El capitán Don Rufino Solano. Como a tantos otros, la patria lo tiene olvidado

Por Omar Horacio Alcantara*
publicado el 23 de julio de 2007

El malón. Oleo sobre tela de Mauricio Rugendas (1802-1858).
El Capitán azuleño Don Rufino Solano actuó en la llamada “frontera del desierto” entre los años 1855 y 1880, desarrollando un papel inigualable dentro de toda la historia argentina. Conoció y trató personalmente con Justo José de Urquiza, Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Bartolomé Mitre, Marcos Paz, Adolfo Alsina, y hasta el mismísimo Julio Argentino Roca y ministros de sus gabinetes. En el ámbito militar actuó y luchó bajo las órdenes del Coronel Álvaro Barros, Coronel de Elia, General Ignacio Rivas, Coronel Machado y en el plano eclesiástico, fue además el eslabón militar con el Arzobispado Metropolitano, en la figura de su Arzobispo Monseñor Federico León Aneiros, denominado el “el Padre de los indios”.

Con verdadero arte y aplomo también se vinculaba y relacionaba con todos los Caciques, Caciquejos y Capitanejos de las pampas, adentrándose hasta sus propias tolderías. Mediante ello, logró liberar cientos de personas, entre cautivas, niños, camaradas militares, y en una ocasión hasta un Juez de Paz de Tapalqué, en medio de aquella época donde arreciaban los malones. Asimismo, mediante su labor mediadora y pacificadora, evitó muchísimos sangrientos enfrentamientos. Es así como prestigiosos y académicos historiadores, concluyen sin vacilar que “durante casi veinte años el Capitán Solano logró mantener la paz en sus confines (sic)”. Galardonan su legajo militar dos glosas manuscritas por el Coronel Álvaro Barros, fundador de Olavarría, colmándolo de merecidos elogios.

Por este don que poseía, el Ministro de Guerra Adolfo Alsina, ante una gran multitud reunida en el Azul en el mes de diciembre del año 1875, le manifestó: “Capitán Rufino solano, usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero”. Es que, con sus tratados de paz, logró evitar los ataques a la región durante la guerra con Paraguay donde existía mucha debilidad en la frontera.

Si bien era poseedor de una gran valentía, lo que más lo identificaba era su poder de persuasión, no solo porque hablaba el idioma araucano a la perfección, sino que además sabía como plantarse ante los caciques y demostrar su firmeza, sinceridad y honestidad en el trato; esta innata virtud le permitió gozar del máximo prestigio y confianza de ambos bandos. Mediante su atinado manejo de situaciones críticas logró evitar mayores derramamientos de sangre y por este aspecto, con toda justicia, se lo conoció como “el diplomático de las pampas”, ello, antes que el General Julio Argentino Roca decidiera llevar a cabo la “conquista del Desierto” en 1880, contienda en que el gran Capitán Rufino Solano no participó. Pero actuó valientemente como soldado cuando debió defender los suyos, como veremos más adelante.

Desempeñando esta función, se lo vio acompañando a cuanta delegación de indios se acercó a Buenos Aires a parlamentar con las autoridades nacionales, tanto políticas, militares como eclesiásticas. Cuando venía con alguna delegación, se alojaba en el Hotel Hispano Argentino u otro de Buenos aires, a veces en los Cuarteles del Retiro, e iba con ellos a las entrevistas, y finalmente los acompañaba de regreso cabalgando nuevamente, rumbo a la frontera.

Durante sus servicios, efectuó travesías de miles de kilómetros a caballo, siempre acompañado por tres o cuatro soldados e incluso en muchas ocasiones se aventuraba solo; solía pasar varios días en las tolderías, era admitido y aceptado allí, merced al enorme respeto y consideración que le tenían y eso le sirvió para retirarse levándose cautivas y otros prisioneros de los indios.

Por supuesto que este “hombre de dos mundos” sabía hablar el idioma de los indígenas a la perfección, especialmente el araucano, la lengua de Calfucurá, y manejaba los términos adecuados para manifestarse ante los indios; pero, tan valiosa como esta virtud, era la que también sabía usar en forma adecuada las palabras en español, ante sus superiores, tanto militares como del Gobierno Nacional, para llegar así a acuerdos ecuánimes y que finalmente se cumplieran. Esta honestidad en su comportamiento le permitió siempre regresar a las tolderías para lograr salvar nuevas vidas.

En una ocasión, durante sus recorridas por la frontera, sorpresivamente se encontró acorralado por una gran cantidad de indios, Solano iba con un pequeño grupo de soldados. Todos sus soldados sacaron sus armas, preparando una rápida huída mas el Capitán les gritó a sus hombres que se quedaran quietos, ya que actuando de esta manera lo único que iban a lograr sería que los “chucearan” de atrás. En lugar de ello, les pidió que lo esperaran, que iría a parlamentar para tratar de salvar sus vidas, y se dirigió solo hacia un individuo que, por su postura y aspecto, parecía era el líder de la indiada. Solo Díos sabe lo que les dijo, la cuestión es que cuando terminó el coloquio se adentraron todos hasta la toldería, y luego de un par de días regresaron con un grupo de cautivas y hasta fueron acompañados, escoltados, por los propios indios y su Caciquejo hasta las cercanías del fuerte. Lo narrado se encuentra plasmado en manuscritos de la época obrantes en acreditados archivos oficiales (Archivo Histórico del ejército Argentino).

No fue esta la única oportunidad en la existencia del Capitán Solano en la cual estuvo a cinco centímetros de punta de una lanza, pero lo dejaré para otra oportunidad, porque debo continuar con mi relato.

Actuó en los Fuertes Estomba, Blanca Grande y del Arroyo Azul, entre tantos otros. Con su actuación militar se lo considera uno de los forjadores de las fundaciones de las ciudades de Olavarría, San Carlos de Bolívar, entre otros lugares donde le toco servir (batallas de Blanca Grande, de San Carlos, etc.).

Por el año 1873, en un multitudinario acto, le fue entregada por la sociedad de la ciudad de Rosario, Santa Fe una medalla de oro, en premio a sus servicios rescatando prisioneros y cautivas residentes en esa ciudad. Además se le hizo entrega de un testimonio de gratitud que manifiesta lo siguiente: “Rosario, 5 de agosto de 1873. Al Capitán Don Rufino Solano: Me es satisfactorio dirigirme a Ud. Participándole que el “Club Social” que tengo el honor de presidir resolvió en asamblea general obsequiar a Ud. Con una medalla de oro que le será entregada por el socio Don José de Caminos la que tiene en su faces verdadera expresión de los sentimientos que han inspirado al “Club Social” a votar en su obsequio este testimonio de simpatía y agradecimiento por la atenta abnegación y generosidad con que penetró hasta las tolderías de los indios de la Pampa para realizar el rescate de los cautivos cristianos, llevando con plausible resultado la difícil y peligrosa misión que le encomendó la Comisión de rescate del Rosario. Esta sociedad no podrá olvidar tan preciosos servicios y ha resuelto acreditarle estos sentimientos con este débil pero honroso testimonio. Manifestando así los deseos del “Club Social” del Rosario, me complazco en ofrecer a Ud. Toda mi consideración. Firmado: Federico de la Barra (Presidente).” Dicho acontecimiento fue reflejado en las primeras planas de todos los diarios de la época.

Luego de finalizar la conquista, los indios siguieron buscando al Capitán Solano para que les ayudara a conseguir tierras donde vivir y muchos de ellos las consiguieron gracias a su influencia acompañándolos ante el mismísimo Presidente de la República, General J. A. Roca, a efectuar sus petitorios; así lo hicieron el Cacique Valentín Sayhueque, Manuel Namuncurá, la Reina de los Indios Catrieleros Bibiana García, entre muchos otros. En esos territorios obtenidos hoy están enclavadas las ciudades de Los Toldos, Catriel, Valcheta y otras poblaciones más, todas ellas en territorio de las Provincias de Buenos Aires y de Río Negro.

Intervino en numerosas batallas en defensa de los pueblos fronterizos (Azul, lavaria, Tandil, Bolívar, Tres Arroyos, etc.) y en contra de los malones, entre ellas se menciona la de Blanca Grande a las órdenes del Coronel Álvaro Barros, y con el General Ignacio Rivas en la sangrienta batalla de San Carlos, actual ciudad de San Carlos de Bolívar; en esta última contienda, que duró todo el día, mientras Solano blandía su sable, los indios, reconociéndolo, le gritaban “pásese Capitán”. Por supuesto que no lo hizo, porque tanto él como ellos sabían cual era su lugar.

Su intervención en San Carlos no impidió al valiente azuleño que apenas días después de esta decisiva batalla, se presentara nuevamente en la toldería de su contrincante vencido, nada menos que el temible e indómito Calfucurá, llamado el Soberano de las pampas y de la Patagonia, siendo casi un milagro que no lo mataran; no solo ello, sino que después de unos días logró retirarse llevándose consigo decenas de cautivas a sus hogares.

Este episodio es único, porque Calfucurá, sintiéndose morir, cierta noche le indicó al Capitán Solano que se retirara, porque sabía que inmediatamente después de su muerte lo iban a ejecutar junto a todas las cautivas. Así lo hizo, e inmediatamente luego del fallecimiento del cacique, partió el malón a alcanzar al rescatador y las cautivas: escuchando los aterradores gritos de sus perseguidores y cabalgando durante toda la noche, finalmente lograron salvarse llegando a sitio seguro. Fue así como el Capitán Rufino Solano fue el último cristiano que habló y vio con vida a este legendario cacique. Por esta verdadera hazaña el Capitán Solano fue recibido con admiración y gratitud en Buenos Aires por el Arzobispo Aneiros, el Presidente de la Nación y todos sus ministros. Monseñor Aneiros hizo colocar en el Palacio del Arzobispado una placa conmemorativa de este singular episodio.

A propósito de esta máxima figura de la Iglesia Argentina, Arzobispo Federico León Aneiros, denominado “el Padre de los indios”, en varias oportunidades, el Capitán Rufino Solano ofició de enlace e intérprete con diversas embajadas de líderes indígenas, con quienes esta autoridad eclesiástica del país mantuvo varias reuniones en mencionado Hotel Hispano Argentino de Buenos Aires y en la sede del Arzobispado.

La Iglesia anteriormente había intentado un acercamiento al aborigen, fue así como en enero de 1859, el padre Guimón, asistido por los padres Harbustán y Larrouy, bayoneses, se internaron en Azul para entrevistarse con Cipriano Catriel, manteniendo tres encuentros con este cacique. El primero fue halagüeño, mostrándose Catriel solícito para atender los requerimientos. En el segundo, el P. Guimón expuso los proyectos de su acción evangelizadora, expresándole: “Somos extranjeros, hemos consentido el sacrificio de abandonar nuestro país, nuestros parientes y amigos, con el solo fin de dar a conocer la verdadera religión… ¿No tendría el cacique el deseo de ser instruido en ella?”. “-¿Por lo menos negaría el permiso de enseñarla a la gente de la tribu y especialmente a los niños?”.
Todo hacía suponer la afirmativa respuesta del cacique, sin embargo, después de consultar al adivino y a los demás jefes, el primero mostró su negativa. Durante la tercera entrevista, respondió Catriel: “No queremos recibirlo más en adelante, ni siquiera una vez, aunque fuera solo para satisfacción de su curiosidad”. Debido a esta manifiesta hostilidad demostrada por los indígenas, el misionero debió regresar a Buenos Aires, viendo totalmente frustrado su intento de acercamiento.

Catorce años mas tarde, el 25 de enero de 1874, llega al Azul el padre Jorge María Salvaire (lazarista) con idénticas intenciones de catequizar e impartir los sacramentos, pero esta vez contando el sacerdote y la Iglesia con la invalorable presencia intercesora del Capitán Solano. Es así como debiendo internarse en la pampa, en dirección a los toldos de Namuncurá, la prudencia y la cautela de este célebre sacerdote le aconsejaron la intervención de “…el capitán Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección”.

Queda certificada la activa participación e influencia ejercida por Solano, por la existencia de tres cartas dirigidas al capitán; dos enviadas por el cacique Alvarito Reumay, fechadas el 15 de febrero y 13 de marzo de 1874, y la otra del cacique Bernardo Namuncurá, del 13 de marzo de 1874.

Son célebres los sucesos ocurridos en el transcurso de las mencionadas tratativas. La providencial intervención de Bernardo Namuncurá salvándole la vida al sacerdote, y las consiguientes promesas a la virgen efectuadas por el P. Salvaire, dieron origen a su proceso de beatificación, el cual se halla en trámite.

Fue así como el Capitán Rufino Solano trató, colaboró y le allanó el camino en la misión, casi quince años postergada, al virtuoso y venerable Padre Jorge María Salvaire, llamado “El misionero del desierto y de la Virgen del Luján”, comenzando la iglesia a tener un contacto mucho más frecuente y fluido. Así lo testimonia la afectuosa correspondencia remitida por el Cacique Manuel Namuncurá a Aneiros, destacando este cacique la presencia del Capitán Solano guiando la delegación que iba a entrevistar al Arzobispo.

Fue el propio Padre Jorge María Salvaire quién, mas tarde, colocó la piedra fundamental de la gran Basílica de Luján, el 15 de mayo de 1887.Fue su Cura Párroco, y murió en la misma ciudad de Luján el 4 de febrero de 1899 a los 51 años de edad. Sus restos fueron depositados en el crucero derecho de la Gran Basílica de Nuestra Señora de Luján a los pies de la imagen de la Medalla Milagrosa, al lado del Altar Mayor, donde yacen hasta el día de hoy. Por su parte, los restos del Arzobispo Aneiros descansan en un mausoleo situado en el ala derecha de la Catedral de Buenos Aires, en la capilla consagrada a San Martín de Tours.

En cambio, la tumba de este notable azuleño se halla ubicada en el rincón más apartado, recóndito y olvidado del cementerio local. A tal punto que, sin ayuda, difícilmente se la podría localizar.

En el marco de la excelente muestra sobre Cervantes desarrollada en nuestra ciudad, hemos podido apreciar con que admirable fervor los habitantes de otros lugares defienden sus raíces, su cultura y sus tradiciones. Esta cualidad, tan loable y difundida por nosotros cuando es ejercitada por foráneos, debe servir de ejemplo en nuestro medio para valorar y tutelar de igual modo lo que es auténticamente nuestro. Únicamente con esta actitud, obtendremos y mereceremos similar respeto y consideración de parte de los demás. Dejo el tema, librado al sano y sabio discernimiento del muy querido azuleño.

Por esta meritoria labor desplegada por el Capitán Solano, junto a estas grandes figuras de la Iglesia, no son pocos los historiadores religiosos que lo señalan y lo refieren en señal de reconocimiento a su preciosa colaboración; incluso en la más reciente actualidad, el destacado historiador Monseñor Dr. Juan Guillermo Durán, miembro de la Academia Nacional de la Historia y Director del Departamento de Historia de la Iglesia, de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, en el año 2001 vino al Azul para fotografiar la tumba del Capitán Solano, publicándola a página completa en su libro “En los Toldos de Catriel y Railef” (Editorial de la Pontificia Universidad Católica Argentina, 2002). Se puede afirmar, sin dudarlo, que el Capitán Rufino Solano es el militar mas querido de la Iglesia.

Hace aún más valiosa y meritoria su intervención, el hecho de que su figura se convirtió en el punto de inflexión entre la función del ejército y la acción de la Iglesia, cuyas posturas y principios se presentan a menudo, por sus disímiles naturalezas, incompatibles, enfrentadas e inconciliables.

Para comprender mejor y valorizar la obra del Capitán Solano, es necesario ubicarse en el contexto y en el paisaje de la época y en nuestra patria. Por esos días la frontera era lo mismo que pararse en la orilla del mar, no había nada más que horizonte. En ese horizonte, de manera recóndita acechaba el peligro, los indios, la muerte, la cautividad. No había árboles ni nada que interrumpiera la visión, si se transitaba se debía pernoctar en medio de esa inmensidad, sin nada para protegerse, solo cielo, tierra y distancia. Nada para guarecerse del frío, de la lluvia, el viento o el calor. Idéntica situación se producía si había que luchar. Las travesías duraban días, hasta semanas enteras, se debía llevar suficiente provisiones y caballos para el recambio. Los indios brotaban de la tierra como por arte de magia. El espectáculo de una toldería india es inimaginable, allí las cautivas y prisioneros vivían en un infierno. Si alguien lograba escapar, seguramente moría en el desierto.

Las mujeres indias, por celos, hostigaban continuamente a las cautivas y les daban de comer las sobras, como si fueran perros. Para que no escaparan, a los prisioneros se le despellejaba las plantas de los pies, lo que obligaba a trasladarse arrastrándose por el suelo; vestían harapos, el hedor era insoportable. Las escenas y el ambiente eran ciertamente escalofriantes. Salvo esto, tampoco era muy diferente era la vida en los fortines o de los pueblos que se formaban alrededor de ellos.

La máxima figura azuleña demuestra que cuando alguien es verdaderamente grande jamás termina siendo olvidado totalmente, porque esa grandeza supera todos los obstáculos, incluso la ingratitud y propio paso del tiempo. Los servicios del Capitán Rufino Solano, sus conocimientos, destreza y valentía fueron requeridos por todos los sectores de nuestra olvidadiza sociedad, desde familiares desesperados que le rogaban que salvara a sus seres queridos prisioneros de los indios, pasando por las máximas autoridades nacionales, tanto políticas como militares, y aún como producto de la constante preocupación de la Iglesia por darle una solución a la critica situación. Durante décadas, todos supieron quien era y donde estaba el Capitán salvador, y él atendió a todos. Ahí radica la explicación del porqué su recuerdo siempre regresa: sencillamente por que no se puede investigar y ponderar ciertamente la historia argentina sin toparse de repente con su estampa.

En efecto, el Capitán Solano, cuyas acciones estaban regadas de un coraje, sacrificio, y espíritu de servicio excepcionales, fue una persona real, no fue una leyenda ni tampoco una novela, aunque sus épicas historias parezcan serlo, dado lo increíble de su intrepidez. Gracias a Dios este Capitán existió en la realidad de nuestra dura historia, porque debido a ello mucha gente pudo seguir con vida. El Capitán Solano vivió y sirvió a su Patria durante toda su pobre y sacrificada vida en Azul y rara vez le llegaba un sueldo. En cambio otros vivían colmados de comodidades en sus lujosas casas de Palermo de Buenos Aires, cobrando además pingues sueldos por inexistentes servicios prestados en el Azul. Esa es la cruel injusticia que nos debe doler a todos los azuleños.

Pero, les digo, en algún sitio está pidiendo ser rescatado por nosotros, sus paisanos, porque la mayoría somos descendientes de los que protegió e incluso de tantos otros que liberó, y créanme que nadie lo merece más que él.

Por último, les señalo que el Capitán Rufino Solano era hijo de Don Dionisio Solano, un valiente Teniente de Patricios, guerrero de las Invasiones Inglesas, y de la Independencia Nacional, que actuó junto al General Manuel Belgrano durante las Campañas al Paraguay y del Norte; y más tarde, fue el jefe de la caravana de familias fundadora del azul, a fines del año 1832; muriendo también en el Azul a una edad superior a los cien años.

A menos de cinco años de la fundación del Azul, nació nuestro personaje (1837), viviendo en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida en 1913. Así lo testimonian su acta bautismal, los Censos Nacionales de 1869 y 1895 (el primero y segundo del país) y la certificación de defunción asentada el año indicado en registro del cementerio de nuestra ciudad.

Este ejemplar ser humano, que lo dio todo por sus semejantes, al cual centenares de familias le deben su existencia, murió pobre, viejo y olvidado en su pueblo natal, y sepan todos que se llamaba Capitán del Ejército Argentino Don RUFINO SOLANO y fue, como él siempre lo decía, un fiel servidor de la Patria.-

*Sobrino bisnieto de Rufino Solano


BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES UTILIZADAS

- En los Toldos de Catriel y Railef: Juan Guillermo Durán. Editorial de la Pontificia Universidad Católica Argentina, 2002.

- Historia del Antiguo Pago del Azul: Alberto Sarramone, Editorial Biblos, Azul, 1997.

- Recordando el Pasado: Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.

- Buenos Aires Ciudad y Campaña 1860/1870: Editorial Antorchas, Pablo Buchbinder, Abel Alexander y Luis Priamo, 2000.

- Gran Enciclopedia Argentina: Diego A. de Santillán. Ediar Soc. Anon. Editores, 1961.

- Libro con Indios Pampas y conquistadores del desierto: Samuel Tarnopolski. Buenos Aires, 1958.

- Monseñor Aneiros, Arzobispo de Buenos Aires, y la Iglesia de su tiempo: Héctor José Tanzi. Junta de Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, 2003.

- Diccionario Biográfico Argentino: Enrique Udaondo. Imprenta Coni, Buenos aires, 1938.

- Nuevo Diccionario Biográfico Argentino: Vicente Osvaldo Cutolo. Editorial Elche, Buenos Aires, 1985.

- Diccionario Histórico Argentino: Ricardo Piccirilli, Francisco L. Romay y Leoncio Gianello. Ediciones Históricas Argentinas.

- El significado de la Nomenclatura de las estaciones ferroviarias de la República Argentina: Enrique Udaondo (Estación El Lenguaraz). Talleres Gráficos del Ministerio de Obras Públicas, 1942.

- El Beato Miguel Garicoïts Fundador de los Padres Bayoneses, Pedro Mieyaa, Buenos Aires, s.e., 1942, p.376/79.

- Historia Argentina Contemporánea 1862 - 1930. Raúl Entraigas, publicada por la Academia Nacional de la Historia. Editorial El Ateneo, Buenos Aires.

- Caras y Caretas, Año XV, Num. 732.

- Fototeca del Archivo General de la Nación.

- Museo Histórico “Enrique Udaondo” de Lujan.

- Museo “Ricardo Güiraldes” de San Antonio de Areco.

- Archivo Histórico del Ejército Argentino.

- Museo “Julio Marc” de la Ciudad de Rosario.

- Diario "El Nacional" (Bs. As., 14-III-1873).

- Diario “La Prensa" (Bs. As., 13- III- 1873).

- Diario “La Capital” (Rosario, Marzo, 1873).

- Diario “El Tiempo” (Azul, 09 de julio de 1964)

Fuente

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Texto extraído de: “Recordando el Pasado”, de Antonio del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.

El capitán Don Rufino Solano, es uno de los buenos y leales servidores de la civilización. Desde su juventud, sirve en las fronteras jugando temerariamente su vida; salvando de las garras del salvaje, infinidad de cautivos, para devolverlos a los hogares de donde han sido arrancados por la fuerza y la insolencia brutal del indómito hijo del Desierto. No se detiene ante el peligro de las chuzas ensangrentadas de los bárbaros que irrumpen como avalanchas de fieras, husmeando sangre. Su misión noble y austera, lo lleva más allá.

El capitán Solano, entiende que es deber de patriotismo y de humanidad tender la mano a sus semejantes; y sin darse reposo acomete durante largos años la ruda tarea de pactar con los indios y rescatar los cautivos. Para ello, se interna Tierra Adentro, llega a las mismas tolderías, habla con los caciques en cuya compañía pasa largas temporadas, y regresa a tierra de cristianos trayendo como trofeos de sus incursiones arriesgadas gran número de cautivos de ambos sexos que allá en los aduares salvajes han gemido amargamente en aquellas largas e interminables noches de sus cautiverios.

El capitán Solano ha recorrido las más largas, penosas y arriesgadas travesías en aquellas épocas en que internarse al Desierto equivalía renunciar a la vida. El mérito de éste valiente soldado de la civilización, consiste en este valor frío, tranquilo, sereno; en ese tacto y en esa seguridad que tiene en su propia fuerza de voluntad. El va, se interna a los confines de la pampa donde el bramido del tigre y el alarido del salvaje hacen dúo infernal y viven en consorcio amigable: es que las fieras también se buscan y fraternizan en las soledades y en las tupidas marañas de los campos solitarios del Desierto. Va jugando su vida en la seguridad de que el éxito de sus campañas son triunfos de la civilización.

Los servicios del capitán Solano en esa larga campaña en que su figura se destaca con relieves de méritos indiscutibles, se condensan en sus viajes a las tolderías en busca de cautivos.

Como soldado en las filas de los cuerpos en que ha servido, sus servicios se cuentan por largos años, habiéndose encontrado en innumerables combates librados en la Pampa.

Entendiendo rendir homenaje de gratitud a su memoria, que bien la merece, dedicámosle esta página a fin de que su nombre no duerma perdido en esa larga noche del olvido en que se pierden para siempre los nombres de tantos héroes, unas veces por negligencias, otras por egoísmo, y muchas por ignorarse sus hazañas. Sin esta clase de servidores abnegados, tal vez la civilización aún estaría en embrión de esos solitarios campos del Desierto.

El capitán Solano entró a prestar servicio militar, como soldado, el año 1855 en el Fortín Estomba que se pobló entonces, y a las ordenes del teniente Preafán. Con motivo del fallecimiento de este oficial que pereció en el Arroyo Tapalqué; Solano quedó a las órdenes del alférez Ivano quien al frente de una compañía del batallón 3 de línea se hizo cargo del mencionado fortín.

El año 58; Solano fue licenciado; y el 64 con el grado de subteniente de guardias nacionales formó a las órdenes del comandante Lora, en Olavarría. Fue de los fundadores de este pueblo.

El 65 pasó a órdenes del coronel Don Benito Machado, jefe de la Frontera Sud y Costa Sud. Ese año, por orden del coronel Machado, Solano hizo su primer viaje a las tolderías del temible Calfucurá con orden de pactar con este indio, pues se tenía conocimiento que una fuerte indiada debía invadir la frontera Sud.

Solano llegó a los toldos, habló con Calfucurá: la invasión no se llevó a cabo, y regresó al campamento conduciendo algunas cautivas que le fueron entregadas.

Poco tiempo después, el coronel Don Álvaro Barros es designado jefe de las fronteras en reemplazo del coronel Machado, y Solano sigue prestando servicios a órdenes del nuevo jefe.

El 66, hace varios viajes a las tolderías de Calfucurá en Chiloé, de donde regresa con quince cautivos. El 68, es ascendido a teniente 2º, y a las órdenes del coronel Don Francisco Elías llegan a la Blanca Grande , abriendo los primeros cimientos de aquel avanzado Fuerte.

El 69, el coronel Elías lo envía a los toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos con este cacique. Allí permanece una temporada, y a su regreso trae treinta cautivas que fueron enviadas a sus respectivos domicilios.

En ese mismo año hizo varios viajes al desierto desempeñando comisiones encomendadas por sus jefes. Entretanto, los indios invadieron por Quequén Chico y Tres Arroyos, llegando en fuertes grupos hasta el Arroyo Chico, partido de Tandil. Los invasores llevaron más de ochenta cautivos entre hombres, mujeres y niños.

En el Sauce Corto, el Teniente Rivero que andaba en observación fue alcanzado por la indiada, y después de un reñido y desigual combate en que la mayor parte de la gente de este oficial fue muerta, y él herido, fue hecho prisionero y llevado a los toldos de Calfucurá.

El 70 fue ascendido a Teniente Iº, y nuevamente fue mandado por el coronel Elías a los toldos de Calfucurá. Al llegar al Sauce Grande, el Teniente Solano y los tres soldados que lo acompañaban divisaron un indio bombero que desde la cumbre de un médano los observaba. Solano y sus hombres se encaminaron al paso del arroyo de donde les salió al encuentro un grupo de más de treinta indios.

Los soldados de Solano rodearon las tropillas para mudar caballos y huir. A no haberlos convencidos que no debían disparar porque corrían peligro de ser lanceados de atrás, Solano hubiera quedado solo en el campo. Acompañado de uno de sus hombres, se adelantó hacia donde los indios venían, quedando los otros con las tropillas.

Al aproximarse, los indios reconocieron a Solano, manifestándole que el objeto que los traía era llevar cautivos, para ver si por ese medio conseguían la libertad del padre del cacique Mariano Cañumil y de otros capitanejos que junto con treinta indios habían sido tomados prisioneros en Puán por el comandante Llanos, y se encontraban presos en la Blanca Grande.

Capitaneaba el grupo de indios, un hijo de Cañumil. Solano logró convencer al indio que debían regresar a los toldos, que él se comprometía a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros.

El hijo de Cañumil accedió, y emprendieron juntos la marcha hacia los toldos. De éste punto, acompañados por este cacique y cuatro indios salió para Chiloé residencia de Calfucurá.

A los veinte días regresaba a la Blanca Grande con veinte cautivos que los indios tenían en sus toldos; y acompañado por el capitanejo Juan Miel cuatro indios que le servían de escoltas.

El coronel Elías queriendo premiar éstos actos, solicitó y obtuvo el ascenso a Capitán, enviando a Solano a Buenos Aires a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros en la Blanca Grande. A su regreso, el capitán Solano era portador de una orden para el coronel Elías a fin de que pusiera en libertad los prisioneros, y les entregara al propio Solano para que lo condujera personalmente a sus toldos. Al mismo tiempo se le entregó hacienda yeguariza que llevó para racionar a los indios.

La llegada de los prisioneros a las tolderías fue festejada con bailes, borracheras de los pampas, y fiestas tan salvajes como ellos mismos. Cuando el Capitán Solano regresó a la Blanca Grande traía cuarenta cautivos, incluso el Teniente Rivero prisionero en el Sauce Corto. Solano hablaba y conocía la lengua araucana con la misma propiedad que los indios.

Durante la Guerra del Paraguay, Solano hizo varios viajes a las tolderías de Calfucurá, permaneciendo largas temporadas hasta que lograba la entrega de cautivos que eran conducidos después a sus destinos.

El capitán Solano acompañó desde los toldos de Chiloé hasta el Azul, y de éste punto a Buenos Aires al cacique Manuel Namuncurá, y a los capitanejos que acompañaban a éste: Mariano Paisanán, Loncomil, Curumán Mericurá, Turuvin, Juan Miel, Curupán, Benito Pichicurá y otros que iban a conferenciar con el Ministro de la Guerra.

El presidente de la Republica Dr. D. Márcos Paz, dió órdenes para que la comisión de indios fuera hospedada en el antiguo “Hotel Hispano Argentino”, calle Piedras entre Belgrano y Moreno. Tres meses permaneció en Buenos Aires la referida comisión indígena.

El capitán Solano, había regresado a la frontera nuevamente. Por orden superior emprendió viaje a los toldos de Calfucurá llevando comunicaciones para el citado cacique. En este viaje llegó hasta las guaridas de indios que vivían en Milla-Huinqué, Anomur, Choiqué Mahuida, Cadi-Leufú, Tranir-Lauquén, Huinca-Renanco, Queni-Malaal, etc. Gobernaban estas tolderías los caciques hermanos Lincó y Rolupán. Con ellos hizo tratados y rescató muchos cautivos.

Siendo Jefe de la frontera el General Don Ignacio Rivas, el año 72, Solano hizo varios viajes al Desierto. Unos conduciendo raciones para las tribus, otros con objeto de parlamentar con los caciques, y traer cautivos que generalmente le eran entregados.

En unos de sus tantos el capitán Solano consiguió rescatar un considerable número de cautivos en el que venían cuarenta mujeres pertenecientes al Rosario de Santafé, y que habían sido tomadas por los indios de Calfucurá en la invasión que llevaron hasta el Sauce del Rosario, distante cinco leguas de la ciudad de ese nombre.

Al regresar de Chiloé con los cautivos acompañaban al Capitán Solano diez capitanejos que Calfucurá enviaba a Buenos Aires en comisión ante las autoridades nacionales.

La llegada de Solano con las cautivas rescatadas y los capitanejos que los acompañaban, causó como es consiguiente curiosidad en la gente de la ciudad que se aglomeraba en considerable número frente al local donde se hospedaban.

Fueron visitados por el Arzobispo Dr. Federico Aneiros quien los colmó de atenciones.

El entonces Ministro de la Guerra coronel Gainza ordenó a Solano que se embarcara en vapor Pavón y condujera personalmente las cautivas hasta la ciudad del Rosario, entregándolas a las autoridades para que las hicieran conducir a sus respectivos destinos.

En Rosario fueron recibidos por una Comisión de damas, por el Presidente del Club Social Don Federico de la Barra y por numeroso público que ansiosos esperaban la llegada de los libertados. Al desembarcar, se produjeron actos y escenas emocionantes y conmovedoras.

El capitán Solano fue obsequiado con una medalla con que la sociedad del Rosario premió sus actos de humanidad y de valentía reintegrando a la vida civilizada seres arrancados por la mano salvaje al cariño de los hogares.

Cumplida su misión, el capitán Solano regresó a Buenos Aires, y de allí a la frontera con la comisión de indios que había permanecido por un mes en la ciudad. Llegado al campamento, el general Rivas lo envió a las tolderías para que distribuyera entre los indios tres mil yeguas de racionamiento de acuerdo con los pactos celebrados.

En la batalla de San Carlos, el capitán Solano desempeñaba el cargo de jefe de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos, que la división del general Rivas logró hacer sus marchas rapidísimas, y aparecer al venir el día delante de Cabeza del Buey, llegas a San Carlos donde se encontraba el coronel Boer, y librara contra las hordas de Calfucurá esa sangrienta como colosal batalla. Los indios, durante la batalla habían reconocido al capitán Solano y le gritaban “pásese capitán, pásese”.

Pocos días después, el capitán Solano fue comisionado por el general Rivas para internarse hasta los mismos toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos y tratados de paz, y rescatar los cautivos que allí tenían de rehenes.

No obstante lo peligroso de la misión como consecuencia de la batalla que acababa de librarse y que los indios sufrieron enormes pérdidas, Solano se internó al Desierto, llegó a Chiloé y entregó las notas de que era portador al mismo Calfucurá. Este reunió sus caciques dándoles lectura del contenido, al mismo tiempo de que Solano les explicaba el objeto de su misión.

Después de parlamentar, Calfucurá decidió entregarle treinta y siete mujeres cautivas, de las cuales, siete pertenecían a Bahía Blanca, las que Solano quería traer hasta el Azul, de donde serían enviadas por órdenes de general Rivas y bajo segura custodia. Los indios se opusieron, resolviendo que una misión de entre ellos las conducirían a Bahía Blanca. En efecto, se pusieron en marcha con numeroso arreo de cargueros. Llevaban ponchos matras, pluma de avestruz, quillangos, etc.

Al llegar a Bahía Blanca una partida de soldados de las fuerzas del coronel Murga les salió al encuentro, y confundiéndolos con indios malones los pasaron a cuchillo. Entre los indios que formaban la comisión venía de jefe un sobrino de Calfucurá; y de segundo, un yerno del citado cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bahía Blanca.

Pocos días después, salía otra comisión de indios también con cargueros, y con destino a Bahía Blanca. A su paso encontraron los cadáveres de sus compañeros, y aprovechando que no fueron sentidos regresaron a los toldos con la noticia del fúnebre hallazgo. Entre tanto el capitán Solano había permanecido en Chiloé esperando reunir mayor número de cautivos para ponerse en marcha al Azul.

El regreso de los indios alarmó considerablemente a la tribu que se puso en movimiento dando enormes alaridos y amenazando con lancear a Solano, a sus hombres y a las cautivas.

Los indios rodearon el toldo donde se alojaba el capitán, esperando la señal del cacique para exterminarlo.

Solano y los soldados que lo acompañaban se prepararon para defenderse. Las pobres cautivas lloraban asustadas, enloquecidas de terror! Debió ser aquel un cuadro conmovedor!

Calfucurá enfurecido, empuñando filosa espada se dirigió a Solano amenazándolo con matarlo. Creía que debido a insinuaciones suyas los indios habían sido muertos en Bahía Blanca. Solano tranquilo, sin perder su serenidad ni su temple le habló en la lengua, logrando convencer al terrible cacique que la culpa la tenían ellos mismos: que su propio hijo había escrito las notas, y que recordára que él mismo les había propuesto llevarlas al Azul, y de aquí remitir las cautivas a Bahía Blanca. “Tenés razón, hijo”, le contestó Calfucurá, “por eso no te mato”; y arrojando la espada al suelo, ordenó a los indios que se retiraran.

Al día siguiente, a instancias de Solano, este fue despachado con notas para el general Rivas y el coronel Elías, llevando las cautivas y acompañado por el capitanejo Corobui y seis indios.

Un mes después de permanecer en Azul, el general Rivas envió de nuevamente a Solano a los toldos de Chiloé con regalos para Calfucurá. Llevaba cinco cargueros con ponchos, chiripás, sombreros, chucherías y ropa de toda clase. Calfucurá, agradecido a esta distinción; cuando regresó el capitán Solano, le entregó varios cautivos que fueron traídos al Azul.

Al estallar la revolución del 74, el capitán Solano se encontraba en Buenos Aires. El coronel Barros lo envió para que se entrevistara con Juan José Catriel a fines de atraerlo a las filas del Ejército leal al gobierno. Su misión no debió serle de buenos resultados en el primer momento, pués éste cacique se sublevó a favor de la Revolución ; aunque más tarde se presentó con sus indios a la División del coronel Lagos, traicionando a su hermano Cipriano Catriel y a los jefes con que se había comprometido.

Más tarde Solano fue mandado en comisión por el Doctor Alsina Ministro de Guerra, a los toldos de Namuncurá. En marcha por el Desierto, Solano avistó una fuerte invasión A fin de no caer en manos de los indios, se desvió cuanto le fué posible, llegando a los toldos del referido cacique donde solo encontró la chusma y algunos indios viejos de la tribu, pues toda la indiada con Namuncurá al frente se había lanzado al malón.

Al emprender su regreso, venía el capitán Solano acompañado por el cacique Millalua y seis indios con lo que llegó a Carhué presentándose al coronel D. Nicolás Levalle. Este jefe colmó de regalos a los indios que permanecieron varios en el campamento, de donde regresaron a sus toldos. Solano siguió viaje a Buenos Aires a dar cuenta de su misión.

En el año 80, el general Roca comisionó al capitán Solano para recibir y conducir hasta la capital al cacique Valentín Sayhueque y su comitiva; igualmente que otra comisión de indios encabezada por el cacique Lorenzo Paine-Milla que venían a pedir tierras al gobierno. Todos estos indios fueron alojados en el viejo Cuartel del Retiro.

Para los años 98 o 99 llegó al Azul la india Viviana García, titulada “Reina de lo Indios”. Acompañábanla dos hijos, y los capitanejos Juan Centenera, Mariano Guerra, Simón Rosas, Francisco Díaz, Fermín Garro, Máximo Jerez y otros más. Solano los acompañó hasta Buenos Aires donde se presentaron ante las autoridades nacionales.

La India Viviana, venía también a solicitar tierras del Gobierno para poblarlas con sus indios.

El capitán Solano murió en el Azul, viejo y pobre. Era hijo del guerrero de las invasiones inglesas y de la guerra de la Independencia , Teniente Dionisio Solano, del célebre “Regimiento Patricios”.

Como a tantos otros, la patria lo tiene olvidado.