Teoría económica y compraventa de armas: cuando lo “bueno” en el plano macro puede resultar desastroso en el micro

Bill Mitchell
Sin Permiso


Últimamente he investigado bastante sobre la Gran Depresión para tratar de conocer qué tipo de presiones recibieron los gobiernos de la época para que aplicaran políticas de reducción de los déficits originados por el colapso de la actividad económica y poder así compararlas con las presiones que reciben los actuales. He podido comprobar que existen interesantes paralelismos y que algunas experiencias son para nosotros un completo dejà vu. La investigación me condujo a fuentes que explican cómo los distintos gobiernos se doblegaron a las exigencias empresariales cuando la demanda agregada entró en barrena. Esto me llevó a descubrir cómo funciona el complejo militar-industrial. Al tirar de este hilo me fui familiarizando con un tipo de literatura que cuenta muy bien el papel que juega el complejo militar-industrial en el diseño de guerras destinadas a la conquista de nuevos mercados. Fue así como empecé un recorrido por los horrores de las guerras de los mercaderes de la muerte, a cuál peor.

Mi investigación ha sido como emprender un viaje que a menudo me ha conducido a destinos cuya existencia apenas podía imaginar. Pero este periplo me ha permitido sacar conclusiones algo más claras en relación a asuntos sobre los que a menudo me interrogan los lectores. Señaladamente, sobre la relación existente entre la Teoría Monetaria Moderna (TMM), como marco macroeconómico, y un sinnúmero de asuntos que subyacen al plano agregado, como es el caso de todo lo concerniente a la distribución. Está claro que ambos niveles están conectados (por ejemplo, la distribución del ingreso afecta a la demanda agregada), pero en algunos casos lo que es "bueno" en el plano macroeconómico puede resultar desastroso en el microeconómico. Siempre que tratemos de resolver algún desastre en la dimensión micro debemos ser conscientes del impacto que esa solución tendrá sobre los agregados. Esto es particularmente importante cuando los problemas son de carácter comercial. El complejo militar-industrial es un caso de estudio paradigmático de la importancia de lidiar con cautela con estas dificultades. A continuación expongo algunas de las ideas iniciales.

La TMM nos ayuda a entender que el Déficit por Cuenta Corriente (DCC, esto es, exportaciones menos importaciones más flujos de ingresos netos) sólo puede darse cuando el sector exterior pretende acumular activos financieros (o de otro tipo) denominados en la moneda de emisión del país con DCC. Este propósito conduce al país extranjero (el que fuere) a privar a sus ciudadanos del uso de sus propios recursos (bienes reales y servicios), puesto que los transfiere de forma neta al país que incurre en DCC, el cual, a su vez, obtiene un beneficio neto (un monto de importaciones mayor que el de exportaciones). Incurrir en un DCC significa que los beneficios reales (importaciones) exceden los costes reales (exportaciones) para el país en cuestión.

Entonces, el DCC significa la disposición de los ciudadanos a "financiar" los objetivos de ahorro del sector exterior en términos de moneda local. De modo que la TMM cambia por completo el sentido de la lógica dominante (los extranjeros financian el DCC del país que ha incurrido en el mismo), poniendo así en evidencia la verdadera naturaleza de las exportaciones y las importaciones. Por consiguiente, un DCC persistirá (expandiéndose y contrayéndose) en la medida en que el sector exterior se proponga acumular activos denominados en la moneda local. Cuando deja de perseguir este fin, el DCC se reduce a cero. Esto puede ser resultar muy doloroso para un país que ha tenido una dinámica de crecimiento muy vinculada a sacar provecho de un saldo importador favorable. Y puede que esto ocurra de una forma bastante rápida. Nos debería importar mucho llegar a comprender por qué ocurre así.

Cuando se llega a entender bien esto, se cae en la cuenta de que la TMM le da por completo la vuelta al enfoque económico estándar, según el cual los DCC constituyen un problema a eliminar.

En primer lugar, debemos recordar que para el conjunto de una economía las importaciones representan un beneficio real mientras que las exportaciones son un coste real. Cuando se da una situación de importaciones netas significa que un país pasa a disfrutar de un nivel de vida más elevado, puesto que consume más bienes y servicios de los que produce para el consumo en países extranjeros.

Esto no significa que no exista la posibilidad de que se produzcan cambios distributivos drásticos (en costes y beneficios) en el plano microeconómico de un país que experimente un cambio en los patrones de intercambio comercial. Puede ocurrir que los trabajadores de los cinturones industriales pierdan su trabajo por el hecho de que los bienes importados sean más baratos y los consumidores (incluidos los mismos trabajadores que pierden su puesto de trabajo) voluntariamente eligen comprar los productos más baratos que tienen a su disposición (que puede que en algunos casos incluso sean de mejor calidad).

Puesto que este proceso puede ser muy doloroso, una política gubernamental apropiada puede coadyuvar a aliviar los costes del ajuste y promover un entorno en el que los trabajadores puedan encontrar trabajo en otras actividades. El ajuste estructural siempre resulta angustioso y es más fácil de lograr cuando se produce en coyunturas en las que la economía funciona a pleno rendimiento.

Además, incluso si un déficit comercial creciente va acompañado de una depreciación monetaria, los resultados reales de los intercambios comerciales favorecerán al país que incurra en déficit comercial (sus importaciones netas van en aumento, por lo que exporta relativamente menos bienes en relación a los que importa).

En segundo lugar, el DCC refleja las tendencias económicas subyacentes, las cuales pueden ser deseables para un país en un determinado momento (y por eso mismo no necesariamente malas). Por ejemplo, cuando los países se hallan en una fase de construcción, aquellos que sufran importantes déficits de infraestructuras y equipamiento normalmente incurrirán en déficits comerciales significativos en punto a facilitar su acceso al tipo de tecnología que mejor pueda contribuir al desarrollo de su capacidad productiva.

Un DCC refleja el hecho de que un país aumenta sus pasivos con respecto al resto del mundo que tienen una traducción en los flujos de la contabilidad financiera. Sin embargo, aunque la creencia comúnmente aceptada es que estas deudas serán devueltas, se trata de una creencia obviamente falsa.

Mientras la economía global crezca, no existe razón alguna para creer que el deseo de diversificar la cartera de inversiones del resto del mundo no significará que los países deudores no vayan a ir pagando sus deudas en los plazos establecidos. Si un país continúa desarrollándose y es capaz de ofrecer un entorno económico y político lo suficientemente estable para que el resto del mundo continúe creyendo que seguirá pagando sus deudas, entonces sus activos seguirán teniendo demanda. Sin embargo, cuando el patrón de gasto de un país no produce ganancias suficientemente lucrativas a largo plazo, entonces puede que los acreedores empiecen a cuestionarse su capacidad para hacer frente a sus deudas.

Por tanto, la clave radica en si el sector privado y los déficits contables exteriores tienen su origen en inversiones productivas que aumentan la capacidad del país para pagar la deuda. Grosso modo, la preocupación fundamental consiste en ver si el crecimiento en términos de PIB y del ingreso nacional son suficientes para compensar los intereses de la deuda (y otros costes asociados) que el país debe abonar a los acreedores exteriores de la misma. Lo demás es accesorio.

Pero aquí también conviene distinguir entre las deudas del sector privado y las del sector público. Muchos piensan que este análisis sólo es válido para Estados Unidos, puesto que su moneda también se concibe en todo el mundo como "moneda refugio", de modo que siempre tendrá demanda para innumerables propósitos. Sin embargo, la soberanía de Estados Unidos sobre su propia moneda es intrínseca al monopolio emisor que tienen sobre la misma y no al hecho de que la utilicen terceros países.

Además, un Estado siempre puede hacer frente a su deuda cuando está nominada en la moneda del país, puesto que esta se emite en régimen de monopolio. En el caso de la deuda estatal, no es relevante para el análisis de la solvencia que los acreedores sean del propio país o extranjeros, puesto que la forma de pago –mediante cuentas bancarias de crédito– es la misma.

En el supuesto de la deuda del sector privado, esta debe liquidarse a partir de los ingresos, de la venta de activos o del recurso a nuevos medios de crédito. Es por esto que el pago a largo plazo de la deuda se apoya en las inversiones productivas y en el mantenimiento de los intereses de la deuda por debajo de la tasa de crecimiento global. Estas son unas reglas muy simples pero también muy útiles.

Sin embargo, nótese que las deudas del sector privado siempre están sujetas al riesgo de impago (y, en caso de utilizarse para realizar inversiones imprudentes o de estar sujetas a tipos de interés demasiado elevados, la "solución del mercado" son las quiebras privadas).
Llegados a este punto, podemos comprender cabalmente que los problemas empiezan cuando el sector público del propio país interviene para hacerse cargo de las deudas privadas. Aun así, cabe insistir en que cuando las deudas están nominadas en moneda nacional (e, incluso si no lo estuvieran, el Estado podría poner como condición que así fuera antes de hacerse cargo de las mismas), el sector público siempre podrá hacer frente a su liquidación.

La regla que rige el comercio se basa en que para un país, en el plano macroeconómico, las exportaciones son un coste y las importaciones un beneficio. Entonces, la motivación para comerciar tiene que ver con mejorar la disponibilidad de bienes y servicios localmente indisponibles (cuantitativa o cualitativamente).

Sin embargo, esta simple perspectiva "macro" puede entenderse desde otros puntos de vista que también resultan interesantes e invitan a la reflexión. Podría darse el caso de que una exportación comportara costes suplementarios no contemplados en las circunstancias inmediatas del intercambio. Normalmente tendemos a ver las transacciones comerciales como intercambios voluntarios entre partes que presuponemos motivadas por el valor de uso que otorgan a los mismos; esto nos permite entender cómo toman posiciones en la negociación con el fin realizar la adquisición. Entendiéndolo de este modo, entonces un país que tenga superávit por cuenta corriente (como China) está privando a sus gentes del acceso a bienes y servicios a cambio de su condición de acreedor financiero de terceros países. (Para una reflexión más amplia sobre cómo la TMM concibe la economía abierta les sugiero que lean mi blog).

Pero el asunto tiene un alcance mucho más amplio.

Un artículo de la revista Fortune del 24 de febrero de 2011 ("Las exportaciones más rentables de Estados Unidos: las armas") documenta cómo un enorme pedido procedente de Arabia Saudita de 84 aviones de combate F-15 permitió que una línea de producción que había entrado en situación de quiebra en St. Louis (Missouri) pudiera mantenerse a flote.

Esta historia forma parte de un amplio programa de exportación de armas promovido por el Departamento de Defensa de Estados Unidos. Fortune escribe que en el mes de octubre de 2010: "(…) el Departamento de Defensa (…) anunció un paquete armamentístico valorado en 60 millones de dólares. (…) Se trataba de la mayor venta reciente de armas al extranjero, que prolongaba la vida útil de la línea de producción hasta 2018 (…). El año pasado, el Departamento de Defensa informó al Congreso de sus planes para la venta de armas a compradores extranjeros por un valor de 103.000 millones de dólares, con un asombroso aumento medio anual que rondaba los 13.000 millones de dólares entre 1995 y 2005 (…)."
El artículo cita a dos expertos en la industria de armamento, quienes sostienen que "Obama es mucho más favorable a la exportación de armas que ninguna otra administración Demócrata precedente (…) y (…) que el bazar de venta de armas de Obama sigue viento en popa".

El artículo sugiere que los riesgos desmedidos en los que incurre la estrategia de exportación masiva de armamento militar son una constante en el mandato de Obama: "(…) proveer a ciertos países de armamento avanzado es una estrategia muy arriesgada, particularmente en Oriente Medio, donde proliferan las armas de fabricación estadounidense, y pueden suponer un serio peligro cuando se producen cambios de régimen político. Aunque Estados Unidos sólo vende armamento a sus aliados, el poder puede cambiar de manos en un abrir y cerrar de ojos; basta con observar lo ocurrido en Túnez y Egipto. Incluso Arabia Saudita, con un monarca de 86 años en el poder, podría sufrir un cambio de liderazgo. Cuando los amigos se convierten en enemigos la exportación de armas pasa a ser una grave responsabilidad. La administración pública vendió docenas de aviones de combate F-14 a Irán en la década de 1970, antes de la deposición del Sha. Desde entonces, Estados Unidos ha ido destruyendo sistemáticamente partes del F-14 para que no llegaran a manos de Irán".

Estas tendencias suelen acelerarse cuando el contexto es de crisis económica severa. Los contratos de exportación de armas "son el sustento de centenares de trabajadores de todo el país muy calificados que perciben elevados sueldos", y esta realidad constituye una buena cortina de humo para dejar fuera del campo de visión del electorado otras motivaciones más siniestras que pueda albergar el poder ejecutivo de un país.

Fortune sostiene que el imperativo presidencial no se fundamenta tanto en el mantenimiento de los puestos de trabajo como "en las alianzas de Estados Unidos (…), en la envergadura del rol que el país quiere jugar en el mundo".

Pero hay mucho más que eso. También puede concebirse el complejo militar-industrial –como tan bien lo describió en 1995 Robert Higgs en un artículo titulado: "La Segunda Guerra Mundial y el complejo militar-industrial del Congreso"– como el lastre por el que Estados Unidos sacrificó "gran parte de su potencial dinamismo al comprometer de forma masiva recursos que se dedicaron a la investigación militar, lo cual significó un desvío monumental de fondos para usos civiles que tan buen resultado dieron en países como Japón, Alemania y otros lugares".

El artículo de Fortune hace hincapié en que "contratistas del Departamento de Defensa, como Boeing, se caracterizan por distribuir sus fábricas por todo el país para procurarse favores políticos por doquier (...). Pero su corazón late en Arlington (Virginia), de donde mana su elemento vital: el gasto público. Allí, ejecutivos enfundados en trajes almidonados se mezclan con el personal que viste de uniforme. Muchos de estos oficiales abandonarán su condición de militares y se enrolarán en grandes corporaciones (…). El sector nutre entre el 80% y el 90% de su actividad de los contratos con el Pentágono".

En uno de los informes hallados en los cables de Wikileaks se habla de que "en los tratos oscuros realizados con otros países, los funcionarios estadounidenses actuaron de facto como agentes de ventas de las armas de fabricación americana. Los cables se refieren a esta actividad de mercadotecnia como 'de apoyo'".

En un artículo reciente del Washington Post ("El plan de Obama flexibilizaría las normas para la exportación de armas", 3 de mayo de 2012), pudimos leer los siguiente: "La administración de Obama está elaborando una propuesta que haría más fácil exportar armas de fuego y otro tipo de armamento a determinados países con el propósito de impulsar las ventas de las empresas estadounidenses, aumentar el comercio y mejorar la seguridad nacional (…)".

Al parecer, dos áreas gubernamentales –el Departamento de Seguridad Interior y el Departamento de Justicia– "han expresado su preocupación por el hecho de que los cambios en la legislación exportadora pudiera facilitar la obtención de armas a los cárteles de la droga y a los terroristas, y dificultar así el combate contra el tráfico de armas de fuego".

Esta insidiosa simbiosis entre los gobiernos y los militares no es ninguna novedad. En un famoso discurso pronunciado en 1961 sobre el complejo militar-industrial, el Presidente Dwight D. Eisenhower presentó los objetivos fundamentales de Estados Unidos, los cuales: "(…) han sido siempre mantener la paz; difundir los avances en pro de la humanidad, y promover la libertad, dignidad e integridad entre las gentes y entre las naciones (…). [Sin embargo] (…) el progreso hacia estos nobles ideales está siempre amenazado por el conflicto en el que está sumido el mundo (…)". Advertía que, mientras que "nuestro poder militar constituye un elemento vital para el mantenimiento de la paz", la emergente "conjunción de un inmenso sistema militar y una importante industria de armamento es algo nuevo en Estados Unidos" y "deberíamos comprender cabalmente las graves implicaciones que esto tiene". Esto es: "(…) si ocurriera que, deliberada o accidentalmente, el complejo militar-industrial llegara a tener una capacidad de influencia desproporcionada e injustificada (…), esto pondría en peligro nuestras libertades y nuestra democracia". Asimismo, urgió a considerar "el desarme, mediante la confianza y lealtad mutuas", como "un imperativo sin fin" y que "debemos aprender a contrastar las diferencias no por las armas, sino mediante propuestas razonadas y decentes".

Y es en este punto cuando regresamos a la década de 1930. Durante la Gran Depresión, la industria de fabricación de armas trataba de esquivar la presión gubernamental destinada a embridar un déficit presupuestario desbocado por el colapso de la actividad económica y la caída en picado de los ingresos fiscales.

En 1934, el Senado de Estados Unidos creó el "Comité Especial de Investigación de la Industria de Municiones" (llamado Comité Nye por presidirlo el Republicano de tendencias liberales Gerald Nye). En el archivo del Senado hallamos lo siguiente: "Aun cuando la Primera Guerra Mundial terminó hace ya 16 años, es preceptivo llevar a cabo la prometida investigación para reabrir un intenso debate sobre la idoneidad de que la nación se viera envuelta en ese costoso conflicto (…)". Ese "Comité de Municiones del Senado" se creó a raíz de la existencia de unos informes que contaban con detalle cómo los fabricantes de armamento habían influido en demasía en la decisión estadounidense de entrar en la guerra en 1917. Esos suministradores de armas habían cosechado enormes beneficios a expensas de la muerte en el campo de batalla de 53.000 soldados norteamericanos. Cuando a principios de la década de 1930 en Europa volvieron a inflamarse algunos conflictos locales que dieron pie a pensar en la posibilidad de una segunda guerra de alcance mundial, también resurgió con fuerza la preocupación por que esos "mercaderes de la muerte" arrastraran consigo a Estados Unidos y metieran al país de nuevo en un conflicto que no era de su incumbencia. Había llegado el momento de que el sistema parlamentario pusiera en marcha una comisión de investigación de amplio alcance.

Las audiencias duraron 18 meses y la comisión llamó a declarar a más de 200 testigos (incluidos los robber barons J.P. Morgan y Pierre du Pont). El cometido del comité era eliminar la influencia de la industria militar sobre el proceso de toma de decisiones políticas mediante la "nacionalización de la industria de fabricación de armamento".
Puede accederse al informe preliminar AQUÍ. El Comité cesó sus actividades por motivos políticos antes de que tuviera la oportunidad de terminar su trabajo. Sin embargo, entre las conclusiones a las que había llegado podemos leer las siguientes:

1. "El comité ha hallado que, con el propósito de aumentar las ventas, las empresas fabricantes de municiones investigadas han incurrido, casi sin excepción, en prácticas irregulares consistentes en el otorgamiento de favores y comisiones cuestionables, así como en la aplicación de métodos de "hacer cualquier cosa" con tal de conseguir su fin, los cuales constituyen, en efecto, una suerte de soborno de funcionarios de gobiernos extranjeros o de sus amigos cercanos con el propósito de asegurarse las ventas".

2. "El comité acepta como hecho probado la evidencia de que las industrias europeas de fabricación de municiones incurrieron en las mismas prácticas, y que todo el proceso de venta de armas, en palabras de un agente de [la empresa fabricante de armas] Colt, "ha fomentado el despliegue del costado más vil de la naturaleza humana; las mentiras, el engaño, la hipocresía, la codicia y la corrupción juegan un papel determinante en las transacciones".

3. "El comité considera que las prácticas de todas las empresas fabricantes de municiones, ya sean de nuestro país o extranjeras, son por completo contrarias a la ética y constituyen un descrédito para el sistema de empresa estadounidense en general, por lo cual resulta perentoria una reflexión sobre el papel de las agencias gubernamentales americanas que sin pretenderlo ayudaron a la consumación de transacciones que estaban hasta tal punto contaminadas".

4. "El comité considera que tales transacciones no solamente son contrarias a la ética, sino que llevan consigo la semilla de la alteración de la paz y la estabilidad de aquellas naciones en las que han tenido lugar".

5. "El comité, además, quiere hacer constar el desprecio mostrado por estas empresas fabricantes de municiones hacia los departamentos gubernamentales y funcionarios encargados de garantizar la paz, y sostiene que la corrupción continuada u ocasional de terceros gobiernos conduce de forma natural a la creencia de que todos los gobiernos, incluido el de nuestro propio país, deben someterse por completo al control de las fuerzas económicas".

6. "El comité sostiene, en cumplimiento de sus fines, que no ha hallado evidencias de que alguna empresa fabricante de municiones realizara algún tipo de propuesta encaminada a la limitación de armamentos; todo lo contrario: existen evidencias documentales de su oposición activa a cualquier acción que tuviera ese fin limitador en forma de obstaculización deliberada, desprecio hacia sus promotores y violación de los controles por cualquier medio, resultando de todas estas operaciones un gran enriquecimiento para las mismas".

El Comité también tuvo acceso a correspondencia privada. Por ejemplo, en relación a una propuesta posterior a la Primera Guerra Mundial para "el control internacional del tráfico de armas", un licenciatario belga de Colt escribió: "Ni que decir tiene que es en nuestro interés general tratar de impedir que pueda consumarse un nuevo acuerdo alrededor de un plan 'que tenga un formato orientado a imponer limitaciones' (…) 'que pueda ser aceptado por todos los gobiernos de todos los países en los que se fabrican armas y municiones para la guerra'". La carta interceptada también proponía métodos de "dilación indefinida de las discusiones" y sugerencias para "vencer por agotamiento a los cuerpos [estatales] que se ocupan de este asunto".

El resto del informe ciertamente resulta una lectura pesada. Fue presentado el 24 de febrero de 1936, en la segunda sesión del 74º Congreso, en la sede del Senado de Estados Unidos.
¿Y qué puede decirse acerca de la otra parte de los contratos de venta de armamento, la parte del importador?

El editorial de Al-Jazeerah titulado "Dictadores que despilfarran la riqueza de los árabes" (18 de abril de 2011) analizaba el impacto que tenían en Arabia Saudita las compras masivas de armas estadounidenses de las que hablaba Fortune. El editorial decía: "Las insurrecciones protagonizadas por los jóvenes árabes han puesto en evidencia el verdadero alcance de la opresión política y de las privaciones económicas a las que han sido sometidos los pueblos árabes. Y lo más importante es que las revueltas han hecho emerger la realidad de que los recursos y la riqueza del mundo árabe raramente se han utilizado en beneficio del pueblo. Los gobernantes árabes consideran la riqueza de sus países como algo propio, y en modo alguno sienten necesidad de pedir perdón por ello; sus cuentas bancarias personales y las de los países en los que mandan son las mismas.

Este hecho, junto con la voluntad de estos gobiernos de aplastar brutalmente cualquier atisbo de protesta, ha aumentado su dependencia de las grandes superpotencias. Esta práctica se ha convertido en lo normal, en tanto que la transparencia y la toma de decisiones con sentido común están seriamente penalizadas. Consiguientemente, se malgasta la riqueza nacional y las prioridades nada tienen que ver con las necesidades de cada uno de los países ni con las inversiones realmente productivas".

Me gusta Al-Jazeerah porque no se andan con rodeos. Ante el dato de que "los países árabes productores de petróleo han comprado armamento militar por un valor que significa el 50% de todo vendido entre 2006 y 2009", Al-Jazeerah sostiene que: "Los estados árabes han comprado armamento muy sofisticado sin ningún propósito concreto, de modo que su destino es el de ser almacenado a la espera de que se lo coma el óxido. Además, los propios militares tienen un acceso muy restringido a ese equipamiento bélico. Sin embargo, las armas que sí cumplen grandes servicios son las que los gobernantes árabes pueden utilizar para reprimir a sus respectivos pueblos (…). La compra de armas de última generación sirve para reciclar el dinero procedente del petróleo para provecho de la superpotencia, de modo que los recursos económicos árabes se han destinado a fines improductivos que amenazan seriamente el crecimiento económico y perjudicarán indefectiblemente el bienestar de las generaciones futuras".

Llevo un tiempo escribiendo acerca del comercio de armamento en la eurozona y sobre cómo este tiene mucho que ver con los desequilibrios que ha sufrido este área desde que se constituyó. Sugiero que lean directamente mi blog (post: The value of government) para conocer los detalles de mi posición.

El 11 de noviembre de 2010, el semanario alemán Der Spiegel publicó una foto de un submarino de grande dimensiones con bandera griega y en el texto decía: "Estos submarinos de última generación están equipados con baterías de combustible de última generación: a pesar de la crisis financiera, los griegos han realizado un pedido de seis unidades a la compañía alemana HDW, propiedad del ThyssenKrupp Marine Systems".

En el mismo momento en el que estaba comprando armas carísimas a los alemanes, el gobierno griego (cuando todavía había algo que pudiera llamarse así) estaba recibiendo enormes presiones por parte de las autoridades alemanas para que recortara drásticamente los gastos sociales. La locura del euro se caracteriza por una Alemania fuerte que exporta a los países más débiles montones de chatarra militar, a la vez que exige a estos mismos países que recorten severamente el gasto público (cabe suponer que con la excepción de aquellos gastos que afectan a bienes alemanes).

El artículo del Spiegel titulado "Armas para la economía" decía lo siguiente: "Alemania ocupa el tercer lugar mundial en el ránquing de ventas de armas, solo por detrás de Estados Unidos y Rusia. Según datos proporcionados por el Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo, la cuota de mercado mundial alemana de compraventa de armamento fue de un 11% de promedio entre 2005 y 2009. Los mayores clientes de material militar fabricado en Alemania fueron Turquía (14% del total de ventas), Grecia (13%) y Suráfrica (12%). En 2008, el gobierno federal autorizó la exportación de armamento militar por un valor de 6.000 millones de euros".

El comentarista David Sirota, ante las evidencias del reportaje del Washington Postcitado anteriormente, formuló la pregunta realmente importante: ¿Es correcto sostener que cualquier exportación –independientemente de sus implicaciones morales, éticas, ambientales o sanitarias– es inherentemente deseable? ("Our Guns and Butter Economy", inthesetimes.com, 11 de mayo de 2012). [1]

El enfoque neoliberal postulado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial gira en torno a la idea de que el patrón de crecimiento a seguir por las economías debe ser el de orientarse a las exportaciones. Ambas instituciones sostienen que esta es la fórmula adecuada para la creación de puestos de trabajo y la que permite a los gobiernos alcanzar superávits cuando las exportaciones netas son lo suficientemente robustas. Ni que decir tiene que desde una perspectiva macroeconómica se trata de una estrategia errónea. Dejando a un lado el hecho de que sólo algunos países pueden tener superávit comercial (porque si algunos tienen superávit es obvio que otros deberán tener déficit), la ofensiva en pro de la austeridad fiscal socava la capacidad de los países para importar (lo que, a su vez, reduce los beneficios de los exportadores).

Pero por debajo de la perspectiva macroeconómica se desarrolla un sórdido micromundo de compraventa de armamento, corrupción, crimen, sobornos y miseria. El Comité Nye lo detalló hace ya 80 años. Desde entonces la situación no ha cambiado demasiado, excepto por el hecho de que se ha institucionalizado. El artículo concluye diciendo: "(…) Estados Unidos se ha convertido en el auténtico 'Señor de la Guerra' en tanto que es el mayor tratante de armas. Somos el mayor proveedor de armas del mundo desarrollado y somos responsables de la mayor parte de las compraventas de armas que se realizan en el planeta. Efectivamente, estamos tan embarcados en todo lo relacionado con la venta de artefactos fabricados para matar al resto del planeta que el sector industrial militar casi ha triplicado su peso en la economía estadounidense en solo una década".

La pregunta que los ciudadanos deberían hacerse está excelentemente formulada por Sirota: ¿Deberíamos limitarnos a sostener que todas las exportaciones –independientemente de sus implicaciones morales, éticas, ambientales o sanitarias– son inherentemente deseables? ¿'Necesidad' tiene que significar obligatoriamente este tipo de 'producción' por el hecho de que es lo exportable, y forzosamente tiene que constituirse en la base de nuestras exportaciones?

La TMM no tiene respuestas para estas preguntas, y cuando nosotros sostenemos que las exportaciones son un coste y las importaciones un beneficio lo estamos haciendo en términos de flujos de gasto que incluyen también los aspectos productivos y de ocupación laboral (sea donde fuere).

Otro plano de análisis tiene que ver con la comprensión de los costes y beneficios microeconómicos de los patrones de intercambio comercial (aspectos distributivos, externalidades, etc.). Pero en el plano macroeconómico, la TMM nos permite entender que si estamos horrorizados por lo que ocurre en el ámbito micro en relación a este insidiosamente peligroso complejo militar-industrial y queremos reducirlo drásticamente y eliminar su capacidad de influencia, entonces no debemos analizarlo en términos de recortes del déficit (puesto que entonces lo primero que se nos aparecería sería un serio problema de exceso de capacidad productiva en la economía). Piénsese que el presupuesto militar de Estados Unidos constituye un 4,8% del PIB (según datos del Instituto Internacional para la Paz de Estocolmo). Se trata de una cantidad enorme de gasto que debe reasignarse.

Leo la noticia de que la pasada semana los progresistas australianos defendieron un recorte drástico del presupuesto militar para los presupuestos de 2012-2013; me parece una victoria del activismo pacifista y de todo este tipo de cosas. De acuerdo. Pero también hay que decir que aunque la decisión pudiera ser buena en el plano microeconómico, a la vez podría ocurrir que no fuera buena si lo que se pretendiera fuera simplemente obtener un superávit. Los progresistas deben comprender la perspectiva macroeconómica al mismo tiempo que se ocupan de promover lo que muchos considerarán una perspectiva microeconómica válida o justa.

Conclusión

La conclusión general es que es mucho más fácil dedicarse a la macroeconomía, puesto que todos estos problemas andan bajo la superficie de los valores agregados de carácter macro. A todos nos preocupan el crecimiento económico y el empleo globales. Pero nuestra comprensión de los costes y beneficios relativos a los intercambios de bienes y servicios no tienen en cuenta los efectos externos –por ejemplo, los geopolíticos y demás– de cierta clase de productos.

Esto no tiene que ver con una deficiencia de comprensión intrínseca, sino con una división del trabajo intelectual. Es fundamental que cualquiera que se preocupe seriamente por el plano sub-macro se esfuerce también por comprender el hecho de que tratar de limitar los presupuestos militares, por muy deseable que esto pueda ser, tiene implicaciones macroeconómicas que deben tomarse seriamente en consideración. Y es aquí donde la TMM tiene mucho que decir.



 [1] N. del t.: "Guns and butter economy" se refiere al dilema de la elección entre gasto con fines militares y gasto con fines civiles.

Bill Mitchell es profesor de investigación en Teoría Económica y director del Centre of Full Employment and Equity (CofFEE) en la Universidad de Newcastle, NSW Australia. Autor de numerosos trabajos sobre macroeconomía, econometría y políticas públicas. Autor, junto con Joan Muysken, del reconocido trabajoFull Employment Abandoned: Shifting Sands and Policy Failures (Northampton, Mass.: Edward Elgar Publishing, 2008). Forma parte, junto con autores como Marshall Auerback, James Galbraith, Warren Mosler o Randall Wray (todos ellos traducidos regularmente en Sin Permiso) del núcleo fundador de la llamada Teoría Monetaria Moderna, fuertemente influida por las reflexiones del último Hyman Minsky.

Traducción: Jordi Mundó