No pasarán: Batalla de Tucumán

Por Martín Cortés
para Marcha 
Publicado el 26 de septiembre de 2012

Doscientos años después, sigue siendo importante recordar el rol de Manuel Belgrano como líder militar sin experiencia y su desobediencia al Triunvirato, expresión del centralismo porteño. A partir de esta batalla, las tropas españolas retrocedieron y dejaron de representar un peligro inmediato para las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Para 1812, el único gobierno revolucionario que se mantenía en pie en América era el encabezado por Buenos Aires y la necesidad de mantenerlo en pie concernía a toda la región. Parte de las tropas patriotas venían de ser derrotadas en Huaqui, a orillas del lago Titicaca en la actual Bolivia. Desde allí, las tropas que provenían de Perú perseguían al Ejército del Norte, con el objetivo de sofocar la insurgencia porteña. En agosto de 1812, Belgrano ordena se practique la política de tierra arrasada en Jujuy y hace retirarse a toda su población hacia el sur, en lo que se conoce como Éxodo Jujeño. Desde Buenos Aires, el Triunvirato ordena al ex vocal de la Primera Junta replegarse hasta Córdoba, donde se uniría con tropas frescas para presentar batalla. Belgrano, en cambio, decide hacerlo en Tucumán.

La decisión obedece a razones de estrategia bélica. De perder la batalla en Córdoba, el camino a Buenos Aires era relativamente llano: la marcha sería rápida y la junta revolucionaria caería fácilmente. Había dos razones más para considerar ésta como una seria posibilidad: las tropas realistas en Montevideo, al otro lado del Río de la Plata, y los portugueses, siempre al acecho de la zozobra de cualquier punto de las tierras españolas para apoderárselas. Además, los vecinos de la ciudad de Tucumán le ruegan a Belgrano que se quede a luchar allí, ofreciéndole dinero y tropas que, si bien no estaban bien preparadas, éste utiliza como la excusa perfecta para incumplir las órdenes del Triunvirato. Si bien las tropas estaban desmoralizadas por la derrota de Huaqui, Belgrano intenta despertar su valor utilizando la bandera creada por él en febrero, a orillas del Río Paraná: otra desobediencia a Buenos Aires, que no había reconocido la insignia. Los españoles no llegan en el mejor estado a la batalla. Venían bajando desde Perú sin conseguir aprovisionarse y siendo hostigados permanentemente por tropas irregulares de gauchos salteños, jujeños y tarijeños. Para colmo de males, el teniente Lamadrid, que conocía el territorio, incendia algunos pajonales que obligan a los españoles a torcer el rumbo y recibir la primera ofensiva patriota en un terreno escarpado y desfavorable para la lucha. Además, en lo que muchos interpretaron como un favor divino, una bandada de langostas oscurece el cielo y, según la tradición, hace pensar a los realistas que tenían enfrente más soldados de los que en realidad había, provocando el repliegue. En medio de esta confusión, Belgrano, que acampaba a pocos kilómetros del lugar de la batalla, sólo se entera por la noche de que ha ganado la contienda.

La decisión de batallar en Tucumán y no en Córdoba también tiene un carácter político. ¿Qué significaba desobedecer al Triunvirato? Esta forma de gobierno había reemplazado a la Junta grande, a la cual se acusaba de inoperante. Esto se debía a que reunía representantes de todas las Juntas provinciales, lo cual entorpecía el gobierno, más aún en el contexto de una guerra. En un principio, el Triunvirato actuaba como un Poder Ejecutivo que debía rendir cuentas ante la Junta, pero luego ésta fue disuelta. Concentrando el poder en tres personas, este órgano puede considerarse como la primera aparición del centralismo porteño: uno de sus secretarios, Bernardino Rivadavia, proclamará una Constitución en 1826 de marcado carácter unitario. Además, por presión de Gran Bretaña, que ahora era aliada de España contra Napoleón, se seguía reconociendo al rey Fernando VII como autoridad legítima: por esa razón no se aprueba la bandera creada por Belgrano a orillas del río Paraná en febrero de 1812. La victoria en Tucumán provocará un fuerte descenso en la popularidad del Triunvirato, que terminará cayendo en manos de la Logia Lautaro (uno de cuyos líderes era José de San Martín) para formar un Segundo Triunvirato de inclinación más radical.

Es importante destacar también el rol que jugó Manuel Belgrano en este hecho. Hijo de una acaudalada familia establecida en Buenos Aires, su padre era un rico comerciante italiano que pudo enviarlo a estudiar a España, donde el futuro prócer tomó contacto con las ideas liberales revolucionarias provenientes de Francia y Estados Unidos. De vuelta en Buenos Aires, promovió medidas librecambistas que iban en contra del monopolio comercial español, principal fuente de riquezas para muchas de las familias importantes de la ciudad. Su poca pericia bélica puede verse en dos hechos: las invasiones inglesas, en las que fracasa en una operación como capitán de las Milicias Urbanas, y la expedición al Paraguay para que éste enviara representantes a la Junta, donde es encarcelado. Sin embargo, en ese tiempo se entrenó en el manejo de armas y la estrategia militar y pudo lograr una victoria de crucial importancia para la causa revolucionaria. A decir verdad, Belgrano hizo suya la causa independentista: su figura es un claro ejemplo del trastocamiento que significó la guerra para toda Hispanoamérica. El abogado morirá pobre en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, el mismo día en que la ciudad llegó a tener tres gobernadores.

La victoria de Tucumán fue un punto de quiebre en la guerra de independencia: desde ese momento, el ejército español comenzó a retirarse hacia Perú y sería vencido una vez más en la batalla de Salta poco tiempo después, en febrero de 1813. El sacrificio demostrado por Manuel Belgrano y su desobediencia al gobierno central porteño, así como la participación de los gauchos norteños en la contienda, son hechos que deben ser recordados para la construcción de una historia realmente federal y desde abajo.

Fuente

Parte de la batalla   

Manuel Belgrano (Autobiografía)

Copia sacada de otra copia sacada del original 1

“Había pensado dejar para tiempos más tranquilos escribir una memoria sobre la acción gloriosa del 24 de septiembre del año anterior; lo mismo que de las demás que he tenido en mi expedición al. Paraguay, con el objeto de instruir a los militares del modo más acertado, dándoles lecciones por medio de una manifestación de mis errores, de mis debilidades y de mis aciertos, para que se aprovechasen en las circunstancias, y lograsen evitar los primeros y aprovecharse de los últimos.


“Pero es tal el fuego que un díscolo, intrigante, y diré también, cobarde, ha intentado introducir en el ejército, sin efecto en este pueblo y en la capital, y su osadía para haberme presentado un papel, que por sí mismo lo acusa cuando trata de elogiarme y vestirme con plumas ajenas, que no me es dable desentenderme y me veo precisado, en medio de mis graves ocupaciones, a privarme de la tranquilidad. y reposo tan necesario, para manifestar a clara luz la acción del predicho 24 y la parte que todos tuvieron en ella.

“Confieso que me había propuesto no hablar de las debilidades de ninguno, que yo mismo había palpado desde que intenté la retirada de la fuerza que tenía en Humahuaca, a las órdenes de don Juan Ramón Balcarce, autor del papel que acabo de referir; pero, habiéndome incitado a ejecutarlo, presentaré su conducta a la faz del universo, con todos los caracteres de la verdad, protestando por no faltar a ella, aunque sea contra mí, pues éste es mi modo de pensar y de que tengo dadas pruebas, muy positivas, en los cargos que he ejercido desde mis más tiernos años, y de los que he desempeñado desde nuestra gloriosa revolución, no por elección, porque nunca la he tenido, ni nada solicitado, sino porque me han llamado y me han mandado, errados, a la verdad, en su concepto.

“Todos mis paisanos, y muchos habitantes de la España, saben que mi carrera fue la de los estudios, y que concluidos éstos debí a Carlos IV que me nombrase secretario del Consulado de Buenos Aires, en su creación; por consiguiente, mi aplicación, poca o mucha, nunca se dirigió a lo militar; y si en el año 96 el virrey Melo me confirió el despacho de capitán de milicias urbanas de la misma capital, más bien lo recibí como para tener un vestido más que ponerme que para tomar conocimientos en semejante carrera.

“Así es que habiendo sido preciso hacer uso de las armas, y figurar como tal capitán, el año 1806, que invadieron los ingleses, no sólo ignoraba cómo se formaba una compañía de batalla o en columna, pero ni sabía mandar echar armas al hombro, y tuve que ir a retaguardia de una de ellas, dependiente de la voz de un oficial subalterno, o tal vez de un cabo de escuadra de aquella clase.

“Cuando Buenos Aires se libertó, en el mismo año 1806, de los expresados enemigos, y regresé de la Banda Septentrional,[2] adonde fui después que se creó el cuerpo de Patricios, mis paisanos, haciéndome un favor que no merecía, me eligieron sargento mayor, y, a fin de desempeñar aquella confianza, me puse a aprender el manejo de armas y tomar sucesivamente lecciones de milicia.

“He aquí el origen de mi carrera militar, que continué hasta la repulsa del ejército de Whitelocke, en el año 1807, en la que hice el papel de ayudante de campo del cuartel maestre, y me retiré del servicio de mi empleo, sin pensar en que había de llegar el caso de figurar en la milicia; por consiguiente, para nada ocupaba mi imaginación lo que pertenecía a esta carrera, si no era ponerme alguna vez el uniforme, para hermanarme con mis paisanos.

“Se deja ver que mis conocimientos marciales eran ningunos, y que no podía yo entrar al rol de nuestros oficiales, que desde sus tiernos años se habían dedicado, aun cuando no fuese más que a aquella rutina que los constituía tales, pues que, ciertamente, tampoco les enseñaban otra cosa, ni la corte de España quería que supiesen más.

“En este estado, sucedió la revolución de 1810; mis paisanos me eligen para uno de los vocales de la Junta Provisoria, y esta misma me envía al Paraguay, de su representante y general en jefe de una fuerza a que se dio el nombre de ejército, porque había sin duda en ella de toda arma, y no es el caso de hablar ahora de ella ni de sus operaciones de entonces.

“Pero ellas me atrajeron la envidia de mis cohermanos de armas, y en particular el grado de brigadier, que me confirió la misma junta, haciendo más brecha en el tal don Juan Ramón Balcarce, que, además, había sido el autor para que no fuese en mi auxilio el cuerpo de Húsares, de que era teniente coronel, intrigando y esforzándose con sus oficiales, en una junta de guerra, hasta conseguir que cediesen a su opinión, exceptuándose solamente uno, que en su honor debo nombrar: don Blas José Pico.

“Era, pues, preciso que sostuviese un hecho tan ajeno de un militar amante de su patria y que ahora he comprendido era efecto de su cobardía y de una revolución intentada y efectuada por otros fines, y cuyos autores jamás pensaron en vejarme ni abatir mis tales cuales servicios honrados y patrióticos, le dio lugar a que, valiéndose de él, pidiese por la recíproca, e hiciese que los oficiales de aquel cuerpo, que por sí mismo se había degradado, no concurriesen al socorro de sus hermanos de armas abandonados, se empeñaran y agitaran los ánimos para que se me quitase el grado y el mando de aquel ejército, que ya aterraba a los de Montevideo.

“Bien se ve que hablo de la revolución del 5 y 6 de abril de 1811, y no tengo para calificar ante mi nación y ante todas las que han sido instruidas de ella, cual será don Juan Ramón Balcarce, cuando lo presente como un individuo que cooperó a ella, y que acaso, en todo lo concerniente a mí, puedo asegurar fue el primero y principal promovedor.

“Conocía esto yo, y lo sabía muy bien, cuando el gobierno me envió a tomar el mando de este ejército, y le hallé que estaba en Salta con una fuerza de caballería; consulté con el general Pueyrredón, sobre su permanencia en el ejército, no por mí (hablo verdad), sino por la causa que defendemos, y me contestó que no había que desconfiar.

“Con este dato, creyendo yo al general Pueyrredón un verdadero amante de su patria, apagué mis desconfianzas, y habiéndome escrito con expresiones excedentes a mi mérito, le contesté en los términos de mayor urbanidad, y traté desde aquel momento de darle pruebas que en mí no residía espíritu de venganza, sin embargo de haber observado, por mí mismo, que su conciencia le remordía en sus procedimientos contra mí, y de los que con tanto descaro había ejecutado su hermano don Marcos, de que en el gobierno hay pruebas evidentes.

“Así es que llegado al Campo Santo, donde se me reunió inmediatamente, lo hice reconocer de mayor general interino del ejército, por hallarse indispuesto el señor Díaz Vélez, y sucesivamente fié a su cuidado comisiones de importancia, dejándole con el mando de lo que se llamaba ejército, mientras mi viaje a Pummamarca. A mi regreso lo ocupé también cuando la huída del obispo de Salta, o su ocultación, y no había cosa en que no le manifestase el aprecio que hacía de él.

“Llega el caso de poner en movimiento el ejército, no porque estuviese en estado, porque con dificultad podía presentarse una fuerza más deshecha por sí misma, ya por su disciplina y subordinación, ya por su armamento, ya también por los estragos del chucho (terciana o fiebre intermitente), sino porque convenía ver si con mi venida y los auxilios que me seguían podía distraer al enemigo de sus miras sobre Cochabamba.

“Inmediatamente eché mano de él y lo mandé a Humahuaca, con la tal cual fuerza disponible que había, quedándome yo con el resto, con que fui a Jujuy a situarme, para poder trabajar en lo mucho que debía hacerse, si se había de reponer un cuerpo enteramente inerme y casi en nulidad, que era el ejército, en donde no se conocía la filiación de un soldado, y había jefe que en sus conversaciones privadas se oponía a ella, cual lo era el comandante de Húsares, don Juan Andrés Pueyrredón, sin duda para que todo siguiera en el mismo desorden.

“Me hallaba en Jujuy, y por sus mismos partes (de Balcarce) y oficios, y aun cartas amistosas, clamaba por que le dejase salir a perseguir algunas partidas enemigas, que me decía recorrían el campo; se lo prometí, y llegado hasta Cangrejillos, y aún antes, me insinuaba que no convenía separarse tanto del cuartel general;[3] le hice retirarse, así porque supe que no había enemigos hasta Suipacha y aquellas cercanías, como porque veía que mi intento no se lograba, de poner en movimiento al enemigo, que sabía, si cabe decirlo así, tanto o más que yo, lo que era el tal ejército.

“Se retiró, según mis órdenes de Cangrejillos, y tiene la osadía de decirme en el papel que me ha dado mérito a esta memoria, que había ido hasta Yavi y había ahuyentado a todas las partidas enemigas, cuando no encontró una, ni en aquella salida hubo más que mandar a don Cornelio Zelaya y don Juan Escobar, a traer al tío del marqués de Toxo (o Yavi, pues con los dos nombres era designado) de su población de Yavi.

“Es verdad que en Humahuaca promovió el reclutamiento de los hijos de la quebrada que tanto honor han hecho a las armas de la Patria, y se empeñó en su disciplina, para lo que él confiese que es a propósito, y, sí en mi mano estuviera, lo destinaría a la enseñanza, y particularmente de la caballería, pero de ningún modo a las acciones de guerra.

“Empecé a desconfiar de su aptitud para ellas en los momentos en que me avisó los movimientos del enemigo de Suipacha, y puede juzgarse de su cavilosidad y cobardía por sus mismos oficios y consultas repetidas, tanto que me vi precisado a mandar al mayor general Díaz Vélez a hacerse cargo del mando, y aun a escribirle una carta reservada del estado de mi corazón respecto de aquél, pues ya no confiaba en sus operaciones, y me llenaba de desconfianza de si quería o no hacer lo que hizo con Pueyrredón,[4] de darle un parte de que los enemigos bajaban, para que se retirase, cuando aquéllos ni lo habían imaginado.

“Llegado el mayor general Díaz Vélez a Humahuaca con el designio de distraer al enemigo por uno de sus flancos, no pudiendo verificarlo por su proximidad, dictó sus órdenes para que se retirasen las avanzadas, que hizo firmar a Balcarce, por la mayor prontitud y aún al día siguiente se prevale de esto para decir de su honrosa retirada, cuando todas las disposiciones eran debidas al expresado mayor general, y cuando jamás se le vio a retaguardia de la tropa, pues, al contrario, en la vanguardia, con los batidores, era su marcha.

“Esto lo presencié por mí mismo, cuando habiéndome dado parte, en la Cabeza del Buey, de que el enemigo avanzaba y sólo distaba cuatro cuadras del cuerpo de retaguardia, mandé que se replegase a mi posición y me dispuse a recibirlo; vi, pues, entonces, que con los batidores, y a un buen trote, el primer oficial que se me presentó fue el don Juan Ramón, y sé que sucesivamente hizo otro tanto, hasta que vino envuelto entre el cuerpo dicho de retaguardia, perseguido de los enemigos. Cuando éstos se me presentaron en el río de las Piedras, y logré rechazarlos con sólo cien cazadores, cien pardos y otros tantos de caballería, entre los cuales no fue el primero ni a presentárseles, ni a subir una altura que ocupaban, y en que se distinguió el capitán don Marcelino Cornejo, habiendo quedado a retaguardia el mencionado don Juan Ramón.

“Como desde esta acción[5] ya mi cuerpo de retaguardia viniese a corta distancia, resuelto a sostenerme, para no perderlo todo, consultando con el mayor general, en la Encrucijada, los medios y arbitrios que pudiéramos tomar para el efecto, me apuntó al nominado don Juan Ramón para enviarlo con anticipación a ésta (Tucumán), donde tenía concepto, por haber estado en otro tiempo de ayudante de las milicias, y me resolví, dándole las más amplias facultades para promover la reunión de gente y armas, y estimular al vecindario a la defensa.

“Desempeñó esta comisión muy bien, dio sus providencias para la reunión de la gente, así en la ciudad como en la campaña, bien que más tuvo efecto la de ésta, en que intervinieron don Bernabé Aráoz, don Diego Aráoz y el cura doctor Pedro Miguel Aráoz, pues de la ciudad, la mayor parte, con varios pretextos y sin ellos, no tomaron las armas, siendo los primeros que no asistieron los capitulares, exceptuándose solamente don Cayetano Aráoz, y habiéndose ido dos o tres días antes de la acción el gobernador intendente don Domingo García, y no pareciendo en ella el teniente gobernador don Francisco Ugarte.

“El día que me acercaba a esta ciudad, se anticipó el ayudante de don Juan Ramón, don José María Palomeque, a anunciarme la reunión de gente, noticia que recibí con el mayor gusto y que ensanchó mi ánimo. Volé a verla por mí mismo, y hablé con aquél en la quinta de Avila, donde nos encontramos, y haciendo toda confianza de él, y tratando de nuestra situación, le hice ver las instrucciones que me gobernaban, las más reservadas, manifestándole mi opinión acerca de esperar al enemigo; convino, lo mismo que había hecho en la Encrucijada, exponiéndome que no había otro medio de salvarnos, en cuya consecuencia escribí al gobierno el 12 de septiembre, y aun le enseñé allí mismo el borrador, haciendo toda confianza de él.

“Sucesivamente se reunieron hasta seiscientos hombres, a sus órdenes, en que había Húsares, Decididos[6] y paisanos, y les dió sus lecciones constantemente, contrayéndose, en verdad, a su instrucción y a entusiasmarlos en los días que mediaron, con un celo digno de aprecio, pero ya empecé a entrever su insubordinación respecto del mayor general Díaz Vélez, y una cierta especie de partido que se formaba, habiendo llegado a término de escándalo la primera, aun a las inmediaciones de la tropa y paisanaje, que me fue necesario prudenciar las circunstancias, y en particular por no descontentar a los últimos, que, como he dicho, tenían un gran concepto formado de él. Es preciso no echar mano jamás de paisanos para la guerra, a menos de no verse en un caso tan apurado como en el que me he visto.

“Dispuse, pues, dividir aquel cuerpo, dándole a mandar la ala derecha, que la componía una mitad de dicho cuerpo, y a don José Bernaldes la ala izquierda, que era la otra mitad, con orden expresa de que se dividieran del mismo modo las armas de fuego, orden que no cumplió. y de que fui exactamente cerciorado cuando al marchar para el frente del enemigo, me hace presente Bernaldes la falta de armas de fuego, por no haberse ejecutado mi expresada orden.

“El momento de la acción del 24 llega. La formación de la infantería era en tres columnas, con cuatro piezas para los claros, y la caballería marchaba en batalla, por no estar impuesta ni disciplinada para los despliegues, no podía ser en tan corto tiempo como el que había mediado del 12 al 24.

“Hallándome con el ejército a menos de tiro de cañón del enemigo, mandé desplegar por la izquierda las tres columnas de infantería, única evolución[7] que habían podido aprender en los tres días anteriores, en que habíamos hecho algunas evoluciones de línea, y que se podía esperar que se ejecutase la tropa con facilidad y sin equivocación, guardando los intervalos correspondientes para la artillería. Se hizo esta maniobra con mejor éxito que en un día de ejercicio.

“El campo de batalla no había sido reconocido por mí, porque no se me había pasado por la imaginación que el enemigo intentase venir por aquel camino a tomar la retaguardia del pueblo con el designio de cortarme toda retirada; por consiguiente, me hallé en posición desventajosa, con parte del ejército en un bajío, y mandé avanzar, siempre en línea al enemigo, que ocupaba una altura,[8] y sufría sus fuegos de fusilería sin responder más que con artillería, hasta que observando que ésta había abierto claros y que los enemigos ya se buscaban unos a otros para guarecerse, mandé que avanzase la caballería y ordené que se tocase paso de ataque a la infantería.

“Confieso que fue una gloria para mí ver que el resultado de mis lecciones a los infantes para acostumbrarlos a calar bayonetas, al oír aquel toque, correspondió a mis deseos; no así en la caballería de la ala derecha, que mandaba don Juan Ramón Balcarce, pues, lejos de avanzar a su frente, se me iba en desfilada por el costado derecho; en esta situación, observé que el enemigo desfilaba en martillo a tomar el flanco izquierdo de mi línea, y fiando al cuidado de los jefes de aquel costado aquella atención, me contraje a que la caballería de la ala derecha ejecutase mis órdenes.

“Hallándome en aquellos apuros, no sé quién vino a decirme, de la parte de Balcarce, que luego que la infantería hubiese destrozado al enemigo avanzaría la caballería; entonces se redoblaron mis órdenes de avanzar, y empezándolas a cumplir, marchando el ejército, le mandé decir con mi edecán Pico que no era aquél modo de avanzar, que lo ejecutase a galope. Sin embargo, tomó dirección no a su frente sino sobre la derecha, y viéndome así burlado en mi idea, volví la cara a retaguardia, y presentándoseme en el cuerpo de reserva el capitán don Antonio Rodríguez, al frente de la caballería que había allí, le mandé avanzar por el punto donde me hallaba, y lo ejecutó con un denuedo propio.

“Observaba este movimiento, y vuelvo sobre mi costado izquierdo para saber el éxito de aquella tropa del enemigo que había visto desfilar, y me encuentro con el coronel Moldes que se venía a mí y me pregunta: “¿Dónde va usted a buscar mi gente?” (su gente debería decir, porque el Coronel Moldes no mandaba ninguna). Entonces me manifiesta que estaba cortado; “pues vamos a buscar la caballería”, le dije, y tomo mi frente, que los enemigos habían abandonado…”

… Hasta aquí llega lo escribió el General Belgrano de esta memoria. Sensible es que no la concluyese. (Paz)

Referencias

 Título con que se encabeza en los originales del general Paz el fragmento de la memoria la Batalla de Tucumán escrito por el general Manuel Belgrano, y las observaciones críticas correspondientes al mismo. (N. del E.)

 Banda Oriental (N. del E.)

 a) El que pone esta nota se halló en esa pequeña expedición, en que Balcarce sólo llegó a Cangrejos, que es aún dos leguas menos de Cangrejillos. Sólo una partida con Zelaya y Escobar llegó a Yavi, sin más ventaja que traer preso a un viejo, tío del marqués de este título, quien dijo que había sido robado, lo que pienso que es falso. (Paz)

 b) Consultando mi memoria, que acostumbraba a ser algo fiel, no hallo sino que, cuando la retirada de Pueyrredón, a que alude el autor, no era Balcarce sino Díaz Vélez quien mandaba la vanguardia, y era consiguiente que éste diese los partes de 1a aproximación del enemigo. Solamente que se refiera a algunas noticias extraoficiales que diese aquél a Pueyrredón, o a consejos que éste le hubiese pedido. De otro modo, no puedo explicar esto. (Paz)

 c) Me es muy sensible notar que el autor se haya dejado dominar tanto de, por otra parte, su justo resentimiento que, para hacer cargos a Balcarce, olvida que había otro (sin que por esto diga que falte a la verdad) que era el verdaderamente responsable. Tanto en la Cabeza del Buey como en el río de las Piedras, era Díaz Vélez quien mandaba la retaguardia, y Balcarce era su subordinado. Yo que aunque muy joven y en un grado muy subalterno me hallé presente en esos hechos de armas, puedo dar algunos conocimientos que ilustren esta memoria. Se me viene la idea de comentarla y continuarla, y quizá lo haré si tengo algunos ratos desocupados. (Paz)

 d) Eran dos compañías de mozos decentes: una de Salta y otra de Tucumán. (Paz)

 e) Parece que hay algo de exagerado, por lo menos en la tropa vieja. (Paz)

 f) Altura de muy poca elevación, lomada, pues el terreno es llano. (Paz)