Anclado en París: factores de expansión de la economía mundial

Aldo Ferrer
Diario BAE

París es una privilegiada plataforma de observación del orden mundial y la Argentina. Concluido mi desempeño como embajador en Francia y de regreso en el país, es oportuno compartir con los lectores de BAE Negocios algunas reflexiones en esa materia. Apelo, en el epígrafe, a los célebres versos de Enrique Cadícamo, para relatar algunas conclusiones alcanzadas durante mi permanencia en París.
La primera es que estamos en presencia de un potencial de crecimiento de la economía mundial, sin precedentes. Nunca, antes de ahora, existieron factores de expansión de semejante magnitud. La segunda se refiere a un conjunto de factores que debilitan ese potencial y configuran, en cambio, un escenario de lento crecimiento e inestabilidad en los mercados y las relaciones económicas internacionales. La tercera, por último, es que, en ese contexto, la Argentina puede conformar una estructura productiva avanzada, capaz de gestionar el conocimiento, registrar altas tasas de crecimiento, empleo e inclusión social en toda la amplitud de su extenso espacio nacional y, de establecer, una relación simétrica, no subordinada ni periférica, con el orden mundial.

Vamos por partes: ¿cuáles son, en la actualidad, los extraordinarios factores de crecimiento de la economía mundial? Esencialmente, la participación de nuevos países en la gestión del conocimiento científico y tecnológico y la inclusión de cerca de 2.000 millones de personas al mercado mundial.
Desde fines del siglo XV, hasta hace poco tiempo, las sociedades avanzadas de Europa, con la incorporación posterior de los Estados Unidos, ejercieron una posición dominante en la generación del conocimiento científico, la tecnología y el desarrollo industrial. Sobre estas bases, se gestó la posición dominante del Norte sobre el Sur. El surgimiento de Japón, como primera potencia industrial no occidental, a partir de la Restauración Meiji de fines del siglo XIX, no modificó sustancialmente el predominio de las economías avanzadas del Atlántico Norte.
A diferencia de ese pasado, en la actualidad, países emergentes están demostrado su capacidad de incorporar y generar conocimiento, industrializarse y convertirse en protagonistas de la globalización. Desde finales del siglo XX, el espectacular crecimiento de China, el despegue de la India y la consolidación del desarrollo de Corea del Sur, Taiwán y otros países emergentes de Asia, está poniendo a fin a los cinco siglos de predominio de las antiguas economías industriales. Ha surgido un orden multipolar, con varios centros dinámicos impulsores de la innovación, el crecimiento y la transformación.
Estos países emergentes han logrado incorporar las tres condiciones necesarias para la administración del saber. La primera de ellas puede definirse como la densidad nacional. La misma abarca la cohesión social, la calidad de los liderazgos, la estabilidad institucional y política, la existencia de un pensamiento crítico y propio sobre la interpretación de la realidad y, como culminación, políticas propicias a la gestión del conocimiento. En efecto, la capacidad de una sociedad de asimilar el progreso técnico requiere un alto grado de inclusión de la población en la creación de riqueza y el reparto de sus frutos, líderes con vocación de impulsar procesos de acumulación autocentrados orientados al pleno despliegue de los recursos disponibles, marcos político institucionales idóneos para transar los conflictos inherentes a sociedades en transformación e ideologías funcionales a la movilización de los recursos y aptitudes propias y a la conducción nacional del proceso de desarrollo. En ausencia o insuficiencia de estas condiciones, no es factible elevar la capacidad de gestión del saber que, en definitiva, es una expresión de síntesis de la maduración y dinamismo de un sistema social.
La segunda condición necesaria para el despliegue de la gestión del conocimiento es la formación de una base industrial, amplia y diversificada, que incorpore los principales componentes del acervo científico y tecnológico disponible en la época y, en particular, los saberes de frontera. En la actualidad, por ejemplo, la microelectrónica, la informática y la biotecnología. En cuanto oferente de los insumos, procesos, equipos e instalaciones, que son portadores de la tecnología, la industria es la correa de transmisión entre el conocimiento y la producción en el conjunto de la actividad productiva, desde la explotación de los recursos naturales hasta los servicios. Por eso, industrialización, gestión del conocimiento y desarrollo, son sinónimos. Por, eso también, el monopolio del conocimiento ejercido por las naciones occidentales avanzadas, se reflejó en su predominio absoluto en la producción industrial mundial (particularmente en las llamadas industrias dinámicas de tecnologías de punta) hasta los finales del siglo XX. Por la misma razón, en el espacio Asia Pacífico, la gestión del conocimiento se refleja, en primer lugar, en el acelerado desarrollo industrial en las áreas que incorporan las tecnologías de frontera, como la microelectrónica, la informática y las comunicaciones. Para cuantificar la magnitud de la transformación, alcanza con comparar el número de patentes otorgadas en China, Corea del Sur y los Estados Unidos. Hace 50 años, la participación de los dos países de Asia era insignificante. En el 2011, otorgaron 270.000 patentes frente a 224.000 en los Estados Unidos.
La tercera condición necesaria es la existencia de un sistema nacional de ciencia y tecnología cuyo acervo de conocimientos incorpore las áreas fundamentales de la ciencia de la época y, a través de las aplicaciones tecnológicas, se integre con la producción de bienes y servicios. El sistema debe tener capacidad de procesar la secuencia copiar-adaptar-innovar para vincular el desarrollo de la ciencia y tecnología vernáculas con el acervo de conocimientos e innovaciones disponibles en el resto del mundo.
Estas tres condiciones necesarias están íntimamente vinculadas y son interdependientes. No es posible contar, por ejemplo, con un sistema nacional avanzado de ciencia y tecnología sin una amplia y diversificada base industrial ni ambas existir en ausencia de una sólida densidad nacional.
El fortalecimiento de la densidad nacional y, consecuentemente, la notable capacidad de crecimiento y transformación de las economías emergentes de Oriente, ha provocado la transferencia, de cerca de 2.000 millones de personas, desde la marginalidad a la participación, como productores y consumidores, en la economía mundial. Este hecho es acompañado por el aumento de la población urbana, que ascendería al 60% de la población mundial en el 2030. El aumento de la población mundial y la elevación del poder adquisitivo de amplios sectores sociales, amplían la demanda de alimentos, energía y materias primas. Se trata de una ampliación sin precedentes de la dimensión de la economía mundial y, en sí misma, una formidable fuerza de expansión.
La incorporación de nuevos actores a la gestión del conocimiento, está imponiendo nuevos desafíos al proceso de acumulación. Éste incluye el avance incesante de las tecnologías existentes y la renovación del contexto social y político que hace posible su aplicación a la producción. La gestión del saber está en permanente transformación y, a través del mismo, los países dan respuestas a las cambiantes demandas de la producción de bienes y servicios y a su organización, derivada del progreso técnico, en el marco de cambiantes relaciones internacionales y distribución de la capacidad de gestión del conocimiento en el orden global.