“Los intelectuales antikirchneristas están muy enceguecidos”

Carolina Keve 
Revista Debate


El sociólogo Alfredo Pucciarelli evalúa las discusiones 
en el campo cultural y plantea logros, déficits y limitantes en la acción del gobierno nacional. 

Aunque con enormes distancias, el debate sobre Malvinas y la tragedia de Once instalan una discusión fundamental, aquélla que se refiere a las políticas y el rol que debe asumir un Estado-nación en vías de recuperación. Para el sociólogo Alfredo Pucciarelli, tal es la cuestión que asoma como principal desafío para la nueva gestión de Cristina. En este sentido, si bien los anuncios recientes, como la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central, suponen un nuevo camino, en su opinión aún no hemos logrado superar del todo las estructuras montadas por el neoliberalismo, aspecto que se expresa, por ejemplo, en las cuestionadas asociaciones que mantiene el Estado con el sector privado para el manejo de ciertos recursos.

Doctor en Filosofía, docente e investigador del Instituto Gino Germani, Pucciarelli va deshilvanando cada uno de los temas que hoy marcan la agenda, desde la situación que enfrenta la oposición, hasta el problema de la burguesía nacional o las encrucijadas que se plantean dentro del peronismo donde, a su entender, se dirimirá la política de los próximos años.

¿Qué opina sobre el documento firmado por intelectuales sobre el reclamo por Malvinas?
En primer lugar, es un artículo que tiene un título mentiroso, porque se llama “Malvinas, una visión alternativa” y, en realidad, no es una visión alternativa, sino que es la visión que tienen los ingleses desde hace muchísimo tiempo. Por eso, me parece escandaloso. Tomar como punto de partida para la discusión de la legitimidad de la posición argentina el tema de la autodeterminación... Creo que es una estrategia intelectual equivocada. Más que equivocada, es bastante cómplice con presupuestos muy duros, como “quien ganó la guerra tiene todos los derechos”, o que “como pasaron doscientos años hay un derecho adquirido”; cuando, en realidad, es producto de un hecho de fuerza y una Nación tiene derecho a reclamar un territorio que se pierde por un acto de fuerza. Edgardo Mocca plantea, en un artículo en Debate, que el argumento no es más que la negación del Estado y la aceptación de la constitución de un sistema de relaciones en base a hechos de fuerza. Entonces me parece que estos intelectuales de fuste, como los que han firmado esto, han cometido algo más que un error… Parecería que están muy enceguecidos por esa posición fuertemente antigubernamental y antikirchnerista en la cual terminan siendo tributarios de la idea de la incuria gubernamental.

¿A qué se refiere?
A la idea de que hay que rechazar todo lo que el Gobierno hace porque es sospechoso. Siempre existe una intención oculta que es ilegítima. Lo que aparece legítimo en el relato es ilegítimo en las intenciones. Creo que se puede ser perfectamente opositor o crítico pero desde una posición en la que, por lo menos, se le reconozcan al Gobierno sus intenciones. Pero hay un grupo de intelectuales con los que no es posible confrontar visiones porque todo lo que se plantea como política es antipolítico: todo es producto de mala intención, es para concentrar poder, para hacer caja, es para la circulación de un elenco restringido que sólo se interesa por el manejo del aparato institucional…

En el documento se hace mención a un “clima de agitación nacionalista”, que parecería ir en consonancia con aquella lectura que intenta instalar la idea de un clima de crispación y conflicto.
En este caso, también tiene que ver con la gran preocupación intelectual que ha tenido Luis Alberto Romero toda su vida. Él es un cruzado antinacionalista. Todo atisbo de concepción de un Estado nacional o la idea de Nación como elemento sustantivo de generación de valores, conductas colectivas u objetivos es, en principio, sospechoso. Siempre remite a las formas perversas de nacionalismo. El nacionalismo, en sí, no es perverso, así como tampoco lo es, en sí mismo, el liberalismo. Uno puede recorrer la historia argentina y encontrar tanto del lado del liberalismo como del lado del nacionalismo las formas más retrógradas, pero también las más progresistas. Fuera de estos dos moldes se ha producido muy poco en el campo político de nuestro país. Por ejemplo, el peronismo es un nacionalismo desarrollista que tuvo a López Rega, pero también tuvo a Kirchner o a la CGT de Raimundo Ongaro. Los mismos radicales están hoy en una discusión sobre si van a asumir las formas liberales más de derecha o no.

Usted citaba un artículo de Mocca en el que, justamente, se plantea un resurgimiento de los nacionalismos a la par de un fortalecimiento de los Estados, producto, en parte, de un contexto internacional marcado por la crisis de la ideología neoliberal.
Estoy totalmente de acuerdo y, en el caso de la Argentina, el intento por recuperar el Estado para contrarrestar otras formas de poder es lo que se da con el kirchnerismo. Con Kirchner reaparece el Estado como elemento aglutinante, de organización de la vida colectiva y, en conjunto con esto, se da la recuperación de la política. Es decir, el Estado como punto de organización; y la política, como punto de proyección, promoviendo una estructura de poder alternativa a la estructura de los poderes ya constituidos, sean éstos militares, económicos, económico-mediáticos, económico-financieros. Y la ideología que enmarca estos proyectos de contrapoder o contrahegemónicos es siempre una ideología nacional-popular.

¿A qué se refiere cuando habla de una recuperación de la política?
En primer lugar, a la recuperación del discurso político. Los que escuchamos el primer discurso de asunción de Néstor Kirchner, volvimos a escuchar un discurso político. Es decir, un discurso en el que las palabras no se utilizan como encubrimiento de las relaciones de poder, sino que, por el contrario, se las descubre, pasan a ser nombradas. En segundo lugar, pasa por retomar objetivos políticos. Por ejemplo, tomemos el caso de la recuperación de los fondos de pensión. Podría considerarse una medida financiera, pero, en realidad, se trata de una medida fundamentalmente política, porque lo que busca el Estado es recomponer la condición material de un sector de la sociedad con el que, a su vez, reconstruye una relación simbólica. Es la articulación con un discurso.

Sin embargo, en una entrevista reciente usted planteó que uno de los desafíos de la nueva gestión de Cristina es la recuperación de poder por parte del Estado.
Es verdad, todavía estamos en una primera etapa y, en una etapa, en mi opinión, bastante distinta a cómo la define el Gobierno.

¿Por qué?
El oficialismo plantea una profundización de medidas tomadas en cierta dirección, la famosa “sintonía fina”. A mí me parece que más importante sería ampliar “la sintonía gruesa”. Por ejemplo, lo de los ferrocarriles es una gran asignatura pendiente que uno, en realidad, no sabe bien por qué el Gobierno no solucionó. Uno podría decir que apostó a transformar la monstruosidad del menemismo en este sistema de concesionarios que tenemos hoy. Ahora, el problema aparece cuando quienes tenían que cumplir una determinada función en ese sistema, no lo cumplieron o se volvieron algo típico de la burguesía argentina: depredadores. Y eso estalló con el accidente, como había estallado quince días antes el tema del petróleo.

¿Entonces?
¿Cuál es la cuestión de fondo también en ese tema? La constitución de un sistema en el que se le asigna un rol fundamental al empresariado en el manejo de los recursos de la Nación y, otra vez, tuvimos conducta depredatoria. Porque, además, estos mecanismos de circulación de excedentes entre el sector privado y el Estado terminan generando formas de corrupción. Y para cambiar el afuera también hay que cambiar el adentro. Porque esto hay que decirlo: en el caso de TBA, el funcionamiento de este sistema tenía dos soportes: los Cirigliano y Juan Pablo Schiavi. El Gobierno, entonces, tiene que hacer un cambio radical en materia de transportes y en materia energética. Porque si no ¿cuáles son las consecuencias de esto? En el caso del transporte, la tragedia y la posibilidad de que vuelva a ocurrir; y, en el caso del petróleo y la energía, los diez mil millones de dólares que estamos perdiendo todos los años.

Como alguna vez dijo José Pablo Feinmann en Debate, el problema es no tener una burguesía nacional sino una “burguesía cortoplacista y mediocre”.
Sí, pero eso lo sabemos todos. Hasta tal punto es una premisa compartida que el propio Gobierno al plantearse la recuperación del capitalismo nacional, se planteó reconstituir la burguesía nacional. Los Cirigliano son eso, son una apuesta del Estado para reconstruir una burguesía nacional. ¿Y qué devuelven? Sólo una conducta depredatoria.

¿Qué política debería entonces asumir el Gobierno?
La pregunta central es cuántos recursos económicos e institucionales y políticos tiene el Estado para enfrentar todas estas cosas a la vez. Ésa es la discusión que hay que plantearse alrededor de la sintonía gruesa. Y no vamos a poder avanzar hasta no resolver todas estas cuestiones que son herencia del menemismo.

¿No hemos podido superar al neolibe-
ralismo?
No. Si hasta ahora no se podía regular el movimiento de divisas para resguardar la fuga de capitales porque había una legislación elaborada durante el menemismo, que no había sido tocada. No es que aún tengamos el fantasma del menemismo, tenemos el sustrato mismo.

En este sentido, la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central anunciada por Cristina iría en la dirección que usted señala…
El proyecto de ley para reformar la Carta Orgánica del Banco Central es un claro intento de marchar en esa dirección, desarticulando parte del entramado institucional neoliberal heredado del menemismo. No obstante, creo que hoy nos faltan recursos económicos e institucionales para encarar tantos frentes a la vez. Por ejemplo, si se tomara la decisión de estatizar todos los ferrocarriles, no sabemos ni siquiera quién podría manejarlos, porque no existen los cuadros estatales que había antes de que fueran destruidos.

Usted muchas veces dijo que “los noventa están a la vuelta de la esquina”...
La contraparte de todo esto es que no aparece en la oposición un debate sobre estas cuestiones. No hay una visión alternativa más liberal, más republicana… No hay un proyecto político. Y al no haber esta contraposición, ¿qué es lo que tenemos? Los globitos amarillos. La gran burguesía que no quiere la continuación del kirchnerismo no tiene otra idea que volver a la década del noventa. Por eso digo que está a la vuelta.

¿Lo ve a Mauricio Macri con chances presidenciales?
Todavía no tiene grandes posibilidades, pero si lo relaciono con ese vacío ideológico-político de la oposición es lo único que aparece con posibilidad de polarizar el voto no kirchnerista, con esa política noventista disfrazada de no política, como, precisamente, hacía Menem.

¿Y la UCR o el Frente Amplio Progresista?
El radicalismo ya no tiene espacio político, lo perdió. Lo único que queda de él son los poderes locales, la gestión municipal. La alianza con Francisco de Narváez muestra que entraron en una etapa de vaciamiento donde lo que menos se discute es de política. Por el lado del FAP, está esa idea de hacer un kirchnerismo de buenos modales.

¿Está de acuerdo, entonces, con aqué- llos que sostienen la muerte del bipar-
tidismo?
Mientras el radicalismo siga generando una masa de legisladores provinciales vamos a tener siempre dos representaciones grandes. En todo caso, no plantearía la muerte del bipartidismo, sino la posibilidad de que ese bipartidismo vaya cambiando de forma. Más que la coexistencia de dos partidos, tenemos la coexistencia de dos visiones ideológicas bien diferentes dentro del propio peronismo. Porque esta coalición que llamamos hoy peronismo, ¿no es en sí misma bipartidista?


Neoliberalismo y después

Recientemente publicado por Siglo XXI, Los años de Menem constituye un trabajo colectivo de diversos investigadores, bajo la coordinación de Pucciarelli, en el que se busca analizar la década del noventa desde diversas dimensiones. En este sentido, uno de los principales aportes es proponer una lectura que trasciende la gestión de Carlos Menem y sirve también para entender la etapa actual, ya sea por las rupturas que planteó el kirchnerismo o por la continuidad de ciertas prácticas y formas institucionales que -tal como deja en claro el debate abierto tras el anuncio de la Presidenta sobre el Banco Central con su correlato en la ley de convertibilidad- se plantean como un tema central para los próximos años.

Hay quienes sostienen la vocación hegemónica como una cualidad central del kirchnerismo. Sin embargo, en el libro describen cómo Raúl Alfonsín intentó imponer su proyecto político más allá de la UCR o los conflictos que tuvo Menem dentro del peronismo para consolidar su poder…
Es que hoy la hegemonía es un término multisemántico. Si la tomamos en el sentido liberal, pasa a ser entendida como concentración del poder o como la eliminación de ciertas formas de la política, y aparecen entonces las hipótesis de la crispación y confrontación. Es decir, se trata de una postura que plantea la necesidad de reconstituir la política a través de la participación y la negociación. Por el contrario, estamos aquéllos a quienes nos interesa que los conflictos se expresen, se desarrollen y se resuelvan. Además, que no haya conflicto no significa que no haya relaciones asimétricas de poder. Todo lo contrario, muchas veces el conflicto es una forma de transparentar esas relaciones.

¿Y cómo caracterizaría el clima social vigente?
Ante todo, no creo que exista la crispación. Por más que algunos medios y varios sectores intenten imponer esa lectura, tuvo una fuerte pérdida en las últimas elecciones. Incluso ya venía perdiendo de antes, como ocurrió por ejemplo con el Bicentenario. Cada vez que hubo posibilidad de expresión para los sectores populares con menos voz, apareció este clima de amuchamiento, de concordia y fiesta. Porque la gente está mejor, ganó cosas, materiales y simbólicas. Entonces, este relato de la crispación se choca con el de la experiencia. Por el contrario, hay otro sector de la sociedad que empieza a sentir este fenómeno de la impotencia. Y ese sector sí está crispado, pero por la impotencia, porque ve que el oficialismo, además de todo, es imbatible. Es ahí donde se produce un desplazamiento del análisis racional a una posición totalmente visceral, que se alimenta todos los días de los elementos que le pasan los medios.

Uno de los artículos del libro plantea la eliminación del adversario como una ruptura del discurso menemista con el del peronismo tradicional. En este sentido, podría afirmarse que el kirchnerismo retorna a las bases del peronismo clásico…
Es el artículo de Paula Canelo, donde demuestra cómo una de las estrategias fundamentales de concentración política es eliminar la palabra adversativa que había generado el peronismo en la primera época. Siempre había existido otro social al que se respondía con políticas. El menemismo elimina a ese otro, anulando la necesidad de respuestas políticas. Los problemas son considerados sólo en términos técnicos.

¿Y Kirchner invierte esta lógica?
Exactamente, ése es uno de los grandes méritos del relato kirchnerista, haberle dado forma política haciendo visibles relaciones de poder. Y creo que si el kirchnerismo sigue haciendo, sigue generando política, tiene todas las posibilidades de desarrollo. Si bien uno no debe entusiasmarse demasiado con el 54 por ciento porque los consensos electorales son muy volátiles…

Tal como demuestra el clima que generó la tragedia de Once…
Exacto. El precio que va a pagar el Gobierno por el tema de los ferrocarriles es muy grande. Pero lo que yo opino es que se va a recuperar. El Gobierno puede equivocarse en un montón de cosas pero lo que no puede hacer es dejar de hacer. Si no aparece enfrentando problemas que son acuciantes para varios sectores, ahí es donde pierde. Pero todavía tiene espacio para tomar iniciativa. Lo fundamental es que reconstruya y siga consolidando el vínculo de la gente con el Estado y que el Estado siga apareciendo como punto de resolución sin quedar en manos de la locura de ciertos empresarios.