Sobre la protesta del 18-A contra el gobierno nacional > Detrás del ruido de las cacerolas


¿Gobernar sin construir hegemonía?

Alejandro Grimson *
Pagina12
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Se ha tornado necesario un debate más profundo que trascienda las interpretaciones de siempre para la movilización del 18-A. Fueron más, fueron un poquito menos, es la ciudadanía, es la derecha. En el último año hemos visto cómo el Gobierno ha ido perdiendo una clave de la construcción de hegemonía. Y cómo han emergido otros actores que buscarán que ese déficit se pague lo más caro posible.

Si la política fuera simplemente la implementación del propio ideario una vez que ha sido elegido para gobernar, sería un juego de niños. Pero si existe el tiempo, la construcción de alianzas, la “muñeca política” y muchos otros detalles es porque la construcción de hegemonía nunca se clausura. Es siempre un fenómeno abierto, nunca se arriba a una situación definitiva. Podés ganar las elecciones por el 70 por ciento, pero mantener un nivel alto de apoyo implica habilidad política a lo largo de un proceso complejo, cambiante, repleto de imponderables.
No se puede gobernar sólo con convicciones, con voluntad ni con compromiso ideológico. Se gobierna construyendo espacios de sustentación que, por más grande que sea el apoyo logrado, busquen trascenderlo. Incluso si al intentar amplificarlo sólo se lograra preservarlo. El diálogo o las búsquedas de consensos no son actos que se declaran porque suenan bonito. Son necesarios porque en su completa ausencia hay una renuncia a la disputa por ampliar las propias bases, por ampliar la frontera de personas y grupos que se pueden interpelar. El desprecio hacia el diálogo y la negociación es desprecio hacia la política como tal. Siempre el riesgo es instalación de una lógica ajena a la política, que crea que se construye poder vociferando sobre los adversarios cuando se construye poder con éxitos reales de gestión y con acuerdos políticos que amplíen (o preserven) los apoyos.
Si esto último no fuera cierto, ¿por qué el oficialismo aceptó introducir cambios en la 125, en la ley de medios y en otras decenas de leyes? ¿Quién puede creer que vituperar cualquier crítica con cualquier contenido y provenga de donde provenga tiene algo que ver con la inteligencia política?
Quienes apoyamos medidas cruciales (AUH, AFJP, YPF y tantas otras) debemos preguntarnos cómo hubiésemos reaccionado si el mismo proyecto de regulación de las cautelares hubiera sido enviado por la oposición de derecha. No se puede descartar que hubiésemos participado en una movilización en contra de ese proyecto. Cuando el presidente del CELS realiza las objeciones, ¿quién toma nota de que el célebre 54 por ciento no está integralmente apoyando la decisión? Es decir, la idea de defender a capa y espada ese y otros proyectos lleva a notorios retrocesos. Los cambios finalmente introducidos indican que éste es un debate imprescindible en el momento actual.
Muchas veces en el último año ha parecido que el Gobierno creía que con un apoyo tan amplio y una oposición tan débil podía darse el lujo de no construir hegemonía. La base social de la oposición crece sin menguar su fragmentación. Las lecturas que buscan menospreciar esa intensificación anuncian que sus efectos electorales serán reducidos. Es realmente absurdo creer que la legitimidad política se congela en un resultado electoral y no es un proceso abierto. Si así fuera, la presidencia de Néstor Kirchner no habría sido testimonio de una dinámica de creciente legitimidad desde votos escasos.
Hasta hoy, el único proyecto de la oposición es el antikirchnerismo. Pero la política es dinámica y sería difícil que, si no se modifican cuestiones cruciales, no existan sectores concretos que capitalicen ese malestar. El temor más profundo, claro está, es que estrategias equivocadas socaven las bases de sustento de logros decisivos que deberían ya considerarse avances de la sociedad argentina. Conociendo nuestra historia es razonable el temor de que un gobierno de otra orientación pretenda desarmar velozmente esos logros.
No falta quien apunte que sólo se acumula capital político a través de la dicotomización. ¿Realmente no se percibe que oponer la realidad de la justicia actual a los proyectos más problemáticos no es una estrategia que ofrezca claridad meridiana? Frente a esto, algunos bien intencionados pero quizás algo inexpertos creen que se trata de mostrar mayor lealtad que nunca ante las dificultades. E interpretan que la lealtad se expresa con cánticos y a los gritos, y nunca expresando opiniones que permitan mejorar el rumbo.
Sin embargo, otros dirigentes kirchneristas han interpretado la lealtad en el sentido contrario y eso ha producido interesantes debates en los últimos meses: sobre el 8-N, sobre el Papa, sobre las inundaciones, sobre Once, sobre el dólar, sobre la Justicia. Han buscado, a través de disonancias públicas, que exista la chance de corregir y retornar al camino emprendido en todas las etapas débiles del kirchnerismo. Etapas en las que tuvo enorme capacidad de escuchar y detectar los humores de la sociedad. Etapas donde se preocupó por cuestiones de fondo y por detalles. Donde supo que la supervivencia de su proyecto dependía (como depende hoy) de la construcción de bases sociales que no le son incondicionales. Creer que las mayorías están aseguradas es en política un pecado mortal que sólo asegura la propia derrota.
Reconstruir una estrategia hegemónica que busque un reaseguro sobre los logros sociales, económicos y políticos implica una apertura que despliegue una sensibilidad potente para dar plenas garantías ante toda denuncia de corrupción, que profundice medidas contra la inflación, que apuntale los derechos de los sectores marginalizados, que asuma la independencia de la Justicia tanto de las corporaciones como del poder político, que potencie una reforma tributaria progresiva y, en fin, que retome con fuerza toda medida factible que apunte a la redistribución, a la democratización y a las transparencia de la gestión pública.
* Antropólogo.
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Identidades políticas y liderazgos

Ignacio Ramírez *
Pagina12

No resulta sencillo analizar el 18-A utilizando los viejos esquemas de la sociología. En primer lugar, surge la dificultad de identificar intereses compartidos ante tanta vaguedad y diversidad de las consignas expresadas. Los problemas se multiplican cuando intentamos advertir una identidad que condense y sintetice la protesta. Una identidad se compone de dos elementos, un “ellos” (en este caso el Gobierno) y un “nosotros”, y aquí el casillero está vacío. Una primera conclusión: el 18-A, al igual que el 8-N, constituyó una superposición coordinada de desacuerdos individuales. Si bien el desacuerdo es un rasgo constituido de la política, todo sistema político requiere también de espacios políticos que agreguen intereses y liderazgos en torno de los cuales se sinteticen expectativas y demandas ciudadanas. Tales mecanismos no están funcionando en el universo opositor.
Ahora bien, el 18-A, como todo hecho político, no tiene un único significado ni admite una única interpretación. Al respecto, mi hipótesis es simple: el 18-A no expresa la debilidad del kirchnerismo, sino de la oposición. Cuando algunos dirigentes opositores sostienen que la presencia (o excesivo protagonismo) de “políticos” en la marcha intoxicaría la protesta de “la gente”, hacen dos cosas: revelan su propia debilidad y fortalecen las mismas matrices que dificultan el fortalecimiento de liderazgos políticos opositores. Planteada en estos términos, la presencia física de los dirigentes políticos en la movilización subrayó su ausencia política.
Como fenómeno social y político, el 18-A presenta cierta indefinición intrínseca, de allí que existan caracterizaciones tan diversas de sus motivaciones y consignas. En todo caso funciona como signo de interpretaciones que compiten por imponerse. Por ejemplo, los medios abiertamente opositores inscribieron el 18-A en el marco de un relato según el cual estaría creciendo la protesta y el descontento contra el Gobierno. Se trata de una lectura más fundada en la intencionalidad política que en la observación empírica, ya que en términos cuantitativos y cualitativos el 18-A no consiguió empardar el impacto causado por el 8-N. En cualquier caso, pudieron advertirse virajes en la construcción mediático-narrativa del episodio: el 8-N fue presentado como una espontánea erupción de descontento, expresado de manera pura y sin contaminaciones políticas. Aquello que se reivindicaba como virtud –la no-política– empezó a ser advertido como limitación, de manera que el 18-A recibió otra clase de tratamiento, más compatible con la construcción política opositora. Esta vez, la movilización fue traducida en clave de pedido de unidad y convergencia opositora. Precisamente sobre este punto reside la trampa opositora, puesto que la experiencia electoral reciente ha demostrado el escaso atractivo que tienen aquellas alianzas que amontonan más que edifican. En términos de arquitectura discursiva y electoral, la oposición enfrenta un riesgo complejo: confundir ruido y visibilidad con representatividad. Esto es, creer que sus bases potenciales electorales desean confluencias políticas a contrapelo de las identidades, únicamente sostenidas en el “antikirchnerismo”. Lo que las encuestas revelan es que la mayoría del universo opositor demanda otra cosa: renovación de dirigentes y elaboración de un discurso en positivo. En el mercado electoral opositor existe un desencuentro entre la “demanda” y la “oferta”.
Por su parte, el gobierno nacional sí ha conseguido articular una clara identidad, que lo convierte en algo más que la suma de sus políticas públicas; y allí reside su esencial activo político. Tal identidad se apoya sobre una serie de atributos que se le reconocen en forma mayoritaria: la “audacia” como estilo y la centralidad del Estado como contenido. Asimismo, el kirchnerismo cuenta con otro capital político vital: un liderazgo. Estas características configuran un tipo de acompañamiento al Gobierno en el que se pone en juego una identificación; y, por ello, la edulcorada categoría de “imagen-positiva” no logra capturar el fenómeno. En función de este rasgo cualitativo, la imagen positiva del kirchnerismo es muy vinculante en términos de votos. Las diferencias en materia de liderazgos e identidades bosquejan los rasgos de una competencia política para la cual el kirchnerismo se presenta mejor equipado.
* Sociólogo, director de Ibarómetro.