¿Era Eric Hobsbawm marxista?

Por Alan Woods*
publicado el 7 de noviembre de 2012


Parte I 

La noticia de la muerte de Eric Hobsbawm, el 1 de octubre, se caracterizó por una explosión sin precedentes de lisonjas y adulaciones en los medios de comunicación burgueses. Durante las últimas semanas, la inundación de obituarios obsequiosos superó todos los límites. Fue descrito como “el intelectual e historiador británico de tradición marxista más leído, influyente y respetado”, “el historiador marxista británico más distinguido”, e incluso “uno de los historiadores más destacados del siglo XX”.

hobsbawm
Aquellos que en la izquierda han quedado sorprendidos por este coro ensordecedor deberían pensar cuidadosamente sobre las palabras atribuidas al marxista alemán August Bebel, señalando a sus adversarios burgueses: “¿Qué has hecho mal viejo Bebel, para que te alaben?”. La pregunta que debe hacerse es: ¿por qué debería hacer tanto alboroto el Establishment por el fallecimiento de un historiador marxista?

La realidad es que mucho antes de su muerte, este historiador británico era el niño mimado de la burguesía. Ya en 2002, Hobsbawm fue descrito por la revista derechista conservadora The Spectator como “nuestro mayor historiador vivo sin duda, no sólo de Gran Bretaña, sino del mundo.” Giorgio Napolitano, actual Presidente de Italia y exdirigente del Partido Comunista italiano, envió sus saludos a Hobsbawm en su 95 cumpleaños, junto con el expresidente brasileño Lula. Es impensable que la burguesía escriba en términos tan elogiosos acerca de alguien que realmente defienda las ideas del marxismo. Basta con tener en cuenta la campaña de insultos rencorosos y vengativos que, incluso los burgueses “académicos” más respetables, han vertido sobre las cabezas de Lenin y de Trotsky hasta mucho tiempo después de su muerte, para darse cuenta de esto. La solución a esta paradoja no es difícil de encontrar.
El hecho es que Eric Hobsbawm dejó de ser marxista hace muchos años, si es que alguna vez lo fue. Hacía ya mucho tiempo que él había abandonado toda pretensión de defender el socialismo, y había aceptado el capitalismo como un hecho de la vida que uno podía lamentar pero nunca podría aspirar a reemplazarlo. El establishment jamás adularía a un auténtico marxista pero sí estaría muy ansioso por promover la imagen de un hombre que hace tiempo se convirtió en una persona “respetable” desde su punto de vista.
Para la clase dominante, personas como Hobsbawm siempre son útiles como “marxistas dóciles”, para quienes las palabras socialismo y revolución no van más allá de un sillón confortable y unas zapatillas cálidas. Tales personas son útiles precisamente porque no amenazan a nada ni a nadie. La única gente a quienes pueden asustar es a ese tipo de ancianas y caballeros jubilados que leen el Daily Mail y que buscan ansiosamente comunistas debajo de la cama todas las noches antes de acostarse. La clase dominante, que no es tan impresionable, y tiene un agudo sentido del olfato en tales materias, reconoció, al instante, en este excomunista un aliado invalorable en la lucha contra el marxismo y el comunismo. Ya es hora de que despojemos a este santo particular de su aureola y planteemos la pregunta: ¿quién era Eric Hobsbawm y qué representó?

Los primeros años

Eric Hobsbawm nació en 1917 en la ciudad egipcia de Alejandría. Sus padres provenían de la clase media judía. Su padre era un comerciante británico llamado Leopold Obstbaum. El nombre Hobsbawm parece haber sido el resultado de un error del Registro Civil. Su padre murió cuando él tenía doce años, y su madre falleció dos años más tarde.
Después de quedarse huérfano Eric vivió un tiempo con un tío en Berlín. Eran tiempos tormentosos. El colapso de Wall Street en 1929 marcó el comienzo de la depresión en la Europa Central, con un desempleo de masas y una intensificación de la lucha de clases. En Alemania, este fue el tormentoso período que precedió a la llegada de Hitler al poder. En su autobiografía, publicada cuando tenía 85 años, Eric Hobsbawm escribió: “Yo pertenezco a la generación para quien la Revolución de Octubre representó la esperanza del mundo”. En 1931, a la edad de 14 años, se unió al Partido Comunista, o, para ser más precisos, a su organización estudiantil, la Schülerbund Sozialistischer (Asociación de Estudiantes Socialistas).
En esa época era lógico que muchos judíos, amenazados por el fascismo y el antisemitismo, simpatizaran con el comunismo y la Unión Soviética. Veían en la Revolución Rusa una salida y, por supuesto, con todo derecho. Pero lo que el joven Eric pensaba que era “comunismo” fue en realidad una caricatura burocrática y totalitaria de comunismo. Y fue a esto a lo que se dedicó el resto de su vida.
Los estalinistas jugaron un papel desastroso en el ascenso de Hitler. El movimiento obrero alemán era el más fuerte del mundo, sin embargo, en el momento de la verdad, Hitler se jactó de haber llegado al poder “sin romper un solo cristal”. La razón era que la clase obrera estaba paralizada por una división criminal entre los obreros socialdemócratas y comunistas. El resultado de ello fue la derrota más catastrófica de la clase obrera alemana. Trotsky explicó incansablemente que el frente único era el único medio de aplastar a Hitler y de preparar el camino para la victoria de la clase obrera. Pero los estalinistas rechazaron esta propuesta con determinación. Ellos dedicaron la mayor parte de sus energías a combatir a los socialdemócratas como el “enemigo principal”. Los dirigentes del PC alemán incitaron a los trabajadores comunistas a golpear a los trabajadores socialistas y a romper sus reuniones, incluso llegaron hasta el extremo de incitar a los niños en la escuela a que atacaran a los hijos de los socialdemócratas ('Golpear a los pequeños Zoergiebels en las escuelas y en los patios de recreo) [Zoergiebels era un dirigente del Partido Socialdemócrata]. Como resultado directo de esta política criminal, en 1933 los nazis llegaron al poder.
Pero el joven Eric tendría una actitud acrítica hacia el estalinismo, al que erróneamente vio como la continuación de las tradiciones de la Revolución de Octubre. En un momento en el que Europa y los EE.UU. estaban sacudidos por el desempleo masivo, los primeros Planes Quinquenales en la Unión Soviética estaban registrando éxitos impresionantes. Como era muy joven, es probable que Hobsbawm no habría sabido nada de Trotsky por aquel entonces. Él difícilmente habría sido consciente de las desastrosas políticas del Partido Comunista Alemán, y menos aún del papel criminal que Stalin y la burocracia de Moscú jugaron en la catástrofe alemana.

Hobsbawm como historiador

Poco después de que Hitler llegara al poder, Eric dejó Berlín por la seguridad de Londres. En 1935 ganó una beca para estudiar en Cambridge, donde el Partido Comunista tenía muchos simpatizantes. Estos fueron los años donde fue reclutada por Moscú la conocida red de espionaje de Philby, Burgess y MacLean. En el selecto King's College, Eric se involucró en las actividades de la agrupación universitaria del Partido Comunista.
El Partido Comunista británico tenía en sus filas a muchos intelectuales de talento: gente como los historiadores Christopher Hill, George Thomson y E.P. Thompson, el clasicista Benjamin Farringdon, el artista Anthony Blunt, el poeta Christopher Caudwell, el famoso biólogo J.B.S. Haldane y muchos otros. Ellos se sintieron atraídos por los ideales de Octubre y los impresionantes avances económicos y culturales de la Unión Soviética. Después de haber obtenido su doctorado en Cambridge,
Hobsbawm fue nombrado profesor de Historia en el Birkbeck College de Londres en 1947. Tuvo la suerte de conseguir este puesto justo antes de la crisis de Berlín de 1948 que produjo una intensificación de la Guerra Fría. Publicó su primer libro en 1948. Y su primera gran obra, Rebeldes Primitivos, en 1959, sobre los bandidos del sur de Europa, fue publicada bajo el seudónimo de Francis Newton. En total, Hobsbawm escribió más de treinta libros y esto es lo que le valió su reputación y su alta posición en la izquierda.
Esta reputación no es totalmente inmerecida. Aquí estaba un hombre que escribió de historia, no en términos de reyes, reinas y hombres de Estado, sino sobre las fuerzas económicas y sociales que en última instancia son las fuerzas motrices de la historia. Esto merece ser reconocido y explica su alta posición en los círculos de la izquierda internacional. Sin embargo, hay que decir que sus libros son de calidad e interés desigual. En sus últimas obras vemos un marcado descenso. Incluso en sus mejores obras, sin embargo, existen imperfecciones. Como es el caso con muchos de los historiadores estalinistas, su versión de la historia tiende a exagerar el elemento económico y a presentarlo como un factor causal directo del proceso histórico -algo contra lo que Marx y Engels advirtieron repetidamente.
Más que un marxista, Hobsbawm fue un producto de la escuela inglesa del empirismo, tanto de sus lados fuertes como débiles. La escuela empirista se caracteriza por un uso intensivo de datos y cifras. Esa es su fuerza. Es probable que la gran cantidad de hechos y cifras en sus libros fuera en gran parte responsable de su éxito en los países latinos, donde no existía la misma tradición rigurosa de presentar hechos y cifras en los trabajos académicos. No en vano Marx caracteriza a Gran Bretaña como “el país de las estadísticas.” Por citar sólo un ejemplo, Hobsbawm proporcionó un apoyo estadístico para la visión de Marx de que la revolución industrial se hizo a costa del nivel de vida de la clase trabajadora, una visión que contradice la línea predominante de los académicos burgueses que afirmaban que la industrialización mejoró los niveles de vida. En ese sentido, se puede decir que su obra fue influenciada por el marxismo, e hizo una contribución útil, al menos en los primeros tiempos.
Pero la debilidad de, incluso, sus mejores obras también es bastante típica de la escuela británica de historia y de la tradición intelectual británica. Esta carece de una amplia perspectiva y dinamismo que sólo pueden provenir de una comprensión profunda de la dialéctica. El mismo método mecánico, antidialéctico, era una característica común a muchos de los viejos historiadores estalinistas, que dan la impresión de que los fenómenos históricos son producto de un proceso gradual ininterrumpido, y carente totalmente de todo espíritu revolucionario. Aquí, los factores económicos están intensificados, mientras que la lucha de clases es presentada de manera académica, como vista desde fuera, no por un participante en la misma, sino por un observador pasivo, como lo era Hobsbawm, y que como tal permaneció toda su vida.
Al menos en sus primeros trabajos era un observador que está al lado de los revolucionarios. En sus últimos trabajos, sin embargo, era un proveedor del tipo más pernicioso de escepticismo. Este antiguo estalinista terminó su vida como un miembro respetable del Establishment que fue explícitamente hostil a la revolución en todas sus manifestaciones.

Un proceso de degeneración

Hobsbawm comenzó su carrera trabajando sobre el siglo XIX. Sus obras más conocidas son las que se ocupan de ese período, como La Era de la Revolución (1962), La Era del Capital (1975) y Labouring Men. Estos se han convertido en libros de texto para todos los profesores de historia de izquierda. Fueron los que crearon su reputación, y si hubiera dejado de escribir después de eso, su reputación habría sido, al menos en parte, merecida.
Estos primeros libros proporcionan una introducción razonable al desarrollo del capitalismo en los siglos XVIII y XIX. De hecho, han actuado como una introducción para una comprensión materialista del desarrollo del capitalismo del siglo XIX para varias generaciones de estudiantes de historia, y en esa medida, se pueden recomendar. Pero de ahí en adelante todo fue ir cuesta abajo.
Una década más tarde, publicó La Era del Imperio (1987) en el apogeo del Thatcherismo. Aquí, aunque todavía ocasionalmente se declara, de palabra, seguidor de las ideas de Lenin, esta obra se caracteriza por el escepticismo, el pesimismo y el cinismo. En otras palabras, se trata de una expresión precisa de alguien que está en el proceso de ruptura con el socialismo pero que todavía no quiere admitirlo. Sus últimos escritos no tienen valor alguno, ya sea como obras de historia o de política, o incluso desde el punto de vista literario.
En particular su libro La Era de los Extremos (1994), que pretende cubrir las ocho décadas que van desde la Primera Guerra Mundial hasta el colapso de la URSS que, naturalmente, fue bien recibido por la prensa burguesa, es completamente inútil. Está mal escrito y carece completamente de un análisis serio de cualquiera de los grandes temas que menciona. Lo llamativo de La Era de los Extremos no es sólo lo que dice sino lo que no dice. Es, de hecho, una colección de anécdotas adornadas con juicios superficiales del tipo más filisteo. En una palabra, pertenece a la clase de historia de chismes que Hobsbawm despreciaba en su juventud. El título mismo es suficiente para entender su significado esencial, que es el punto de vista filisteo de que todos los “extremos” son malos. Veremos más adelante a dónde llevó esta perspectiva a Hobsbawm al final de su vida.
Por el momento, nos limitaremos a una crítica de Hobsbawm como historiador. Por ejemplo, en La Era de los Extremos intenta explicar la victoria de Hitler. Pero es imposible comprender la razón por la que fue paralizado el poderoso movimiento obrero alemán frente al nazismo, a menos que se explique el papel nefasto de los dirigentes, tanto socialdemócratas como, sobre todo, estalinistas que deliberadamente dividieron a la clase obrera. En este tema, sin embargo, el Profesor Rojo se desliza con mucho cuidado:
"El fortalecimiento de la derecha radical fue reforzado, al menos durante el peor período de la Depresión, por los retrocesos espectaculares de la izquierda revolucionaria. En lugar de iniciar una nueva ronda de revoluciones sociales, como la Internacional Comunista había esperado, la Depresión redujo el movimiento comunista internacional fuera de la URSS a un estado de debilidad sin precedentes. Esto fue sin duda debido en parte a la política suicida de la Internacional Comunista, que no sólo subestimó terriblemente el peligro del nacionalsocialismo en Alemania, sino que siguió una política de aislamiento sectario que parece bastante increíble en retrospectiva, al decidir que su principal enemigo era el movimiento obrero de masas organizado por los partidos social-demócratas y laboristas (descritos como “social-fascistas”)." (Eric Hobsbawm, La Era de los Extremos - El Corto Siglo XX 1914-1991, pp 104-5. Ed. Inglesa)
Con estas pocas líneas, que aparecen casi como una nota al pie de página o una idea de último momento, Hobsbawm busca omitir el papel del Partido Comunista en la entrega de la victoria a los nazis. No fue la Depresión lo que “redujo el movimiento comunista internacional fuera de la URSS a un estado de debilidad sin precedentes”, sino la línea ultraizquierdista criminal de la Comintern, que a su vez fue dictada por Stalin, como parte de su lucha contra el “trotskismo” en Rusia. Él no proporciona ninguna explicación de la teoría estalinista del “social-fascismo” o del “Tercer Período”. Sólo dice que esto “parece bastante increíble en retrospectiva” y que “en parte”, fue responsable de la derrota de los obreros alemanes. Esto es deshonesto en extremo. En efecto, Hobsbawm está tratando de restar importancia al papel desastroso del estalinismo en Alemania, que fue la razón central (no sólo “en parte”) de la victoria de Hitler. Este pequeño “lapsus” no es un caso aislado. Existen similares “lapsus” en cada página. En cuanto a su último libro, que apareció en 2011 bajo el modesto título, Cómo cambiar el mundo, cuanto menos se diga, mejor.

Hobsbawm y España

En su libro La Era de los Extremos Hobsbawm defendió la visión estalinista de la revolución española y del frente popular en Francia, por no hablar de los movimientos de resistencia en Grecia e Italia. Un caso muy claro de distorsión estalinista de Hobsbawm de la historia es su tratamiento de la Revolución Española de los años 30. Atacando la película de Ken Loach Tierra y Libertad, escribe:
"Hoy en día es posible ver la guerra civil, la contribución de España a la historia trágica del más brutal de los siglos, el XX, en su contexto histórico. No fue, como el neoliberal François Furet argumentó que debería haber sido, una guerra tanto contra la extrema derecha como contra la Comintern - un punto de vista compartido, desde un ángulo trotskista sectario, por la poderosa película de Ken Loach “Tierra y Libertad” (1995). La única opción era entre dos lados, y la opinión liberal-democrática eligió abrumadoramente el antifascismo. "- (La Guerra de las Ideas, 17 de febrero de 2007, The Guardian)
Esto es tanto una distorsión histórica como un abandono completo del marxismo. Aquí podemos dejar que responda él mismo. En La Era de la Revolución, escrito en un momento en que sus escritos todavía portaban una especie de vaga semejanza con el marxismo, leemos lo siguiente:
“Una y otra vez veremos a los reformistas de clase media más moderados movilizar a las masas contra la recalcitrante resistencia o la contrarrevolución. Veremos a las masas empujando más allá de los objetivos de los moderados a sus propias revoluciones sociales, y a los moderados a su vez dividirse entre un grupo conservador que en adelante hará causa común con los reaccionarios, y un grupo de izquierda decidido a seguir el resto de los objetivos moderados todavía no alcanzados con la ayuda de las masas, aun a riesgo de perder el control sobre ellas. Y así sucesivamente a través de repeticiones y variaciones del patrón de resistencia-movilización de masas-giro a la izquierda-escisión entre los moderados-y giro-a-la-derecha- hasta que el grueso de la clase media se pasa de ahí en adelante al campo conservador, o es derrotada por la revolución social. En la mayoría de las revoluciones burguesas posteriores, los liberales moderados fueron arrastrados, o transferidos hacia el campo conservador, en una etapa muy temprana. De hecho, en el siglo XIX nos encontramos de manera creciente (más notablemente en Alemania) que estaban cada vez menos dispuestos a comenzar la revolución en absoluto, por miedo a sus consecuencias incalculables, prefiriendo un acuerdo con el rey y la aristocracia.” (E.J. Hobsbawm, La Era de la Revolución de 1789-1848, pp.84-5. Ed. Inglesa)
¡Qué bien escribía Hobsbawm en 1962! ¡Qué bien entendió la dinámica interna de las revoluciones que ocurrieron en un pasado distante! Pero, ¿cómo cuadrar el análisis preciso de lo que escribió después sobre la revolución en España, que él reduce a una simple elección entre fascismo y apoyo a los republicanos burgueses liberales?
No sólo Marx sino sobre todo Lenin explicaron muchas veces que después de 1848 los liberales burgueses desempeñaron siempre un papel traidor y traicionaron la revolución, por miedo al proletariado. No tenían nada más que desprecio por los pequeños burgueses “progresistas”, a quienes consideraban en el mejor de los casos como aliados poco fiables y en el peor, como traidores a la causa revolucionaria. Lenin atacaba continuamente a los liberales burgueses rusos por su traición y cobardía. Exigió una ruptura total con ellos como condición previa para el éxito de la Revolución. Y aquí Lenin se refería, no a la revolución socialista, sino a la misma revolución democrático-burguesa. Recordemos que las tareas de la revolución democrático-burguesa en Rusia fueron completadas, no por una alianza con los liberales burgueses, sino en contra de ellos. La Revolución de Octubre fue llevada a cabo por las únicas fuerzas verdaderamente revolucionarias de Rusia: los obreros y los campesinos pobres. No fueron los bolcheviques, sino los mencheviques quienes propugnaban alianzas con los liberales burgueses.
La política de los estalinistas en España en la década de 1930 no fue más que una caricatura maliciosa del menchevismo. La victoria de Franco en España no era una conclusión inevitable. Los trabajadores españoles, sin duda, podrían haber aplastado a los fascistas -como hicieron en Cataluña - y haberse dedicado a la tarea de transformar la sociedad con una condición: que los dirigentes obreros hubieran tenido una política revolucionaria. La condición previa para la victoria en España era que la conducción de la guerra le fuera arrebatada a los políticos burgueses traidores, y que los recursos del país -la tierra, las fábricas, los bancos- fueran asumidos por los trabajadores y los campesinos. Las masas tendrían que armarse en defensa de sus conquistas sociales y la dirección de la lucha tendría que estar en manos de los representantes conocidos y de confianza de la causa de los trabajadores.
Comparemos lo que sucedió en España con la Guerra Civil rusa, cuando la Rusia soviética fue invadida por veintiún ejércitos extranjeros de intervención. Los bolcheviques no tenían ni siquiera un ejército. Sin embargo, se defendieron y derrotaron a los ejércitos blancos y a sus aliados extranjeros. Trotsky organizó el Ejército Rojo prácticamente de la nada. Llegó un momento en el que la zona controlada por los bolcheviques no era mayor que el viejo Ducado de Moscú. La situación parecía desesperada. Pero los bolcheviques combinaron la política militar con medidas y propaganda internacionalista revolucionarias. Los trabajadores y campesinos lucharon como tigres, porque sabían que estaban luchando por su emancipación social. Esto, y solo esto, garantizó la victoria de los bolcheviques en la guerra civil. En realidad, los ministros liberales burgueses prefirieron entregar España atada y amordazada a los fascistas, antes que permitir a los trabajadores y campesinos tomar a cargo el control de la sociedad. La falta de voluntad y la incapacidad completa de los republicanos para combatir a los fascistas se reveló desde el principio. Los dirigentes republicanos se negaron a armar a los obreros, que se lo estaban exigiendo. Incluso trataron de suprimir las noticias del golpe de Estado fascista. La cuestión es cómo se podría lograr la victoria. Trotsky respondió de esta manera:
“Es correcto luchar contra Franco. Debemos exterminar a los fascistas, pero no con el fin de tener la misma España que antes de la guerra civil, ya que Franco salió de esta España. Hay que exterminar las bases de Franco, las bases sociales de Franco, que es el sistema social del capitalismo ". (La Revolución Española 1931-39, p.255 Ed. Inglesa)

Stalin y España

El más pernicioso papel fue jugado por los dirigentes del Partido “Comunista”, que recibía órdenes de Moscú. Los dirigentes del Partido Comunista español se convirtieron en los defensores más fervientes de la “ley y el orden” capitalista. Bajo el lema “primero ganar la guerra, y luego hacer la revolución”, sabotearon sistemáticamente todo movimiento independiente de los trabajadores y de los campesinos. Su excusa fue la necesidad de mantener la unidad con los republicanos burgueses en el Frente Popular.
Pero, en realidad, el Frente Popular era una ficción. La mayor parte de la burguesía española había huido con Franco al estallar la Guerra Civil. Al unirse con los republicanos, los estalinistas se estaban uniendo, no con la burguesía, sino sólo con su sombra. La única fuerza social que quedó para luchar contra el fascismo fueron los obreros y los campesinos. ¿Por qué se supone que querían luchar? ¿Por la “República”? Pero la República capitalista no había podido resolver ninguno de los problemas básicos de los trabajadores y campesinos. No en vano, los fascistas utilizaron demagógicamente la consigna: “¿Qué te ha dado de comer la República?”
Este no es el lugar para dar una explicación detallada de cómo los estalinistas ayudaron a la burguesía a aplastar la revolución en Cataluña y reconstruir el viejo Estado capitalista. Baste decir que este acto contrarrevolucionario, lejos de fortalecer a la República, la socavó fatalmente y le entregó la victoria a los fascistas.
Stalin estaba aterrorizado por la posibilidad de una revolución obrera victoriosa en España. El ejemplo de una democracia obrera sana en España habría ejercido un poderoso efecto sobre los obreros rusos, que estaban cada vez más inquietos bajo las imposiciones del régimen totalitario burocrático. No es casual que Stalin desencadenara las infames purgas precisamente en ese momento. Habiendo abandonado la política internacionalista revolucionaria de Lenin, que basaba la defensa de la Unión Soviética fundamentalmente en el apoyo de la clase obrera mundial y en la victoria del socialismo internacional, la burocracia rusa trató de obtener el apoyo de los Estados capitalistas “buenos” y “democráticos” (Francia y Gran Bretaña) contra Hitler. En un momento dado, ¡incluso apoyaron al fascismo italiano “bueno” contra su “mala” variedad de Alemania! La victoria de Hitler en 1933 fue el resultado de una política equivocada, pero en España Stalin estranguló deliberadamente la revolución. De este modo, se garantizaron también la derrota de la República española y la victoria de Franco. Así es cómo Hobsbawm trata esto:
“El conflicto entre el entusiasmo libertario y la organización disciplinada, entre la revolución social y ganar una guerra, sigue siendo real en la guerra civil española, incluso si suponemos que la URSS y el Partido Comunista querían que la guerra terminara en revolución y que las partes de la economía socializadas por los anarquistas (es decir, entregadas al control obrero local) funcionaban bastante bien. Las guerras, por muy flexible que sean las cadenas de mando, no pueden ser combatidas, ni dirigirse las economías de guerra, de una forma libertaria. La guerra civil española no podría haber sido librada, ni mucho menos ganada, en líneas orwellianas”. (“La Guerra de las Ideas”, 17 de febrero de 2007, The Guardian)
Esta es casuística de la peor especie. Hobsbawm yuxtapone dos cosas como si fueran incompatibles entre sí: o llevar a cabo la revolución o ganar la guerra civil. Pero el quid de la cuestión es que al final no ocurrió ni una cosa ni la otra. Al destruir la revolución, los estalinistas y sus aliados burgueses en el Frente Popular también minaron la moral de los trabajadores y campesinos españoles, lo que preparó el terreno para la victoria militar de los fascistas.

“El gobierno de la victoria”

La vanguardia principal de la contrarrevolución en Cataluña fue proporcionada por el Partido “Comunista”. La vieja máquina estatal capitalista en Cataluña había sido destruida por los trabajadores en julio de 1936. Los estalinistas del PSUC ayudaron luego a los nacionalistas burgueses catalanes a reconstruir su base de poder. Para hacer esto, los obreros anarquistas y POUMistas debían ser aplastados. Los estalinistas asumieron la responsabilidad principal de esta tarea de verdugo.
Sobre el papel de los estalinistas en España, Hobsbawm escribe simplemente que "sus pros y sus contras siguen siendo objeto de debate en la literatura política e histórica". Pero los crímenes de la GPU en España eran conocidos y fueron documentados en aquellos tiempos por George Orwell como testigo de los hechos en su relatoHomenaje a Cataluña. Este hecho explica la actitud mordaz de Hobsbawm contra Orwell, a quien se refiere despectivamente como "un inglés de clase alta llamado Eric Blair". La Guerra Civil española expuso la determinación de Stalin de liquidar todas las tendencias de izquierda que no estaban bajo su control ¿Qué tiene que decir sobre esto el Profesor Rojo?
“En resumen, lo que fue y lo que sigue siendo objeto de estos debates es lo que dividió a Marx y a Bakunin. Las polémicas sobre el grupo marxista disidente POUM son irrelevantes aquí y, dado el tamaño pequeño del partido y su papel marginal en la guerra civil, apenas son significativas. Pertenecen a la historia de las luchas ideológicas dentro del movimiento comunista internacional o, si se prefiere, de la despiadada guerra de Stalin contra el trotskismo con el cual sus agentes (equivocadamente) lo identificaron”. (“La guerra de las Ideas”, 17 de febrero de 2007)
Hobsbawm desea correr un discreto velo sobre las actividades de los estalinistas en España, y, en particular, su liquidación del POUM, un partido de izquierda, cuyo dirigente Andreu Nin había sido una vez aliado de Trotsky. Nin fue secuestrado por la GPU de Stalin, brutalmente torturado y asesinado. El mismo destino esperaba a muchos otros poumistas, anarquistas y otros que no estaban dispuestos a seguir ciegamente los dictados de Moscú.
La derrota del proletariado barcelonés desató una orgía de la contrarrevolución. Los estalinistas empezaron a detener en masa a los anarquistas y poumistas y a desarmar a los obreros. Los comités y colectividades de trabajadores fueron destruidos. El POUM fue declarado ilegal, bajo el pretexto mentiroso de haber conspirado con Franco. Nin y otros líderes fueron brutalmente torturados y asesinados por agentes de Stalin en España.
Largo Caballero, el dirigente de la izquierda socialista, que intentó enfrentarse a los estalinistas, fue reemplazado de la jefatura del gobierno republicano por el socialista de derecha Juan Negrín, descrito por Hugh Thomas como "un hombre de la gran burguesía, un defensor de la propiedad privada, incluso del capitalismo." (La Guerra Civil Española, p. 667. Ed. Inglesa). Los estalinistas describieron el gobierno de Negrín como “el gobierno de la victoria”. En realidad fue el gobierno de la derrota.
Los estalinistas habían ayudado a reconstruir el Estado capitalista y entregaron el ejército al mando de la vieja casta de oficiales. Habiéndolos utilizado para hacer el trabajo sucio, estos últimos luego procedieron a apartar a los “comunistas” a un lado y llevar a cabo un golpe de Estado en la retaguardia. Los generales Miaja y Casado (aún con un carnet del PC en su bolsillo) conspiraron con Negrín para ilegalizar al Partido “Comunista” y tratar de llegar a un acuerdo con Franco. Casado se ofreció a detener, y entregar a Franco, a muchos dirigentes del PC y a otros dirigentes obreros. La Pasionaria y otros dirigentes estalinistas tuvieron que huir a Francia, dejando a los miembros de base del partido enfrentados a su suerte.
Todo eso es pasado por alto por Hobsbawm. La política de colaboración de clases que presenta Hobsbawm como la única manera de asegurar la victoria sobre el fascismo, de hecho, preparó el camino para una derrota aplastante. Los fascistas se tomaron una venganza terrible sobre los trabajadores. Hasta un millón de personas murieron en la misma guerra civil. Miles más fueron asesinados en el período inmediatamente posterior a la derrota. La clase obrera española pagó un precio terrible por las políticas falsas, la cobardía y la traición pura y simple de sus dirigentes, en particular, del Partido Comunista. Esto es lo que Hobsbawm intentó justificar hasta el final de su vida.
En La Era de los Extremos defiende las acciones de la burocracia estalinista. Él escribe que la alianza de Stalin, Churchill y Roosevelt "no hubiera sido posible sin un cierto relajamiento de las hostilidades y sospechas mutuas entre los defensores y los adversarios de la Revolución de Octubre". Por lo tanto, la revolución española tenía que ser sacrificada en el altar de la “alianza antifascista”. De acuerdo con esta lógica retorcida estalinista la derrota de la revolución española fue un precio que bien valía la pena pagar para consolidar la alianza entre la URSS y las “democracias” europeas, allanando así el camino para una “democracia de nuevo tipo”:
“La Guerra Civil española hizo que esto [“el relajamiento de las hostilidades” entre la URSS y las “democracias” occidentales] se consiguiera de una manera mucho más fácil. Incluso los gobiernos anti-revolucionarios no podían olvidar que el gobierno español, con un presidente y un primer ministro liberales, tenía plena legitimidad constitucional y moral cuando les pidió ayuda contra sus generales insurgentes. Incluso estos estadistas democráticos que lo traicionaron, por temor a su propia piel, tenían mala conciencia (!). Tanto el gobierno español y, más concretamente, los comunistas, que eran cada vez más influyentes en sus asuntos, insistieron en que la revolución social no era su objeto, y de hecho, visiblemente hicieron lo que pudieron para controlar y revertirla para horror de los revolucionarios entusiastas. La revolución, ambos insistían, no era el asunto: sino la defensa de la democracia”.
Esto es falso de principio a fin. La derrota de la clase obrera española en realidad eliminó la última barrera que quedaba para detener el inicio de la Segunda Guerra Mundial. La llamada alianza de las democracias occidentales con la URSS fue siempre una ficción. Como una cuestión de hecho, el Reino Unido, en particular, estuvo todo el tiempo animando a Hitler en su política exterior agresiva con la esperanza de que atacara a la Unión Soviética. Ese era el significado real de la política de Chamberlain de “apaciguamiento”. Sólo a última hora, cuando se dieron cuenta de que Hitler atacaría Francia, fue cuando los caballeros de Londres cambiaron de postura. La idea de que gente del tipo de Chamberlin y Churchill tuvieran una conciencia culpable porque facilitaron la victoria de Franco es, simplemente, ridícula. Sus cálculos no se basaban en consideraciones sentimentales o morales, sino sólo en los intereses del imperialismo británico. Incluso cuando Hitler atacó a la Unión Soviética en 1941, una parte importante de la clase dirigente británica tenía la idea de dejar que Alemania y Rusia se agotaran una contra la otra para después intervenir y aplastar a ambas. Esa es la verdadera razón por la que Churchill, supuestamente aliado de la URSS, impidió una y otra vez la apertura de un segundo frente en Francia. La única razón por la que finalmente accedió a la invasión de Francia en 1944 fue por el espectacular avance del Ejército Rojo que venía desde el Este, y que amenazaba con alcanzar el Canal Inglés.


Hobsbawm,  el apóstol del “blairismo”

Parte II

A finales de la década de 1960, Hobsbawm dejó de defender la economía estatal planificada y se pasó a la tendencia eurocomunista dentro del Partido Comunista. No sólo justificó con teorías la disolución del Partido Comunista, sino también al ala derecha del Partido Laborista en Gran Bretaña, lo que le hizo convertirse en el "marxista favorito de Kinnock".

hobsbawmLa ruptura de Hobsbawm con el estalinismo

En 1956, en el XX Congreso del PCUS, Jruschov pronunció un discurso denunciando los crímenes del estalinismo. Cayó como una bomba para aquellos, como él, que habían defendido servilmente el estalinismo durante años.

A pesar de la ruptura formal, Hobsbawm persistió en justificar hasta el final su pasado estalinista. En uno de sus últimos libros, irónicamente titulado, Cómo cambiar el mundo, escribe lo siguiente sobre las Purgas de Stalin:

"Es imposible entender la renuencia de hombres y mujeres de la izquierda a criticar, o incluso a menudo admitirse a sí mismos sobre lo que estaba sucediendo en la URSS en aquellos años, o el aislamiento en la URSS de los críticos de izquierda, sin entender que en la lucha contra el fascismo, el comunismo y el liberalismo estaban, en un sentido profundo, luchando por la misma causa. Por no mencionar el hecho más evidente de que, en las condiciones de la década de 1930, lo que creó Stalin fue un problema ruso, no sin ello dejar de ser impactante, mientras que lo que creó Hitler fue una amenaza en todas partes". (Cómo cambiar el mundo, p. 268)

Con el fin de consolidar su régimen totalitario burocrático, Stalin exterminó a todos los camaradas de Lenin. Como cualquier criminal, no quería a ningún testigo que pudiera testificar contra él. Así, los infames Juicios de Moscú no fueron más que una guerra civil unilateral por parte de Stalin contra el Partido Bolchevique.

Fueron juicios monstruosos basados en confesiones obtenidas por chantaje, torturas y palizas. Los cargos contra los acusados fueron tan patentemente falsos que muchas personas en su momento dudaron de su veracidad. La Comisión Dewey, además, expuso a la luz numerosos detalles que demostraban el gigantesco fraude.

Estalinistas británicos prominentes como Campbell y Pritt escribieron libros enteros, intentando mostrar que los Juicios de Moscú eran completamente legales y justos. Siguiendo el ejemplo de Moscú, el Daily Worker [periódico del PC británico, nota del editor] escribió estos titulares: "Abajo con los reptiles”. Tildaba a los acusados en términos tan viles como estos: "son una úlcera putrefacta y gangrenosa, repetimos fervientemente el veredicto de los trabajadores: Abajo con los reptiles!" (Daily Worker, 24 de agosto de 1936)

De todo esto, nuestro amigo no tuvo absolutamente nada que decir. No se preocupó en denunciar estas monstruosidades, que sólo pueden compararse con las actividades asesinas de la Inquisición española, sino en justificar la complicidad de personas como él, Pritt y Campbell, que estuvieron dispuestos a apoyar cada uno de los crímenes de Stalin.

La defensa de estos crímenes hoy en día ya no se hacía posible para hombres como Hobsbawm, cuando todo el mundo es consciente de ello. Pero sí se mostró impaciente en ofrecer excusas por su pasado comportamiento. Fue correcto apoyar los Juicios "debido a la necesidad de luchar contra el fascismo". Sobre el folleto que escribió junto con Raymond Williams defendiendo el pacto Hitler-Stalin no dijo nada, una vez más ¡Es de suponer que también fue parte de la "lucha contra el fascismo"!

Las declaraciones de Khrushchev provocaron inmediatamente una efervescencia revolucionaria en Europa del Este, protestas masivas en Polonia y el levantamiento de la clase obrera en Hungría. En octubre de 1956, la revolución húngara fue reprimida brutalmente por los tanques soviéticos. Esto provocó una grave crisis en los Partidos Comunistas, incluso en Gran Bretaña, donde muchas personas renunciaron al Partido en protesta.

Hobsbawm afirmó más tarde que había denunciado la invasión rusa de Hungría y escrito para el diario del PC para protestar. Es sólo una verdad a medias. Esto es lo que escribió en la carta publicada el 09 de noviembre de 1956, en el Daily Worker:

"Todos los socialistas deberían ser capaces de comprender que la Hungría de Mindszenty [cardenal católico en Budapest], que probablemente se hubiera convertido en la base para la contrarrevolución e intervención, sería un grave y fuerte peligro para la URSS, y países vecinos como Yugoslavia, Checoslovaquia y Rumania.

"Si hubiéramos estado en la posición del Gobierno soviético, habríamos intervenido; Si hubiéramos estado en la posición del Gobierno yugoslavo, habríamos aprobado la intervención".

Sigue, a continuación – protegiéndose las espaldas – describiendo la represión del pueblo húngaro como una “trágica necesidad”:

"A pesar de defender, con mucho pesar, lo ocurrido en Hungría, también debemos decir francamente que pensamos que la URSS debe retirar sus tropas del país tan pronto como sea posible.

"El Partido Comunista británico debería hacer estas declaraciones públicamente de manera que el pueblo británico confíe en nuestra sinceridad; y si no lo hace, ¿cómo podemos esperar que sigan nuestro ejemplo?

"Y si no siguen nuestro ejemplo, ¿cómo podemos esperar ayudar a la causa de los actuales Estados socialistas, de los cuáles sabemos que depende en gran medida el socialismo en el mundo y en Gran Bretaña?”

Esto, más que una "denuncia", es una manera cobarde de conciliar con todos al mismo tiempo, una actitud deshonesta muy característica de Hobsbawm de principio a fin.

"Eurocomunismo"


Mientras que muchos miembros del PC rompieron sus carnets fruto de  la decepción, Hobsbawm continuó como miembro del Partido Comunista británico hasta poco antes de su disolución en 1991. En un artículo para el World News, el 26 de enero de 1957, escribía lo siguiente en respuesta al secretario adjunto del Partido, George Matthews:

"Hemos presentado erróneamente los hechos, o fracasado al hacerles frente, y por desgracia, aunque hemos engañado a algunas personas, nos hemos engañado a nosotros mismos. No me refiero principalmente a las declaraciones en el XX Congreso y otras por el estilo. Muchos de nosotros ya lo sospechábamos, con moral certeza, años antes del discurso de Khrushchev, y me sorprende que el camarada Matthews no lo hiciera. Hubo razones abrumadoras en el momento para callar, y teníamos razón en hacerlo. No, los hechos que realmente no supimos enfrentar son los de Gran Bretaña, nuestras tareas y nuestros errores".

La ruptura de Hobsbawm con el estalinismo podría haber sido un paso adelante si se hubiera tratado de un retorno a las tradiciones originales de Lenin y del Partido Bolchevique. En lugar de eso, Hobsbawm y los otros defensores del llamado eurocomunismo, decidieron terminar por completo con el leninismo. Cuanto más independientes se hicieron los Partidos Comunistas europeos de Moscú, más dependientes se volvieron de sus burguesías nacionales.
Trotsky ya había señalado este proceso en su panfleto de 1928, Crítica del Programa de la Internacional Comunista, donde advirtió que la adopción de la "teoría" del socialismo en un sólo país acabaría en la degeneración nacional-reformista de los partidos de la Internacional Comunista. Con un retraso de algunos años, esto fue exactamente lo que sucedió. El PC italiano, francés y español se liberaron del control de Moscú, pero al hacerlo abandonaron toda pretensión de seguir las ideas de Marx, Engels y Lenin.

Hobsbawm se convirtió en el inspirador de la facción eurocomunista en el PC británico (PCGB) que comenzó a cristalizar después de 1968, tras las críticas del Partido a la invasión soviética de Checoslovaquia. Pero lo hizo desde el estrecho punto de vista del nacionalismo. Quería que el PCGB tuviera el control de sus propios asuntos, libre de la intromisión de Moscú. Igualmente, los líderes del PC español, italiano y francés exigieron lo mismo.

La revista teórica del PCGB, Marxismo Hoy, se convirtió en el órgano de difusión de la tendencia revisionista. En septiembre de 1978, publicaba un discurso de Hobsbawm: "La clase trabajadora británica cien años después de Marx", en el que afirmaba que la clase obrera inevitablemente estaba perdiendo su papel central en la sociedad y que los partidos de izquierda ya no podían basarse en esta clase. Fue precisamente en un período de creciente militancia sindical, cuando Gran Bretaña fue el escenario de huelgas masivas que sacudieron a la clase dirigente, y los miembros del Partido Comunista tuvieron un papel protagónico en ellos.

Hobsbawm eligió este momento para dar una conferencia en memoria de Marx, publicada más tarde bajo el título, ¿El avance de la clase obrera interrumpido? (título original: The Forward March of Labour Halted?). Comenzó a cuestionar el papel central de la clase obrera en la revolución socialista. Desde entonces, éste ha sido el punto de encuentro de pequeños burgueses y tendencias revisionistas, tanto dentro como fuera del movimiento sindical. El antiguo periódico del PCGB, The Morning Star, escribió un obituario el 5 de octubre en el cual leemos lo siguiente:

"Escrita en un momento en el que el movimiento sindical gozaba de gran fuerza – y la izquierda ejercía una gran influencia en él – Hobsbawm argumentó que la clase obrera manual disminuía numéricamente y que el carácter de su política era inherentemente economicista, atrapada dentro de los límites de la negociación salarial en defensa de sus propios intereses, y que en consecuencia, la izquierda tenía que mirar en el futuro a alianzas más amplias y movimientos sociales.

"Esta Conferencia se convirtió en un texto icónico para el ala dentro del Partido Comunista que pretendía alejarse de la política de clases y desafiar los elementos fundamentales del marxismo."

Estas ideas revisionistas no caen del cielo. El proceso de degeneración nacionalista y reformista de los partidos comunistas se completó después de décadas de políticas oportunistas y con la enorme presión del auge del capitalismo tras la II Guerra Mundial. Se convirtieron en otra organización reformista más. Tras la ruptura con Moscú, se sintieron cada vez más bajo la presión de su propia clase capitalista y la opinión pública burguesa. Este fue el verdadero significado del denominado “eurocomunismo”.

Sobre el golpe de Estado en Chile, en 1973, Hobsbawm, extrajo la conclusión errónea de que no fue que Allende fracasara al no movilizar y armar a la clase obrera para aplastar a la contrarrevolución, sino que, por el contrario, había intentado ir demasiado lejos y demasiado rápido. Por el contrario, apoyó la línea reformista del PC italiano, la línea del "compromiso histórico", es decir, la línea de la colaboración de clases.

En efecto, en los 60’ y 70’, desarrolló vínculos con el ala derecha del Partido Comunista italiano, que abogaba por una ruptura con la Unión Soviética. Hobsbawm fue siempre un admirador del PC italiano. De todos los partidos eurocomunistas, el PCI fue el más degenerado y derechista. Se hizo amigo cercano de Giorgio Napolitano, quien desde los años setenta, fue el líder del ala derecha del PCI. Éste fue el más reformista de los reformistas, un hombre de confianza de la burguesía italiana, tanto, que lo hicieron Presidente de la República.

En 1977, llevó a cabo una larga entrevista con Giorgio Napolitano, entonces Secretario Internacional del PCI. Más tarde, la publicó en forma de libro, La vía italiana hacia el socialismo, donde Napolitano dice lo siguiente:

"El único camino realista para una transformación socialista en Italia y Europa occidental – en condiciones de paz – reside en luchar dentro del proceso democrático".

La política de "alianzas" es un retorno a las políticas de los mencheviques, ferozmente rechazadas por Lenin y resucitadas por Stalin en la forma del Frente Popular, que condujo a una derrota tras otra. La idea de reforma gradual es indiscutiblemente la posición de la socialdemocracia. La idea de que es posible reformar gradualmente el capitalismo queda desmentida por toda la historia de los últimos 100 años. El resultado de este "realismo" puede verse hoy: el PCI, en su día todopoderoso, ha sido totalmente liquidado.

Con la caída del estalinismo después de 1989, se intensificó aún más este proceso de degeneración. En Bélgica, Noruega y Gran Bretaña, el Partido Comunista prácticamente colapsó como consecuencia. En Italia, el PCI, tan poderoso en su día, se transformó en un partido burgués por sus líderes eurocomunistas. En Gran Bretaña, el antiguo "teórico" del Partido Comunista, Eric Hobsbawm, capituló completamente ante el capitalismo manteniéndose en el ala más a la derecha de la izquierda laborista.

El giro a la derecha de Hobsbawm


El declive literario de Hobsbawm se produjo junto con su degeneración política y está estrechamente vinculado a ella. Pero ¿de dónde proviene esta degeneración? Con el fin de responder a esta pregunta, entendamos primero el contexto histórico en que estos libros fueron escritos.

La década de 1960 vivió una ola de radicalización, especialmente entre los estudiantes, que seguramente afectó a Hobsbawm. El proceso se profundizó en la década de 1970, ésta comenzó con el primer desplome económico mundial desde 1945. Una ola de revoluciones y fermento revolucionario en Portugal, España, Grecia, Italia y Francia. Gran Bretaña fue barrida por una oleada de huelgas. No cabe duda de que estos eventos debieron haber tenido una influencia positiva en los escritos de Hobsbawm, y no es casualidad que sus mejores libros fueron publicados en esta época.

En abril y mayo en 1974, tras la caída de la dictadura de Caetano, millones de trabajadores portugueses salieron a la calle en un movimiento revolucionario que arrasó todo el país. El Partido Comunista apoyó al General Spinola, quien más tarde intentó organizar un golpe de derechas. Esto sólo fue impedido por el movimiento de los trabajadores y soldados desde abajo.

En marzo de 1975, The Times escribió un editorial con el título: "El capitalismo ha muerto en Portugal". Ése debería haber sido el caso. En ese momento, se había nacionalizado la mayoría de la economía y el poder estaba, en la práctica, en manos de la clase obrera. Pero todo fue anulado por las políticas de los líderes de los Partidos Comunista y Socialista. Lo mismo puede decirse de España.

La muerte de Franco en noviembre de 1975 fue la señal para un tumultuoso período revolucionario, con manifestaciones y huelgas multitudinarias. Hubo elementos de doble poder. El movimiento tuvo un carácter claramente anticapitalista. El Partido Comunista estaba en una posición extremadamente poderosa. Tenía en sus filas a una gran mayoría de la vanguardia proletaria. Pero, al igual que en la década de 1930, la dirección practicó una política de colaboración de clases.

En 1973, con la dictadura tambaleándose, se firma la infame "Junta Democrática", una coalición con liberales, ex fascistas e, incluso, algunos partidos monárquicos. Los trabajadores estaban listos para cualquier cosa. Pero el PCE (Partido Comunista español) puso los frenos. En el Congreso de 1978, el Partido había abandonado formalmente el leninismo, aunque, a decir verdad, esto era sólo el reconocimiento formal del hecho de que el Partido había abandonado hacia mucho tiempo cualquier posición revolucionaria genuina.

Este período fue conocido como "la Transición" (supuestamente de la dictadura a la democracia), pero de hecho, fue el fraude del siglo. La odiada monarquía fue mantenida y jugó un papel central. La Guardia Civil y otros órganos represivos siguieron existiendo. Nadie se hizo responsable de los crímenes y atrocidades del antiguo régimen. Los asesinos y torturadores caminaron libremente por las calles. Se le pidió al pueblo que olvidara al  millón de personas que murió en la Guerra Civil. Nada de esto debía haber ocurrido.

En esos años, Italia también fue sacudida hasta sus cimientos por una enorme oleada de huelgas. La situación se estaba volviendo cada vez más revolucionaria. El PCI tenía un poder aplastante dentro del movimiento obrero. Pero líderes eurocomunistas como Berlinguer y Napolitano abogaron por un "compromiso histórico" con la burguesía y los demócratas cristianos, lo que descarriló y destruyó el movimiento, como en España,. El problema fue fundamentalmente un problema de dirección (como en España en la década de 1930). Los dirigentes "comunistas" jugaron un papel clave en abortar movimientos revolucionarios en todas partes.

La década revolucionaria de los 70’, tan llena de esperanza, finalmente dio paso a la gris década de 1980, un período de desilusión, desánimo y desesperación. Preparó el camino para un período de semi-reacción, que empezó a principios de los 80. Como resultado, el capitalismo pudo sobrevivir y la burguesía gradualmente recuperó su pulso para pasar a la ofensiva. Las capas de trabajadores más avanzadas fueron presas en todas partes de un estado de ánimo lleno de escepticismo y pesimismo.

Algunos escritos de Hobsbawm reflejan la desilusión general con el socialismo que afectó a los intelectuales de izquierda al mismo tiempo. En 1978, escribía: "No tenemos ninguna perspectiva clara sobre cómo la crisis puede desembocar en una transformación socialista y, para ser honesto, no tenemos verdaderas expectativas de que así sea". Aquí tenemos la esencia destilada del pequeño burgués intelectual que, incapaz de nadar contra la marea, abandona la lucha revolucionaria y se retira detrás de un muro de pesimismo.

Hobsbawm y la liquidación del Partido Comunista


Hobsbawm fue situándose más y más a la derecha. La leve conexión con el marxismo que pudiera haber tenido antes desapareció completamente en sus libros posteriores. La época del Imperio (1987, The Age of Empire) contiene gran cantidad de material interesante pero está completamente impregnado de la idea de que no hay alternativa al capitalismo – una idea que lo obsesionó hasta el final y que condicionó su evolución política. La conclusión lógica era la liquidación [del Partido Comunista].

Al igual que muchas personas de izquierdas y "comunistas", el largo período de auge capitalista que siguió a la II Guerra Mundial influyeron en las perspectivas de Hobsbawm. Sobre la base de la globalización, el argumento de la insignificancia de los efectos del Estado nación fue presentado repetidamente por la burguesía y, particularmente por los apologistas pequeño burgueses del capitalismo.

Kautsky sostuvo el mismo argumento en el período de la I Guerra Mundial (la llamada teoría del "ultraimperialismo ') según la cual, el desarrollo del capitalismo monopolista y el imperialismo eliminaría gradualmente las contradicciones del capitalismo. No habría más guerras porque el desarrollo del propio capitalismo haría de los Estados nacionales algo superfluo. La misma teoría fue defendida por Eric Hobsbawm, al igual que otros revisionistas.
Este ex-estalinista sostuvo que el Estado nacional era sólo un periodo transitorio de la historia humana que ya había sido superado. Los economistas burgueses han defendido lo mismo a lo largo de la historia. Intentan abolir las contradicciones inherentes al sistema capitalista simplemente negando su existencia. Pero, precisamente en este momento, cuando el mercado mundial se ha convertido en la fuerza que domina el planeta, los antagonismos nacionales han adquirido un carácter feroz en todas partes y la cuestión nacional, lejos de haberse abolido, ha asumido un carácter especialmente intenso y venenoso en todo el mundo.
Hobsbawm intentó presentar la tendencia hacia el libre comercio y la globalización como un proceso inevitable y automático dejando de lado todas las contradicciones y tendencias contrarias. De hecho, incluso el examen más superficial de la historia muestra que los períodos de mayor libre comercio (tales como antes de la I Guerra Mundial) han alternado con períodos de guerras comerciales feroces y medidas proteccionistas (como la década de 1930), y que la burguesía recurre al proteccionismo cuando sus intereses están amenazados.
Es tan cierto hoy como lo fue en la época de Marx o Lenin. Pero Hobsbawm ya no estaba interesado en la defensa del marxismo. En las últimas décadas de su vida se separó aún más del marxismo, cegado por los éxitos de la economía de mercado y el capitalismo. Su verdadera postura quedó desvelada con la afirmación de que el comunismo fue de "interés histórico limitado", en comparación con el gigantesco éxito de la "economía mixta capitalista" de mediados de la década de los 50’ hasta 1973, que describió como "la revolución más profunda en la sociedad desde la Edad de Piedra".

En octubre de 1979, Hobsbawm se une al equipo de redacción de Marxismo Hoy. Junto con Martin Jacques, utiliza la revista como plataforma para sus posturas eurocomunistas dentro del Partido. Estos revisionistas de derecha buscaban nada menos que la disolución del PCGB. Ya en 1983, Martin Jacques "pensó que el Partido no se podía reformar... pero se quedó porque necesitaba fondos del Partido para continuar la publicación de Marxismo Hoy".

El PCGB terminó en un fiasco total, dividido en cuatro pequeños grupos. El Partido Comunista español, que podría haber tomado el poder en 1976-77, hoy es una sombra de lo que fue. La bancarrota ideológica del PC queda resumida con las afirmaciones de Chris Myant, Secretario Internacional del PCGB, para quien la Revolución de Octubre fue "un error de proporciones históricas".

Martin Jacques estaba convencido de que el Partido Comunista estaba acabado. De hecho, desde un punto de vista político, lo estaba desde mucho tiempo atrás. Pero Hobsbawm y Jacques fueron sus sepultureros oficiales. En 1991, cuando se derrumbó la Unión Soviética, la dirección eurocomunista del PCGB, liderada por Nina Temple, y después de haber expulsado a todos los que estaban en desacuerdo, decidió disolver el Partido por completo.

¿El estalinismo proviene del leninismo?


El socialismo, dice Hobsbawm, cayó finalmente porque, "[...] casi nadie creía en el sistema o sentía lealtad hacia él, ni siquiera aquellos que lo dirigían."

Se trata de una "explicación que no explica nada". Este hombre que durante décadas defendió el estalinismo sin ruborizarse, más tarde llegaba a la conclusión de que debía de haber algo mal con la Revolución de Octubre desde el principio. Así, se une al argumento de la burguesía que atribuye todos los crímenes del estalinismo a algún pecado original de Lenin y el Partido Bolchevique.

Mientras que subrepticiamente defiende a Stalin, Hobsbawm da crédito a la más repugnante calumnia inventada por los enemigos de la Revolución de Octubre, es decir, que las raíces del estalinismo se encuentran en el bolchevismo, y que leninismo y estalinismo son esencialmente lo mismo. El problema de esta teoría es que es imposible explicar por qué Stalin, con el fin de consolidar el sistema burocrático tuvo que exterminar a toda la vieja guardia bolchevique.

La verdad es que el estalinismo y el leninismo son mutuamente excluyentes. No hay nada en común entre el régimen de la democracia de los trabajadores establecido por Lenin y Trotsky y la monstruosidad totalitaria que Stalin erigió sobre las cenizas del Partido Bolchevique.

Después de la Revolución de Octubre, el joven Estado soviético fue invadido por 21 ejércitos extranjeros que sumieron al país en un baño de sangre. Incluso en la República burguesa más democrática, en tiempo de guerra, los trabajadores aceptan ciertas limitaciones sobre sus derechos. También fue el caso en Rusia durante la Guerra Civil.

El problema que enfrentaron los bolcheviques en 1917 fue que tomaron el poder en condiciones de atraso extremo. Fue esto y, no un "pecado original" del bolchevismo leninista, lo que condenó a la Revolución Rusa a la degeneración burocrática.
En La ideología alemana (1846), Marx ya había explicado que en cualquier sociedad donde la pobreza es general, revive toda la vieja podredumbre ("die ganze alte Scheisse"). Con ello se refería a la desigualdad, la opresión, la burocracia, la corrupción y todos los males de la sociedad de clases.

Ya en 1920, Lenin admitió honestamente que "lo nuestro, es un Estado de los trabajadores con deformaciones burocráticas". Pero éstas eran deformaciones relativamente pequeñas y nada comparadas con el monstruoso régimen establecido más tarde por Stalin. A pesar de todo, la clase obrera gozó de mayores derechos democráticos que en cualquier otro país.

El gran logro histórico de la Revolución Rusa fue, sin lugar a dudas, que fue posible llevar a cabo una gran economía como la de la URSS sin propiedad privada, banqueros ni capitalistas y obtener excelentes resultados. En las primeras décadas de economía estatal planificada, la Unión Soviética obtuvo los resultados más notables. La historia nunca ha sido visto tal transformación como la que ocurrió en la URSS desde 1917 a 1965.

Tras la muerte de Lenin, sin embargo, en condiciones de atraso espantoso, la Revolución sufrió un proceso de degeneración burocrática bajo Stalin, socavando la economía planificada y terminando en el colapso de la Unión Soviética.

Ya en 1936, Trotsky explicó que la burocracia rusa no se contentaría con sus enormes privilegios (que, sin embargo, no podría legar a sus hijos), y que inevitablemente se movería hacia la restauración del capitalismo.

Trotsky señaló que una economía estatal planificada necesita democracia, igual que el cuerpo humano necesita oxígeno. Sin el control democrático de la clase trabajadora la economía estatal planificada inevitablemente se verá oprimida por la burocracia, la corrupción y la mala administración. Eso es justo lo que sucedió.

La caricatura espantosa que Hobsbawm persistió en llamar "socialismo" hasta el final de su vida hizo un daño colosal a la idea del socialismo y el comunismo en la mente de los trabajadores de todo el mundo. Durante décadas, Hobsbawm, quien nunca fue un verdadero marxista, justificó el totalitarismo estalinista y denigró a quienes lucharon por un retorno a las políticas de Lenin (en adelante, los "trotskistas").

Desgraciadamente, incluso en sus últimos escritos, todavía se refiere a los regímenes estalinistas en Rusia y Europa oriental como "socialismo real" o "comunista". Cuando fracasó el "socialismo" y el "comunismo", encontró una justificación "teórica" para defender el capitalismo.

Esta transformación puede parecer contradictoria. En realidad, es muy simple. Con la misma lógica, la mayoría de los ex dirigentes del Partido "Comunista" de la Unión Soviética se transformaron tranquilamente en capitalistas y multimillonarios. Como nuestro profesor de izquierdas, lograron esta transición con la misma facilidad con la que alguien pasa de un compartimento de segunda clase a uno de primera en un tren. Esta notable facilidad se explica por el hecho de que, para empezar, nunca fueron comunistas.

Teórico del Nuevo Laborismo


Aunque el Partido Comunista británico no era tan fuerte como su equivalente italiano, la burguesía, sin embargo, quedó encantada al saber de su disolución. Y el profesor Hobsbawm jugó un papel clave en esto. No sólo participó activamente en la destrucción del PCGB desde dentro, sino que colaboró activamente con el ala de derechas del Partido Laborista en la derrota de la izquierda. Esto fue, incluso, más valioso para el sistema.

Hobsbawm y Jacques deseaban disolver el PCGB en una «Izquierda», en particular, la izquierda moderada de Neil Kinnock del Partido Laborista. Por eso no es casualidad que al morir Hobsbawm, Ed Miliband, líder del ala de derechas de los laboristas, no perdiera tiempo en unirse al coro de aduladores.

Según Miliband Hobsbawm fue:

[...] un historiador extraordinario, un hombre apasionado de la política y un gran amigo de mi familia [...] Pero no fue simplemente un académico, se preocupó profundamente por la dirección política del país. De hecho, fue una de las primeras personas en reconocer los retos del Partido Laborista en la década de 1970 y 1980 dada la naturaleza cambiante de nuestra sociedad.

"También fue un hombre encantador, con quien tuve algunas de las conversaciones más estimulantes y desafiantes sobre política y el mundo".

¿De qué manera Hobsbawm "reconoció los retos del Partido Laborista en la década de 1970 y 1980"? Y ¿qué papel jugó en la creación del nuevo Laborismo? Como muchas personas de la izquierda en la década de 1980 Hobsbawm estaba sumido en el pesimismo. No tenía ninguna confianza en la clase trabajadora, ni la perspectiva del socialismo. Este escepticismo quedó reflejado en su artículo de 1982: El estado de la izquierda en Europa occidental, que presenta el siguiente cuadro sombrío:

"... a diferencia de la década de 1930, la izquierda hoy ni puede aspirar a una sociedad alternativa inmune a la crisis (como parecía ser la URSS) ni a cualquier política concreta cuyas promesas puedan durar a largo plazo (como las políticas keynesianas o similares parecían prometer entonces)".

Como ya hemos mencionado, Hobsbawm había dado por perdida a la clase trabajadora:
"La clase trabajadora manual, centro de los partidos obreros tradicionales socialistas, está disminuyendo. […] Se ha transformado y hasta cierto punto dividido durante décadas, al haber alcanzado unos niveles de vida inimaginables incluso para los trabajadores mejor remunerados en 1939. No se puede asumir por más tiempo que todos los trabajadores reconocerían que su situación de clase los lleva a alinearse detrás de un partido obrero socialista, aunque todavía existen muchos millones que lo creen así."

Estas ideas sonaron como música para los oídos de la burguesía y el ala de derechas del Laborismo (que son básicamente lo mismo). Inmediatamente hicieron del profesor Hobsbawm su más valioso aliado. Brindó una justificación teórica útil al ala de derechas del Partido Laborista, involucrado en una amarga lucha contra la izquierda dentro del Partido. No es casualidad que la prensa, especialmente de TheGuardian, lo ensalzara en ese momento.

La clase dirigente recibió un impacto desagradable cuando los marxistas lograron ganar una influencia considerable en el Partido Laborista en la década de 1970. Se produjo una división por la derecha, el Partido Social Demócrata (SDP, en inglés), con el objetivo de debilitar a la organización y, al mismo tiempo, se orquestó una gran caza de brujas contra la Tendencia Militant y la Izquierda Laborista, especialmente contra Tony Benn. El agente principal en la campaña para derrotar a la Izquierda Laborista y empujar al Partido Laborista hacia la derecha fue el archi-oportunista Neil Kinnock.

Hobsbawm apoyó con entusiasmo la lucha de Kinnock contra la Izquierda Laborista liderada por Tony Benn y la Tendencia Militant. Por su parte, con aprobación y paradójicamente, Kinnock se refirió a Hobsbawm como "mi marxista favorito" (en el momento en que organizaba la caza de brujas contra los marxistas del Partido Laborista).

Inspirándose obedientemente en el sistema y medios de comunicación, asumió la lucha contra la izquierda con el celo de un cruzado, lo que provocó la división nefasta dentro del Partido Laborista, desmoralizó a sus activistas y le hizo perder apoyos. Como resultado, a pesar de la impopularidad del Gobierno Thatcher, el Partido Laborista perdió dos elecciones generales.

Este advenedizo batió el envidiable récord de ser el líder por más tiempo de la oposición de la historia política británica hasta la fecha y el que tardó más en convertirse en primer ministro. Entrevistado en el Canal 4 el día después de la muerte de Hobsbawm, Kinnock, en su habitual estilo descarado, se jactó de haber utilizado los argumentos de este "marxista" para luchar contra "La Izquierda de Tony Benn y la Tendencia Militant", agregando que cuando lo consultó con Hobsbawm, "Eric pensó que era una buena idea."

Tras la derrota electoral de 1983, Hobsbawm abogó por una alianza con los traidores de la derecha dividida del Partido Laborista – el SDP y sus aliados liberales, presentándolos como "fuerzas anti-Thatcher". Esta política de “liberales y laboristas” fue la base sobre la que se fundó el blairismo. El propio Blair creía que el Partido Laborista nunca debió haberse fundado y abogó por vínculos más estrechos con los liberales – posición todavía mantenida por la derecha del Partido Laborista.

Hobsbawm consumó el giro a la derecha uniéndose al campo del blairismo y al ala de derecha del Partido Laborista británico, convirtiéndose en su asesor e ideólogo. Fue el "marxista favorito" de Kinnock por la muy sencilla razón de que no lo era en absoluto. Su única función fue proporcionar "profundos" argumentos al ala de derecha para justificar su lucha contra los marxistas del Partido Laborista.

Para justificar su apoyo activo al Nuevo Laborismo de Blair (New Labour, en inglés), Hobsbawm dijo que era "mejor que nada tener un Gobierno laborista". Más tarde, cuando el nombre de Tony Blair apestaba tanto que ya no era posible que cualquier persona remotamente a la izquierda pudiera defenderlo, Hobsbawm le hizo algunas críticas débiles. Fue un intento de borrar las huellas y hacer que la gente olvidara que sus teorías revisionistas de derecha ayudaron a preparar el terreno para la llamada “Tercera Vía”, New Labour, Tony Blair y todo lo demás.

Algunos tratan de defender su capitulación ante el blairismo señalando que fue crítico con la política de la "guerra contra el terrorismo" y acusó a los Estados Unidos de intentar "colonizar" el mundo. No es decir mucho cuando la gran mayoría de los británicos se opusieron a la invasión de Irak y el antiamericanismo barato es la más devaluada de las monedas dentro de la antigua "izquierda" estalinista.

El ala de derecha del Partido Laborista tiene motivos para estarle agradecido a este hombre. Pero la izquierda no tiene absolutamente ninguna razón.

*Alan Woods es político marxista, escritor británico y dirigente galés de la Corriente Marxista Internacional. Nacido en una familia galesa de gran tradición comunista, a los 16 años de edad entró en política uniéndose a las Juventudes Socialistas del Partido Laborista. Wikipedia