Siguiendo la crisis en Europa: la declinación industrial francesa

Mario Rapoport

Cuando se habla de la crisis europea se menciona generalmente a Grecia, porque su catástrofe llegó a límites insospechados; a España, un ejemplo que nos ponían ante los ojos para mostrarnos “la nueva modernidad” y que se transforma ahora en pesadilla con el regreso de un “franquismo” trasnochado; o a Italia, donde los escándalos de Berlusconi y su fracaso nos hacen recordar al presidente riojano que supimos conseguir. Pero uno de los lugares inesperados de la crisis, que revela su grado de profundidad, es Francia, cuyas elecciones presidenciales se realizarán bien pronto, en marzo, por lo que es necesario conocer mejor lo que allí pasa.

Hace un par de años, cuando el estallido de aquélla comenzaba a afectar a ese país, un conocido historiador económico francés me escribía indignado desde París una carta a propósito de una nueva ley de su gobierno. Ésta procuraba otorgar trabajo a los jóvenes pero en forma precaria, sin ningún beneficio social y por un número escaso de años, propuesta que en su momento produjo violentas reacciones en su contra y fracasó totalmente.

Para un pueblo acostumbrado a las bondades del Estado del Bienestar, los empleos de por vida, las buenas jubilaciones y los préstamos hipotecarios a 30 años, esa iniciativa para paliar el desempleo en vez de calmar las aguas turbulentas de la economía las agitaba aún más. Los hijos de los inmigrantes se daban cuenta de que sus padres huyeron en vano de la miseria de países con situaciones desesperadas y los enfants de la clase media veían cómo se evaporaban sus sueños de ascenso social o se advertían las primeras señales del descenso.

Las desigualdades y pobreza comenzaban a notarse recorriendo los suburbios de París. En Saint Denis, por ejemplo, un barrio en el norte de la ciudad que otrora había sido la fortaleza “roja” del partido comunista, una gran cantidad de HLM, edificios populares de departamentos construidos especialmente en otra época para los nuevos trabajadores, “alojan ahora –agregaba nuestro amigo francés– masas de familias desocupadas con millares de jóvenes sin empleo, sin actividad y que sobreviven traficando todo tipo de cosas”.

“No podemos negar que nos hallamos en un profundo declive –finalizaba la carta–. No solamente económico, con la casi desaparición de nuestras industrias y el hundimiento de una agricultura (¡incluida la vitivinícola!) que no sobrevive sino gracias a las subvenciones europeas,… sino también político y social.”

Esas impresiones son recogidas de otra manera y en términos contundentes para los economistas, políticos y empresarios galos por Standard & Poor, la temible calificadora de riesgos, que se atrevió a quitarle a la economía francesa una de sus triple A. Degradación que se veía venir y que las actuales políticas de ajuste como el aumento de la TVA (el IVA francés), una medida propuesta por el presidente Sarkozy, acentuarán inexorablemente.

La situación es tal que para este año las autoridades rezan para que el crecimiento del PIB sea del 1%. Y estamos hablando de un país que gozaba no sólo de altos niveles de vida sino, y sobre todo, de aquel que en muchos rubros estaba a la cabeza de la industria europea y cuyas famosas escuelas de ingenieros eran más importantes que sus universidades. Ahora predominan allí la desindustrialización, el desempleo y la caída en la calidad de sus productos.

Según una revista económica del hexágono, “en menos de cuarenta años la industria manufacturera ha perdido casi la mitad de sus trabajadores: de cerca de 4,9 millones en 1974 a menos de 2,7 millones en 2011”. Ningún sector se salvó de ese “descenso a los infiernos” –sigue diciendo–. Desde la industria automovilística a la textil, los artículos electrónicos, los bienes de capital, la química y la construcción. El empleo ha caído desde el año 2000 en todas las ramas. En la textil, la disminución es del 55,4%; en la de equipos eléctricos, del 25,5%; en la química, del 22,6%; en la de productos informáticos del 24,3 por ciento.

En este caso no ha sido sólo un fenómeno natural a causa del progreso técnico que permite aumentar la productividad haciendo bajar la cantidad de trabajo necesario para la producción: o de la competencia extranjera, tan temida siempre.

Otros dos factores han jugado, en igual o mayor medida, y se deben a elecciones propias del mismo sector. En primer término, la desaparición de puestos de trabajo debido a la deslocalización de muchas de esas industrias hacia el exterior a fin de aprovechar salarios más bajos y ventajas fiscales. En segundo término, el desplazamiento de esos puestos mediante el recurso a la tercerización, procurando de ese modo bajar los costos propios con la utilización de empresas que cuentan con menos trabajadores y no tienen los mismos servicios sociales.

Esa baja de costos, obtenida principalmente por la reducción de la mano de obra, fragilizó el tejido industrial, hizo perder sectores enteros de la producción y afectó la demanda y el consumo de la economía. Un indicador clave es la participación de la industria francesa en el PIB, que en los últimos veinte años ha caído significativamente resultando la más afectada entre el conjunto de países tradicionalmente industrializados.

El balance que esto ha representado en el comercio exterior francés, basado en gran medida en sus productos industriales de exportación, ha llevado a su vez a un récord negativo de 40.000 millones de euros en 2011, y se acentúa por la tendencia de las empresas francesas a producir cada vez menos sobre el suelo nacional. De modo que, por ejemplo, el valor agregado propio de la industria automovilística, un sector de punta, está desde hace tiempo en declive: una gran proporción de los vehículos de esas empresas se importan desde el exterior. En un estudio oficial reciente se muestra así que “entre el fin de los años ’90 y el 2011, la parte de las exportaciones francesas de mercancías en los intercambios mundiales ha bajado del 5,5% al 3.3 por ciento”.

Por otro lado, el contexto europeo ha jugado en contra. La constitución de la zona euro acentuó las especializaciones de cada país, un fenómeno desfavorable a grandes naciones generalistas, como Francia, cuyas industrias comenzaron a desarrollarse en el ambiente expansivo de un mercado interno solvente.

Y en el ámbito local, la concentración empresaria y el escaso peso de las pequeñas y medianas empresas conspiran contra el proceso de acumulación del conjunto del sector.

Pese a ello, la industria constituye todavía el elemento más dinámico de la economía francesa y representa las tres cuartas partes de las exportaciones y el 85% de los recursos en investigación y desarrollo. Eso explica el impacto mayor que su declinación ha producido sobre el conjunto de la economía.

En el caso de Francia (y lo extendemos a la mayoría de los países europeos) no se trata así solamente de la crisis actual. Éste es el último eslabón de un proceso cuyas causas vienen de lejos, enmarcadas en una filosofía económica que ha prescindido del empleo y del poder adquisitivo de sus trabajadores como factor impulsor de sus economías.