Racismo en Estados Unidos, historia viva

Carlos Gutiérrez M.
Le Monde diplomatique

“Por primera vez supe lo que era viajar en vehículos en donde campeara el más rígido sincronismo. A los negros se les obligaba a entrar por las puertas traseras, con el fin de que no transitaran por las puertas reservadas a los blancos. Me tocó ver a una negra lujosamente vestida que penetró al vehículo por la puerta delantera y tras de recibir la amonestación del chofer, que quiso rechazarla, sufrió el desprecio y las malas caras de los blancos, al cruzar, como una exhalación, el corto trayecto que les estaba reservado. Al extremo opuesto del bus, todos los negros con los rostros rígidos, chispeantes de indignación, vimos llegar a la señora como náufrago que alcanzara un lugar firme en medio del océano” (1).


Así narra Manuel Zapata Olivella, el gran escritor colombiano, parte de sus vivencias en Estados Unidos, hacia mediados de los años 40 del siglo XX. Su recorrido por parte de aquel país le permitió conocer el racismo en todas sus manifestaciones. Su asombro no fue gratuito.

Tras más de siete décadas, aunque algunas de sus manifestaciones más groseras fueron superadas, otras muchas aún sobreviven. Una de ellas, la violencia oficial contra los negros, no quedó en la historia: está viva. El asesinato de jóvenes negros por parte de la policía no es una novedad, pero desde el año 2012, de manera notoria, trascienden la cotidianidad nacional e internacional, como no sucedía desde los años 60 del siglo XX (2), tras masivas protestas suscitadas como rechazo a estos hechos.

El 26 de febrero de 2012 fue asesinado Trayvon Martin, de escasos 17 años de edad, tras un operativo encabezado por un guardia barrial, quien disparó al considerar que algo ‘anormal’ sucedía; George Zimmerman, adscrito al sector donde ocurrieron los hechos, fue quien accionó el arma y acabó con la vida del joven. Las protestas, denunciando la violencia y el racismo, ganaron fuerza de inmediato. El 14 de julio de 2013, la denuncia y la protesta revivieron tras ser absuelto el inculpado por los jueces. El racismo late en la decisión final de la justicia norteamericana.

El 28 de mayo de 2014, las protestas contra la violencia policial y el racismo tomaron forma en Cleveland, al conocerse el fallo judicial favorable a 13 policías acusados por el asesinato de dos automovilistas desarmados, en hechos acaecidos en 2012. En el operativo, los agentes dispararon 137 balas contra Timothy Russell, de 43 años de edad, y Malissa Williams, de 30 años, a pesar de no representar peligro alguno para alguien; 49 de los disparos provinieron del arma del agente Michael Brelo.

En la noche del 9 al 10 de agosto de 2014 ocurre un hecho similar. Michael Brown, un joven negro de 18 años de edad, pierde su vida al recibir disparos por parte del policía Darren Wilson. De inmediato, los pobladores de Ferguson expresan masivamente su ira. Cerca de dos semanas dura su levantamiento contra “la aplicación de la ley” y el racismo. En este caso, como en los anteriores, los asesinados no estaban violando ley alguna ni ponían en riesgo la vida de nadie.

Más violencia racista. En Baltimore, el 19 de abril de 2015, seis policías locales detienen a Freddie Gray, un joven de 25 años, acusándolo de portar un cuchillo con una hoja de metal más grande de lo permitido. A pesar de retenerlo vivo y en plenas facultades físicas “[…], le dieron tal paliza que, como puede verse en un video tomado por alguien que pasaba por el lugar, fue necesario arrastrarlo hasta la furgoneta policial. Gray murió una semana después, y la autopsia divulgada […] indica que sufrió una “herida de alta energía” que le quebró el cuello […] (3).

La violencia policial es una constante en los Estados Unidos. “Un estudio realizado por la Oficina de Estadísticas Judiciales sobre homicidios policiales, para los años 2003-2009 y 2011, indica que la policía mató a 7.427 personas. Un promedio de 928 personas al año” (4). El estudio toma en cuenta una parte ínfima de la violencia policial en este país, ya que, de los 18.000 departamentos de policía con los que cuenta, sólo 1.000 de ellos informaron sobre el número de personas que mataron en cada uno de aquellos años. Académicos deducen que muchos de los asesinados no reportados deben ser negros o de piel marrón, otros tantos inmigrantes latinos.

El alto gobierno, preocupado por los sucesos acaecidos en estas ciudades, dispuso la creación de un grupo de trabajo para investigar y determinar un tema crucial: “el mantenimiento del orden en el siglo XXI”. El grupo de trabajo, luego de tres meses de labor, entregó sus conclusiones, que poco han servido para romper la ola de racismo que gana espacio en esta potencia, que se presta de ser el súmmum de la democracia. Y “29 días después de la publicación del informe, 111 personas más fueron asesinadas por ‘las fuerzas del orden’” (5).

Pero la violencia y el racismo no son de ahora. En los años 50 ganó espacio la lucha contra estas manifestaciones de discriminación social bajo la consigna de “Nosotros acusamos de genocidio”, caracterizando con ello la profundidad y las consecuencias de los homicidios policiales y el silencio cómplice del Estado. La denuncia fue dirigida y entregada en una sesión de las Naciones Unidas. Parece que, pese al paso del tiempo, las cosas no cambian. Los firmantes de esta denuncia argüían: “Anteriormente, el método tradicional de linchamiento era la cuerda. Hoy en día es la bala del oficial de policía. Para un americano, la policía es el gobierno (o el Estado), sin duda alguna, su figura más representativa. Nosotros sostenemos que las pruebas sugieren que la muerte de negros se convirtió en una política de seguridad (o policíaca) en Estados Unidos y que la política de seguridad es la expresión más práctica de la política del gobierno” (6). 

Tal denuncia reafirma con creces lo que pasa. Pese al paso del tiempo, “[…] uno de cada seis hombres negros de 24 a 54 años (1.500.000) ha desaparecido de la sociedad estadounidense, por muerte prematura o encarcelamiento. El homicidio ocupa el primer lugar como causa de muerte de los hombres negros jóvenes [y] de los 2,3 millones de presos [con que cuenta este país] casi el 40 por ciento es afroamericano, que sólo representa el 12,6 por ciento de la población total. Es seis veces más probable que sea encarcelado un hombre negro que uno blanco” (7).

El racismo y la violencia penetran las fibras más finas y profundas de esta nación, construida sobre el exterminio de los pueblos originarios que habitaban tales tierras, y el trabajo de millones de esclavos, cuya situación sólo pudo empezar a erradicarse tras una cruenta guerra civil que tenía por motivación profunda, además de lo siempre argumentado por los textos oficiales, adelantarse al levantamiento esclavo que, como lava, acumulaba energía y brazos por todo el sur de Estados Unidos (8).
Pese a la supresión legal del trabajo esclavo, sus gobernantes no pudieron hacer lo mismo con una cultura de exclusión, opresión y negación. Sus cambios son muy lentos, como lo evidencia la prolongación en el tiempo de negaciones como aquella que impedía el matrimonio entre personas de distintas razas (9). El racismo late en una parte no despreciable de aquella sociedad, como lo recuerda el reciente crimen masivo en la Iglesia Metodista Africana Emanuel de Charleston, Carolina del Sur. Dylann Storm Roof, un joven de escasos 21 años, su ejecutor, actúo cargado del más profundo odio y el desprecio por aquellos que considera el origen de los males que vive su país, lo que es claro cuando sentencia: “Ustedes violan a nuestras mujeres y se están apoderando del país. Deben morir” (10).

Esta es una de las caras de esta realidad. Otras están manifiestas en la radiografía de pobreza y marginalidad. “Por ejemplo, la región de Baltimore, donde Freddie Gray fue procesado, arrestado y finalmente asesinado por la policía, es una de las más pobres de toda la ciudad: 21 por ciento está desempleado,

 el 25 por ciento de los edificios es abandonado y está en condiciones deplorables (la esperanza de vida es de 6 años menos que en el resto de la ciudad), el 55 por ciento de las familias vive con menos de 25.000 dólares al año; oficialmente, el 30 por ciento vive en la pobreza, la tasa de mortalidad infantil es dos veces más alta que la de la ciudad en su conjunto. La pobreza y la desigualdad de los habitantes de Sandtown, en Baltimore, es un indicador de lo que es la vida urbana y en las periferias de las grandes ciudades para millones de afroamericanos que han sido relegados al mundo de los bajos salarios y el trabajo precario” (11).

Aquella es apenas parte de tal realidad de racismo, exclusión y desigualdad social. Un dato lo desnuda aún más: “Tal vez el indicador más revelador del extremo racismo de la sociedad estadounidense, y las consecuencias sociales que produce, se puede medir por el hecho de que la tasa de suicidios de los niños negros (entre 5 y 11 años) se ha duplicado en los últimos 20 años, mientras que en los niños blancos es una estadística casi imperceptible” (12).

“En otras palabras, independientemente de los criterios, los afroamericanos de Estados Unidos tienen una menor calidad de vida que la de los blancos. Este es el legado de la esclavitud […], en el Sur como en el Norte, en un país que históricamente ha confinado a los negros en los barrios más pobres, en las peores condiciones de vivienda, así como en las peores escuelas y puestos de trabajo, y con los salarios más bajos”.

La población negra, de entrada, parece estar criminalizada para la fuerza pública, como lo deja entrever una vez más el tratamiento brindado a Freddie Gray, sindicado, detenido, y todo parece indicar que tratado violentamente en estado de indefensión, hasta perder su vida, por el simple hecho de portar un cuchillo con una hoja de metal más larga de lo permitido (¡!), en un país donde cualquiera puede portar un arma de fuego. Este tratamiento difiere de manera diametral del otorgado a Dylann Storm Roof, joven de piel blanca, asesino confeso de nueve personas, detenido sin violencia alguna tras 16 horas de búsqueda, quien además goza del tratamiento humanitario de la policía, que, al trasladarlo a prisión, y a solicitud del homicida –quien dijo tener hambre– hace una parada en un restaurante Burger King y le compra comida.

No es extraño ni el descontento ni la inconformidad entre la población negra que habita los Estados Unidos. Ante todo esto, puede comprenderse el rol desempeñado por la policía, constituida en la institución pública fundamental para contener, en forma segura para el establecimiento, las consecuencias económicas, sociales y raciales de la desigualdad en los barrios de los negros pobres y las clases trabajadoras. De ahí que ellos mismos aseguren que viven “[…] bajo ocupación y en condiciones que hacen pensar en un Estado policial [lo que] no constituye una exageración. Es un hecho”. 

La sociedad norteamericana ha visto la noche, como la vio Manuel Zapata Olivella. Superviviendo en estas condiciones y bajo estas circunstancias, ¿podrá llegar a su final el racismo en un futuro cercano en los Estados Unidos?

Notas:

1 Zapata Olivella, Manuel, “He visto la noche”, en: Pasión vagabunda, Ministerio de Cultura, Colombia, 2000, p. 389. 
2 En aquella década, la rebeldía juvenil contra la violencia oficial, la pobreza y la discriminación social dio paso a la conformación de organizaciones como el Partido de las Panteras negras, quienes reivindicaron el derecho a la violencia para defenderse y lograr mejores condiciones de vida.
3 Bañales, Jorge, “El racismo cotidiano”, http://brecha.com.uy.
4 Keeanga-Yamattha Taylor, “La rebelión negra en EEUU”, http://www.cubadebate.cu/especiales/2015/06/24/la-rebelion-negra-en-eeuu/#.VZM_XBY7b8Y.
5 íd.
6 Íd.
7 Arana, Silvia, “Un millón y medio de hombres afroamericanos muertos o encarcelados en Estados Unidos”, http://www.desdeabajo.info/sociedad/item/26329-un-millon-y-medio-de-hombres-afroamericanos-muertos-o-encarcelados-en-estados-unidos.html.
8 Zinn, Howard, La otra historia de los Estados Unidos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, pp. 121-152
9 Matrimonio interracial. Mildred Jeter, mujer blanca, y Richard Loving, hombre negro, fueron detenidos varias veces por violar las leyes que prohibían los matrimonios entre distintas razas. En el caso Loving vs. Virginia, de 1967, los jueces dictaminaron que estas prohibiciones en varios estados eran inconstitucionales. “Cómo nueve jueces vitalicios han moldeado la sociedad de EE.UU”. Bassets, Marc, Washington. El País, 27 de junio de 2015.
10 Goodman, Amy / Moynihan, Denis, “Arrestaron al culpable, pero el asesino sigue suelto”, http://www.democracynow.org/es/blog/2015/6/26/arrestaron_al_culpable_pero_el_asesino.
11 La rebelión negra…, op. cit.
12 íd.