José Martí ante la Independencia de Chile

 Por Pedro Pablo Rodríguez
para Cubarte (Cuba)
publicado el 14 de febrero de 2018

El 12 de febrero de 1818, primer aniversario de la victoria de Chacabuco por las tropas de argentinos y chilenos comandadas por José de San Martín, fue jurada la independencia chilena y Bernardo O´Higgins fue declarado Director Supremo.


Comenzó así la existencia del estado nacional chileno, que no consolidaría su control pleno sobre el territorio de la antigua colonia española hasta que la batalla de Maipo o Maipu, el 5 de abril de 1819, aseguró el fin efectivo del dominio realista, mientras que al sur la provincia de Concepción se mantuvo en manos de los colonialistas hasta 1824. 

La participación decisiva del Ejército de los Andes, formado en la ciudad argentina de Mendoza por San Martín, al que se habían unido O’Higgins y muchos patriotas chilenos tras la derrota de Rancagua en 1814, que echó por tierra al inicial gobierno propio constituido sin el reconocimiento de la metrópoli, conocido como la Patria Vieja, más la necesidad estratégica de asegurar el cese del poderoso virreinato del Perú —una amenaza constante a las independencias chilenas y de las Provincias Unidas del Río de la Plata— ligaron estrechamente los inicios de la historia chilena independiente a las luchas patrióticas de sus vecinos, tanto al norte como al otro lado de los Andes.

José de San Martín fue eje central de la libertad chilena, no solo por sus victorias militares sobre los realistas sino, y sobre todo, por su acertada estrategia desde que comenzaron los combates en la región del Plata de atacar al enemigo en el Perú, donde este era poderoso y contaba con recursos humanos y militares suficientes para poner en jaque por tierra, sin esperar el arribo de contingentes armados desde la Península —como lo hizo desde las rebeliones de 1810—, a los intentos independentistas del extremo sur del Continente.  

Esta explicación es necesaria porque las escasas referencias martianas al tema de la independencia chilena aparecen sobre todo en sus textos dedicados al hijo de Yapeyú, personalidad de la épica continental que atrajo su interés y simpatía, cuyo cruce de los Andes desde Mendoza hacia Chile concitó su admirada estimación como uno de los grandes acontecimientos de la historia.

Quizás contribuyera a esa mirada del cubano el hecho de que es evidente que dispuso como fuente informativa acerca del general de la biografía escrita por Bartolomé Mitre, cuyos tomos se conservan de la que fue la biblioteca personal del Maestro, con notas y marcas indicativas de su estudio concienzudo de esa obra, que da relieve a la ejecutoria del general en el proceso de la independencia chilena. Y también ha de considerarse que el sentido sanmartiniano de patria grande coincidía con las apreciaciones martianas acerca de la unidad de nuestra América.

Así, justamente en “Tres héroes”, su texto en el primer número de La Edad de Oro, dedicado a Miguel Hidalgo, a Simón Bolívar y al libertador del sur, refiere Martí como este último levantó el espíritu patriótico en una época en que se sumaban las derrotas, como la propia salida de O’Higgins y José Miguel Carreras de Chile en 1814. Y en cuatro líneas brinda a sus jóvenes lectores el portentoso cruce de los Andes.

“En dieciocho días cruzó con su ejército los Andes altísimos y fríos: iban los hombres como por el cielo, hambrientos, sedientos: abajo, muy abajo, los árboles parecían yerba, los torrentes rugían como leones.” (1)

Llamativa y eficaz es la economía de medios que emplea para describir aquella hazaña, que enfatiza las alturas por las que se movieron aquellas tropas, así como las imágenes que describen a los árboles y a los torrentes. Con semejante síntesis entrega en tres líneas la victoria: “San Martín se encuentra al ejército español y lo deshace en la batalla de Maipú, lo derrota para siempre en la batalla de Chacabuco. Liberta a Chile.”  Y luego del punto y seguido, pasa a la campaña del Perú y al encuentro con Bolívar en Guayaquil. (2)

Pero será en su ensayo extenso de 1891 titulado “San Martín”, publicado en el Álbum de El Porvenir, en Nueva York, donde se extiende en la campaña libertadora chilena y en sus maniobras para lograr el gran salto hacia Perú. Son cuatro párrafos magníficos por su prosa narrativa y por su capacidad de síntesis. Los rápidos movimientos de aquel ejército los compara con el rayo. En el primero detalla el paso por los Andes, mientras que en el segundo describe la acción de Chacabuco y detalla el desempeño de O’Higgins, al frente de una división patriota, quien celoso del general Manuel Estanislao Soler, jefe de la otra división, “ganó, a son de tambor, la cumbre por donde podía huir el español acorralado”,  y, efectivamente, al mediodía, “espantado el español, reculaba ante los piquetes del valle, para caer contra los caballos de la cumbre.” (3)

Continúa el tercer párrafo explicando cómo San Martín no aceptó ser “gobernador  omnímodo” de  Chile porque se empeñaba en asegurar el éxito final en Perú: pide recursos a Buenos Aires y “ampara a su amigo O’Higgins, a quien tiene en Chile de  Director, contra los planes rivales de su enemigo Carrera.” (4) En el cuarto párrafo describe la conducta sanmartiniana para el avance hacia Perú aprovechando el dominio del mar por la armada al mando del inglés Thomas Cochrane, al servicio de la independencia americana, y cierra el relato con la desobediencia del general al llamado de regreso a Buenos Aires y su marcha hacia Perú bajo la bandera chilena.

No es casual que Martí volviera a escribir acerca de San Martín —ahora todo un texto completo en que la narración no le impide el análisis, la argumentación propia del  ensayo— y que lo hiciera para una publicación de los emigrados cubanos en Nueva York. A mi parecer, al escribir sobre las victorias militares de San Martín, sobre la heroicidad de sus tropas y sobre su estrategia liberadora que cubría una ancha geografía física y social, Martí procuraba también levantar el espíritu patriótico de los cubanos para abrir camino a una guerra liberadora también para su Isla, a la vez que justificaba su criterio en favor de la necesidad de la lucha armada para dar fin al dominio colonial.  

Otro escrito martiano, casi nunca citado, entrega visiones interesantes acerca de las personalidades de la independencia chilena. Se trata de un texto que publicara en el mensuario neoyorquino La América, en febrero de 1884, entonces bajo su dirección. Allí ofrece un amplio comentario, bajo el título de “Libro nuevo”, acerca de la aparición en Estados Unidos de unas memorias que versan en buena medida acerca de los tiempos de la pelea por la independencia de Chile. Titulado The recollection of an Octogenarian y traducido por Martí como “Los recuerdos de un octogenario”, la obra entrega las remembranzas de Henry Hill  durante sus viajes y estancias por la América del Sur como comerciante, misionero y cónsul estadounidense.

Martí considera que el autor no había entibiado con los años “el amor y respeto que en su época heroica le inspiraron los héroes, naturaleza y hazañas de la naciente América del Sur.” (5) Y por eso acoge con cariño estas páginas que dan anécdotas, relatos y miradas sobre los protagonistas de la emancipación de las provincias del Plata, de Chile y de Perú.

En su texto, Martí incluye juicios de Hill sobre esas personalidades, cuya simple traducción ya nos indicaría cómo su criterio de selección expresa su propia asimilación de las opiniones de Hill, aunque Martí va más allá, y su acto traduccional resulta tan creador y original que nos sitúa, de hecho ante sus propios juicios.  

José Manuel Carrera es el inquieto “Presidente de Chile, de arrogante audiencia, de buena casa, inteligente, avisado, culto; pero ambicioso, descontento entonces, lleno de enojo por no ver fácil su preponderancia en Chile.” Bernardo O’Higgins es descrito así: “…patriota sincero, soldado bravo, hombre amable, sensible y fidedigno.” El almirante Miguel Blanco Encalado es referido como “perfecto caballero, de militar cultura y raras y seductoras facultades.” Cochrane es “impetuoso, terco y de genio vivo, capaz y pendenciero; amigo de mandar e impaciente del mando de otros, natural señor y consejero de señores, alto, combado, desgarbado, la mirada movible, pecoso el rostro, el pelo rufo.” (6)

Y cuando Martí nos habla del San Martín de Hill, el lector conocedor de los escritos martianos acerca de este, no puede dejar de percibir cómo el comentarista desliza su propia mirada. Escuchémoslo.

“…a San Martín, a San Martín grande y sereno, alto y de tez oscura; de soberanos, penetrantes ojos; de selvoso y negrísimo cabello; la nariz prominente y aguileña¸ los labios finos, llenos siempre de enérgicas y vívidas palabras, y en su levita azul con charreteras y pantalones de galón de oro, militar imperante, austero y culto, de tan visibles dotes, que con oírle hablar aparecía su superioridad considerable entre sus contemporáneos, y tan tierno y profundo en sus afectos, que, de ver tan grande hombre, se consolaban los demás de serlo.” (7)

El cubano parece pasearse por aquellos años del segundo decenio del siglo XIX cuando describe a San Martín cortándole el paso a los realistas del Perú en Maipú y de ese modo les impidió llegar a Valparaíso, cómo O’Higgins, con la mano herida en Tacahuano firmaba sus decretos con un rasgo, y cómo San Martín se embarcó para libertar al Perú acompañado de Cochrane, aunque “no anduvieran siempre juntos después.” (8)

Martí se hace eco también de los recuerdos de Hill en la Santiago de los patriotas, la ciudad de lady Cochrane, “aquella dama afable y bulliciosa, por cuya alma se había entrado, con una amable locura, el sol de América; la de las reuniones una vez por semana en el salón de San Martín con toda la gente santiagueña, donde se hablaban y se despedían cantando el himno y “de patria se iban llenos”, mientras el general “montaba a caballo, y se iba a ver a sus soldados negros.” (9)

Por último, Martí narra la partida de Hill hacia Buenos Aires, dejando detrás a “los amigos buenos; O’Higgins, benévolo y modesto; el almirante Blanco, que se adueñaba de los hombres”, y en el camino del estadounidense hacia Mendoza, el traductor cubano introduce a Carrera, quien anduvo por esa misma vía y, “airado por la sentencia a muerte de sus dos hermanos, vino a morir él mismo de triste modo.” (10)

De estas frases acerca de los hombres de la independencia chilena se desprende la evidente simpatía martiana por las condiciones humanas de O’Higgins y además, probablemente por su confluencia con San Martín en cuanto a la necesidad de llevar y apoyar la campaña libertadora de Perú. Es de notar, por otra parte, que aunque el cubano no explicita igual simpatía por Carrera, el rival de O’Higgins, tampoco condena su desempeño y hasta refleja cierta pena por su deceso mediante fusilamiento en Mendoza.

No puede decirse, desde luego, que, hasta donde sabemos hoy, la independencia de Chile fue un tema de la obra martiana; pero me parece evidente que conoció mucho y bien de aquel proceso, parte de la gran epopeya libertadora continental, admirada y glorificada por Martí. No podía ser de otro modo en quien, como él, durante su residencia en Guatemala había llamado al pueblo chileno “digno” y “activo” (11) y reconoció con orgullo “el renombre sólido que ya ha adquirido Chile.”  

NOTAS:

(1) Martí, José. Obras completas, 27 tomos, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, tomo18, p, 308. En adelante se cita OC, el primer número correspondiente al tomo y el segundo a la página.

(2) OC, 18, 308.

(3) OC, 8, 231.

(4) Idem.

(5) OC, 8, 315.

(6) OC, 18, 308.

(7) OC, 8, 316.

(8) OC, 8, 316-317.


(9) OC, 8, 317.


(10) OC, 8, 318.


(11) OC, 7, 104 y 110.

Fuente: cubarte.cult.cu