica,, respecto al enemigo-. Ese es otro gran tema que estudio en mi libro en preparación “Malvinas: historia de la guerra que Inglaterra perdió”. Añadiré al pasar que en dicha obra estudio asimismo los factores militares del conflicto. La victoria argentina estaba lejos de ser una hipótesis disparatada y así pretendo demostrarlo.

No es sensato olvidar que Estados Unidos e Inglaterra han perdido todas las guerras que emprendieron desde 1945. Corea, Suez y Vietnam demuestran que las guerras nacionales contra el imperialismo no se pierden nunca. El único triunfo norteamericano en nuestros días fue la napoleónica victoria del Presidente Reagan al invadir la isla de Grenada, de 350 kilómetros cuadrados y 90.000 habitantes. Es cierto que esta operación no despertará en demasía la atención de los futuros historiadores.

Al salir el mencionado libro a la luz, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas ya se habrá expedido. En mi obra juzgaré a mi vez al Consejo Supremo. ¡Raro privilegio es el que dispone hasta el más modesto historiador! Por supuesto que también Uds., señores Jueces, desempeñan de algún modo el papel de historiadores, ya que se disponen a enjuiciar a una historia vivida por otros compatriotas, muchos de los cuales yacen en el suelo gredoso de las islas. Nadie está libre de ser juzgado.

En definitiva, absolver y condecorar a los Comandantes trazará el camino de una política nacional para la ardiente cuestión de las Malvinas. Dicha política se define por el mantenimiento del no cese de las hostilidades y por la aplicación de medidas políticas, culturales, financieras, económicas y diplomáticas que lleven a la práctica la voluntad argentina de arrojar de nuestro suelo a los invasores. Las mencionadas líneas directrices son:

1) Suspensión del pago de la deuda externa con la banca inglesa hasta que el último de los soldados imperialistas abandone el territorio nacional (constituye un verdadero escándalo que el gobierno argentino subvencione los gastos de la guarnición británica en las Malvinas, mediante el pago de la dolosa deuda externa a los banqueros de los invasores).

2) La guerra de las Malvinas ha demostrado que solo los propios recursos de la industria civil y de la tecnología militar argentina pueden garantizar la defensa nacional en caso de conflicto. Se impone reestablecer el desarrollo industrial que ponga fin a la dolorosa situación de la clase trabajadora, los técnicos y la clase media pauperizada. Solo así podrá asegurarse el pleno desenvolvimiento de los recursos potenciales de la Nación. Industrialización, justicia social y defensa nacional son valores indisociables.

3) Resulta imperioso el apoyo del Estado a la Comisión Nacional de Energía Atómica, a Fabricaciones Militares y a las plantas nacionales de acero, amenazadas hoy de “privatización”, equivalente a “extranjerizar”. La obra del general Savio se encuentra en peligro. Pilares tradicionales de la estrategia nacional para una Argentina independiente se encuentran paralizados bajo la perversa sugestión de los banqueros anglosajones. LA política es la continuación de la guerra por otros medios, podríamos decir parafraseando a Clausewitz, de donde se deduce que la causa de las Malvinas exige suspender la venta de las empresas estatales así como decidir la construcción de submarinos nucleares. Debemos unir la ciencia y la ingeniería nacionales con los planes de la defensa y la investigación tecnológica.

4) Se requiere la preparación de manuales y textos de estudio sobre la historia del colonialismo británico en la Argentina y el Tercer Mundo, a fin de exorcizar en el sistema educativo argentino el mito de las potencias “civilizadoras” de Occidente.

Señores Jueces:

Hay una Argentina impublicable, profunda y viviente que no encuentra eco en el régimen de difusión actual. Esa Argentina experimenta una profunda ansiedad por la sentencia en la causa de las Malvinas sometida a la decisión de ese Consejo Supremo. Si ella fuera absolutoria, reforzaría la posición argentina en el litigio; si por el contrario, fuera condenatoria, consolidaría el alicaído prestigio británico. Necesitamos demostrar a todos los intrusos y policías coloniales, presentes o futuros, que el país está unido alrededor de las Malvinas unido contra el pérfido poder imperial. NO hay mal medio para recuperar las islas, ni momento inoportuno para hacerlo. ¿Qué hace falta? Solo inteligencia, valor y patriotismo.

Saludo a los Señores Miembros del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas muy atentamente.


Jorge Abelardo Ramos
12 de febrero de 1986