17 de octubre de 1945. La patria sublevada

Por Raúl Scalabrini Ortiz
Revista Dinamis
1972

"Es increíble y hasta admirable el poder de persuaden y de ejecución de nuestra oligarquía. En el mes de octubre de 1945, el coronel Perón fue destituido y encarcelado. El país azorado se enteraba de que el asesor de la formación del nuevo gabinete era el doctor Federico Pinedo, personaje a quien no puede calificarse sino con la ignominia de su propio nombre. El Ministerio de Obras Públicas había sido ofrecido al ingeniero Atanasio Iturbe, director de los Ferrocarriles británicos, que optó por esconderse detrás de un personero. El Ministerio de Hacienda sería ocupado por el doctor Alberto Hueyo, gestor del Banco Central y presidente de la Cade, entidad financiera que tiene una capacidad de corrupción de muchos kilovatios.


"La oligarquía vitalizada reflorecía en todos los resquicios de la vida argentina. Los judas disfrazados de caballeros asomaban sus fisonomías blanduzcas de hongos de antesala y extendían sus manos pringadas de avaricia y de falsía. Todo parecía perdido y terminado. Los hombres adictos al coronel Perón estaban presos o fugitivos. El pueblo permanecía quieto en una resignación sin brío, muy semejante a una agonía.
"Con la resonancia de un anatema sacudía mi memoria el recurso de las frases con que hace muchos años nos estigmatizó al escritor Kasimir Edschmidt. "Nada es durable en este continente, había escrito. Cuando tienen dictaduras, quieren democracias. Cuando tienen democracia, buscan dictaduras. Los pueblos trabajan para imponerse un orden, articularse, organizarse y configurarse, pero, en definitiva, vuelven a combatir. No pueden soportar a nadie sobre ellos. Si hubieran tenido un Cristo o un Napoleón, lo hubieran aniquilado".
"Pasaban los días y la inacción aletargada y sin sobresaltos parecía justificar a los escépticos de siempre. El desaliento húmedo y rastrero caía sobre nosotros como un ahogo de pesadilla. Los incrédulos se jactaban de su acierto. Ellos habían dicho que la política de apoyo al humilde estaba destinada al fracaso, porque nuestro pueblo era de suyo cicatero, desagradecido y rutinario. La inconmovible confianza en las fuerzas espirituales del pueblo de mi tierra que me había sostenido en todo el transcurso de mi vida, se disgregaba ante el rudo empellón de la realidad.
"Pensaba con honda tristeza en esas cosas en esa tarde del 17 de octubre de 1945. El sol caía a plomo cuando las primeras columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábito de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pingües, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en la impetración de un solo nombre: Perón. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir.
"Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. El descendiente de meridionales europeos, iba junto al rubio de trazos nórdicos y el trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún. El río cuando crece bajo el empuje del sudeste disgrega su enorme masa de agua en finos hilos fluidos que van cubriendo los bajidos y cilancos con meandros improvisados sobre la arena en una acción tan minúscula que es ridícula y desdeñable para el no avezado que ignora que es el anticipo de la inundación. Así avanzaba aquella muchedumbre en hilos de entusiasmos que arribaban por la Avenida de Mayo, por Balcarce, por la Diagonal.
"Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de la Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substrato de nueva idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordialidad sin reatos y sin disimulos. Era el de nadie y el sin nada en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón."
(En Hechos e Ideas, febrero 1946.)

Alberto Baldrich



El 17 de octubre es la culminación de los movimientos de masas en nuestro país, los que se iniciaron con Artigas y continuaron con Dorrego, Rosas, Yrigoyen y Perón.
Estos cinco movimientos de masas tienen el mismo objetivo: la lucha contra la dependencia y el colonialismo y el ascenso social.
El 17 de octubre tiene características propias y especiales que son:
1—Ante todo se realiza por la propia iniciación de grandes oleadas populares en ofensiva contra el régimen que había apresado a su líder, y que superaron las bizantinas deliberaciones de los dirigentes de entonces. Es un movimiento que se autodetermina.
2 — En ellas aparece el elemento nacional criollo —cabecita negra— desbordando el sentido meramente urbano.
3—Su principal ideal es la justicia social y el propósito de ascenso del pueblo al poder político, espiritual, cultural y económico.
Por estos aspectos el 17 de octubre se coloca a la cabeza de los movimientos de liberación en virtud de las condiciones carismáticas de su Jefe el general Perón, las que a su vez lo convierten en uno de los grandes arquetipos de América y de la historia universal.

Raúl Matera



El 17 de octubre de 1945 se produjo uno de tos hechos fundamentales de la Argentina contemporánea; el reencuentro de las masas populares con la Nación. Minimizar el 17 de octubre, hasta el punto de convertirlo en un resultado accidental y sin sentido de una confluencia de factores caprichosos o aleatorios, solo puede ser fruto de una actitud bélica o de una embestida irracional que perturbe el juicio y enturbie el espíritu.
El 17 de octubre de 1945 fue producto de lealtades esenciales, gestadas y desarrolladas en el seno del pueblo; jamás de las irresponsabilidades o de la audacia de nadie. Fue el producto político y social de muchos, de miles de argentinos, que venían desde el fondo de la historia con una dura carga de frustraciones e injusticias a cuestas. Nunca la aventura exitosa fundada en la audacia o el disparate.
Quienes, seducidos por un novedoso anacronismo o perturbados por su instinto irracional, vienen hoy a replantear la antinomia peronismo-antiperonismo y a extrapolar los acontecimientos de su propio momento histórico, dejan afuera al verdadero protagonista, el pueblo, representado en octubre por esos "descamisados" que confluyeron sobre la Plaza de Mayo como otras veces, a lo largo de nuestra historia.
En el desarrollo de los acontecimientos hubo quienes tienen nombre y apellido para la historia. Primero entre todos, el de Eva Perón, de quien el líder del Movimiento Nacional dije que en poco tiempo colocó una carga explosiva en el alma de la Nación. Pero no hubo milagros ni fortuitas epifanías en la histórica jornada del 45. Sí hubo, entonces, quienes se asombraron de ver por el centro de Buenos Aires algo para ellos inexistente jamás visto en su escenario de minoría oligárquica: esos representantes de la Argentina sumergida que buscaban su líder, hacía poco surgido de la institución militar. A su lealtad y naciente conciencia política se debió esa marcha sobre la Plaza de Mayo que hoy todavía parece asombrar a algunos pocos, resabiados con la misma incredulidad de hace 27 años.
Los que hoy minimizan el sentido y contenido del 17 de octubre parecen olvidar que dicho acontecimiento dio capacidad de maniobra y consolidó al único gobierno militar de este siglo que produjo cambios sociales y culturales en la Argentina; y que esto pudo ocurrir no por el aislamiento o el sectarismo de las Fuerzas Armadas, sino por su reencuentro con el pueblo en sus más multitudinarias expresiones.
¿Es que se teme, acaso, un nuevo 17 de octubre, con cantos y gritos argentinos, que haga peligrar estados e intereses minoritarios tan ciegos y sin patria como aquellos que se aliaron con Braden en 1945?
Las grandes decisiones de la Patria en marcha o en avance encuentran al pueblo participando en ellas y en gran medida determinándolas con su sola presencia. Correlativamente, la institución militar no se mantuvo al margen de los hechos populares, ni se redujo a ser mero fiscal de la ciudadanía. Hoy, como ayer, en las horas decisivas no existen opciones para el país y el camino a seguir no ha de ser diferente del recorrido en la preparación de las mejores victorias nacionales. 

Leopoldo Marechal



"Era muy de mañana, y yo acababa de ponerle a mi mujer una inyección de morfina (sus dolores lo hacían necesario cada tres horas). El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. Mi domicilio era este mismo departamento de la calle Rivadavia. De pronto, me llegó desde el Oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular, y en seguida su letra:«Yo te daré, / te daré, Patria hermosa, / te daré una cosa, / una cosa que empieza con P, / Perooón». Y aquel «Perón» resonaba periódicamente como un cañonazo.
"Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí, y amé los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina «invisible» que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista."
(Palabras con Leopoldo Marechal, por Alfredo Andrés, 1968.)


Oscar Camilión

Fue una fecha polémica que ha pasado a convertirse en símbolo pacífico de aceptación casi universal entre los argentinos. Lo que ha ocurrido en tal sentido es síntoma del profundo progreso político que a pesar de todos los obstáculos se viene registrando en el país. Esto es obvio para las generaciones que no vivieron con conciencia el 17 de octubre de 1945 lo que como mínimo supone a todos los argentinos menores de 35 años.
Para los que lo vivieron, la aceptación por parte de la conciencia colectiva de lo ocurrido en ese día, sin duda histórico, tiene todavía más significado. Porque es lo cierto que buena parte del país lo vivió con asombro y en buena medida con miedo. La virtual invasión de Buenos Aires por la Argentina desconocida y nueva, llena de brío y de energía, bullente de capacidad creadora, pareció a muchos el inicio de una era de caos y de
desorden. Desde luego, a todo eso se sumaba el contenido político circunstancial, altamente político, concretado en el debate en torno de la figura del entonces coronel Perón que jugaba en los acontecimientos su futuro personal.
Nadie puede dudar que ese contenido político fue decisivo en la historia del país. Sin el 17 de octubre tal vez no hubiera llegado al gobierno el general Perón. Pero la significación de la fecha se proyecta todavía más ya que puede decirse que ella simboliza la incorporación de la clase obrera a la vida política, social y cultural argentina en términos de participación antes desconocidos. En la historia de la democracia argentina se puso en marcha una nueva etapa, que la profundizó y nacionalizó hasta el extremo de configurar un proceso típico que no ha tenido repetición en ninguna otra parte del mundo. Si la esencia de una revolución es la incorporación de una clase hasta entonces excluida de la sociedad a la participación en los más altos valores que esa sociedad crea, el 17 de octubre es la fecha simbólica que define la revolución concretada por el peronismo. Es un dato alentador que todos los argentinos pueden recordarlo como un hito en el proceso de integración nacional.

Borges y el Día de la Lealtad



JORGE LUIS BORGES: ¿Por qué asunto viene?
DINAMIS: Quisiéramos que hiciera una declaración sobre el 17 de octubre...
J.L.B.: ¿De qué 17 de octubre?
D.: Del 17 de octubre de 1945.
J.L.B. (pensativo): ¿Como, ese día de los peronistas?
D.: Sí.
J.L.B.: No, caramba, de eso no hablo.
D.: ¿Por qué?
J.L.B.: Cómo por qué. Usted no se acuerda porque por la voz me doy cuenta que es muy joven, pero usted no sabe lo que fue eso, horrible. Algo tremendo.
(Aparece la secretaria, le da el brazo y Borges se retira indignado. La señorita Santillán, que colabora con el director de la Biblioteca, refuerza: "Le dijimos que sobre esas cosas no quiere hablar porque se pone nervioso. ¡También ustedes los periodistas, preguntan cada cosa!")
J.L.B. (desde lejos): Como en el truco, cerramos.

Juan José Hernández Arregui




"El proceso de industrialización que venía de la Primera Guerra Mundial y acrecentado rápidamente en el transcurso de la Segunda, había dado origen a un proletariado industrial destinado a una decisiva experiencia histórica en medio del pánico los partidos directa o indirectamente complicados con el pasado. Esas masas, decepcionadas del socialismo, ajeno a la realidad nacional, de radicalismo en plena descomposición histórica después de la muerte de su gran caudillo Hipólito Yrigoyen, y del comunismo, cuyas consignas nunca entroncaron con demandas populares del país, carecían de compromisos. El 17 de octubre no sólo fue una lección histórica para las fuerzas del antiguo orden sino la gigantesca voluntad política de la clase obrera. Su adhesión a un jefe no se fundó en artes demagógicas sino en las condiciones históricas maduras que rompían con las antiguas relaciones económicas del régimen de la producción agropecuaria, que superaban los programas de los partidos pequeño-burgueses de centro izquierda. La revolución política exigía la reforma social. La recuperación de la economía, enajenada al extranjero y la elevación del nivel de vida del hombre argentino explotado, son la doble faz de un mismo fenómeno: la toma de conciencia histórica de las masas. Todo el problema político de la Argentina actual se reduce a esta irrupción consciente de los trabajadores en la historia nacional."
(Imperialismo y Cultura, 1957)

Mariano Grondona



1 — El 17 de octubre marca la aparición del sector obrero como un protagonista central del proceso político pero "a través" de la exaltación de un líder militar, lo que asegura su carácter nacional por una parte mientras, por la otra, consolida tendencias paternalistas que venían de la época conservadora.
2 — El 17 de octubre revela, a la vez el papel de factores ajenos a los factores militares en medio de un gobierno de facto y a favor de la división del Ejército. Dividido el Ejército, es posible la intervención arbitral de las otras dos fuerzas armadas. Divididas las Fuerzas Armadas, es posible la intervención en medio de un gobierno militar de actores civiles.
3—La fuerza del 17 de octubre es tal que proyecta a la vez el activo carismático de un líder sobre quienes le deben su aparición en la escena política y el "anticarisma" de quienes ven en ese líder y en su movimiento un fenómeno insuperablemente negativo. La energía de esta renovación política, compromete, así, los esfuerzos democráticos de una generación al trazar una frontera casi insalvable entre los seguidores y los enemigos de un carisma demasiado intenso para la tolerancia recíproca.


Marcos Merchensky

El 17 de octubre de 1945 estuve en la Plaza de Mayo desde hora muy temprana, hasta que el extraordinario acto se desgajó por las calles de la ciudad. Lo seguí hasta la Plaza LavaIle donde, a las dos de la mañana del día 18, hombres del pueblo se habían hecho de tres o cuatro caballos de "la montada" y ensayaban pintorescas carreras con increíbles costaladas. Antes, con Rodríguez Lorenzo, jefe de fotógrafos de Clarín, hicimos una pasada por frente a Crítica, escenario de una de las escasas violencias de la jornada. Finalmente tuvimos que seguir de a pie casi hasta Plaza Italia, donde pudimos tomar un taxi. La huelga decretada en solidaridad con el líder que se pretendía liberar y se liberó, se cumplía con severa estrictez.
Podría escribir detalles increíbles de aquellas casi 12 horas, en cuyo lapso, de tanto en tanto, pasaba por la redacción del diario para hacer balance de lo ocurrido. Los redactores nos habíamos dividido en dos bandos y la mayoría vivía con emoción los acontecimientos. El director, Roberto J. Noble, pensaba que, de alguna manera, el episodio tenia contenido revolucionario. Yo, y otros, negábamos hasta la evidencia. Vi a la multitud enardecida, pero prevaleció en mi espíritu la idea de que era la policía la que los empujaba a llenar la plaza. Vi los muchachones fatigados que se "lavaban las patas" en la fuente, en un gesto casi especular del de aquellos caudillos que ataron sus caballos en el cerco de la Pirámide, pero solo admití que quienes actuaban así eran expresión de un pueblo humillado y sometido, sin advertir en el gesto la rebelión que entrañaba. Cuando se hizo cierto que Perón llegaba y se movieron los dispositivos para facilitar la comunicación, primero en un hotel sobre Yrigoyen y luego desde la Casa Rosada, descreí, como político y como periodista, de la realidad de los preparativos. Finalmente el mensaje de Perón me pareció trivial y no capté la corriente que se establecía entre él y la masa. Cuando mencionó a la madre y la multitud coreó "un abrazo para la madre", opiné que había burla en las voces y una cierta nostalgia de tango.
Sin embargo, pocos días antes, cuando salimos de Devoto, donde estábamos presos tras la ocupación de las facultades, para dirigirnos a la Plaza San Martín, la manifestación oligárquica nos impresionó como lo que realmente era, una revancha política de la oligarquía, sin más objetivo que afirmar en el poder a la reacción. Junto a otros dirigentes universitarios proclamamos nuestra oposición a la "salida" que se buscaba. Pero hasta ahí no más llegamos. Nos habíamos quedado al margen de un proceso histórico.
Pienso que la ceguera política que padecimos puede ser una experiencia útil para las actuales generaciones jóvenes. Al formalismo revolucionario debe oponerse la revolución en los hechos. Aquel activismo impregnado de ideología, solo formalmente nacional, nos puso en el bando equivocado. Y sin embargo, no es tan difícil ver la realidad profunda de los hechos y meterse en la acción concreta nacional, revolucionaria.

Jorge Abelardo Ramos


"Al caer la tarde el sector céntrico de la ciudad es irreconocible. La pequeña burguesía, los estudiantes, los abogados, las gentes bien vestidas, el 'público culto' que había dominado hacía pocas horas las calles desaparecen. Algunos raleados grupos 'democráticos' desde las veredas, observan perplejos el inusitado espectáculo.
"Algunos en camiseta, muchos en camisa, otros montados en caballos, aquellos agrupados en camiones, trepados al techo de tranvías, amontonados en colectivos que perentoriamente debieron cambiar su ruta y conducirlos a la Plaza de Mayo, las mujeres obreras con sus niños en brazos, otros con pantalones arremangados hasta la rodilla, munidos de palos o de latas para agregar estrépito a su desfile, lanzando burlas soeces a los caballeros bien vestidos que miraban las manifestaciones en silencio, llevando carteles improvisados, o botellas vacías, bebiendo refrescos, comiendo un trozo de pan, enronquecidos y desafiantes, profiriendo ironías gruesas o epítetos agresivos, esa gigantesca concentración obrera inauguraba el 17 de octubre un nuevo capítulo en la historia argentina.
"La noche había caído sobre la ciudad y seguían llegando grupos exaltados a la Plaza de Mayo. Jamás se había visto cosa igual excepto cuando los montoneros de López y Ramírez, de bombacha y cuchillo, ataron sus redomones en la Pirámide de Mayo, aquel día memorable del año 20. Ni en el entierro de Yrigoyen una manifestación cívica había logrado congregar masas de tal magnitud. Cómo —se preguntaban los figurones de la oligarquía azorados y ensombrecidos— ¿pero es que los obreros no eran estos gremialistas juiciosos que Juan B. Justo había adoctrinado sobre las ventajas de comprar porotos en las cooperativas? ¿De qué abismo surgía esta bestia rugiente, sudorosa, brutal, realista y unánime que hacía temblar a la ciudad? Con el diario La Prensa retorcido a guisa de antorchas, aquella noche inolvidable, el proletariado iluminó con una llama viva la trama de la conspiración oligárquica. Miles de antorchas rodearon de una aureola ardiente, la mole espectral de la Casa de Gobierno." '
(Perón, Historia de su triunfo y su derrota, 1959.)


Arturo Frondizi



A 27 años de los hechos, el 17 de octubre es una fecha definitivamente incorporada a nuestra historia como pueblo y como Nación. Su contenido popular, expresado a través de las multitudes que marchaban hacia la Plaza de Mayo arrastradas por una vanguardia obrera en la que se unificaban las fuerzas del trabajo de todas las ramas de la producción, afirmaba un profundo contenido nacional. En los hechos de ese día se objetivaron coincidencias entre las aspiraciones del pueblo, esas vanguardias obreras en especial y las Fuerzas Armadas. Esta alianza implícita, sirvió de dique de contención a las minorías que intentaron capitalizar el acontecimiento y desviarlo hacia el callejón sin salida de las represiones masivas —como la que se dio en la Semana Trágica— o la guerra civil.
El 17 de octubre fue el pronunciamiento de un pueblo que consustanció en su jefe, el entonces coronel Perón, el motor de un nuevo proceso en el que la formalidad democrática no pudiera enmascarar la injusticia social. Fue el punto de partida para una revolución social, incruenta y transformadora que, hecha poder a través del comicio, generó una legislación social que nos colocó a los niveles en que se manifestaban las naciones más avanzadas y progresistas del mundo. El 17 de octubre selló esa unidad que ha presidido las etapas más constructivas de la nacionalidad que son aquellas en que nuestro pueblo y sus FF.AA. se unificaron en derredor de objetivos de bien común y de quebrantamiento del "statu quo" que ha servido históricamente al afianzamiento de nuestra dependencia de factores externos y sus agentes de nuestro país. Su más trascendente declaración, la que otorga a la independencia económica la condición de basamento para la soberanía política y la justicia social, compromete desde entonces la acción mancomunada de todos los argentinos. Ahora, sobre múltiples coincidencias que la gravedad de la crisis que empobrece al pueblo y está vaciando el país nos plantea, con alianzas de clases y sectores, entre las que inexorablemente se sumarán las instituciones que aquel 17 de octubre escucharon el clamor del pueblo, cerrarán el paso a la represión y aventarán el fantasma prefabricado de la guerra civil.


Eduardo Colom




Por los canales informativos de La Época, en los primeros días de octubre, tuve conocimiento del malestar reinante en Campo de Mayo y que el descontento de la oficialidad respondía a una circunstancia baladí: la Dirección de Correos y Telégrafos debía ser adjudicada al coronel Imber, mientras que el entonces coronel Perón se inclinaba por la designación de don Osear Nicolini, viejo funcionario de Correos y Telégrafos.
El día 4 de octubre informé al coronel Perón en presencia, entre otros, del teniente coronel Mercante, que la designación de Nicolini sería el pretexto para el levantamiento de Campo de Mayo. Es más, agregué que según información en mi poder las fuerzas revolucionarias le despojarían del poder. Obsérvese que en esa época el general Perón era vicepresidente de la República, ministro de Ejército y secretario con rango de ministro de Trabajo y Previsión. La respuesta de Perón fue tajante, respondiéndome... "Si se c... me voltearán." "Por lo pronto usted —agregó— queda invitado al juramento que prestará en el despacho del ministro del Interior, doctor Quijano, el nuevo director de Correos y Telégrafos señor Nicolini y desde allí nos trasladaremos al Palacio de Correos para poner en posesión del cargo al flamante director."
Las palabras del general Perón no me convencieron; obraban en mi poder datos fidedignos y con todo asistí a la ceremonia del juramento y más tarde presencié el apoteótico homenaje que se le tributó al nuevo funcionario en el Palacio de Correos.
El día 8 de octubre del mismo mes un reportero gráfico de La Época registró la marcha de una columna que avanzaba desde Campo de Mayo hacia la Avda. Gral. Paz. En la madrugada del día 9 una delegación compuesta, entre otros, por los generales Pistarini y Von der Becke, se constituyó en el edificio del Ministerio de Guerra, Callao y Viamonte, y exigió la renuncia de Perón a todos sus cargos. Perón tomó su pluma y redactó su propia renuncia y alargándola al general Pistarini le dijo: "Se la entrego manuscrita para que vean que no me tiembla la mano ni el pulso al escribirla". En ese momento dramático acompañaban al coronel Perón, entre otros, un grupo de leales amigos y camaradas. Recuerdo que estaban el ex ministro de Justicia, doctor Benítez, el secretario de Aeronáutica, brigadier De la Colina, el jefe de la Policía, coronel Velazco, el general Ramón J. Alvariño y los coroneles Lucero y Vargas Belmonte. Minutos más tarde llegó en traje de fajina el director del Colegio Militar, coronel Silva y el general Sosa Molina desde Entre Ríos telefónicamente expresó su solidaridad al general Perón. A pesar de todas las instancias Perón se negó a rectificar su actitud y en horas de la madrugada se dirigió a su domicilio particular.
La Época, al tanto de la traición, denunció públicamente la conjura atribuyendo la conspiración de las maniobras del doctor Amadeo Sabattini, quien estaba ligado por una vieja amistad con el general Eduardo Avalos, jefe de Campo de Mayo. Inútiles fueron los ruegos para que Perón resistiese a los sublevados y el líder, entonces conocido como el "Coronel del pueblo", expresó que su renuncia evitaría la guerra civil con los consiguientes perjuicios para la República. Conocida la noticia de la renuncia de Perón, era visible la reacción popular sobre todo cuando la multitud se congregó el día 10 de octubre en la Secretaría de Trabajo cubriendo las calles adyacentes. Perón habló y puede afirmarse sin duda que allí sembró la semilla que hubo de fructificar en el acto multitudinario del 17 de octubre.
La Época tuvo un papel protagónico en las jornadas del 10 al 17 de octubre; fue el vaso comunicante que unía a la distancia al pueblo con el líder prisionero. El coronel Perón, después de su discurso de despedida, se dirigió acompañado de Eva Perón a una isla en el Tigre y el día 13 fue detenido y trasladado a Martín García. 
La CGT de entonces inicia cabildeos, los que recién terminan cuando por un solo voto logran declarar la huelga general que debía cumplirse el día 18. En el ínterin, los obreros se movilizan espontáneamente y así asistimos al levantamiento de los obreros de Berisso, los que acaudillados por Cipriano Reyes avanzan sobre Buenos Aires. Igual actitud asumen los obreros de los frigoríficos "La Negra-Sancinena-Anglo" y todos, como respondiendo a un comando, invaden la ciudad de Buenos Aires. Sin coordinación, pero llevados por el mismo espíritu de lograr la libertad del líder prisionero, los obreros de los establecimientos industriales, textiles, fraccionadores de vino, metalúrgicos, etc., adoptan igual actitud. La marcha se hace ordenadamente al grito de "exigimos la libertad de Perón" y como el punto obligado de paso era el diario La Época, Moreno 550, allí desde sus balcones se improvisaron oradores, los que encaminaron a la multitud hacia la Plaza de Mayo.
Perón había sido trasladado a la isla de Martín García en la mañana del día 13 de octubre y en la madrugada del día 17, por consejo médico, fue alojado en el pabellón que correspondía al capellán del Hospicio Militar. 
Mientras la multitud, que ignoraba hasta ese instante que Perón había sido alojado detenido en el Hospital Militar, había puesto sitio a la Casa de Gobierno y a la una de la tarde de ese histórico día en los balcones de la Casa Rosada emergieron las figuras de Avalos, Vernengo Lima, Farrell y otros generales. Minuto a minuto la multitud, como una marea, subía y en ese momento crítico el general Avalos se dirige al pueblo para informarle que Perón estaba en libertad. Los improperios con que contestó la multitud a ese anuncio fueron de tal calibre que evidentemente intimidaron al general Avalos y éste, ante el peligro de que el Palacio gubernativo fuese incendiado, ordenó conducir al teniente coronel Mercante, hasta ese momento detenido, a los balcones para apaciguar a la multitud. Vano intento, la multitud no escuchaba a nadie: exigía y reclamaba imperativamente la libertad del coronel Perón.
En ese dramático momento, quien escribe estas líneas, llegó a la Casa de Gobierno y con un paquete de ejemplares del diario La Época, en cuya primera página figuraba el coronel Perón, se acercó a Avalos y le pidió el micrófono para calmar a la multitud. Era el instante más crítico. La pueblada había empezado la pedrea sobre los vidrios de la Casa de Gobierno. Avalos me negó el micrófono diciéndome: "Aquí ningún periodista habla". En esa circunstancia, Solitro, quien conocía al general Avalos por haberle vendido caballos para la remonta, dirigiéndose al general le dijo: "El único que puede calmar a la multitud es el director de La Época" y uniendo la acción a la palabra desplegó un ejemplar del diario y lo arrojó por el balcón. La multitud al ver la esfinge de Perón y al reconocer al diario La Época aclamó furiosamente y aprovechando ese momento de indecisión me dirigí al general Avalos y con firmeza le dije... "General, déjeme hablar y este asunto terminará sin derramamiento de sangre." Destaco que el almirante Vernengo Lima pedía permiso para ametrallar a la multitud y que el general Farrell, Presidente de la Nación, rotundamente se negó a ello. A mi requisitoria Avalos me miró y dudando si me concedía o no el micrófono me dijo: "Hable". Le respondí: "Hágame anunciar como director de La Época". Dio la orden y antes de que pudiese tomar el micrófono me previno: "Cuidado con lo que diga". De inmediato y sin hesitación alguna le respondí "¿Qué quiere que diga?" Avalos me respondió: "Informe que el general Perón está en libertad y que es su deseo que el pueblo se disgregue en orden para evitar consecuencias irreparables". Yo había observado que cada vez que se pronunciaba el nombre de Avalos la multitud bramaba y respondía con gruesos epítetos, algunos de ellos irreproducibles. Tal había ocurrido con Mercante cuando se aprestó a hablar y la multitud no lo dejó. Llegó mi turno e inicié mi discurso con estas palabras: "... El general Avalos". La multitud apagó mi voz con silbidos y denuestos pero, como yo estaba preparado para la rechifla, guardé silencio, hice una pausa y con firmeza les dije: "... cuando el director de La Época habla, único diario que defiende al coronel Perón, ustedes se callan y deben oírme". La firmeza de mis palabras lograron el objeto perseguido. La multitud me escuchó y contraviniendo la orden del general Avalos sinteticé mi discurso en las siguientes frases: "El general Avalos afirma que el coronel Perón está en libertad y alojado voluntariamente en el Hospital Militar. Yo no lo creo y ustedes tampoco; por eso les pido que nadie se mueva hasta tanto el coronel Perón ocupe este balcón". 
Mis palabras fueron clamorosamente aplaudidas por el pueblo y provocaron una reacción entre militares y civiles que ocupaban el balcón y antes de que éstos accionaran por mi actitud contraria al pedido del general Avalos, escapé de la Casa de Gobierno y al llegar a Paseo Colón paré un automóvil particular y le dije imperativamente: "Lléveme al Hospital Militar, este día será para usted histórico. Voy a traer al coronel Perón". 
Quien conducía el automotor accedió a mi pedido y llegamos al Hospital Militar, donde una multitud reclamaba la presencia de Perón. Sorteando obstáculos logré llegar hasta el séptimo piso donde encontré al coronel Perón en cama acompañado, entre otros, de los entonces coroneles Lucero, Descalzo, De la Colina y del doctor Antille, ministro de Hacienda, y del general Pistarini. Minutos más tarde se incorporó el teniente coronel Mercante. Entusiasmado me dirigí al coronel Perón y le dije: "Levántese, coronel, el pueblo lo espera en la Plaza de Mayo y vengo a buscarlo en su representación". Antille, pausada y reflexivamente, interviene y dice: "Comparto el entusiasmo de Colom, pero entiendo que es necesario adoptar precauciones". Previo cambio de opiniones el general Pistarini se dirige a Perón y le dice: "¿Cuáles son sus órdenes? ¿Quiere la renuncia de Farrell?" "¡NO! —replica rápidamente el coronel Perón—. Eso nos traería problemas. En primer término exijo la renuncia de Vemengo Lima, a quien le propinaré una paliza." "¿Con quién lo reemplazamos? ¿Con el almirante Pantín? ¿Qué hacemos con Avalos y los otros?", indaga Pistarini. Perón responde: "Ustedes resuelvan; mi voluntad es retirarme de la función pública y asumir la dirección de mi pueblo como simple ciudadano". Perón se viste y la delegación compuesta por Pistarini, Descalzo, De la Colina y los otros parten hacia la Casa Rosada. Mercante tiene un aparte con Perón y luego abandonamos juntos el Hospital Militar. Regresamos a la Casa de Gobierno. Mercante entra a la Sala de deliberaciones y a mi se me concede un plazo de un minuto para abandonar el Palacio Gubernamental. Salgo a la calle y encaramado sobre un camión con altoparlantes informé al pueblo del resultado de mi gestión. Creo que pronuncié catorce discursos hasta que se me pidió concurrir al Hotel de Mayo donde el doctor Benitez, con la ayuda del coronel Usain, habían logrado instalar parlantes y una cadena emisora. Desde allí anuncié que el coronel Perón se encaminaba a la Casa de Gobierno adonde llegó horas después, una vez logradas las garantías de seguridad necesarias. Minutos más tarde, quien escribe estas líneas, fue invitado por el coronel Perón y frente a la multitud que había convertido en antorchas los ejemplares de La Época se estrechó conmigo en un fuerte abrazo.


Cipriano Reyes


"La columna más maravillosa fue la que partió de Berisso. Estaba integrada por más de cinco mil compañeros; por el camino iban requisando todo lo que pudiera servir como medio de transporte: autos, colectivos, tarros, también pedían a la gente que se sumara a la marcha. Llegamos a eso de las cuatro de la tarde, antes había estado trabajando en la movilización. Yo viajaba en un coche con el compañero Ernesto Cleve. Cuando llegamos a Puente Barracas nos encontramos con mucha gente, ya que habían levantado el puente y no se podía seguir. Los compañeros se largaban al agua como podían, usaban los botes, los trasbordadores de los frigoríficos, tiraban bancos viejos o cualquier cosa que flotara para hacer balsas, otros simplemente nadaban en las sucias aguas del Riachuelo.
"Así era el ansia por pasar al otro lado. Les dije que fueran por el puente del ferrocarril. A los pocos minutos bajaron Puente Barracas y la gente se aprestó a cruzar. La policía intentó cerrar el paso e hizo una descarga cerrada al aire. Escuché decir a un oficial a sus subordinados: '¡Déjenlos pasar!... ¿Quién ataja ésto?'.
"Nos desplazamos por Barracas, tomando la avenida Montes de Oca hasta Constitución, donde hubo una concentración parcial. Volvimos a Bernardo de Yrigoyen para avanzar sobre Plaza Mayo. En cada cuadra se incorporaban más hombres y mujeres a la manifestación, desde los balcones nos aplaudían. Fue maravilloso." Rev. Así, 27 de octubre de 1970.


Eva Perón



"Nació en los surcos, en las fábricas y en los talleres. Surge de lo más noble de la actividad nacional. Fue concebido por los trabajadores en el trabajo y su desarrollo contempla sus aspiraciones también en el trabajo.
"Soy peronista por conciencia nacional, por procedencia popular, por convicción personal y por apasionada solidaridad y gratitud a mi pueblo, vivificado y actuante otra vez por el renacimiento de sus valores espirituales y la capacidad realizadora de su Jefe, el General Perón. Esta es la definición de un peronismo auténtico, que tiene su raíz en la mística revolucionaria. Esta es la definición del peronismo del 17 de octubre de 1945, sin otro interés, sin otro cálculo, sin otra proyección que el bienestar de la Patria traducido en el bienestar de los trabajadores en sus múltiples actividades.
"Yo invito al pueblo a meditar sobre el significado, sobre la honda proyección del 17 de octubre. Es la única, la auténtica, la definitiva revolución popular que se opera en nuestro pueblo. Una revolución histórica se justifica cuando sus causas sociales, políticas y económicas las determinan. Y ahí está la justificación de la revolución histórica del 17 de octubre. Fue determinada por causas sociales, políticas y económicas. En lo social, el abandono total de la justicia, con el enquistamiento de los privilegiados y la explotación del trabajador. En lo político, con la sistematización del fraude en favor de los partidos que se turnaban en el Gobierno o se quitaban mutuamente según el menor o mayor apoyo de los intereses en juego y en lo económico, el entreguismo y la venta del país, surgidos de sus reyertas. "Contra ello, y para destruir este estado de cosas, el pueblo rescató a su Líder y lo ubicó en este balcón el 17 de octubre de 1945."
Discurso del 17 de octubre de 1949.


Nicolás Olivari



17 DE OCTUBRE
"Desde la negra barrera del otro lado de la villa,
donde el horizonte se fundía con la nada,
con salitre en la mejilla resecada
y una miel despavorida en la mirada
llegaron
los descamisados.
"Desde la fragua abierta cual granada de su sangre,
encajada en el molde de la muerte,
desde altos hornos pavorosos, crudo fuego enemigo
con las uñas carcomidas
y el cabello chamuscado en cansancio secular
sus mujeres desgreñadas por el hambre y sus crías
que no lloran porque miran,
llegaron
los descamisados.
"Sin más arma que el cansado desaliento que en sus trazos se hizo hueco
frente al río enchapado de alquitranes y petróleos, 
solfatara de mil diablos expulsados,
del ansioso cielo antiguo de los pobres,
detenido en el asombro de su paso,
la pupila desbarrada en la angustia esperanzada
en un hombre que hace luz en la tiniebla,
que levanta todo aquello que se daba por perdido,
por perdido y para siempre,
llegaron
los descamisados.
"Desde el otro lado de los puentes destruidos
por la mano codiciosa de los despechados
con un grito silencioso en la grieta de los labios,
clamoroso, esperanzado,
latir azulceleste en las venas que se crispan,
levantando los racimos en las manos,
hacia un hombre presentido,
que vibraba delicado,
llegaron
los descamisados.
"Desde el taller cerrado y la fábrica con su cara
clausurada de bondad,
patinada
por el antiguo sudor de sus familiares,
invadieron la ciudad
y el grito fue invadiendo las conciencias
hasta hacerle claridad.
"Claridad junto al Líder recobrado
por su pueblo, el gran pueblo, solo el pueblo,
y para siempre... para siempre, desde entonces
es nuestro, solo nuestro, recobrado por el pueblo,
en aquel día de gloria que empezó oscuro y trágico
hasta hacerse claridad,
cuando el nombre iluminado,
mi prójimo y vecino, mi compañero y hermano,
lo rezaran con el alma, cuando llegaron
los descamisados."
(Democracia, 16 de octubre de 1952.)


Arturo Jauretche


Me han pedido para DINAMIS que la colaboración de este número verse sobre el tema 17 de octubre.
Es difícil decir algo nuevo sobre la significación de un acontecimiento que para millones de argentinos define un momento límite de nuestra historia. Por otra parte la historia de ése momento no es tan historia como para un análisis objetivo del quehacer de cada grupo y cada hombre, en su gestación, desarrollo y culminación. La pregunta: ¿Quiénes fueron los actores, cual fue la participación de cada uno en algo en que todos fuimos actores?, introduce un elemento de subjetividad que en lugar de aclarar confunde. Para el soldado que está en uno de los centenares de campos de batalla de una gran guerra, la batalla definitiva es esa en la que él estuvo y ése el lugar preciso del acontecer histórico. Así cada uno de los actores tiene una versión propia del acontecimiento; propia y desmesurada, porque solo es una parte de lo colectivo. Si me tocara definir por ejemplo, quien hizo el 17 de octubre de 1945, yo tendría que contestar con las clásicas palabras de Fuenteovejuna: TODOS A UNA.
Estas son algunas de las razones por las cuales se me ha ocurrido que mi rememoración de la fecha en estas columnas, sea la reproducción de la que publiqué en DEMOCRACIA el 4 de abril de 1946, cuando la tinta estaba aún caliente del hecho nuevo.

El Aventino este, era escarpado como el monte aquel. No áspera roca ni verde colina, sino alta gradería de cemento o de madera; la herradura de Núñez o el círculo cerrado de "la bombonera", el "gasómetro" o cualquier otro.
Allí estaba la multitud retirada del foro, de la plaza pública y de la farsa del comicio. Y como no encontraba héroes nuevos, y los viejos la habían defraudado, los buscó entre los veintidós muchachos atléticos que allá abajo, en el verde de la cancha, cumplían su consigna poniendo toda la pasión en hacer su quehacer, de manera eficaz y completa.
Eran tiempos "falaces y descreídos" en el gobierno y abajo, tiempos de cálculo pequeño, con banderines de cantina y posturas de compromiso. No había en la política en qué creer y la necesidad de fe buscó otros derroteros y fue así que los héroes del deporte fueron los "Héroes".
En la angustia desesperada de los que buscaban la regeneración del país, se empezó a descreer en el pueblo, y hubo momento en que las voces clamantes del desierto parecían apagarse ganadas por un escepticismo angustiado que hacía paralelo al escepticismo gozoso de los que mandaban.
Y, sin embargo, esto tenía que ser así. Así ha sido siempre en la historia. En el espacio de tiempo que media entre una fe que muere, y una fe que nace, la frivolidad pone su imperio. Los viejos altares se van apagando y los nuevos tienen solo una llamita incipiente, que no alumbra aún el camino de las oscuras catacumbas donde fermenta el futuro.
Frívolas fueron en París las vísperas del 89. Frívolas en Petrogrado las vísperas del 17. María Antonieta jugaba a los pastores en Versailles, cuando alguien en los suburbios de París, afilaba guillotinas. Y en la corte del Zar nadie presentía tras las barbas de Rasputín, el rostro lampiño de los adolescentes de la marinería de Kronstand.
Aquí también la multitud se puso de pronto en movimiento. Comenzó a mirar hacia otro lado que el verde de las canchas, cuando en la mañana del 4 de junio vio avanzar, por Blandengues al centro, la columna militar. Y fue mirando, mirando, y creyendo, creyendo. El 17 de octubre ya tenía una fe y se volcó en la calle, a la carrera. Como si bajara los tablones y los escalones de cemento. Y porque ya tenía una fe, se quedó en la calle de guardia al lado del "héroe", que acababa de encontrar. Y sigue estando en la calle, rumorosa en el mitin, silenciosa en el sufragio, pero siempre al lado de la fe encontrada.
Es el Pueblo de la Revolución que ha vuelto al foro y que hoy estará presente en la Plaza de la República.
Pueblo de la Revolución. ¡Salud!
Reproducido en Mano a Mano entre nosotros, Juárez Editor, Buenos Aires, 1969