El loco y la piba (Rodolfo Galimberti y Patricia Bulrrich )

Por Jorge Gadano 
para Diario Río Negro
Publicado el 9 de marzo de 2002

El autor de esta nota conoció a Rodolfo Galimberti en México, un país clásico del exilio, desde que dio refugio a los españoles republicanos como León Felipe hasta los latinoamericanos que escapaban a las dictaduras de sus países en los "60 y los "70. Al contrario de lo que sucedía en Brasil, que para los argentinos fue país de exilio pero sólo en tránsito hacia otro más seguro (en los años 1976 y siguientes había en ese país una "dictablanda", la del general Ernesto Geisel, que no obstante la "blandura" era capaz de secuestrar, torturar y matar a cualquiera), en México regía el estado de derecho y los exiliados sabían que sus derechos civiles serían respetados mientras no intervinieran en la política interna. 

Galimberti, no obstante, tenía el comportamiento de un clandestino. Era, por cierto, comprensible que así fuera, porque la dictadura argentina había enviado a aquel país a un grupo de tareas con la misión, frustrada, de matar a dirigentes montoneros. Pero transmitía la sensación de que le gustaba moverse así. Por una parte, era insoportable para él la idea de que nadie lo buscara. Daba la impresión de que quería seguir viviendo el enfrentamiento. Su imponente narcisismo le impedía admitir el haberse convertido en un ser inofensivo. Y por la otra, como no sólo su pensamiento sino toda su opulenta personalidad, en cuerpo y alma, estaban impregnados de fascismo, le podía parecer una debilidad pedir amparo para su vida y sus derechos constitucionales. Era así: para pelar una manzana usaba un puñal que llevaba oculto en su bota. No cuando estaba solo, naturalmente, sino cuando tenía público. Alguien lo definió entonces como un psicópata grave, y tenía razón. 

Fue un gran histrión y le gustaba la escena. Como a Miguel Bonasso. Ambos ofrecieron una vez en una reunión de exiliados un espectáculo memorable. En otra ocasión, almorzaba con su compañera Julieta Bullrich y un par de amigos en un restorán de la capital mexicana. De pronto, se le ocurrió que un tipo sentado en otra mesa que lo miraba iba a matarlo. De modo que con una seña y un susurro de pocas palabras envió a Julieta a un baño, para que entregara un arma a uno de los amigos que, movido por una seña, la siguió. Luego se fueron los tres. El cuarto comensal relató después que lo dejaron ahí, mirando al asesino y pagando la cuenta. Afuera llovía. 

Por países de exilio también rondaba Patricia Bullrich, que además de subversiva en fuga como tantos era cuñada del personaje. "Galimba" era un tipo muy inteligente y capaz de penetrar en el alma de las personas que lo rodeaban. Una de esas personas era Bullrich. Porque la conocía y sabía de su avidez por escalar y la creía capaz de apropiarse de todo cuanto tenía al alcance de su mano, predicaba sobre la necesidad de "pisarle los dedos". 

Galimberti terminó su vida como un monstruo porque, vuelto al país, se convirtió en custodio de Jorge Born, se asoció con gente de la ESMA y de la CIA, e incursionó en negocios presuntamente turbios con el mismo Born y con el novio de Susana Giménez. Pero como protagonista de "la traición" que se pasó a las filas del enemigo tuvo mucha compañía. Tal vez Patricia, la "Piba", haya sido la más notoria entre quienes cambiaron de bando. 

En 1983, cuando la democracia renacía, una Bullrich ya no tan montonera como peronista descubrió que el peronismo se había pasado a la derecha. El hallazgo presuponía que el peronismo había sido de izquierda alguna vez pero, como quiera que haya sido, lo de Bullrich no era una voz de alarma para adoptar medidas de defensa, sino el anuncio de que ella se pasaba también. 

Fue así como, desde entonces, pasó por el menemismo, se juntó con Gustavo Beliz y Domingo Cavallo y, finalmente, ingresó al círculo áulico de Fernando de la Rúa como ministra de Trabajo. 

Tanto el "Loco" como la "Piba" dejaron atrás ideales juveniles que defendieron juntos -aun después de la ruptura con Montoneros en 1979- y se incrustaron en los intersticios del "sistema" al que decían combatir. Pero mientras él se exhibió en la pasarela de lo siniestro, ella tomó un camino distinto: siempre mirando hacia el poder, pero sin encandilarse, tejió la alfombra que la elevó desde la Juventud Peronista hasta las cumbres de hoy. Si alguien intentó "pisarle los dedos", fracasó. 

A menos de un mes de la muerte de Galimberti, un hombre solo e infeliz en el final, en deslumbrante contraste, Patricia Bullrich formalizó su candidatura presidencial en nombre de un partido que lleva en el bolsillo, al que bautizó como "Ahora Argentina". Montada sobre una encuesta que le da el tercer lugar entre los dirigentes con mejor imagen del país, después de Elisa Carrió y Carlos Reutemann, ella cree que puede llegar a la presidencia de la República. 

No es un imposible. Ha demostrado sobradamente que conoce el "know how" para ascender en política, y que su ambición no tiene límites. Quiere al poder como a sí misma.