¿Y cuántas divisiones tiene Lucho Bugallo?

Nicolás Tereschuk 
Artepolitica


A esta altura del día, la presidenta Cristina Kirchner no se ha referido al tema de la movilización del 18A, que tuvo lugar la semana pasada. A mí me parecía que era posible y deseable pronunciarse, al estilo en que lo hizo en su momento, por ejemplo, el Chino Navarro.
La cantidad de gente que concurrió, tema sobre el que buscaron hacer hincapié el diario Clarín y Mauricio Macri, no es relevante. Aún si, como nos parece, no participó más gente que el 8N y hasta quizás menos. Fue una protesta importante.


Una impresión así, al tun tun. A diferencia de lo que suele decirse, el kirchnerismo tiene estrategias bastante pragmáticas y maleables. Pero no siempre. Sólo cuando hay algo que “entra en su radar”.

La Presidenta es una dirigente política.  A mí me parece que de primer nivel, pero son opiniones. Lo cierto es que los dirigentes políticos se mueven con en base a una experiencia y unos parámetros bastante concretos: los de la política tal como es; no siempre como les gustaría que sea o como será en el futuro.

Así, como prueba palmaria (aposté a uno de los editores de este blog que incluía la palabra) del pragmatismo de Cristina podemos ver la catarata de gestos políticos de la jefa de Estado hacia su ahora colega Jorge Bergoglio. Que a un militante X o Y esos gestos le puedan parecerle W, Z, P o R está bien y hasta muy bien. Como parece claro, Cristina más que “opinar” toma un curso de acción. Uno con el que parece decir que aprecia con claridad -a diferencia de lo que se dice que dijo Stalin- que el Papa tiene “muchas” divisiones. Mucho potencial de “fuego” político.

¿Y los manifestantes del 8N, 18A y etc.? ¿No lo tienen? Me la imaginaba a Cristina preguntando: “¿bajé en las encuestas en capital o las grandes ciudades? ¿cuánto? ¿alguien subió claramente?”.

Y me preguntaba qué ocurre si le respondieron que, como dicen encuestas por ahí, pero también algún razonamiento, por ahora no hay otro dirigente que le haga sombra en términos nacionales. ¿Qué hacer frente a una protesta que no parece cambiar los parámetros de preferencias concretas, frente a algo que es más de “clima” y menos de impacto directo, que es más “líquido” o “gaseoso” que “sólido (por ahora)?

¿Y qué pasa si además nuestro foco (el de los que leemos este post, por ejemplo) sobre el tema está aumentado? Recurriendo a esa misma encuesta de MORI que ahí se linkea, realizada del 18 al 29 de marzo pasados, podemos ver:
  • Que mientras en las grandes ciudades, el 37% cree que la situación económica empeorará, en el interior esa sensación baja al 23%.
  • Que Cristina tiene un nivel de rechazo en las grandes ciudades del 66%, pero que en el interior es del 40%.
  • Que en el AMBA, Cristina tiene más imagen positiva que negativa.
  • Que entre quienes tienen un nivel educativo de “superior completa”, el rechazo a Cristina es del 64%, pero en “hasta secundario incompleto” es del 40%.
  • Que el porcentaje de personas para las cuales la inflación es un fenómeno “poco o nada grave” (bajo, por supuesto) se duplica en las ciudades de menos de 500 mil habitantes.
Así, si bien a varios que nos movemos el 90% del tiempo en las “zonas rojas” de los gráficos de MORI puede parecernos “XYZ” o “PQR”, no es llamativo que los “caceroleros” no ingresen en el radar de Cristina. Porque, vistos así, de manera algo estática ¿cuántas divisiones tienen?

Ahora, aún así, siendo que la cosa está tan movida y que este parece haber sido un mes de malas noticias: ¿qué pasaría si el Gobierno se pone a trabajar aún con más fuerza sobre los sectores donde lo reciben con mayor nivel de “buena onda”? ¿Qué ocurriría si se trabaja sobre “el silencio de los nuestros“, que marca Gerardo?  ¿Hay posibilidades de hacerlo sin que los otros chillen más fuerte? ¿Y si eso significa “sólo” una “sintonía fina” que haga, por ejemplo, que el Mitre y el Sarmiento no funcionen ya te digo como un tren europeo sino casi tan a horario como el Belgrano Norte?

¿Qué pasaría a su vez si, con alguna estrategia concreta el Gobierno prueba con moverse hacia los “caceroleros”, los “enojados”? Como se movió hacia Francisco. O tal como hizo con las patronales del agro -a los que también les contó las “divisiones”- cuando creó el Ministerio de Agricultura en 2009 y les durmió la pelota dos años. ¿Vale la pena? ¿Suma? ¿Es posible? ¿O es que es incluso primordial? Preguntas.

Y más: ¿Para todo esto se necesita plata y vigoroso crecimiento económico? ¿O  basta con dársela menos veces a los que tienen la camiseta de otro color?