El 14 de Setiembre de 1816 decapitan a Manuel Ascencio Padilla

Por Joaquín Achával
para El Intransigente
Publicado el 14 de septiembre de 2010

Tras salvar la vida de su mujer, Juana Azurduy de Padilla, es alcanzado por el coronel realista Javier Aguilera en El Villar, Alto Perú. El jefe realista le cortó la cabeza

Había nacido el 26 de setiembre de 1774 en La Laguna, hoy llamada Padilla en la actual República de Bolivia. Padilla fue un militar que luchó con los soldados altoperuanos por la causa de la Independencia americana, al frente de montoneras irregulares pero que prestaron un dorado servicio a las armas de la Patria.

Como tantos otros, olvidó su origen y posición social para entregarse a la lucha por la libertad. Asesencio (o Asensio) era hijo de un hacendado local y vivió en el campo casi toda su juventud, ingresando al ejército a muy temprana edad.


A medio camino en su formación de abogado en la Universidad de Charchas, dejó los estudios para casarse con Juana Azurduy en 1805.

Cuando se dio el primer grito de libertad americano, en la ciudad de los tres nombres (Chuquisaca, Charcas, hoy Sucre) el 25 de Mayo de 1809, Padilla se unió a los revolucionarios. Aquel movimiento, como se sabe, fue violentamente reprimido y sus jefes ejecutados; Padilla huyó a ocultarse entre los naturales.

Un año más tarde, en 1810, cuando Cochabamba se plegó al Movimiento de Mayo reconociendo la Junta de Gobierno de Buenos Aires, Padilla fue nombrado comandante civil y militar de una amplia zona intermedia entre Chuquisaca, Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra, con centro en La Laguna. Desde allí apoyó con sus 2000 guerrilleros indios la campaña de Esteban Arce que logró la victoria de Aroma.

Fueron sus tierras el lugar de reposo y acampe del Ejército del Norte, prestando cerrado apoyo a sus jefes, especialmente al desaforado Juan José Castelli que cometió toda clase de tropelías en la región, que luego Belgrano –su primo hermano- hubo de venir a componer. 

Cuando la Batalla de Huaqui, revés para los patriotas, sus bienes fueron incautados y su esposa apresada por los realistas. Padilla, en audaz acción logró rescatarla y ésta junto a sus hijos se unió a sus tropas volantes. El vencedor de Huaqui, José Manuel de Goyeneche, ante tanto derroche de bravura tentó de convencer a Padilla de que se pasase a sus filas mediante el ofrecimiento de un empleo público y el indulto, pero la negativa fue la respuesta. 

Tras una fugaz victoria en Pintatora, fue luego derrotado en Tacobamba; luego de lo cual se uniría al ejército de Manuel Belgrano participando en las gloriosas batallas de Santa y Tucumán. 

Hacia 1813 volvió al Alto Perú donde logró reunir unos casi diez mil hombres, fuerza que mereció de Bartolomé Mitre el peyorativo apelativo de “La Republiqueta de La Laguna”, como no podía ser de otra manera, para un autor que nunca comprendió la índole de la lucha independentista en el norte de la Patria. 

Fueron éstos los que guiaron y transportaron la artillera de Belgrano y apoyaron “desde fuera” a las tropas de aquél; fueron conocidos como el batallón de los “Leales”, cuya fidelidad premió Belgrano luego de la Batalla de Ayohuma premiando a Juana Azurduy con el obsequio de su sable. 

Los Padilla generaron una guerra de guerrillas que resultó letal para muchas avanzadas realistas. Su campo de acción cubría Mojotoro, Yamparáez, Tarabuco, Tomina y La Laguna, donde también actuaron hombres como Warnes, Juan Antonio Álvarez de Arenales y Vicente Camargo.

En cierta ocasión, los realistas secuestraron a los cuatro hijos del matrimonio Padilla dando muerte a los dos varones y utilizando alas niñas como señuelo para atraparlos. Furioso, Padilla las rescató dando mueve a los españoles, pero éstas dejaron de existir días más tarde. 

Los caudillos americanos fueron cayendo uno tras otro. De más de cien, al finalizar la contienda sólo quedaban con vida nueve; entre ellos Camargo que fue degollado. El propio Padilla fue vencido en la Batalla de La Laguna por el coronel Aguilera quien ordenó decapitarlo y exponer su cabeza en la plaza.

Manuel Belgrano no había tenido noticias de la muerte de Padilla y creyéndolo aún entre los vivos lo ascendió a coronel. Tras conocer la noticia, otorgó el grado de teniente coronel a su esposa Juana Azurduy, quien terminada la guerra se retiró a Chuquisaca en compañía de su única hija sobreviviente. 

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