El debate sobre la "normalización"

Por Michel Warschawski

De vez en cuando, se nos pide tratar sobre una cuestión política situada en el corazón de las relaciones israelo-palestinas en la sociedad civil. Se conoce esta cuestión con el nombre de "normalización". Recientemente, un acontecimiento público organizado en Jerusalén Este por el Palestine-Israel Journal [1], ha sido anulado bajo la presión de las fuerzas antinormalización, y una semana antes un encuentro organizado por la “Confederación israelo-palestina” [2] fue detenido por unas decenas de jóvenes manifestantes palestinos que denunciaban lo que llamaban la “normalización con Israel”.
La cuestión de la antinormalización no es nueva en absoluto, y no comenzó en Palestina, sino en los países árabes en los años 1950. En numerosas ocasiones estos tres últimos decenios, el Centro de Información Alternativa (AIC) ha tomado la iniciativa de simposios y seminarios sobre esta cuestión para intentar explicarlo a los militantes anticolonialistas israelíes, pero también para clarificar lo que significa en la práctica... y lo que no significa.
El reciente debate sobre los encuentros previstos en Jerusalén y en Beit Jala, en los que israelíes y palestinos debían encontrarse, ha reabierto la discusión. Trataremos sobre la cuestión de la normalización en una serie de tres artículos publicados esta semana, esperando que provoquen un debate fructífero en nuestra página web.

1. El contexto histórico

La existencia del Estado de Israel fue impuesta por las Naciones Unidas a la nación árabe en general y a los árabes de Palestina en particular. La resolución fue adoptada por una débil mayoría de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 29 de noviembre de 1947. Fue posible por la conjunción de tres tipos de factores políticos:
a) las implicaciones del genocidio de los judíos por el régimen nazi,
b) el declive fatal del imperio británico,
c) las consecuencias del fracaso de la gran revuelta árabe de Palestina (1936-1939)

a) Las implicaciones del genocidio de los judíos por el régimen nazi :

La masacre de 6 millones de judíos en Europa entre 1940 y 1945 y la colaboración activa de las élites dirigentes de la mayor parte de los países europeos en la gestión de este genocidio causaron un doble desafío para esas élites, uno psicológico, otro práctico. A nivel psicológico, un sentimiento de culpabilidad y de responsabilidad se desarrolló en el seno de una parte de los intelectuales y dirigentes políticos europeos, seguido por una conciencia creciente de que algo se debería hacer para intentar reparar ese crimen colosal. En sí, esta culpabilidad no habría bastado para empujar a actuar a la comunidad internacional. Fue la existencia de centenares de miles de sobrevivientes, errantes por toda Europa, lo que impuso soluciones prácticas. El Yiddischland de Europa del Este había sido destruido por los nazis y sus colaboradores, y las tentativas de los supervivientes de volver a sus países se encontraron con reacciones hostiles, incluso a veces con masacres. Los sobrevivientes no tenían ninguna parte a la que ir. Ni que decir tiene que los países occidentales no se apresuraron a proporcionarles un refugio, incluyendo a los Estados Unidos que no concedieron más que un número limitado de certificados de inmigración. Palestina se convirtió en una especie de solución alternativa.
Antes del ascenso del antisemitismo nazi, el discurso sionista y su proyecto no atraía más que a sectores muy limitados de la opinión pública judía o internacional. En realidad, era percibido como un proyecto colonial reaccionario destinado a fracasar (el Bund, Hanna Arandt, etc.), como una utopía romántica (la mayoría de la burguesía judía) o como una blasfemia (el judaísmo ortodoxo). Hasta 1933, las posibilidades de transformar una empresa colonial modesta basada sobre todo en pioneros idealistas que practicaban una agricultura colectiva en un proyecto que lograse transformarse en un estado moderno eran casi cero. El antisemitismo nazi proporcionó la ocasión de cambiar radicalmente la naturaleza del proyecto sionista, provocando una nueva ola de inmigrantes judíos, bien formada y de educación superior, que venía a Palestina con las tecnologías modernas, el saber hacer y el capital. 1933-1938 es el período en que el colonialismo sionista pasa de la época de los pioneros a la de la modernidad.
En 1945, centenares de miles de sobrevivientes que nadie quería albergar proporcionaron a la vez el pretexto y el material humano para la realización del proyecto sionista: un estado judío en Palestina. La población árabe indígena de Palestina fue la víctima directa de esta decisión occidental de reparar un crimen del que no tenía ninguna responsabilidad. Nada de extraño que no estuviera dispuesta a pagar y que se opusiera al plan de reparto de la ONU de1947.

b) El declive fatal del imperio británico:

La Gran Bretaña ganó la guerra mundial contra Alemania pero perdió su imperio y se convirtió en una potencia secundaria. Con la ayuda de la Unión Soviética y, más indirectamente, de los Estados Unidos, el movimiento sionista aprovechó esta ocasión de lanzar una “guerra de independencia” y obtuvo el apoyo de la ONU para el reconocimiento de un estado soberano en Palestina. Además, por la acción militar, la soberanía judía fue extendida a un territorio bastante más amplio que el concedido por el plan de reparto de la ONU y esos territorios fueron, como estaba esperado y planificado, limpiados étnicamente de su población indígena árabe.

c) Los efectos del fracaso de la gran revuelta árabe de Palestina (1936-1939):

La población árabe de Palestina no pudo jugar un papel eficaz en la resistencia contra el plan de reparto que la desposeyó de su derecho a la autodeterminación en su patria, por tres razones principales: la colaboración de los regímenes árabes reaccionarios con el imperio británico; el acuerdo entre el reino hachemita de Jordania y los sionistas sobre el reparto entre ellos de los territorios asignados al estado árabe de Palestina y lo más importante: los efectos de la derrota de la gran revuelta árabe de Palestina y de la increíble represión británica (1936-1939) que decapitó el movimiento nacional árabe en Palestina.
Efectivamente, fueron precisos más de tres decenios para que un nuevo movimiento nacional palestino pudiera emerger, bajo la dirección de Yasser Arafat, y que pusiera la cuestión de los derechos nacionales del pueblo árabe de Palestina de nuevo en el orden del día internacional.
El estado de Israel logró imponer su existencia en Medio Oriente, pero no pudo obtener su reconocimiento ni de los regímenes árabes ni de las masas árabes. La normalización con el estado de Israel fue rechazada por unanimidad, incluso si algunos regímenes guardaron relaciones secretas -en particular a nivel de seguridad- con el estado judío.
2.- Los “normalizadores de izquierdas”

El acuerdo de paz entre Egipto e Israel a finales de los años 1970 simbolizó el fin del boicot a la normalización con el estado de Israel. Sin sorpresa, fue sonoramente rechazado en toda la región árabe, incluso en Egipto, y percibido como una traición; el presidente Anuar Sadat lo pagó con su vida. Pero la brecha estaba abierta, y a pesar de la invasión criminal de Líbano que siguió al acuerdo de paz con Egipto, fue el comienzo de una nueva era de relaciones israelo-árabes. Es evidente que los palestinos no fueron informados por el presidente egipcio, y tenían buenas razones para considerar su iniciativa como una puñalada por la espalda.
La OLP se convirtió en una fuerza clave de la campaña antinormalización, y, con el apoyo de la gran mayoría de la opinión pública árabe, advirtió de que mientras durara la ocupación y los refugiados no ejercieran su derecho al retorno a su patria, no podría haber relaciones normales con Israel. Sin embargo, la misma OLP, en su Consejo Nacional de 1988, fijó las condiciones de un eventual reconocimiento del estado de Israel, que se materializó finalmente en la Declaración de Principios de Oslo. A pesar de que la DPO evocaba un reconocimiento mutuo, el objetivo fijado por Yasser Arafat era manifiestamente una relación normalizada con el estado de Israel.
Para la mayoría del autodenominado “campo de la paz” israelí, Oslo fue considerado como una victoria histórica israelí contra la estrategia árabe de antinormalización. Y con razón: la política de la potencia colonial, combinada con el apoyo de la comunidad internacional, forzaba con éxito a la OLP a reconocer un estado establecido sobre la destrucción de la patria palestina, y a aceptar lo que llamaban “un compromiso histórico”, a costa de una parte de sus derechos legítimos. La izquierda sionista estuvo en la vanguardia de los esfuerzos para empujar a una normalización que le diera una legitimidad … y mucha financiación. Los programas e iniciativas “de pueblo a pueblo” estuvieron de moda en los años 1990, y una industria del “diálogo” y de la falsa cooperación comenzó a extenderse, tomando el lado israelí -mejor organizado y relacionado internacionalmente- la mayor parte del dinero y fijando los plazos.
Fueron precisos menos de 10 años para que los militantes de la sociedad civil palestina comprendieran que cuando deseaban sinceramente una normalización con Israel, Israel por su parte no tenía ninguna intención de “normalizar”, es decir, de terminar su ocupación colonial y de aceptar un compromiso de buena fe con los palestinos. “¿Normalización con ocupación? No, gracias”, fue la nueva respuesta de la mayoría de la sociedad civil palestina a las tentativas patéticas de los normalizadores profesionales israelíes que se habían forrado con la industria del “pueblo a pueblo”.
Estos normalizadores profesionales israelíes debieron entonces reorientar sus actividades. Algunos hacia los negocios sin más, mientras que otros decidieron convertirse en una especie de “Nación Unida”, dando herramientas y consejos para “convencer” a los palestinos de sus errores en el rechazo del diálogo y de la normalización con Israel, o al menos con los militantes israelíes. Un comportamiento típicamente colonialista: ser el ocupante y pretender al mismo tiempo educar al ocupado sobre cómo debe gestionar su relación con el ocupante... evidentemente en su beneficio.
Recientemente, el periódico Al Quds el Arabi ha publicado un artículo del dirigente del Fatah en Jerusalén, Hatem Abdel Qader, en el que expresaba la posición de Fatah sobre el boicot a los encuentros israelo-palestinos. A decir verdad, nada nuevo. Ese artículo, sin embargo, provocó una reacción crítica de uno de los profesionales de la “industria de la normalización”, Gershon Baskin (ver la página del Jerusalem Post del 19 de diciembre de 2011). Una lectura cuidadosa de los argumentos de Baskin ilustra sobre la arrogancia obscena de los normalizadores israelíes, incluso si hay que admitir que la suya es un caso extremo casi patológico.
Patológico a causa de la inflación del “Yo”: “yo tengo poca confianza en Al Quds el Arabi” , “yo no he oído ni visto decisión oficial del Fatah de boicotear los encuentros con los israelíes”, “Yo creo que es otro error de los palestinos”, “yo he preguntado a amigos palestinos que apoyan esta forma de antinormalización cómo no hablarme ayudará a la causa...”, “yo no he encontrado aún un defensor de la antinormalización que sepa responderme a la pregunta”, “yo he buscado incesantemente el diálogo”, “personalmente, yo no pido a los palestinos que hablen con los colonos...”, etc, etc. Pero olvidemos la patología y tratemos sobre la cuestión política.
Sabíamos ya que Baskin inventó a Faisal Husseini, liberó a Gilad Shalit, y reorganizó la política de los Estados Unidos en Medio Oriente. Nos enteramos ahora de que tiene la intención de cambiar la política de Fatah, y de convencerle de poner fin a su estrategia antinormalización: convenciéndole de hablar a o de reunirse con militantes de la paz israelíes contribuirá a la realización de sus objetivos políticos. Si Baskin hubiera escuchado a “su amigo” Hatem Abdel Qader y no solo a sí mismo, habría encontrado la respuesta a la pregunta de “¿porqué?”. Tras más de un decenio de diálogo y de fiestas “de pueblo a pueblo”, el campo de la paz israelí fue incapaz de cumplir su parte del contrato: la opinión pública giró a la derecha, el campo de la paz casi desapareció, y la masacre de la población de Gaza en 2009-2010 obtuvo, por un cierto tiempo, el apoyo de Paz Ahora y del Meretz.
Hatem Abdel Qader preguntará a Baskin: ¿porqué dividir el movimiento nacional palestino e incluso el Fatah sobre la cuestión de la normalización cuando no hemos obtenido nada a cambio? Durante la invasión de Líbano en 1982-1985 o durante la Intifada (1987-1990) un movimiento pacifista de masas se situó al lado de ciertas demandas de los palestinos y apoyó su lucha; proporcionó una ayuda real a la causa palestina, y merecía por consiguiente ser tomado en consideración y reforzado, incluso por la apertura de sesiones de diálogo que fueron a menudo bastante humillantes a causa del comportamiento colonialista de las contrapartes israelíes. Pero ¿ahora? ¿Qué puede proporcionar Gershon Baskin y los demás “normalizadores de izquierda” que ayude a justificar la “normalización con el enemigo” en su propia opinión pública? ¿Cómo pueden convencer a los palestinos de que esta vez no habrá nuevas traiciones y realineamientos con el consenso nacional israelí, como ocurrió tantas veces en el pasado?

3. Cooperación, no normalización
El rechazo a la normalización con los israelíes no excluye la cooperación política, al contrario. El movimiento nacional palestino y la mayor parte de las organizaciones populares palestinas han indicado claramente en numerosas ocasiones que buscan una tal cooperación, pero con varias condiciones.

a) Sin simetría:

La relación debe ser basada en el papel dirigente de los socios palestinos, y no en una falsa simetría entre palestinos e israelíes. El marco de la acción política es una lucha nacional palestina contra el colonialismo israelí, no una “lucha conjunta por la paz”. Se demanda a las fuerzas anticolonialistas israelíes apoyar esta lucha, con sus medios y su planteamiento específicos, y no intentar imponer un programa a medio camino poniéndose de acuerdo con las concepciones colonialistas de la opinión pública israelí, incluso de fracciones del “movimiento por la paz”;

b) Apoyar el corazón del programa nacional palestino:

Adherirse al programa de liberación palestino significa apoyar sus tres dimensiones principales, el fin de la ocupación colonial, los derechos individuales y nacionales colectivos de la minoría palestina en Israel, el derecho de los refugiados al retorno.
Estas tres exigencias están ligadas y deben ser apoyadas como un todo. Esto es particularmente pertinente en lo que se refiere al derecho al retorno, que ha sido un problema recurrente para la izquierda sionista;

c) Cooperación en la acción:

El test de la cooperación es la acción, no las sesiones de diálogo y los encuentros a puerta cerrada: la acción conjunta contra la ocupación colonial y la opresión nacional, en los territorios palestinos ocupados así como en Israel propiamente dicho.

d) El BDS:

El movimiento nacional palestino ha fijado una prioridad estratégica, la campaña internacional por el Boicot, las Desinversiones y las Sanciones (BDS). Desde muchos puntos de vista, es el test de una verdadera cooperación israelo-palestina. Cada grupo, movimiento o individuo israelí que dice defender una estrategia de lucha israelo-palestina común deberá sumarse al llamamiento palestino a una campaña internacional BDS, y solo así, podrá contribuir a una alianza sólida que haga posible un porvenir común basado en los derechos, la justicia y una real legalidad entre los pueblos de esta tierra.
Notas:
[1] http://www.pij.org (ndt)
[2] http://israelipalestinianconfederation.com/faq-french.html
Fuente: http://www.protection-palestine.org/spip.php?article11470
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR