Dossier: La marcha del dólar y el supuesto atraso en su cotización

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Fiorito polemiza con quienes impulsan una devaluación, pues recuerda que en la Argentina ese tipo de medidas han sido siempre recesivas. En cambio, Rapetti postula que el crecimiento argentino a tasas chinas terminó por un atraso cambio.


El Consenso de Washington

Alejandro Fiorito

La correlación positiva entre las variaciones en el tipo de cambio real (Tc) y la generación de empleo, promoción de exportaciones y el crecimiento, goza de un amplio consenso en la profesión. En nuestra región, una corriente “nuevo desarrollista” sostiene que un Tc real competitivo o subvaluado es causa sistemática de crecimiento y de subas de salario en el largo plazo. Sin embargo, existen en sus canales de transmisión varios problemas teóricos y empíricos.
Se esgrime un “canal de intensidad laboral”, que consiste en la sustitución de capital por trabajo como resultado de una reducción en los salarios reales en dólares a causa de una devaluación, incentivando la contratación de una mayor cantidad de trabajo por el cambio de precios relativos. Sin embargo, lo cierto es que dada la estructura productiva, existe más complementariedad que sustituibilidad en la economía (“el capital no es gelatina”), por lo que ante cambios distributivos los empresarios se enfrentan a definidos coeficientes de producción que no se modifican ante cambios de costos salariales. Por ende, dado el producto, si caen los salarios reales, no se sigue que se contratará más personal que el necesario para producirlo. Esto último sólo sucedería si creciera la demanda de sus cantidades producidas y por ende el nivel de actividad. Podría esto tener solución, sin embargo, por medio de otro canal donde aseveran que la devaluación tiene también un efecto expansivo de la demanda.
En efecto, este otro canal puede describirse por medio de una devaluación inicial que reduce los salarios reales en el sector transable en relación con la productividad laboral, aumentando su rentabilidad sectorial. Si dicha nueva rentabilidad se puede mantener en el tiempo, bien con la suba de productividad de transables y/o limitando el crecimiento de los salarios reales, afirman que las exportaciones crecerán por encima de la merma del salario real y la demanda doméstica, haciendo crecer a toda la economía. Es esta una versión de crecimiento “tirado por ganancias” en bienes transables (concepto que confunde ganancias efectivas con normales), donde llegan a implicar la generación de inflación por “exceso de demanda”, por la que postulan su corrección por medio de una contracción fiscal para enfriar una macro “sobrecalentada”.
La Inelasticidad Precio de las exportaciones e importaciones. Pero la objeción fundamental a este segundo “canal macroeconómico” es que el comercio transable es inelástico a los cambios de Tc y en cambio responde muy bien a los cambios en el producto doméstico (impo) y mundial (expo).
En un trabajo (Fiorito, Guaita y Guaita, 2013) se muestra que este resultado no se cumple no sólo en la Argentina sino internacionalmente sumándose a una amplia evidencia en trabajos que muestran para México, Brasil y la Argentina que las cantidades transadas son inelásticas ante cambios en el Tc, por lo que una devaluación “exitosa” debería ser enorme para tener algún efecto en los montos comerciados, haciendo estragos en la demanda salarial doméstica y la distribución.
En efecto, allí se analiza el trabajo de Dani Rodrik (2008) –autor profusamente citado por los nuevos desarrollistas– donde muestra regresiones econométricas en datos de panel que supuestamente darían fe de la existencia de esta correlación positiva entre Tc y crecimiento para una gran cantidad de países tan disímiles como China, Alemania, Brasil y Uganda.
Usando sus mismos datos en series de tiempo para cada país –su extensión temporal así lo habilita–, se obtiene en casi todos los países analizados por el autor, resultados no significativos o irrelevantes. Por lo tanto, la abundante evidencia de que las devaluaciones históricamente han sido recesivas en nuestro país, viene a confirmarse con este resultado y echando por tierra todo el argumento de esta línea de pensamiento.
Cabe agregar que las economías capitalistas no se encuentran ni tienden al pleno empleo de recursos, por lo que la inflación no tiene por causa un “exceso de demanda” sino que es normalmente impulsada por la suba de costos y puja distributiva que dispara la propia devaluación. Por lo que un ajuste fiscal como el que se propone para remediar el efecto repase sólo hace más recesivo todo el cuadro macro al ser redundante con la devaluación inicial contractiva de la demanda agregada.
Para los “viejos desarrollistas”, los instrumentos del desarrollo eran la sustitución de importaciones, la diversificación de exportaciones, las políticas de ingresos, etc. Consistiendo como lo denominara Ocampo, en un desarrollo liderado por la actividad del Estado. Para los “nuevos desarrollistas” todo pivotea alrededor del tipo de cambio... demasiados objetivos para una sola variable.
En los noventa, por el uso de un ancla cambiaria en numerosos países de la región, el decálogo neoliberal del Consenso de Washington sólo aplicó nueve de sus recomendaciones sin la décima: el “tipo de cambio competitivo”. Pareciera que el destino manifiesto del nuevo desarrollismo en la región es completarlo.

Por qué nos jodimos

Martín Rapetti *
Quienquiera que analice la evolución económica durante la última década deberá reconocer que la economía se expandió por varios años a “tasas chinas”. Crecieron el producto, el empleo y los ingresos reales. Se observó también una alentadora performance industrial y de las exportaciones no tradicionales. Con la excepción del atraso de las tarifas de transporte y energía, estas virtuosas dinámicas no descansaban en ningún tipo de desequilibrio. Argentina transitaba, por primera vez desde el fin del modelo agroexportador, un proceso de rápido crecimiento con superávits externo y fiscal. En pocas palabras, teníamos una configuración macroeconómica sólida y sostenible.
Quienquiera que haga el análisis deberá reconocer también que en algún momento estas dinámicas empezaron a degradarse. La expansión de la actividad comenzó a desacelerarse en un contexto de alta inflación, para luego virar hacia un cuadro netamente estanflacionario. Los ingresos reales y el empleo privado siguieron un magro y luego nulo crecimiento. La industria y las exportaciones no tradicionales describieron una trayectoria similar de desaceleración primero y contracción después. La degradación del cuadro macroeconómico derivó en una corrida contra las reservas del Banco Central en la segunda mitad de 2011, la cual fue parcialmente debilitada con la introducción del cepo cambiario. Hoy la economía está atrapada en ese pantano y pocos vemos una salida no traumática de él.
El lector habrá notado mi nebulosa periodización. Describí dos períodos sin precisar cuándo terminó uno y se inició el otro. Fue adrede. El objetivo de esta nota no es establecer cuándo se jodió la Argentina. Esa tarea es controvertida y requiere más espacio del que aquí dispongo. Lo que pretendo es: primero, hacerles notar que hubo un período en el que la economía anduvo bien; segundo, explicarles por qué, y tercero sugerirles por qué se jodió.
Muchos factores confluyeron para que la economía marchara bien. El default y la reestructuración de la deuda permitieron que se volcaran muchos recursos al estímulo de la demanda cuando la economía operaba por debajo de su potencial. La mejora de los términos de intercambio y las bajas tasas de interés internacionales también fueron favorables. Pero el factor que quiero resaltar es la decisión del gobierno de mantener el tipo de cambio real competitivo y estable (Tcrce). El Tcrce mejoró la rentabilidad de sectores manufactureros y de servicios transables y estimuló su expansión. Muchos economistas creemos que el desarrollo económico está asociado a la expansión de las actividades transables. Si bien tenemos algunas discrepancias en cuanto a los sectores específicos, coincidimos en que mantener un Tcrce favorece su desarrollo. Un gran volumen de investigaciones documenta que los países en desarrollo tienden a crecer más rápido cuando logran mantener un Tcrce. La experiencia argentina del primer período es un ejemplo.
La visión más convencional en economía es contraria a la idea de tener un Tcrce como objetivo de política. Como es complicado perseguir simultáneamente un objetivo real (Tcrce) y otro nominal (baja inflación), la visión predominante sugiere que el Banco Central se aboque prioritariamente al segundo. Ciertamente, una política que persigue ambos objetivos es más compleja, pero es factible. Su éxito depende de una adecuada coordinación de políticas. En particular, requiere que a la política cambiaria y monetaria se le sumen una política fiscal muy activa en su rol contracíclico y una política salarial que compatibilice los reclamos de mejoras salariales con el crecimiento de la productividad (sobre todo de los sectores transables) para evitar pérdidas de competitividad y presiones inflacionarias.
Un tercer grupo de economistas cree que el desarrollo está mayormente asociado a la expansión de la demanda interna vía subas salariales y del gasto público. De acuerdo con ellos, el rápido crecimiento económico genera ganancias de productividad que hacen a la producción doméstica competitiva, evitando cuellos de botella externos que limiten el crecimiento. A mi juicio, esta visión menosprecia la posibilidad de que el estímulo a la demanda interna se traduzca antes en subas de precios y salarios que aceleren la inflación, aprecien el tipo de cambio real y provoquen cuellos de botella externos, que en mejoras de productividad que eviten estos resultados.
En la transición del primer período al segundo, el Gobierno orientó la política económica hacia una estrategia de fuerte estímulo a la demanda como la sugerida por este grupo. Los resultados fueron aceleración de la inflación, apreciación del tipo de cambio real y cuello de botella externo; la “solución”, controles. Lamentablemente, este remedio no cura el principal problema que sigue latente: el atraso cambiario. El peor escenario es que el Gobierno lo ignore y que su corrección la termine haciendo el mercado en forma de crisis de balance de pagos.
* Investigador del Cedes, UBA y Conicet.